La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio/Julio 2007 Edición

Vengan y vean

Las bendiciones de la Adoración Eucarística

La razón y la lógica humanas son regalos maravillosos que Dios ha dado al ser humano.

Sin ellas, no podríamos sobrevivir, y el Señor quiere que los desarrollemos tal como todos los otros regalos que nos ha dado. El Señor se complace cuando razonamos claramente para saber qué hacer frente a los diversos aspectos de la vida: la familia, el trabajo, incluso la fe. Y quiere que aprendamos a "razonar según la fe", tomando las verdades que nos ha revelado y aplicándolas a las circunstancias de nuestra vida y a las decisiones que debemos tomar cada día.

No obstante, al mismo tiempo que el Señor desea que usemos nuestra inteligencia, también sabe que el razonamiento humano es a veces un factor muy limitante. Por ejemplo, es muy difícil para la lógica humana aceptar que un simple pedazo de pan y un poco de vino puedan transformarse en el cuerpo y la sangre de Cristo, y que nos resulta ilógico afirmar que la hostia consagrada permanece para siempre transformada en Cristo, aun cuando esté en el tabernáculo o sea colocada en una custodia para adorarla.

En situaciones como éstas, Dios nos pide someter la razón —con lo buena que es— a las verdades reveladas de la fe. Y eso es justamente lo que queremos hacer en esta edición de la revista. Queremos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a creer con más fuerza en la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento y que nos llene de las bendiciones, el gozo y la gracia de Dios cada vez que dedicamos tiempo y voluntad a hacer adoración eucarística.

Los milagros ayudan. Allá por el año 700, había un sacerdote en Lanciano, Italia, que tenía dificultades para creer en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Una mañana, al celebrar la Misa, se quedó atónito cuando vio que la hostia que tenía en la patena se transformaba en un pedazo de carne real y que el vino del cáliz se hacía sangre verdadera. La impresión inicial fue fuerte, pero luego se llenó de una enorme alegría al proclamar emocionado ante la congregación: "¡He aquí el cuerpo y la sangre de nuestro amado Cristo!"

Tras reiteradas y completas investigaciones, los científicos han concluido que la carne y la sangre presenciadas en este milagro pertenecen efectivamente a la especie humana. Más específicamente, la carne corresponde al tejido del miocardio (el músculo del corazón), y que la sangre es verdaderamente humana y que contiene justamente las proteínas normales de ésta. El milagro sucedió hace ya 1300 años, pero tanto la carne como la sangre permanecen intactas hasta el día de hoy y pueden verse en la Iglesia de San Francisco, en Lanciano.

Más de 500 años más tarde, en 1263, un sacerdote alemán, el padre Pedro de Praga, decidió realizar una peregrinación a Roma, también para pedirle una fe más profunda a Dios. Por el camino, se detuvo en el pueblo de Boslena, también en Italia, donde celebró la Misa. Pero aquello que comenzó como una liturgia normal, entró a la dimensión milagrosa cuando el padre elevó la hostia que acababa de consagrar y vio que de ella empezaba a gotear sangre verdadera, que le corrió por las manos y cayó sobre el altar.

Luego de un año de cuidadosas investigaciones y verificaciones, el milagro fue corroborado y el corporal manchado de sangre fue llevado a la Iglesia en Orvieto, donde el Papa Urbano IV vivía en aquella época. El corporal se encuentra aún allí en exhibición y es motivo de atracción para los millares de adoradores que llegan cada año. Se ha dicho que este milagro fue el que llevó al Papa Urbano a instituir, un año después, la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, conocida como Corpus Christi.

A veces Dios nos hace presenciar hechos milagrosos como éstos para fortalecer nuestra fe en sus promesas. Cuando Jesús caminaba por Galilea, dijo que su carne y su sangre serían comida y bebida verdaderas. Más aún, prometió que los que comieran de su cuerpo y bebieran de su sangre tendrían la vida eterna. De manera que estos milagros, y otros similares, existen para estimularnos a creer y ayudarnos a convencernos de que la Sagrada Eucaristía es realmente Jesús en Persona, que nos alimenta y nos fortalece para vivir de un modo santo y aceptable a Dios. Es realmente Jesús en Persona, que nos fortalece y nos renueva con su amor, su alegría y su paz. Es realmente Jesús en Persona que nos da fuerzas para dar frutos para su gloria.

