La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Noviembre 2013 Edición

¡No tengan miedo!

Juan Pablo II y su testimonio de la dignidad humana

Por: el padre David Heney

¡No tengan miedo!: Juan Pablo II y su testimonio de la dignidad humana by el padre David Heney

En 2005, los cardenales de todo el mundo volaron a Roma para elegir a un sucesor del Papa Juan Pablo II, que acababa de fallecer el 2 de abril.

Cuando llegaron, encontraron que el cuerpo del pontífice yacía en capilla ardiente en el interior de la basílica de San Pedro, como era de esperar. También encontraron que las principales redes televisivas del mundo entero mantenían una cobertura en vivo día y noche de lo que estaba aconteciendo. Esto tampoco fue motivo de sorpresa.

Lo que sí era una verdadera sorpresa fue que al llegar a la Ciudad del Vaticano encontraron a más de cinco millones de personas que hacían fila para manifestar su pesar y ver por última vez el cuerpo del amado Papa Juan Pablo II, una fila que se extendía por muchas cuadras alrededor del Vaticano. Quienes llegaban al final de la fila sabían que tendrían que esperar unas 25 horas para llegar al féretro, pero esto no impidió que la gente siguiera llegando. Venían por millones, muchos de ellos gente joven, que esperaron con gran paciencia aquel breve momento en que pudieran despedirse del papa que les había tocado tan profundamente el corazón.

Otra sorpresa fue que numerosas parroquias romanas organizaron comedores, centros de suministro de agua, servicios higiénicos y hasta confesionarios y lugares de orientación espiritual para los fieles que hacían fila. Era una hermosa demostración espontánea de solidaridad y apostolado cristiano.

¿Qué tipo de persona era ésta que podía inspirar a cinco millones de personas a caminar por horas, manejar muchas millas o volar desde otros países del mundo para soportar una larguísima espera en aquella interminable línea de gente? Nada menos que un santo. Demos, pues, una mirada al hombre y la enorme influencia que Juan Pablo II ha tenido en la Iglesia y en todo el mundo, el apóstol que siempre nos decía “No tengan miedo.”

La experiencia del sufrimiento humano. Antes que nada, el Papa Juan Pablo fue un hombre santo que no tenía miedo. Pero su valentía no era combativa ni arrogante; era una virtud que brotaba de la compasión; la caridad que lo movía a reafirmar la libertad y la dignidad de toda persona humana. Esta es la razón por la cual hablaba de la defensa de la vida y en contra el aborto; es la razón por la cual insistía en que era necesario adoptar políticas económicas que ayudaran a los pobres y exhortaba a los políticos a buscar la paz. Es también la razón por la cual trabajó con tanta dedicación y energía para ayudar a poner fin al comunismo soviético.

Karol Wojtyla inició su caminar por este sendero de valerosa compasión a una edad bastante temprana. Sabía por experiencia propia lo que sucede cuando se niega la libertad de las personas y se aplasta su dignidad. Primero le tocó vivir en Polonia bajo la ocupación nazi y luego bajo la opresión comunista, lo que le permitió presenciar el desastre que sufre la gente cuando es esclavizada por el egoísmo, la avaricia y la pérdida de la fe de quienes imponen su voluntad por la fuerza. Y el sufrimiento que presenció lo llenó de compasión, y también le comunicó coraje para comprometerse de lleno con la defensa de la verdad del Evangelio, cualquiera fuera el costo.

Cómo cambiar el corazón humano. Siendo un joven seminarista y luego sacerdote en Cracovia, Karol Wojtyla aprendió que los cristianos tenían que ser valientes y fuertes para hacer frente a estos enormes peligros. Era preciso que la Iglesia modificara su forma de actuar, a fin de cambiar el corazón de los hombres, no sólo los poderes políticos. Era necesario que la Iglesia propusiera —y nunca impusiera— una respuesta auténtica y práctica a los desafíos del día para que el mundo tuviera un futuro mejor. Más aún, el padre Wojtyla sabía de donde tenía que venir la respuesta: de un encuentro directo y auténtico con la persona de Jesucristo. Todas estas convicciones, forjadas desde temprano en su vida, permanecieron con él cuando llegó a ser obispo, luego cardenal y finalmente papa.

Afortunadamente, Juan Pablo estaba dotado de dones muy marcados y de una firme convicción de cumplir la misión que Dios le encomendaba. Tenía un deseo insaciable de aprender y entender, tanto acerca del mundo en el que vivía como del Espíritu que habitaba en su interior. Hablaba no menos de once idiomas en forma fluida y había obtenido dos doctorados: uno en escolasticismo, la filosofía de la Edad Media, y otro en existencialismo, la filosofía moderna del siglo XX. Disfrutaba leyendo literatura e incluso escribió sus propios poemas y obras de teatro. Teniendo una perspectiva tan amplia de la vida y el mundo, podía recurrir a muchas tradiciones y disciplinas cuando trataba de enseñar al mundo quién era Jesús y por qué era necesario llegar a conocerle de verdad.

