La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril/Mayo 2008 Edición

La inocencia de la fe

Un siglo y medio de las apariciones de la Virgen María en Lourdes

Por: Patricia Mitchell

En el año 2008 se cumplen 150 años de las apariciones de la Virgen María a Santa Bernardita cerca de Lourdes, Francia, apariciones que han sido ratificadas por la Iglesia y que han tenido una repercusión muy significativa en todo el mundo. Con este motivo, presentamos a continuación una breve reseña de la vidente, las apariciones y las palabras de un testigo ocular.

La tendencia moderna a idolatrar el intelecto humano, con exclusión de lo espiritual, había avanzado bastante a mediados del siglo XIX en Europa. El racionalismo se había arraigado en los círculos académicos, en los cuales muchos consideraban que la iglesia y sus creencias eran reliquias del pasado. Para ellos, la religión era para las masas pobres, que no conocían nada mejor.

En este medio irreligioso, de repente brotó lo sobrenatural de un modo espectacular. La Virgen María, Madre de Dios, se apareció a una jovencita campesina pobre y analfabeta de 14 años de edad, en un pueblito de Francia cerca de los Pirineos. Si bien Bernardita Soubirous fue la única que vio a la Virgen, sus visiones renovaron la fe del pueblo francés y de los católicos de todo el mundo.

Lo sucedido en Lourdes era una clara contradicción de toda la idea de que aparte del plano terrenal no existe ninguna otra realidad. Cuando el ser humano había comenzado a exaltar su propia figura y no la del Altísimo, el Señor actuó a través de una jovencita sencilla para demostrar que su misericordia estaba al alcance de todos. Y para ello escogió un instrumento muy eficaz: la humildad de Bernardita y su absoluta sencillez, que desarmaba a los incrédulos más endurecidos. Una y otra vez se fueron derrumbando los muros de resistencia e incredulidad que se levantaban frente a la joven.

Bernardita no siempre había ido a la escuela en forma regular y ni siquiera había asistido a la catequesis para su Primera Comunión. Sufría de asma y pasaba la mayor parte del tiempo cuidando a sus tres hermanos pequeños. Este fue el instrumento que el Señor escogió para realizar su obra.

La primera visión. El jueves 11 de febrero de 1858, Bernardita iba con su hermana y una amiga a buscar leña. Las otras dos niñas se adelantaron hacia Massabielle, en las afueras de Lourdes, cruzando un arroyo pequeño de frías aguas. Bernardita se sentó para quitarse los zapatos antes de cruzar, cuando escuchó un ruido en los árboles cerca de una gruta. Miró, pero no vio nada. Nuevamente oyó ruido. Esta vez, al mirar, vio a una señora muy hermosa, vestida de blanco con una faja celeste a la cintura. En el brazo llevaba un gran rosario y en cada pie desnudo tenía una rosa amarilla. Instintivamente, Bernardita sacó su rosario y se puso a rezar, viendo que la Dama movía también sus cuentas; luego desapareció.

Los padres de Bernardita eran religiosos, pero al enterarse del relato se alarmaron y le prohibieron que volviera a la gruta. Bernardita, sin embargo, se sentía impulsada a ir a Massabielle "por una fuerza irresistible", como explicó más tarde. Varios días después volvió con unas amigas y entró en éxtasis cuando vio a la Dama nuevamente. Durante una tercera aparición, le pidió a la Señora que escribiera su nombre, pero ella, con una sonrisa, se limitó a decirle: "¿Me harías el favor de venir aquí durante dos semanas?" Y añadió: "No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el próximo."

Bernardita acudió a la gruta durante las dos semanas siguientes, pero solamente vio a la Virgen en dos ocasiones. Varias veces subía hacia la gruta de rodillas y lloraba, haciendo penitencia por los pecadores. En estas ocasiones, la Dama de la visión le reveló tres secretos y le dio una oración para que la rezara todos los días, pero Bernardita jamás le dijo a nadie cuáles eran los secretos ni la oración que rezaba.

