Vida nueva después de un retiro
La felicidad no se encuentra en las personas ni en las cosas
Por: Diana Muñetones
Aunque pensemos que la felicidad llegará cuando alcancemos un título profesional, tengamos el carro, el empleo o la casa de nuestros sueños, o encontremos el amor verdadero, lo único cierto es que esa felicidad eterna y plena que tanto anhelamos no está dada en las personas ni en las cosas, sino en Aquel que nos ama hasta el extremo, al punto de que un día decidió enviarnos como testigos al mundo cargados de carismas y dones para hacer grandes obras con y a través de nosotros.
Y ¿por qué hago referencia a esto? Precisamente porque fue una pregunta relacionada con mi felicidad la que rompió el témpano de hielo que había en mí y me impedía experimentar la grandeza del Señor.
Una historia personal. Desde antes de mi concepción existía un hilo de amor que me conectaba con Dios, ya que según los dictámenes médicos, yo era un imposible debido a problemas hormonales de mi madre. Pero lo que para nosotros es imposible, para él es más que posible. Mis padres así lo pudieron constatar, porque un mes después de que le escribieran a la Santa Cruz, un 3 de mayo, y mi madre se sometiera a un tratamiento ginecológico, se dieron cuenta de mi existencia. A partir de ese momento fui reconocida, nombrada y amada, pues como lo dice el Señor a través del profeta: “Yo te llamé por tu nombre, tú eres mío” (Isaías 43, 1).
Pese a esto, tuvieron que pasar varios años de mi vida para que yo comprendiera la magnitud de cuánto me amaba el Señor y los proyectos que tenía para mí, dado que yo pensaba que todo lo que me sucedía a diario era producto de la casualidad.
Sin embargo, una mañana de octubre de 2012, encontrándome en un retiro espiritual de la Escuela Misionera Yeshúa, situada en la ciudad de Medellín (Colombia), el Señor empleó a uno de los servidores para preguntarme: ¿En qué o en quién estás poniendo tu felicidad?
Desde aquel instante en que escuché la voz de Cristo en el corazón, el proyecto de vida que yo me estaba tratando de construir desde temprana edad, comenzó a desmoronarse. ¿Por qué? Porque lo estaba enfocando en obtener algo que si bien me traería reconocimiento y felicidad de momento, también me estaba alejando de la posibilidad de disfrutar de las bendiciones del Señor.
Después de un proceso de sanación y encuentro directo y personal con Cristo, el servidor nos invitó a que pusiéramos a los pies del Señor todo aquello que teníamos guardado en lo más recóndito de nuestro corazón, pues era el momento que él había preparado con especial atención para escucharnos a plenitud. Cerré mis ojos y en medio de lágrimas le pedí que me mostrara el camino que yo debía seguir y me dijera lo que quería de mí. Entonces, el Señor, por medio de un pensamiento constante e insistente, me dijo: Servir y transformar.
Regresé a mi casa con aquella idea, pero también con la inquietud de saber por dónde comenzar. Fue el sábado siguiente de haber vivido el retiro, cuando una de las líderes de la escuela se me acercó y me dijo: “Diana, sabemos que has trabajado con jóvenes y queríamos invitarte a que nos acompañes a hacer misión en la cárcel de menores de la ciudad.”
La verdad es que me costaba creer lo que estaba escuchando, ya que esa era la respuesta a la inquietud que merodeaba por mi mente, y la primera señal de que el Señor estaba preparando todo para que yo pudiera llevar a cabo la misión que me había encomendado. Si bien desde aquel momento voy cada jueves a compartir experiencias de vida en Cristo con jóvenes que por algún motivo se encuentran tras unas rejas, este fue tan solo el comienzo de un largo camino de servicio y entrega a Dios.
Una anécdota especial. El jueves en que nos disponíamos a retomar la misión luego de las vacaciones de fin de año, me sentía triste y agobiada pues no había tenido una buena mañana. Incluso le pedí al Señor en oración que me perdonara porque no iba a poder dar lo mejor de mí y que sentía mucho temor de ir.
De camino a la escuela, abrí la Biblia y comencé a leer el Evangelio de san Lucas, capítulo 5. Al llegar al versículo 10 encontré lo siguiente: “No tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres”, y aunque en la Sagrada Escritura estas palabras estaban dirigidas a Simón Pedro, en ese instante sentí que el Señor me las estaba diciendo a mí.
Al llegar a la escuela, me dirigí al Santísimo con la intención de colocar en sus manos todos mis temores y angustias, pero la sorpresa fue mayor cuando al entrar a aquel lugar, vi que el Señor reposaba sobre una barca y que de él se desprendía una red.
¿Cómo dejar de lado esta clara manifestación de su presencia en mi interior?, ¿Cómo no abrirle las puertas de mi corazón y de mi vida para que él haga su obra a través de mí? ¿Cómo no abandonarme ciegamente en sus manos, sabiendo que él nunca me abandona?
Sin duda alguna, esa tarde no fue como ninguna otra, no sólo porque pude disfrutar de la alegría y el gozo que se recibe al servirle, sino también porque sentí que el Señor estaba moldeando en mí nuevos proyectos y sueños que por momentos desbordan mi capacidad de comprensión, pero que para él son más que posibles.
Y son tan posibles sus sueños en mí, que desde el momento en que decidí decirle “sí” a su propuesta de amor, me ha regalado nuevas oportunidades de conocerlo, servirle y enamorarme de su grandeza. Asimismo, su misericordia y su perdón los vivo cuando veo los rostros de los jóvenes con los que comparto cada jueves. Incluso, he podido llegar con su mensaje de salvación a rincones donde la presencia física no puede, formando parte del equipo de servidores de la emisora de radio católica La voz de Jesucristo.
Siguiendo al Señor. En fin, son tantas las bendiciones que he recibido de su parte, que quisiera que el mundo entero sintiera el gozo y la alegría de conocer al Señor, de seguirlo y servirle, pues como dice san Agustín: “A Cristo es imposible conocerlo y no amarlo, amarlo y no seguirlo, seguirlo y no servirle.”
Al igual que hizo conmigo un día del mes de octubre del 2012, hoy el Señor te invita a ti a que acudas a su llamado, y te des la oportunidad de vivir la mayor experiencia de vida con él, que es la vida misma. Si has apostado parte de lo que eres, haces y piensas por aquellas cosas que te ofrece el mundo: dinero, poder, licor, fiesta, sexo fuera del matrimonio, belleza física, entre otros, es el momento de que apuestes por la obra que Jesucristo realiza y que dura para la vida eterna, más aún cuando él no quita nada y lo da todo. El Señor es el único que puede sanar las heridas del corazón y regalarnos la felicidad que tanto anhelamos.
Diana Muñetones vive con su esposo Juan en Medellín, Colombia. Su dirección electrónica es: dianita0802@hotmail.com
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