La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Oct/Nov 2011 Edición

Arraigados en Cristo: Fiesta en Madrid con el Papa Benedicto XVI

Por el padre Juan Puigbó

Arraigados en Cristo: Fiesta en Madrid con el Papa Benedicto XVI: Por el padre Juan Puigbó

Un encuentro que fortalece. Fue el Papa Juan Pablo II el de la idea. A partir de dos encuentros con la juventud en Roma, el Domingo de Ramos de los años 1984 y 1985, el Papa, amigo de los jóvenes, comenzó a darse cita con sus amigos de todo el mundo, encuentros que se han constituido en verdaderas manifestaciones de fe cada año, con diversos lemas y en diferentes lugares, pero con el interés común de la fe en Jesucristo que les reúne.

Este año, el Papa Benedicto XVI convocó a los jóvenes a Madrid. La Jornada Mundial de la Juventud tuvo lugar del 16 al 21 de agosto con el objetivo de favorecer el encuentro personal de los jóvenes con Cristo que cambia la vida, vivir la experiencia de ser Iglesia católica, tomar conciencia más clara de la vocación de ser bautizados y redescubrir la importancia de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.

Fue un encuentro masivo de jóvenes sedientos de la verdad que transforma y da la vida; de Jesucristo que salva y compromete. El lema de este año fue “Arraigados y edifi cados en Cristo, fi rmes en la fe”. Ello recuerda la necesidad de que todos los pensamientos, emociones, criterios, iniciativas, inspiraciones, la vida toda, ha de tener sus raíces en Jesucristo, que salva y da razón y respuestas a las preguntas más profundas de los jóvenes.

Es importante que los jóvenes tengan por seguro que, como lo decía ya Juan Pablo II, Jesucristo no defrauda. Ante una sociedad tan llena de cosas y ruidos, Jesucristo tiene la respuesta defi nitiva y el plan seguro para llegar al cielo. Cada quien con su personalidad y sus sueños, con sus deseos y aspiraciones puede usar esta vida dando cabida a Dios, que lo llena todo. Nuestros esfuerzos personales tendrían mucho más sentido si confi áramos plenamente en Él y le diéramos permiso para que entrara en nuestras vidas e hiciera con ellas lo que Él quisiera.

Cada Jornada de la Juventud es una buena ocasión para darnos cuenta de que no estamos solos, que hay otros jóvenes que andan en la misma lucha. No todo está perdido. Hay otros que, como nosotros, también quieren asumir retos altos. Es cuestión de buscar aliados y hacer equipo para poder ganar la batalla.

Una cruz que pesa. Seguramente muchas veces hemos dicho: “Es que no puedo más; ¿hasta cuándo?” Ciertamente, esta vida no es fácil. Tampoco lo fue para nuestro Señor que, para ganarnos el cielo, tuvo que pagar el precio de la cruz.

Muchas veces nos quedamos en los sufrimientos y en el peso de nuestras cruces; nos lamentamos y nos quejamos continuamente; sentimos que estamos a punto de ser derrotados. Sin embargo, si nos “sembramos” en Cristo, veremos milagros en nuestra vida.

Tu cruz y mi cruz pueden ser pesadas pero, ¡vale la pena llevarla! No hay cielo sin cruz. El diablo nos ofrece el placer pasajero y la condena eterna; Dios nos ofrece la cruz que redime y la felicidad eterna. ¿Qué prefi eres?

Entonces se trata de cambiarse los lentes para adquirir una nueva mirada de nuestra vida y comprender que las cosas tienen sentido cuando Dios está en medio de lo que somos y hacemos. Por eso es que necesitamos encontrar aliados por el camino, para poder vencer la pelea y llegar al final.

A las Jornadas de la Juventud también van muchos jóvenes enfermos, que asumen su enfermedad como un camino para unirse más a Dios. La cruz no es intercambiable. Conozco a muchos que no solamente la quieren cambiar dándose por vencidos, sino que quieren vivir como si Dios no existiera. Por eso es que muchos de nuestros amigos prefi eren las drogas, el alcohol, el sexo, las pandillas, en fin, la vida fácil, para “anestesiar” los problemas.

En realidad se trata de enfrentar la vida como venga, sabiendo que nuestro ideal es el cielo. Esa es la meta fi nal. Entonces es cuestión de mantenernos enfocados y con la mirada puesta en el Señor.

Cada uno tiene su vocación. Durante las Jornadas de la Juventud se reúnen cientos de miles de jóvenes de todo el mundo. Es una fi esta de colores y músicas muy diversas, una fi esta que se prolonga por varios días, en torno al Vicario de Cristo, el Papa, que es el que invita a esta magnífi ca celebración. Es un momento privilegiado para renovar no solo la propia fe, sino para comprometerse con Jesucristo y su proyecto de vida. Jóvenes venidos de muy diversas partes del mundo celebran la fe en el Hijo de Dios y en la Iglesia que les ha engendrado en el Bautismo.

La diversidad es nuestra riqueza; allí está nuestra fuerza. La reunión de tantos jóvenes nos deja claro que Jesucristo quiere salir al paso de la vida de cada uno y nos llama por nuestro propio nombre. Es a esa llamada a la que hay que responder.

