Vayan y hagan lío
El Papa Francisco con los jóvenes del mundo en Brasil
Por: el Rev. Juan Antonio Puigbó
“Ha sido la experiencia más maravillosa de mi vida”. Eso fue lo que me dijo Cristina, una de las jóvenes de nuestra parroquia que fue a la fiesta con el Papa en Rio de Janeiro en julio pasado.
“Pero, ¿qué fue lo que más te impactó?”, le pregunté. “Tres cosas —me dijo— la vitalidad de una Iglesia tan diversa, la oportunidad de acercarme a Dios en medio de los jóvenes y la fiesta de fe en torno al Papa.”
Las Jornadas Mundial de la Juventud fueron idea del Beato Juan Pablo II cuando se reunió por primera vez con ellos en 1987 en Buenos Aires, Argentina. Años después, el primer Papa latinoamericano y argentino, repetiría en Brasil las mismas palabras de su predecesor: “¡Tengo tanta esperanza en vosotros! Espero sobre todo que renovéis vuestra fidelidad a Jesucristo y a su cruz redentora.”
La fe de los jóvenes. ¿Quién dijo que el seguimiento a Jesucristo es anticuado o es sólo cosa de adultos? A decir verdad, nuestro Señor llamó a gente joven a su seguimiento y hoy, más que nunca, su invitación se renueva y se hace más actual, sobre todo en un mundo donde la necesidad de propuestas contundentes y respuestas categóricas se hace cada vez más apremiante.
La cruz de Cristo, a la que se une nuestra propia cruz de cada día, no nos puede dejar tranquilos. Nuestra fe debe renovarse justamente a partir de nuestra experiencia de unir lo que somos a lo que es él. Dice el Papa Francisco que “nadie puede tocar la cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida”. Muchos jóvenes viven hoy esclavos de sí mismos, de sus pasiones desordenadas, de sus vacíos internos, de sus ideologías confundidas. A ellos Cristo les invita a su seguimiento, haciéndose uno en sus vidas personales y animándoles a levantar la mirada para apostar por las cosas grandes.
¡Cosas grandes! Esa es la propuesta de Jesús. Así les dijo el Papa: “Queridos jóvenes, el Señor los necesita. También hoy los llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y ser misioneros. ¿Cómo? ¿De qué manera?” El campo de la fe es cada uno. El seguimiento lo hace cada uno desde sus circunstancias particulares. Pero en ese campo de la fe, el Señor nos invita a ser delanteros. A dar la cara. A “armar lío”, en las palabras del mismo Papa. Nuestra fe tiene que “causar conflicto”, en el sentido que los demás se cuestionen por nuestro modo de vivir, nuestras opciones y retos asumidos. En definitiva, el Señor viene a ponerlo todo en una dimensión nueva y a entregarnos su propia misión.
La Iglesia de Jesús es joven y necesita de los jóvenes. Testimonio de ello lo dio el millón de jóvenes reunidos en la Misa que celebró el Papa Francisco en el paseo marítimo de Copacabana en Río de Janeiro en julio pasado. Esa es la vitalidad de la Iglesia diversa. Una Iglesia de diversos colores, lenguas y países… una Iglesia, la Iglesia de Jesucristo. Todos apasionados por el mismo mensaje y la misma invitación que le hiciera Jesús a sus primeros seguidores: Ven y sígueme. “Fueron, pues… y se quedaron con él” (Juan 1, 42).
El Señor nos llama en comunidad. Es verdad que Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre, pero nos llama a pertenecer a la comunidad que él mismo fundó. Porque la fe se contagia y necesita que se comparta y se celebre. De allí la algarabía de los jóvenes en estas fiestas alrededor del Papa. Son una manifestación de fe en grande, como lo es cuando compartimos la Eucaristía dominical y celebramos la bondad que Dios ha tenido con todos.
Y, ¿por qué alrededor del Papa? Porque él, el sucesor de Pedro, representa la unidad de la Iglesia y a él debemos obediencia. Nuestra fe es una “fe obediencial” que se funda en la aceptación de las verdades católicas como lugar de encuentro con Dios y su voluntad. Entonces, estar con el Papa es recordar los fundamentos de nuestra fe y de nuestra opción por Cristo. Ser obedientes implica no conformarnos a nuestra manera de pensar, sino dejarnos sacar de nuestro conformismo para hacer la voluntad de Dios.
Todo comienza con el “sí” personal que le damos a Jesús. Es él quien nos invita a ir hondo en su amistad. Y una vez que le decimos que “sí” sólo nos queda entregarnos y dejar que él haga su obra.
