La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre 2014 Edición

Unas curiosas vacaciones en Roma

La Jornada Mundial de la Juventud me cambió la vida

Por: Matt Fradd

Unas curiosas vacaciones en Roma: La Jornada Mundial de la Juventud me cambió la vida by Matt Fradd

En el mundo sólo hay tres grupos de personas, escribió Blaise Pascal, el filósofo y matemático francés del siglo XVII: los que buscan la verdad sobre Dios y la han encontrado; los que la buscan, pero aún no la han encontrado, y finalmente, la gente “necia e infeliz” que ni la busca ni la encuentra.

En agosto del 2000, yo tenía 17 años y me encontraba en algún sitio entre el segundo y el tercer grupo de personas definidos por Pascal, cuando fui a Roma para la Jornada Mundial de la Juventud. Mi mamá me había regalado el pasaje y yo había aceptado sin pensar mucho en lo que significaba esa oportunidad. En todo caso, yo no iba buscando a Jesús. “Voy para conocer muchachas y pasarlo bien” le dije a un amigo. Nunca había salido de mi país natal, Australia, y quería ver el mundo. Además, yo estaba bastante seguro de que no creía en Dios.

De buscador a escéptico. Antes en mi vida, yo buscaba la verdad, como los del segundo grupo descrito por Pascal. A los 14 años yo había comenzado a preguntar muchas cosas sobre Dios y sobre el sentido de la vida, pero me pareció que a nadie más le interesaba esto y las respuestas que recibí no me bastaron. Crecí como católico y mi madre me llevaba a Misa cada domingo, pero todo lo que eso significaba para mí era tener que quedarme sentado en un banco duro e incómodo, sin moverme ni hacer ruido.

Gradualmente, empecé a convencerme de que Dios no existía, lo cual en cierta manera no era problema para mí. Al contrario, si Dios no existía, no había ley moral y era más fácil irme de fiesta en fiesta, saltarse la Misa y hacer todo lo que me diera la gana. Pero, ¿estaba listo yo para afrontar las consecuencias lógicas del ateísmo? Una esclarecedora conversación que tuve con un amigo me hizo poner los pies en la tierra y reflexionar en serio acerca de lo que yo estaba pensando.

Un día, mi amiga Carla y yo andábamos patinando en la calle cuando ella me dijo que quería hablarme. Nos sentamos en la cuneta y me contó que estaba pensando en suicidarse. Tras la sorpresa, hice todo lo que pude por disuadirla, haciéndole ver todas las cosas que ella podría tener y hacer en el resto de su vida, como por ejemplo: “Mira, vas a tener tu licencia de manejar, irás a la universidad, tendrás un buen trabajo, te casarás y tendrás hijos y una linda familia.” Pero después de cada una de estas etapas normales de la vida, ella me preguntaba “¿Y después qué?” Finalmente tuve que decir “Bueno, al final, morirás.”

Las preguntas de Carla me hicieron encarar la conclusión lógica de mi propio razonamiento. En esa época no habría podido explicarlo claramente, pero lo que yo no podía aceptar era que la vida sin Dios no tenía ningún sentido. El filósofo cristiano Guillermo Lane Craig explica este dilema de la siguiente manera: “Si Dios no existe, quiere decir que los humanos fuimos expelidos “como en un estornudo” por un impersonal y desconocido proceso cósmico, por lo que la vida humana no tiene ningún significado ni propósito específico. Cada uno de nosotros morirá, y cuando el universo sea consumido por el fuego, también lo será todo el género humano. Podemos fingir algo distinto, pero al final de cuentas, si no tenemos a Dios, no hay nada que realmente importe.”

A descubrir el primer grupo. Así pues, allí iba yo rumbo a Roma, pensando en pasarlo bien, pero en mi pensamiento deslizándome hacia la triste perspectiva de un ateo. Los otros 30 peregrinos que encontré en el aeropuerto de Sydney y que también se dirigían a la Jornada Mundial de la Juventud tenían un modo de pensar muy diferente. Uno de ellos, mi compañero de asiento llamado Brendan, me preguntó por qué hacía yo el viaje. “Me parece una buena aventura —le expliqué— pero yo no creo en Dios.”

“Yo sí creo —me contestó Brendan— Jesús me cambió la vida.” Luego me contó que él había sido adicto a la cocaína y la heroína hasta que alguien lo llevó a una iglesia y rezó con él pidiendo la gracia de librarse de su adicción, lo cual efectivamente ocurrió. Mentiría si dijera que esto no me impresionó. La historia de Brendan era tan auténtica, y él la contaba con tal alegría, sinceridad y confianza que me dejó sin palabras.

De hecho, lo que contaba cada uno de los que formaban el grupo me dejó impresionado. Todo el tiempo que estuvimos en Roma, cada vez me sentía más deslumbrado por la amabilidad y el respeto con que todos se trataban entre sí. Hablaban de Jesús con entusiasmo y mucha alegría y me dieron respuestas inteligentes, lógicas y sinceras a las preguntas que yo les hacía. Durante la misa, que me pareció aburrida como siempre, yo miraba en torno a mí y veía a esta gente que rezaba con las manos plegadas y la mirada fija en la Sagrada Eucaristía. “¿Realmente crees tú que esto es Jesucristo?” yo les preguntaba más tarde. Todos decían que sí, con plena convicción. ¡Realmente lo creían!