Por qué la adoración eucarística. La Basílica de Orvieto y la Iglesia en Lanciano son hoy día lugares de peregrinación muy frecuentados. En ambos casos, se exhiben elementos milagrosos y los creyentes vienen de todo el mundo a orar y adorar a Cristo en su presencia eucarística. Vienen porque desean estar cerca de Jesús y percibir su amor incondicional. Quieren tener siempre presente lo que el Señor hizo por todos en la cruz, y quieren recibir curación y respuestas a sus oraciones. Quieren escuchar lo que el Espíritu Santo quiera decirles.

Pero no se necesita ir a Italia ni a otros lugares donde han ocurrido milagros parecidos para llegar a la presencia verdadera de Cristo Jesús, porque el propio Señor quiere darse a conocer a todos sus fieles.

Estos milagros —y las devociones que han surgido a causa de ellos— demuestran que si queremos experimentar la presencia de Jesús de este modo más íntimo y directo no podemos limitarnos solamente a asistir a la Misa dominical. El Papa Juan Pablo II nos instaba diciendo que "la adoración que se ofrenda a la Santísima Trinidad . . . debe llenar nuestras iglesias fuera de los horarios de las misas." Y añadía que "la adoración a Jesucristo en este Sacramento del amor debe poder expresarse en las diversas formas de devoción eucarística . . . seamos generosos con el tiempo que dedicamos a encontrarnos con el Señor en la adoración y en una contemplación llena de fe" (Dominicae Cenae, 3).

De modo similar, San Alfonso de Ligorio transmitía su propia experiencia de la adoración eucarística en sus escritos: "Cosa gratísima es el hallarse cada uno en compañía de un amigo querido; ¿y no ha de sernos deleitable en este valle de lágrimas estar en compañía del mejor Amigo que tenemos, del que puede darnos todo bien, del que nos ama apasionadamente y por eso de continuo se halla con nosotros? Aquí, en el Santísimo Sacramento, podemos hablar con Jesús a nuestra voluntad, abrirle nuestro corazón, exponerle nuestras necesidades y pedirle mercedes; podemos, en suma, tratar con el Rey del Cielo en este misterio, sin encogimiento y con toda confianza" (Visitas al Santísimo Sacramento, 19).

"Vengan y vean". Cuando Felipe invitó a Natanael a ir con él a conocer a Jesús , también le dijo: "Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en los libros de la ley, y de quien también escribieron los profetas. Es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret." Cuando Natanael le preguntó burlonamente: "¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?", Felipe se limitó a contestar: "Ven y compruébalo." Natanael lo hizo y en los primeros momentos de su conversación con Jesús, declaró: Maestro, ¡tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!" (Juan 1,45-46.49).

Queridos hermanos, lo que le sucedió a Natanael puede sucedernos a nosotros también. Cuando "vamos a ver" a Jesús en el Santísimo Sacramento, el Señor nos convencerá de que Él es el Hijo de Dios, nuestro Salvador y nuestro Señor. El mismo Jesús, que transformó a Natanael, puede cambiar nuestra vida, si dedicamos tiempo a adorarlo en su presencia eucarística.

Pero esto no sucederá por arte de magia. Naturalmente, Dios nos bendecirá si nos limitamos a sentarnos pasivamente ante el Sagrario, pero hay bendiciones mucho más grandes que nos esperan y que podemos recibir. Como dijimos al principio de este artículo, a Dios le agrada que usemos la inteligencia y la lógica humanas; pero le complace más aún cuando usamos el intelecto en la oración, reafirmando las verdades de la presencia de Cristo y teniendo una esperanza firme de que Jesús nos toque y nos enseñe. El Señor nos ha prometido que "la voluntad de mi Padre es que todos los que miran al Hijo de Dios y creen en él, tengan vida eterna" (Juan 6,40 – énfasis añadido). Este convencimiento firme es lo que nos llevará a entrar en contacto con Jesús, y abrirá las compuertas de sus bendiciones y de su amor.

Así pues, cuando usted vaya a visitar al Señor en el Santísimo Sacramento, pídale que le ilumine su lógica humana y lo llene de la lógica del amor divino. Pídale también que le permita "ver" su presencia y escuchar la voz suave con la que le hablará al corazón. Después de todo, la oración es una conversación con Dios, y el Señor se complace en conversar con nosotros y abrazarnos con su amor.

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