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Cuaresma 2024 Edición

Un corazón impaciente

El hijo perdido y vuelto a encontrar

Un corazón impaciente: El hijo perdido y vuelto a encontrar

Este es un relato icónico y popular aun entre los no creyentes y los agnósticos. Ha sido el tema favorito de muchos artistas a lo largo de los siglos. Y aun cuando lo hemos leído cientos de veces, nunca pierde su poder sobre nosotros. Es la famosa parábola de Jesús sobre el hijo pródigo (Lucas 15. 11-32).

En este tiempo de Cuaresma, queremos meditar más profundamente en esta parábola para descubrir lo que Jesús quiere enseñarnos, tanto sobre nosotros mismos como sobre nuestro Padre celestial. Reflexionar en las acciones de los dos hijos y del padre de este relato puede conducirnos a examinar nuestro corazón. ¿Hay obstáculos que nos impiden experimentar plenamente la inmensidad del amor y la misericordia de Dios? ¿Hay actitudes o presunciones que debemos cambiar para acercarnos más al Señor?

La primera lectura del Miércoles de Ceniza siempre es tomada del libro del profeta Joel: “Vuélvanse a mí de todo corazón” (2, 12). La Cuaresma es un tiempo para volverse al Señor, así que aprovechemos este tiempo especial para reflexionar en esta parábola y así volvernos al Señor. En este artículo, nos centraremos en el hijo menor. En el siguiente, en el hijo mayor. Finalmente, hablaremos del padre y cómo sus acciones nos muestran el corazón de Dios.

Un corazón impaciente. Jesús contó esta historia para abrir el corazón y la mente de los fariseos y los escribas. Estas élites religiosas simplemente no podían comprender que él se asociara con pecadores reconocidos, como los recaudadores de impuestos y las prostitutas (Lucas 15, 2). Jesús deseaba que ellos comprendieran la profundidad de la misericordia de Dios así como su deseo de atraer a todos, no solo a los “justos”.

La parábola de Jesús debe haber atraído la atención de sus oyentes de forma inmediata, y debe haberlos sorprendido, porque inicia con un joven que pide la parte de la herencia que le daría su padre. ¿Cómo se atrevía el hijo menor a hacer semejante petición (Lucas 15, 12)? Básicamente estaba actuando como si el padre ya se hubiera muerto. Este era un hijo que no quería a su padre en su vida; solamente quería su herencia.

¿Por qué estaba impaciente el hijo menor? ¿Por qué estaba insatisfecho con la vida y el hogar que su padre le había dado? Quizá soñaba con todas las formas en que podía usar el dinero de su padre en cada placer que el mundo podía ofrecerle. Sin las responsabilidades y las obligaciones que se le exigían en la casa de su padre, podía hacer lo que quisiera, cuando quisiera. ¡Finalmente esto lo haría feliz!

De vez en cuando todos nos sentimos impacientes. Podemos cansarnos de nuestra rutina diaria o de las cargas de cuidar a otros. Luego comenzamos a sentirnos insatisfechos y a buscar maneras de aliviar nuestro descontento. A veces eso nos conduce a lugares que no son buenos para nosotros, y a largo plazo, no pueden hacernos felices.

Reflexión: ¿De qué maneras puedo estar experimentando un corazón impaciente? ¿Qué estoy buscando que creo que no puedo recibir de mi Padre celestial?

Cambiar la filiación por la esclavitud. Jesús dice que el hijo “se fue lejos, a otro país, donde todo lo derrochó llevando una vida desenfrenada” (Lucas 15, 13). En casa, este hombre era un hijo, con todos los derechos y las responsabilidades que se derivan de esa relación. En este “país lejano”, se convirtió en un esclavo de sus deseos, gastando todo su dinero en cosas que solo podían aliviar temporalmente su búsqueda de la felicidad.

Después de que se le acabó el dinero y hubo una escasez de alimentos, “fue a pedir trabajo a un hombre del lugar, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos” (Lucas 15, 15). Entonces se convirtió prácticamente en un esclavo que tenía tanta hambre que “tenía ganas de llenarse” con las algarrobas que comían los cerdos (15, 16). ¡Qué bajo había caído este joven!