Esto me dejó intrigado. ¿Qué le pasa a esta gente? No tienen sexo, no toman drogas ni se emborrachan, pero ¡están tan felices y seguros de sí mismos! Finalmente, hice lo que fue la primera oración sincera de mi vida: “Dios, si tú existes, quiero que te muestres a mí. Si tú realmente me creaste y me amas, quiero saberlo.”

No puedo explicar cómo ni exactamente cuándo sucedió, pero Dios contestó mi oración. Todo lo que puedo decir es que mientras estaba en Roma, encontré a Jesús resucitado. Él era la respuesta a todas mis interrogantes sobre el sentido y el propósito de la vida. Para parafrasear al escritor C. S. Lewis, fue como la salida del sol: tú crees en el sol no sólo porque lo ves, sino porque ves que todo lo demás queda iluminado.

Pasos y tropiezos. Cuando regresé a mi país, yo era una persona diferente. Estaba tan enamorado del Señor que hablaba de él sin cesar, llevaba mi Biblia a las fiestas y cuando hicieron una campaña para reunir fondos en la escuela me hice pintar JESÚS con letras doradas en la frente. Para ser sincero, creo que exageré un poco. Mi amiga Carla trató de advertirme: “Déjate de eso de Jesús. ¡Todos piensan que te pusiste fanático!” Como eso no me importaba, le dije “Pero, Carla, ¡Dios te ama!” (Más tarde, ese año, ella fue a un retiro y descubrió la verdad por sí misma.)

Ni siquiera mi madre podía imaginarse qué me había ocurrido y temía que me hubieran lavado el cerebro, por lo que fue a consultar al obispo Mons. Eugenio Hurley, de nuestra ciudad. Yo también me reuní con el Obispo Hurley y él pasó a ser mi principal apoyo y aliado en la fraternidad cristiana. Yo iba a su casa para tomar té y hablar de Jesús.

Una cosa de la cual hablamos fue el hecho que los cristianos están divididos y no todos van a la misma iglesia. Esto realmente me molestaba y me entró la duda de si yo debería seguir siendo católico o no. Movido a descubrirlo, visité todas las otras iglesias cristianas de la ciudad. En algunas la música era mejor, en otras la bienvenida era más acogedora o las homilías eran mejor preparadas que en las parroquias católicas que yo conocía. Pero cuando estudié la historia, entendí que Jesucristo fundó una sola iglesia, que fue y es la Iglesia Católica. Este fue el punto decisivo para mí: Si Jesús fundó la Iglesia Católica, yo quiero estar en ella.

No se trata de sentimientos. Por supuesto, yo no fui transformado totalmente en la Jornada Mundial de la Juventud.

El crecimiento espiritual es un proceso largo y lento y yo tenía mucho que aprender acerca de cómo ser un seguidor de Jesucristo. En primer lugar, yo tenía que comenzar a usar mi voluntad y no dejar que mis sentimientos y emociones dictaran mi comportamiento.

Como creen muchos nuevos cristianos, yo también pensaba que mi relación con Dios sería vivir constantemente como encumbrado en la cima del júbilo espiritual. Esperaba sentirme feliz y realizado todo el tiempo y seguir experimentando la presencia del Señor con tanta fuerza como había sucedido en mi conversión. A veces —rezando el rosario, hablándole a Dios en oración o sólo pensando en su amor y su perdón— en realidad me siento profundamente movido; pero también había semanas en las que no sentía absolutamente nada. En aquellos momentos de desolación o incluso depresión, aunque yo sabía que era incorrecto, recurría a la marihuana para conseguir mi arrebato emocional.

Este proceder, motivado por los sentimientos y las emociones, tenía consecuencias negativas que me llevaban también a otros aspectos de pecado. Yo sabía que lo que hacía estaba mal, pero me dejaba dominar por las sensaciones y las emociones. No fue sino hasta que dejé de justificar mi debilidad y me comprometí a cambiar que empecé a caminar hacia la curación. Era una batalla espiritual, en la que cada día tenía que preguntarme: “¿Quién quiero ser yo?” y decidirme a responder: “Hoy seré fiel”. Cuando volvía a caer, tenía que tomar la decisión de levantarme y seguir luchando, confiando en la gran misericordia de Dios. El Sacramento de la Confesión fue una ayuda enorme en este sentido. Yo iba a confesarme semanalmente o cada dos semanas y nunca recibí palabras de crítica ni condenación; sólo ánimo y estímulo.

Así fue aprendiendo lo que es realmente la fe. Me gusta como la describe C. S. Lewis en su libro Simple Cristianismo: “La fe es el arte de aferrarse a las cosas que tu razón ya había aceptado, a pesar de tus cambios de humor” ¡Qué gran libertad se experimenta cuando uno aprende ese arte!

¡Reza por los peregrinos! Fui a la Jornada Mundial de la Juventud buscando aventura, y sospecho que una gran parte de los jóvenes participantes van con esta idea también. Y ya sea que hayan encontrado a Dios, lo estén buscando o no se preocupen de esto, el Señor los está buscando a ellos.

Quiera el Señor que cuantos han encontrado a Dios reciban la fortaleza necesaria para seguirle más de cerca y con más fidelidad; que cuantos le buscan, lo encuentren, y que aquellos que no le buscan, vean que el Señor resucitado les sale al encuentro. ¡Quiera el Señor que todos sigamos adelante con júbilo en esta gran aventura de la vida cristiana!

Matt Fradd (mattfradd.com) vive con su esposa y sus hijos en San Diego, California.

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