Al propagarse la noticia de las apariciones, empezaron a reunirse las multitudes, aunque naturalmente no faltaban los incrédulos. Incluso cuando la Señora le encomendó pedirle a los sacerdotes que construyeran una capilla en Massabielle y que no impidieran que los fieles vinieran a la gruta en procesión, la respuesta fue de un gran escepticismo: "¿Qué? ¡Una señora que ni siquiera conoces! ¡Una señora a lo mejor tan lunática como tú!" Pero el último día de las dos semanas se habían reunido 20.000 personas y la policía montaba guardia para evitar desórdenes.

La Inmaculada Concepción. Pasaron tres semanas, y el 25 de marzo, Fiesta de la Anunciación, Bernardita se sintió llamada a volver al lugar. Esta vez iba decidida a descubrir cómo se llamaba la Señora. Tras preguntarle dos veces, la Virgen sonriendo le dijo: Yo soy la Inmaculada Concepción. A su regreso a la ciudad, Bernardita fue repitiendo las palabras, aunque no tenía la menor idea de su significado. Tampoco sabía que tres años antes, el Papa Pío IX había definido este dogma de fe: La Virgen María fue, desde el primer instante de su concepción, preservada de la mancha del pecado original.

Las autoridades civiles, decididas a poner fin a todo el revuelo, intentaron declarar que Bernardita tenía alguna enfermedad mental. Tres médicos la examinaron, pero no pudieron diagnosticar ningún tipo de anormalidad; por el contrario, encontraron que la niña era agradable e inteligente. Viendo lo sucedido, el párroco del lugar comenzó a creer en las apariciones de la Virgen, ya que veía la fe del pueblo, que se agolpaba en su iglesia pidiendo los sacramentos. Por eso, le advirtió al alcalde que no fuera a tocarle ni un pelo a la niña.

En una de las apariciones, la Dama le dijo que fuera a beber agua y lavarse los pies en la fuente, pero Bernardita no vio ninguna fuente. Ante una nueva señal de la Señora, Bernardita se inclinó y empezó a escarbar la tierra con la mano. Al principio no había más que una cavidad húmeda, pero luego salió algo de agua y ella se "lavó"la cara con el agua barrosa y, aunque le costó mucho, bebió un sorbo. Los presentes concluyeron que ahora sí se había vuelto loca la niña. Pero misteriosamente, sus temblorosas manos habían abierto un manantial de agua curativa, con la cual desde entonces muchos miles han sanado milagrosamente de sus enfermedades.

Dos veces más Bernardita vio a la Virgen María, por última vez el 16 de julio. Cuatro años más tarde, una comisión de obispos declaró que la Madre de Dios se había aparecido efectivamente a la niña y se inició la construcción de la capilla. Ahora, Bernardita tenía que decidir qué iba a hacer con el resto de su vida. El párroco intervino para que fuera admitida en una escuela de las Hermanas de Nevers en Lourdes. A los 22 años, ingresó al noviciado y se alegró muchísimo de poder dedicarse a una vida apacible y de oración, aunque naturalmente le fue muy difícil despedirse de sus familiares y amistades.

La vida religiosa. En el convento, Bernardita se sorprendió ante la frialdad con que fue recibida. Ignoraba que ya había una decisión de que era necesario que experimentara constantes reprensiones para que no cayera en orgullo espiritual. Tras profesar sus votos, la asignaron a la enfermería, pero no pasó mucho tiempo antes de que su propia salud se quebrantara y ella misma pasó a ser una paciente más. El número de visitantes creció tanto que se convirtió en un inconveniente para ella, ya que se le había producido un doloroso tumor en la rodilla y no podía levantarse de la cama.

El dolor se le hizo insoportable y las noches sin dormir la dejaban extenuada. Finalmente, el 16 de abril de 1879, a la edad de 35 años, Bernardita falleció. Años más tarde, durante el proceso de canonización, sus restos fueron exhumados y se descubrió que se habían conservado en forma perfecta. Incluso en su muerte, el Señor y la Virgen usaban a Bernardita para demostrar su amor y su gloria.

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