Respuestas para el mundo. Juan Pablo tenía respuestas irrefutables para los problemas del mundo de hoy, respuestas que realmente no han cambiado desde que nuestros primeros padres permitieron que el orgullo y el egoísmo les hicieran caer en el pecado.

En primer lugar, nos enseñó que los humanos somos libres, pero que debemos ejercer la libertad que se nos ha dado de acuerdo con nuestra dignidad de hijos de Dios.

En segundo lugar, nos enseñó que hemos de llevar una vida marcada por el amor, pero no un amor sentimental, sino un amor responsable y comprometido con la verdad.

Y finalmente, nos enseñó a creer con todo el corazón, pero depositando nuestra fe en el Dios que se nos ha revelado en Cristo.

Estas lecciones no son sólo ideas agradables en las que la gente puede reflexionar; son ideas que comprenden la esencia misma de lo que es el ser humano, lo que significa ser hijo de Dios. Por eso, daremos una breve mirada a cada una de estas ideas.

Libertad y dignidad

La libertad de la que gozamos para tomar decisiones afirma nuestra humanidad del modo más profundo posible. Nadie puede jamás quitarnos nuestra libertad. Sin libertad, no hay amor. Y el amor a Dios, a nuestros semejantes y a nosotros mismos es la expresión más plena de nuestra dignidad humana.

Juan Pablo sabía que el comunismo destruía la libertad y la dignidad de las personas, pero también veía que el capitalismo desenfrenado podía hacer otro tanto, especialmente cuando se piensa que las personas tienen valor sólo si pueden demostrar cierta “utilidad” que sea de alguna manera comerciable. Por eso hablaba tan a menudo sobre la protección de la libertad y la dignidad de la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.

Amor y responsabilidad

Este fue en realidad el título del primer libro que escribió Juan Pablo. En él, afirmaba que todos tenemos la responsabilidad de buscar la verdad de las cosas, y luego reaccionar frente a esa verdad con amor. Decía que acontece algo muy significativo en nuestra vida cuando tenemos que tomar una decisión sobre algo importante, porque ese es el momento en que debemos comprometernos libremente a seguir una línea de acción que sea fiel a la verdad que Dios ha revelado, y luego aceptar las consecuencias de nuestra decisión.

Para el Papa Juan Pablo II, la fe católica no era para espectadores, sino sólo para aquellos que viven valerosamente la fe que profesan. Fue también por esta convicción que llevó a la Iglesia a reconocer y arrepentirse de todas aquellas ocasiones en la historia en que los cristianos no cumplieron el mandamiento de Jesús, de amar y respetar a todos, especialmente a nuestros hermanos mayores en la fe, el pueblo judío.

Razón y fe

Juan Pablo II estaba convencido de que todos los que fueran honestos y racionales podían aproximarse a las verdades de Dios a través del uso de su propia razón. Por eso, apelaba al intelecto y a la buena voluntad de todos escribiendo penetrantes encíclicas, como Fe y razón y El esplendor de la verdad.

La razón es importante, escribió, porque “la obediencia ciega no da ninguna gloria a Dios.” De hecho, nuestra fe estimula el análisis razonado, pero sin el encuentro personal con Cristo, la razón no basta. Por eso decidió pedir una Nueva Evangelización. En este ámbito, Juan Pablo reafirmó el poder que tiene cada persona para marcar una diferencia positiva, personal y práctica. Nos enseñó a hablar de nuestra fe de un modo inteligente y también a dar un testimonio vivo de ella, de modo que pudiéramos tocar tanto el corazón como la mente de las personas.

Así lo hizo Juan Pablo, y de un modo bastante dramático, cuando viajó a más de cien países de todo el mundo para hablar con la gente en forma directa. Era común que más de un millón de personas asistieran a las Misas que celebraba. De hecho, más personas lograron ver al Papa Juan Pablo II en persona que a cualquier otra persona en toda la historia humana, y cuando estaban en su presencia, veían a un hombre cuya fe era viva, personal y bien razonada. En otras palabras, veían a un santo.

Y mientras proclamaba su mensaje de libertad, dignidad y responsabilidad al mundo entero en sus homilías, cartas y encíclicas, el Papa Juan Pablo II también elevó a los altares a cientos de personas que habían sido ejemplos vivos del mensaje que él predicaba. Así, a través del discurso razonado y del ejemplo práctico de personas heroicas, anunció el mensaje del poder de que está dotada la persona humana, la persona que es libre, responsable, compasiva, valerosa y, al igual que él, una persona que vive sin miedo.

Un guía para todos nosotros. Ahora sabemos por qué hubo cinco millones de personas de todo el mundo que estuvieron dispuestos a esperar en línea durante muchas horas sólo para rendir homenaje y admirar a este gigante de la fe por última vez. Esta es la razón por la cual yo todavía considero al Papa Juan Pablo II como mi consejero personal, porque es muchísimo lo que él me ha enseñado acerca de lo que realmente significa ser un verdadero ser humano y vivir con la libertad y la dignidad de una persona creada a imagen y semejanza de Dios.

El padre David Heney es párroco de la Iglesia Católica de San Pascual Bailón situada en Thousand Oaks, California.

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