La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Noviembre 2024 Edición

Ya… pero todavía no

Queridos hermanos:

Ya… pero todavía no: Queridos hermanos:

A veces podría parecernos que nuestra fe en Jesús nos mantiene en una especie de limbo. Muchas de las promesas de Dios ya se han cumplido, pero nosotros todavía no las experimentamos plenamente. Como dijo San Pablo: “Ahora vemos de manera indirecta… pero un día veremos cara a cara” (1 Corintios 13, 12). También lo dijo San Juan: “Ya somos hijos de Dios. Y aunque no se ve todavía lo que seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es” (1 Juan 3, 2).

Posiblemente para nosotros sea más sencillo comprender lo que “todavía no” hemos experimentado. El Reino de Dios todavía no se ha manifestado plenamente victorioso en un mundo lleno de guerras, división y sufrimiento. Todavía no somos tan santos como el Señor quisiera. Y todavía no experimentamos la plenitud de la unidad, el amor y la misericordia en el seno de nuestra familia.

Lo que ya nos pertenece. Sin embargo, puede ser más difícil apropiarnos de lo que “ya” sucedió. La Escritura está llena de promesas que ya se cumplieron. Ya morimos y resucitamos con Cristo (Romanos 6, 1-6). Ya el Espíritu Santo mora en nuestro corazón (1 Corintios 3, 16). Y ya “salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8, 37).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que “los creyentes ya participan en la vida celestial de Cristo resucitado”, y añade: “Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo” (1003, énfasis añadido). Además, en su carta a los Efesios, San Pablo nos dice que Dios nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús (ver Efesios 2, 6). Esta es la realidad que ya nos pertenece como creyentes e hijos de Dios.

En esta edición del mes de noviembre, hablaremos de tres de estas promesas que “ya” se han cumplido. En el primer artículo reflexionaremos en la verdad de que hemos sido resucitados con Cristo. Y aunque este parece un concepto abstracto pues aún seguimos luchando contra el pecado, San Pablo nos dice que gracias a nuestro Bautismo somos una nueva creación. En el segundo ar-

tículo hablaremos de lo que significa ser ciudadanos del cielo, miembros de la familia de Dios con los derechos de los que gozan sus hijos. Y finalmente meditaremos en el modo en que la Eucaristía y nuestra oración diaria nos acercan a nuestro Padre celestial y así podemos unirnos a los “miles de ángeles… para alabar a Dios” (Hebreos 12, 22).

Ruego a nuestro Señor Jesucristo que al acercarnos al fin del año litúrgico y al tiempo de la gozosa espera del regreso de Jesús —en el que veremos su Reino establecerse plenamente— cada uno de ustedes pueda experimentar en su vida las promesas que ya se han cumplido: que la muerte y la resurrección de Jesús te han hecho nacer a una nueva vida y que eres un hijo amado de Dios.

María Vargas
Directora Editorial
editor@la-palabra.com

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