Sabemos que somos hijos e hijas de Dios, y sin embargo a veces nos olvidamos de eso y actuamos como si fuéramos esclavos. Vemos nuestras responsabilidades cristianas como una carga y las hacemos por obligación y no por amor. O permitimos que los ídolos tomen el lugar de Dios en nuestra vida y, en efecto, nos convertimos en esclavos de esas cosas.

Reflexión: ¿Hay formas en las que me he ido a un “país lejano”? ¿Cómo podría haberme convertido en un esclavo de mis deseos o de los ídolos que amenazan con tomar el lugar de Dios en mi vida?

El hijo recapacitó. El joven se encontraba en grandes dificultades. Solamente tenía una opción: Regresar al hogar. Pero pensaba que había perdido sus derechos de hijo porque debido a sus acciones, se había apartado de su padre. Jesús dice que el hombre incluso ensayó la súplica que haría al regresar: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores” (Lucas 15, 18-19).

Fueron necesarias la miseria y el hambre para que este hombre reconociera su pecado; había ofendido tanto a Dios como a su padre. Ahora sabía que su decisión de dejar su hogar con el dinero de su padre para sostener un estilo de vida inmoral era un error doloroso tanto para él como para su padre. Luego de “pensar” (Lucas 5, 17), inició el viaje de regreso la casa.

Jesús narró este relato para que podamos comprender que cualquiera que sea el error que hayamos cometido, por muy alejados que nos sintamos, nunca es demasiado tarde para recapacitar y emprender el viaje de regreso a la casa del Padre.

Reflexión: ¿Cómo pueden haberme hecho daño a mí o a otros mis acciones o mi egoísmo? ¿Cómo debo pedir el perdón de Dios y de otra persona?

Perdido y encontrado. El joven apenas si había pronunciado su disculpa cuando el padre mandó a organizar una celebración. ¿Por qué? “Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había muerto y lo hemos encontrado” (Lucas 15, 24).

El joven no tendría que trabajar en la hacienda de su padre, seguía siendo un hijo. Eso es lo que simbolizaban “la mejor ropa”, “un anillo en el dedo” y las “sandalias en los pies” (Lucas 15, 22). No importaba cuánto había pecado, no importaba que se hubiera ido lejos de su casa a un país lejano, nunca perdió el privilegio de ser hijo en la casa de su padre. A pesar de que este hijo había tratado a su padre injustamente, el padre no lo rechazó. El joven podía ocupar su puesto en la familia una vez más.

La parábola de Jesús es reconfortante. A veces podemos alejarnos de nuestro Padre, pero la marca del Bautismo nunca nos abandona, no perdemos nuestra relación de hijos de Dios aun cuando pecamos. El Señor siempre nos devolverá a nuestro lugar en su familia, como lo hizo el padre en la parábola de Jesús, cuando nos volvamos a él con todo nuestro corazón.

Reflexión: ¿Hay algún pecado al que Dios me está pidiendo que renuncie en esta Cuaresma? ¿Cómo me acercará esto más a Dios?

Regresar de un país lejano. “Comenzaron la fiesta”, dijo Jesús (Lucas 15, 24). No hubo necesidad de que el hijo menor suplicara a su padre o trabajara durante años antes de ser admitido en la familia nuevamente. No, su padre se regocijó porque su hijo ya no estaba perdido ni muerto; había vuelto a la vida.

La Cuaresma siempre ha sido un tiempo apartado para prepararnos para la Pascua. Tenemos cuarenta días para examinar profundamente nuestro corazón y ver en qué momento nos fuimos a un “país lejano”, buscando algo que nunca podrá satisfacernos. Cuando comprendemos que lo que hemos anhelado solamente puede aliviar nuestro corazón, tenemos la oportunidad de regresar a nuestro Padre celestial.

De algún modo, nuestra experiencia del Sacramento de la Reconciliación puede ser como la del hijo menor. Antes de que siquiera tengamos las palabras en nuestros labios, el Padre nos recibirá de nuevo. Luego, después de haber ofrecido nuestra contrición, escucharemos al sacerdote decir las palabras benditas: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Por medio de la insondable misericordia de nuestro Dios, ¡volveremos a la vida!

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