Conozco a varios jóvenes que han descubierto con claridad la llamada de Dios en estas jornadas. En concreto, estoy pensando en unos esposos preciosos que se conocieron en un Día de la Juventud en Polonia. También en una mujer consagrada que vio con claridad en la Jornada de Alemania que Dios le llamaba a la virginidad consagrada. Estas tres personas fueron a las Jornadas de la Juventud animadas por la algarabía de sus amigos y por la aventura de un viaje sin precedentes, pero abiertas a lo que Dios les pudiera decir. Él tenía sus planes y ellas estaban abiertas a lo que Dios les dijera.

De eso se trata: de estar abiertos a lo que Dios quiera. No podemos ir por la vida con “nuestros” propios planes. Son sus planes los que nos harán felices y los que nos darán plenitud en esta vida y en la otra. Así sucedió con estos amigos míos. Hicieron como la Virgen María cuando dijo: “Hágase en mí según tu voluntad”. Se trata de jóvenes como tú, pero abiertos a la verdadera aventura que se prolonga por toda la eternidad. ¡Es cuestión de intentarlo!

Dios nos bendice y nos favorece a todos. No hay una vocación mejor que la otra. No se trata de que todos nos encajonemos por el mismo camino, sino de que cada uno responda con acierto a aquello a lo que Dios le convoca. Para ello, hay que estar dispuestos a dejar que Él tome el control de la propia vida y confi ar plenamente en su gracia. Con Cristo todo lo puedo, decía San Pablo.

La Jornada de la Juventud es una invitación personal a renovar nuestro deseo de hacer lo que Él nos diga y dejarle hacer lo que Él quiera. Esta es la aventura de la vida cristiana y de los que se deciden a seguir a Cristo más de cerca.

Héroes de Dios. ¿Ser santos? ¿Cómo es eso? Pareciera que la invitación a la santidad es sólo para los sacerdotes o las monjitas. ¿Y los demás? Realmente la invitación a la santidad es universal. Es una invitación abierta para todos. ¡También para los jóvenes! De hecho, muchos son los santos jóvenes que centraron su vida en Jesucristo y le amaron desde sus propias condiciones para ganarse el cielo.

Entre esos héroes están los santos

María Goretti, Domingo Savio y Teresa de los Andes; también los beatos Pier Giorgio Frassati, Laura Vicuña y otros muchos. La lista es larga y preciosa. Fueron adolescentes y jóvenes que no tuvieron miedo de dejarse conquistar por Dios y pelearon en la tierra para ser héroes de Dios. ¡De eso se trata!

Pero como cualquier persona que se plantea ganar una carrera, el aspirante a héroe debe someterse a una dieta y entrenamientos especiales. Para llegar al cielo también se precisan las dietas y los entrenamientos. No todo es permitido, aunque cause placer y parezca bueno. Hay algunas reglas que cumplir y el ejercicio continuo es imprescindible.

Pero, ¿de qué dieta y entrenamientos hablamos? La Iglesia, que nos engendró en el Bautismo, nos ofrece las herramientas necesarias: la Confesión frecuente y la Comunión. Con ello comenzamos a ponernos en forma. Además de eso convienen las visitas al Santísimo Sacramento, para conversar con Jesús cara a cara, como dos amigos, sin muchas palabras algunas veces, o escribiéndole alguna carta o leyendo un buen libro.

Siempre recomiendo los sacrifi cios y las pequeñas mortifi caciones; eso ayuda a “domar” nuestros apetitos y a ponernos los límites necesarios ante las tentaciones. Por ejemplo, dejar de comer o beber algo que me gusta en un momento dado, ayudar en las tareas del hogar aunque no me sienta con la disposición de hacerlo, limitarse en el uso del celular o en el acceso al Facebook o cualquiera de esas páginas. Esas pequeñas cosas, y otras, ayudan a demostrarnos que podemos vencernos y nos fortalecen en la virtud del dominio personal. También sirven para demostrarle a Dios cuán importante es Él en nuestra vida.

Los héroes de Dios son héroes no porque hayan nacido “predestinados” para el heroísmo divino, sino porque han decidido optar por Cristo en sus vidas; porque le han amado de tal manera que han conformado sus vidas a la de Él; porque han sabido ser generosos —y no egoístas— para salir de ellos mismos y caminar “la milla extra”, de la que siempre hablamos.

Escucho decir mucho a los jóvenes que quieren hacer la diferencia. ¿Cómo? ¿Haciendo lo que hacen todos los demás? Al contrario, se hace la diferencia yendo contra corriente y gritando con nuestras vidas que hemos puesto toda nuestra confi anza en Aquel que nos ha amado primero: Cristo, nuestro Señor.

Cuenten con mis oraciones. Yo también quiero ser héroe. Caminemos juntos al cielo, donde nos espera la fi esta que no se acaba.

El padre Juan Puigbó fue ordenado sacerdote en el 2001, pertenece a la Diócesis de Maturín, en Venezuela y actualmente es Vicario Parroquial de Todos los Santos, en Manassas, Virginia.

Comentarios