La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2022 Edición

El desafío de rendirse

Permite que Dios te ame y te perdone

El desafío de rendirse: Permite que Dios te ame y te perdone

Qué imágenes vienen a tu mente cuando escuchas la palabra “rendirse”? A menudo la asociamos con el final de una guerra, cuando una de las partes depone las armas, ondea una bandera blanca y se rinde ante sus oponentes. Si somos nosotros los que nos estamos rindiendo, lo asociamos con perder frente al enemigo.

Pero en la vida espiritual, rendirse a Dios no significa darse por vencido o ser derrotado por un enemigo. Significa caminar por la senda de la santidad, entregándole nuestras alegrías, esperanzas, tristezas y cruces. Significa escuchar su llamado, hacer su voluntad para nuestra vida y confiar en que él nos da su gracia para hacerla. Finalmente, significa hacer lo que Jesús hizo: Ponernos en las manos de nuestro Padre amoroso y confiar en que él sabe lo que es mejor para nosotros y en que cuidará de nosotros.

Este mes queremos centrarnos en cuál es la mejor forma en que podemos entregar nuestra vida al Señor. En nuestro primer artículo, hablaremos de la importancia de rendirnos al amor y la misericordia de Dios. En el siguiente artículo, nos concentraremos en la entrega al llamado y la voluntad de Dios para nuestra vida. Y en el último, nos referiremos a algunos de los obstáculos que enfrentamos al rendirnos y cómo podemos perseverar en entregarle todo al Señor.

La parte más importante de aprender a rendirse es comprender quién es Dios. Nunca debemos creer que él es un adversario u oponente; él es nuestro Padre celestial. Dios está de nuestro lado y nos ama sin medida. Es tan misericordioso con nosotros que envió a su Hijo al mundo para salvarnos. Debemos creer en estas verdades porque debemos confiar, en lo profundo de nuestro corazón, que cada vez que nos rendimos a Dios, él nos da un sentido más profundo de su amor. Muchos relatos de los Evangelios dejan evidencia de esto.

Rendirse a la misericordia de Dios. En el tiempo de Jesús, los recaudadores de impuestos, a menudo, eran objeto del odio y el desprecio porque muchos de ellos eran, en efecto, traidores y ladrones. Recolectaban dinero de la gente pobre que se esforzaba para que el salario le alcanzara, y lo entregaban a sus opresores, los romanos. Además, se dejaban para sí mismos lo suficiente para vivir con lujos.

Zaqueo, el jefe de los recaudadores de impuestos en Jericó, calzaba en ambas descripciones. Sin embargo, cuando escuchó que Jesús estaba de paso por el pueblo, se entusiasmó tanto por verlo que se subió a un árbol para tener una mejor vista. Probablemente Zaqueo nunca esperó que Jesús lo observara, lo llamara por su nombre y se invitara a cenar en su casa (Lucas 19, 5), pero eso fue justamente lo que hizo. El Señor transformó el corazón de Zaqueo quien era consciente de que era un pecador, pero a quien su condición no le impidió rendirse a la misericordia que Jesús le estaba ofreciendo. Él no solo recibió al Señor en su casa, sino que ofreció entregar la mitad de sus posesiones a los pobres y juró devolver cuatro veces lo que había robado a otros (19, 8).

Otro recaudador de impuestos era el apóstol Mateo quien sabía que Jesús era un hombre santo. Probablemente creía que Jesús nunca se interesaría en él. Pero Jesús le demostró que estaba equivocado. Un día, mientras Mateo estaba sentado en su puesto de cobro, Jesús se acercó y le dijo: “Sígueme” (Lucas 5, 27). Conmovido por la invitación, Mateo “se levantó, y dejándolo todo siguió a Jesús” (5, 28). Al hacerlo, Mateo (“Leví” en la versión de Lucas) no solo se estaba entregando a la misericordia de Dios sino que también entregó su forma de subsistencia y modo de vida.

A ambos recaudadores de impuestos, la invitación amorosa de Jesús los motivó a arrepentirse de sus pecados y rendirse a su misericordia. Esto no siempre es fácil para nosotros. La vergüenza y la culpa por nuestro pasado, o un sentido de autosuficiencia u orgullo, pueden impedirnos siquiera acercarnos a Dios, mucho menos aceptar su misericordia. Pero acudir a él requiere que nos rindamos a sus caminos de amor y perdón. Puede resultarnos difícil perdonar a alguien más o incluso a nosotros mismos. Pero Dios no es como nosotros; él anhela perdonarnos y recibirnos, de la misma forma en que lo hizo con Zaqueo y Mateo.