En muchos casos el seguimiento comienza por una curiosidad; en otros por la invitación de un tercero, o por algún evento crítico en la propia vida. Cada uno tiene su historia, pero lo cierto es que una vez que uno se deja tocar por Dios, la vida se transforma y no vuelve a ser nunca más la misma. Pero la experiencia de Cristo no se puede quedar para uno mismo, debe contagiar a los demás. Así se lo dijo el Papa a los jóvenes: “La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia.”
Jesucristo viene a incomodarnos. El Señor viene a sacarnos de la comodidad que nos adormece y no nos deja crecer; viene a movernos desde dentro. “Compartir la experiencia de fe —continúa el Papa— dar testimonio de la fe, anunciar el Evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio o de poder, sino de la fuerza del amor…” Es un mandato que acogemos como respuesta al amor que se nos ha dado primero. Es, entonces, una tarea personal y comunitaria. Personal, porque el encuentro con el Señor es íntimo, y comunitaria, porque nace en el seno de la Iglesia. Nuestra invitación no es privada sino personal.
El Señor nos envía a todos, sin fronteras ni límites. Por eso es que el Evangelio es tan actual y la propuesta de Jesucristo sigue haciendo sentido en la vida de los bautizados. A todos el Señor llama y envía, con la misma misión: ir por el mundo; ir por la familia; ir por la escuela; ir por el trabajo; ir por los amigos; ir armando lío, suscitando inquietudes y curiosidad en otros.
Yo era aún muy joven cuando me fui al seminario. Algunos me decían que esperara, que tenía que probar otras cosas. ¿Qué iba a probar, si ya lo había conseguido todo? Cuando Dios llama, seduce y transforma la propia vida y la deja inquieta para siempre. Por eso, una vez que el Señor llama hay que responder de inmediato. A él no le gusta que le hagamos esperar. Nuestros héroes, los santos, respondieron de inmediato: la Virgen María, santa Rosa de Lima, santo Domingo Savio, que murió a los 14 años… El gran apóstol del Brasil, el beato José de Anchieta, se marchó a misionar cuando tenía sólo diecinueve años. El seguimiento no tiene edad. También Dios llama a los de más experiencia. Allí tenemos a san José, san Pablo, san Juan Bosco y tantos otros. Lo importante es responder de inmediato cuando el Señor llame; a la hora que llame.
Muchas serán las excusas para dilatar la respuesta. Por eso es que Jesús causa incomodidad. Nunca existirá el “momento perfecto” para responderle, porque es así de radical. Allí está el ejemplo de los hijos de Zebedeo o del mismo san Mateo. De una vez lo dejaron todo y le siguieron.
“No tengan miedo”. El Papa Francisco repite las palabras del beato Juan Pablo II. Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él mismo el que va por delante y nos guía. Al enviar a sus discípulos en misión, les prometió: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Y esto es verdad también para nosotros. Jesús no nos deja solos; nunca les deja solos a ustedes, les acompaña siempre.
Ya decíamos que la invitación es para todos. Y Jesús invita a su seguimiento desde los más diversos estilos de vida: los casados, las consagradas, los sacerdotes. Todas las vocaciones son caminos de santidad para llegar al cielo, si las vivimos a plenitud. Cuando Cristo es el centro de la vida, toda la vida tiene sentido.
A los jóvenes les animo a dejar que Dios haga con ellos lo que él quiera y a experimentar la hondura de su vida. Allí comienzan los milagros. Hagamos propia la propuesta de Jesucristo y aventurémonos a salir al paso de las necesidades de los demás: busquen voluntariados en las iglesias, orfanatos, hospitales, cárceles… ofrezcan sus talentos en los grupos de jóvenes… vayan y ofrezcan su tiempo para irse un año de misiones a otro país… visiten el Santísimo Sacramento, frecuenten el Sacramento de la Confesión y de la Eucaristía… lean vidas de santos y libros buenos, fomenten buenas amistades… En fin, háganse un plan de vida para darle forma a la respuesta a la invitación que nuestro Señor les hace. ¡No tengan miedo, Cristo no defrauda! ¡Vayan y hagan lío! Contagien la fe que el mismo Dios ha prendido en ustedes. n
El Padre Juan Antonio Puigbó pertenece a la Diócesis de Maturín en Venezuela y actualmente es Vicario en la Iglesia de Todos los Santos, en Manassas, Virginia.
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