La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre 2014 Edición

La clave es la amistad

Vale la pena luchar porque el premio es muy valioso

La clave es la amistad: Vale la pena luchar porque el premio es muy valioso

De todos los propósitos y planes que Dios tiene para su creación, lo primero siempre ha sido que cada ser humano crea en él. El Señor quiere que todos “confiesen” “y crean” que su Hijo Jesucristo es el Salvador y el Señor (Romanos 10, 9).

Pero aparte de este primer objetivo de la salvación, nuestro Padre celestial aspira a tener una relación de cariño con cada uno de sus hijos; quiere que nosotros experimentemos sus bendiciones y su amor, su guía y su consolación y que todos conozcamos la dignidad de ser hijos suyos. En este artículo, analizaremos el premio que recibiremos —la intimidad con Dios— cuando ganemos la batalla por la conquista de la mente.

Conocimiento y experiencia. Todos sabemos que para ser experto en algo hay que tener conocimiento y experiencia. El conocimiento nos permite reconocer lo que da buenos resultados, y la experiencia personal nos ayuda a saber cómo, cuándo y en qué grado hay que aplicar el conocimiento. Podríamos decir que el conocimiento es “la ciencia” del aprendizaje y la experiencia “el arte” de la acción.

Por ejemplo, un médico debe estar dotado de un gran volumen de conocimiento científico antes de comenzar a tratar pacientes, y por eso los estudiantes de medicina tienen que estudiar y aprender cómo funciona el organismo humano, las consecuencias que las diversas enfermedades tienen en el cuerpo y los efectos que producen los distintos medicamentos y tratamientos para curar a un enfermo. Este conocimiento es muy importante, pero por sí solo no le da al estudiante de medicina la experiencia necesaria para llevar a cabo un tratamiento. Esto sólo viene cuando el nuevo médico realmente practica la medicina tratando a los pacientes. Esto es lo que transforma a un buen estudiante de medicina en un verdadero doctor digno de confianza. En realidad, ¡nadie dejaría que un estudiante de medicina aun no graduado, por bueno que fuera, le practicara una operación a corazón abierto!

De modo similar, sabemos que la Sagrada Escritura nos enseña una serie de verdades, sobre Dios y sobre el tipo de vida que él nos propone llevar. Nos explica los principios de la creación y nos enseña que Jesús nos salvó de la muerte eterna. También nos anima a ser dóciles al Espíritu Santo y servir a los pobres y necesitados. Todo esto lo podemos aprender cuando leemos, estudiamos y meditamos en el texto de la Biblia. También, los libros espirituales, la historia de Iglesia y las vidas de los santos son muy útiles para ampliar nuestros conocimientos sobre las verdades y las promesas de Dios.

Pero en el cristianismo, lo primero y más importante es establecer una amistad personal con Jesucristo, nuestro Señor, y no sólo adquirir un gran conocimiento. Es como la diferencia entre haber leído muchos libros sobre el amor y la realidad de estar verdaderamente enamorado de una persona. Esta es la razón por la cual Jesús les habló a sus discípulos acerca de la unión entre la vid y las ramas (Juan 15, 5) y les dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él” (14, 23). Es la razón por la cual el Señor nos insta a cada uno a comer su Cuerpo y beber su Sangre (6, 35).

Mantenga su claridad mental. San Pablo les aconsejó a los efesios que se mantuvieran firmes y arraigados a las verdades del Evangelio, que eran parte imprescindible de su experiencia con el Señor. Por eso los instó a ponerse la armadura de Dios. Pero hay otra analogía, esta vez tomada del matrimonio, que nos ayuda a ver este principio más claramente.

Cuando los novios se casan, ambos prometen ser fieles el uno al otro. El novio sabe que no debe pensar en otras mujeres, y la novia sabe que no debe pensar en otros hombres. Esta es una promesa que le exige a cada uno “mantenerse firme” y decir “no” a las tentaciones de la vista y los pensamientos. Si esta promesa perdiera claridad y fuerza en la mente de alguno de ellos, lo más probable es que su mente empiece a divagar. Si sucede esto, quiere decir que la tentación ha ganado terreno y probablemente no se detenga allí. Se ve claramente que hay una fuerte correlación entre el entendimiento de las tentaciones, la decisión de controlar los pensamientos y la capacidad de demostrarse amor mutuo entre el marido y la esposa.

Del mismo modo, nuestra unión con Dios está directamente relacionada con la decisión que uno tome de tener un claro entendimiento de quién es el Señor y quiénes somos nosotros. La experiencia del amor de Dios y el deseo de conocer ese amor cada vez más plenamente puede motivarnos a luchar por la conquista de nuestra mente y ésta puede ser la fuerza que nos ayude a decir que “no” a cualquier cosa que ponga en peligro nuestra relación con Dios.

