La enfermedad y el pecado: ¿Qué vínculo hay entre el perdón y la sanación?
Por Francis MacNutt
La primera y más profunda curación que Jesús nos trae es el perdón de los pecados. Cristo murió para librarnos del pecado y hacer posible la salvación; pero ahora a nosotros nos toca hacer nuestra parte: arrepentirnos y convertirnos.
Esta es la salvación y la sanación en su nivel más profundo. Pero lo que he visto en mi experiencia es que el perdón de los pecados está íntimamente conectado con la curación física y la sanación emocional. No se trata de procesos separados; incluso me atrevería a decir que muchas veces la enfermedad física es una señal de que hay alguna situación espiritual o emocional que aún no se ha resuelto con Dios o con el prójimo:
Porque si come y bebe sin fijarse en que se trata del cuerpo del Señor, para su propio castigo come y bebe. Por eso, muchos de ustedes están enfermos y débiles, y también algunos han muerto. Si nos examináramos bien a nosotros mismos, el Señor no tendría que castigarnos, aunque si el Señor nos castiga es para que aprendamos y no seamos condenados con los que son del mundo. (1 Corintios 11,29-32)
La enfermedad del pecado. Ahora no es solamente la Iglesia la que nos presenta claramente esta conexión entre el pecado y la enfermedad; también los psicólogos y los médicos reconocen que gran parte de las enfermedades físicas tienen algún elemento emocional.
Aun cuando existe el peligro de que nos creamos psicólogos aficionados y nos parezca percibir causas que no sean las verdaderas de la enfermedad física de una persona, las conclusiones a las que han llegado los científicos muestran las razones por las cuales Jesús “Reprendió a la fiebre”, (Lucas 4,39). En mi experiencia, he visto que la enfermedad suele ser una señal de que una parte de nosotros todavía necesita la redención.
El caso del paralítico que sus amigos hicieron bajar a través del techo es también bastante significativo: Primero, Jesús le perdonó los pecados, luego le dijo que tomara su camilla y caminara. Al parecer, el Señor lo estaba sanando por etapas; tal vez había una conexión entre el pecado que necesitaba ser perdonado y la parálisis.
En mi propio ministerio, he visto que esta conexión se da de un modo sorprendente. Una vez sucedió que, durante un retiro en casa de unos carmelitas en Illinois, yo estaba dando una enseñanza a unas 200 personas, en la que recalcaba la necesidad de perdonar a los enemigos. Luego les di tiempo para que rezaran y perdonaran a cualquier persona que les hubiera causado daño alguna vez. A continuación, hicimos una oración pidiendo sanación interior. En ninguna parte de este servicio mencioné yo la curación física, pero hubo dos personas que al final del día dieron testimonio de que los dolores de su cuerpo habían desaparecido.
Uno fue un hombre que seguía sufriendo dolor en el pecho después de una cirugía a corazón abierto. Durante el momento del perdón, pensó en su jefe, a quien detestaba y que consideraba totalmente injusto. Al principio, no quería perdonarlo, pero después de un largo momento de silencio, finalmente pudo entrar en la oración de perdón. En ese mismo momento, todos los dolores que quedaban de la cirugía desaparecieron.
¿Arrepentirse perdonando? Desde que empecé a participar en el ministerio de sanación, he llegado a entender mejor las razones por las cuales el Señor, cuando hablaba de la oración, hacía tanto hincapié en la necesidad de perdonar a los enemigos. Nunca habla tanto, por ejemplo, de beber mucho alcohol
o de la inmoralidad sexual, como lo hace de tener un corazón duro que no perdona. Además, a veces parece hacer una conexión entre el hecho de perdonar a los enemigos y la respuesta que el Padre da a nuestras oraciones: “Y cuando estén orando, perdonen lo que tengan contra otro, para que también su Padre que está en el cielo les per-done a ustedes sus pecados” (Marcos 11,25).
Esto indica que, muchas veces, el amor salvador, sanador y misericordioso de Dios fluye hacia nuestro interior en la medida en que nosotros estemos dispuestos a ser canales de ese amor hacia los demás. Todo esto es parte del Gran Mandamiento, en el cual el amor al prójimo es parte del mismo mandamiento de amar a Dios. O, dicho de otra manera, yo realmente amo a Dios en la medida en que amo a mi peor enemigo.
“Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo. No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará. Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.” (Lucas 6,36-38)
En otras palabras, si perdonas, serás perdonado; si estás dispuesto a sanar a otros, incluso a tus enemigos, recibirás sanación.
¡No retengas el perdón! Por lo general todos creemos que tenemos el derecho de no perdonar, que la justicia debe ser ojo por ojo y diente por diente y que tenemos la razón al buscar venganza. Pero también tenemos las palabras del Señor: “Ustedes han oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente.’ Pero yo les digo: No resistas al que te haga algún mal” (Mateo 3,58-59). Sobre esto hay un destacado experto en la Sagrada Escritura, el padre John McKenzie, jesuita, que comenta:
“Este dicho es probablemente el mayor contrasentido que aparece en el pasaje y es el que muchos han tratado de racionalizar… Es difícil encontrar otra manera de explicar más claramente el principio de la no resistencia. Los intentos por racionalizar lo dicho por Jesús no demuestran que sus palabras sean imprácticas ni exageradas, sino simplemente que el mundo cristiano no ha estado nunca preparado, y no lo está ahora, para vivir de acuerdo con esta norma de ética.” (En el Comentario Bíblico Jerome, p. 73)
Recuerdo que una vez una señora me pidió que rezara por su sanación interior. Cuando me contó algo de su niñez, me dijo que su trauma más profundo —un odio acendrado hacia los hombres— se remontaba al maltrato y la burla que durante años había recibido de sus hermanos varones cuando era pequeña. Antes de rezar por sanación interior, le pedí que perdonara a sus hermanos, a lo que ella se negó rotundamente. Le expliqué que si no lo hacía, ese sería un obstáculo para su curación, pero de nuevo se negó.
Cuando le pregunté por qué insistía en guardar el resentimiento, aun cuando eso era lo que la estaba destruyendo, lo pensó por un rato y luego dijo que, si perdonaba a sus hermanos, ya no tendría ninguna excusa para actuar con la dureza que la caracterizaba, y ya no podría culparlos a ellos. Rezamos por un rato y luego ella se dio cuenta de que esta actitud era completamente contradictoria con su compromiso cristiano y el deseo de sanar de sus traumas interiores. Finalmente, con gran profusión de lágrimas, perdonó a sus hermanos lo mejor que pudo y entonces logró recibir la sanación interior profunda que tanto anhelaba.
La fuerza de voluntad no basta. Mientras más rezo con diversas personas para recibir curación, más me doy cuenta de que todas las formas de sanación están estrechamente relacionadas unas con otras.
La Iglesia ha reconocido desde el principio el poder de Cristo para perdonar los pecados, pero yo me he dado cuenta claramente de que:
Lo más importante que he descubierto es que al buscar curación, en la mayoría de los casos, no basta con la fuerza de voluntad. Tenemos que pedirle ayuda a Dios, pedirle sanación, para romper las ataduras que nos hacen caer una y otra vez en hábitos de pecado de los que no podemos librarnos. Cualquiera que sea el problema que más nos cueste superar (resentimiento, adicción, deseo sexual desordenado), la oración por sanación nos ayudará a romper esas ataduras y darnos libertad.
Francis MacNutt, fundador de Christian Healing Ministries, de Jacksonville, Florida, lleva muchos años dedicado a rezar por sanación física, emocional y espiritual.
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