Rendirse al amor de Dios. Repasemos otro conocido relato de los Evangelios, el del joven rico (Marcos 10, 17-22). A diferencia de Mateo y Zaqueo, este hombre no necesitaba una invitación del Señor. Él mismo se acercó a Jesús y le preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna. El hombre ya cumplía con los mandamientos, así que Jesús, “lo miró con cariño, y le contestó: ‘Una cosa te falta: anda, y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme” (10, 21; énfasis añadido).

El hombre tenía que tomar una decisión: Entregar sus posesiones, que eran muchas, y unirse a los humildes y pobres discípulos de Jesús. Pero lo que es más importante, tenía que decidir si quería rendirse al amor de Jesús. Se entristeció cuando comprendió que no estaba preparado para entregarse de esa forma, y se alejó.

Este relato podría haber terminado diferente si el joven rico hubiera permitido que la mirada cariñosa de Jesús cautivara su corazón. Le habría ayudado a dejar de lado sus objeciones y le habría dado el valor de dar el siguiente paso. Le habría ayudado a confiar en que vivir en el amor incondicional y duradero de Dios valía mucho más que todas sus posesiones.

En cuanto a nosotros, sabemos que Dios nos ama. Entonces, ¿qué nos impide rendirnos y entregarle nuestro corazón? Quizá dudamos de que Dios nos ame incondicionalmente. Tal vez tememos que si nos rendimos, él descubrirá cómo somos realmente y nos rechazará. Pero si no nos rendimos, no le damos al Señor la oportunidad de mostrarnos lo que él deseó mostrar al hombre rico: Que él recibe con los brazos abiertos a cualquier persona que lo busque.

O quizá, de nuevo como el joven rico, tenemos miedo de los cambios que tendríamos que hacer si nos entregamos a Dios. ¿Qué más podría pedir de nosotros si decidimos seguirlo? Pero si nos rendimos a él, el Señor nos dará toda la gracia que necesitamos para lo que sea que nos espere en el futuro.

Da ese primer paso. El primer paso para rendirse a menudo puede ser el más difícil. Un hombre que se encontraba en prisión había abandonado su fe varios años antes. Pero cuando se unió a un estudio bíblico, comenzó a hacerse una pregunta crucial: “Si Dios puede perdonarme, ¿por qué yo no puedo perdonarme a mí mismo? Si soy suficientemente bueno para Dios, ¿por qué pienso que no soy suficientemente bueno para mí mismo?” Esto se convirtió en “un punto de inflexión” para su vida, según dijo más adelante. Finalmente fue capaz de dejar de lado su enojo y dolor y rendirse a la misericordia que Dios siempre había querido darle.

Rendirse al amor y la misericordia de Dios no es algo que solamente hacemos una vez en nuestra vida. Puede comenzar con un punto de inflexión importante como sucedió con el prisionero, pero es algo que deberíamos hacer todos los días. Cada vez que acudimos al Señor en oración, debemos dejar de centrarnos en nosotros mismos —incluyendo nuestros sentimientos de indignidad o duda— y permitir que Dios nos ame.

De manera que, cada día, entrégale tu vida a Dios. Entrégale tus alegrías y tus bendiciones, tus pecados y tus cruces, y tus relaciones difíciles. Entrégale todo lo que está en tu corazón. No permitas que la vergüenza o la culpa te alejen de él. Dile: “Padre, yo creo que tú eres un Dios de amor y misericordia. Aunque no soy digno, sé que tú entregaste a tu único Hijo para que yo pudiera ser libre. Así que me rindo a tu amor que me cura, y me rindo a tu misericordia que me perdona. Señor, ¡te entrego mi vida!”

Al continuar rindiéndote al amor y la misericordia de Dios, él te pedirá que des el siguiente paso. El Señor te pedirá que lo sigas y realices su obra en el mundo. En el siguiente artículo, veremos cuál es la mejor forma de rendirnos al llamado y la voluntad de Dios para nuestra vida.


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