Sea dócil al Espíritu Santo. Cuando San Pablo llegó por primera vez a Éfeso, encontró un grupo de discípulos de Juan el Bautista. Enterado de la fe que tenían, les preguntó: “¿Recibieron ustedes el Espíritu Santo cuando creyeron?” “No —dijeron ellos— nunca habíamos oído que había un Espíritu Santo.” Paul les dijo que el Bautismo de Jesús era diferente del de Juan. El Bautismo de Jesús no se limita al arrepentimiento, sino que es la vía para recibir la fuerza del Espíritu Santo. Los creyentes aceptaron con entusiasmo este Bautismo, y cuando Pablo les impuso las manos y rezó por ellos, todos quedaron llenos del Espíritu Santo (Hechos 19, 2-6).

De modo pues, que si queremos que nuestra unión con Dios siga creciendo, florezca y fructifique, necesitamos la gracia del Espíritu Santo. El Espíritu es quién nos recuerda todo lo que Jesús enseñó, quién nos llena de la sabiduría y el amor de Dios, y quién nos sigue convenciendo de que Jesús es el Señor. En todas sus cartas, San Pablo instó continuamente a sus lectores a buscar el Espíritu Santo. A los romanos los estimuló a vivir de acuerdo con el Espíritu (Romanos 8, 4. 11). A los corintios les pidió buscar la sabiduría de Dios a través del Espíritu Santo y usar los dones espirituales (1 Corintios 2,10; 12:7-11). A los tesalonicenses les dijo: “Nuestro evangelio no vino a ustedes en la palabra sola, sino también en el poder y en el Espíritu Santo y con mucha convicción” (1 Tesalonicenses 1, 5).

Dediquemos, pues, un momento ahora mismo a pedirle al Espíritu Santo, que vive en tu corazón y en el mío, que nos llene de la presencia y el amor del Señor. Pidámosle que nos muestre a Jesús de una manera totalmente nueva. Aceptemos dócilmente las mociones del Espíritu, arrepintámonos de nuestras faltas y realicemos obras inspiradas por la fe. Tomemos la decisión de no dejar nunca que nada se interponga entre nosotros y lo que el Espíritu quiera concedernos.

Un tesoro de valor incalculable. Los estudiantes de medicina se esfuerzan y estudian muchísimo; los padres de familia hacen sacrificios extraordinarios para darles lo mejor a sus hijos. Los comerciantes piden préstamos por grandes sumas de dinero para invertirlo en sus negocios sabiendo que existe la posibilidad de perderlo todo. ¿Por qué hacen todo esto? Porque cuando uno encuentra una perla de gran valor, hace lo que sea necesario para obtenerla, incluso cosas extraordinarias o descabelladas.

Si usted conoce la presencia de Dios en su vida, ya sabe por qué es importante dedicar tiempo a buscar a Jesús y recibir su sabiduría y su amor, y ya sabe que esta relación es la más importante de su vida. Es algo que usted sabe que no puede permitirse perderla, darla por obvia ni emplearla mal.

Si usted no ha tenido una experiencia personal del amor de Cristo, ¿por qué no le pide al Espíritu Santo que le ayude ahora mismo a abrir su corazón? Jesús está tocando hoy a la puerta de su alma y con toda gentileza le pide que escuche su voz, abra la puerta y lo deje entrar. Además, le promete que si usted realmente abre la puerta, él entrará en su vida y establecerá una comunión con usted (Apocalipsis 3, 20). Y así como los rayos del sol entran por las ventanas cuando se abren las cortinas, la luz de Cristo entrará en su vida y la iluminará si usted abre la puerta de su corazón.

La victoria es nuestra. Dios quiere tener una íntima comunión con cada uno de sus hijos; quiere hacernos entrar en su presencia y llenarnos de su amor a rebosar. Pero depende de nosotros que queramos escuchar su voz; que le abramos la puerta del corazón cuando oigamos que el Señor está tocando a la puerta.

También depende de nosotros que cerremos la puerta de nuestra mente cuando oigamos la voz del engañador, el tentador, porque lo único que éste quiere es separarnos de Jesús, y no debemos darle la más mínima posibilidad de confundir ni nublar nuestros pensamientos. Lo que nos conviene hacer ahora es adoptar una firme postura de rechazo contra las artimañas de Satanás y recibir con alegría la acción del Espíritu Santo. ¡Con él en el corazón y con la protección de la armadura de Dios, tenemos una esperanza cierta de ganar la victoria!

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