Una luz en la oscuridad
Irena Sendler dejó un legado de amor
Por: T. J. Burdick
Los humanos somos expertos en construir cosas. Hemos construido de todo desde castillos de Lego hasta naves espaciales. También rompemos cosas. Rompemos promesas e incluso relaciones cuando nuestros deseos personales superan la invitación de Jesús a amarnos unos a otros como él nos ama.
El mundo también se rompe. Durante la Segunda Guerra Mundial, la propia tela de nuestra sociedad global fue rasgada en las costuras hasta alcanzar un punto de quiebre. El daño fue tan severo que la batalla estalló entre naciones poderosas. Durante esta guerra, algunos líderes políticos y soldados grabaron sus nombres en los libros de historia por su valentía y esfuerzo por restaurar la paz. Sin embargo, también hubo miles de héroes anónimos cuyos esfuerzos proporcionaron una ayuda fundamental para las víctimas inocentes de esta tragedia.
Una de ellas fue la trabajadora social polaca y católica que salvó miles de niños judíos del ejército de Hitler. Su nombre era Irena Sendler.
Una vida inestable. Irena Sendler nació en Varsovia, Polonia, en 1910. Su vida fue cualquier cosa menos perfecta. Cuando era niña, sufrió de tosferina, y por esa razón, su familia se mudó fuera de la congestionada ciudad al pueblo de Otwock, en el campo, donde el aire era más limpio. Mientras estaba ahí, se sanó físicamente, pero por dentro, su corazón estaba sufriendo por la comunidad rural judía que estaba siendo víctima de la inestabilidad financiera y de las frecuentes enfermedades.
El padre de Irena —un médico que desafió a los antisemitas al tratar a los judíos durante la epidemia de la fiebre tifoidea— le ayudó a ser testigo de primera mano del sufrimiento que estaban viviendo. Y cuando su padre contrajo la mortal enfermedad y murió, ella adoptó su medio de manutención como su propia misión. A menudo decía: “Fui enseñada a que si ves a una persona ahogándose, debes saltar al agua y salvarla, ya sea que sepas nadar o no.”
Sendler se mudó nuevamente a Varsovia en 1931 y su vida se volvió más inestable cuando los alemanes comenzaron a invadir Polonia. Para ese momento, las horribles intenciones de los nazis eran claras. El corazón de Irena ya estaba lleno con una abundante obligación de salvar al oprimido pueblo judío. Ella buscó una forma de ayudar.
Una fuerza a tener en cuenta. Los ocupantes nazis en Varsovia dictaron leyes que aislaban a los judíos para evitar su contacto con la mal llamada raza aria. También decretaron la ilegalidad de que los judíos realizaran el culto en la sinagoga, que participaran en discursos públicos o incluso que se sentaran en las bancas de los parques. La tensión llegó a su punto máximo cuando los nazis forzaron a todos los judíos a mudarse a una bombardeada esquina de la ciudad que consistía de edificios destruidos, recursos mínimos e improvisadas murallas en sus límites. En 1940, este lugar se comenzó a llamar el Gueto de Varsovia, una de las señales más claras hasta ese momento de que los judíos se consideraban descartables.
Una de las testigos constantes de esta distopía era la pequeña pero decidida Irena. Medía a penas un metro y medio de estatura, y aunque la falta de nutrientes durante la guerra la hacía ver con una apariencia delgada y pobre, ella probó ser determinada y tener recursos. Obtuvo un grado en trabajo social y acababa de terminar su maestría cuando estalló la guerra. Como una licenciada en trabajo social, y además católica, tuvo acceso al Gueto de Varsovia porque los nazis necesitaban que alguien inspeccionara el área para encontrar enfermedades infecciosas.
Adentro del gueto, Irena tenía trabajo. Dedicó todo segundo disponible a identificar a las familias que tenían alguna necesidad. Luego regresaba al otro lado de Varsovia y falsificaba documentos, creando historias de fondo ficticias para cada persona que esperaba salvar. Recolectaba recursos de una red secreta de filántropos y regresaba con cualquier cosa que pudiera contrabandear dentro del lugar: Alimentos, agua, incluso Torás. Su celo era tan grande que a menudo portaba la banda azul con la estrella de David alrededor de su brazo en solidaridad con aquellos a quienes estaba ayudando.
Una rescatista de niños. Con la ayuda de muchos otros que pusieron su vida en peligro, Irena comenzó a rescatar niños del gueto. Primero, se concentró en los huérfanos que vivían solos en las calles. Pero conforme las condiciones y la crueldad empeoraron, comenzó a acercarse a los padres para ofrecerles poner a sus hijos a salvo.
Irena aprovechó cada oportunidad posible para sacar a los niños a escondidas. Utilizó dos edificios que estaban en el límite entre el gueto y el otro lado de Varsovia. Debido a que uno era una iglesia, ella enseñaba plegarias católicas a los niños que estaban lo suficientemente grandes para aprenderse las palabras de memoria. Los introducía a hurtadillas en la iglesia desde el lado judío y los hacía salir por la puerta del frente, en el lado libre. Estos niños habían recibido identidades como católicos polacos que podían recitar sus oraciones a cualquier soldado del ejército de ocupación que sospechara. A los niños más pequeños, los escondía en sacos de yute o grandes cajas de herramientas o bajo una pila de papas y los sacaba a través de la frontera del gueto a la libertad.
Irena mantenía una lista detallada que incluía los nombres reales de los niños, los nombres de sus padres y la ubicación de las familias que estaban cuidando de ellos. Ella dejó claro a las familias, conventos u orfanatos que recibían a los niños que debían ser reunidos con sus familias después de la guerra. Para mantener las listas seguras, las enterraba en frascos debajo de un manzano en el patio de la casa de una amiga. Sin embargo, fue una de estas listas la que casi le cuesta la vida.
La cruz de Irena. Los alemanes escucharon hablar de las listas y conectaron la actividad criminal con Irena. El 21 de octubre de 1943, ella estaba durmiendo tranquilamente en su apartamento con los niños y su amiga, Janka Grabowsk, que se encontraba en la habitación contigua. Todos se despertaron de repente por el sonido de los soldados alemanes que golpeaban la puerta exigiendo entrar. Irena tomó la lista y la deslizó sobre una mesa hacia su amiga Janka porque era menos probable que la registraran a ella. Janka metió la lista debajo de su blusa justo antes de que los soldados alemanes comenzaran a romper las almohadas y a levantar el piso mientras saqueaban el apartamento. Se llevaron prisionera a Irena, pero para su deleite y alivio, nunca registraron a Janka.
Pero el alivio de Irena fue corto. Fue golpeada sin misericordia e interrogada sobre su trabajo con la comunidad judía. Golpeada y desorientada, se las ingenió para no revelar ninguna información: Ningún nombre, nada de inteligencia, ningún detalle sobre sus tácticas y, ciertamente, no mencionó su lista ultrasecreta. Por haberse negado a hablar, los alemanes la sentenciaron a muerte por fusilamiento.
Golpeada y ensangrentada, Irena pasó las siguientes tres semanas a solas con sus pensamientos y con Dios como sus compañeros. Tal como escribió San Pablo: “Seguir viviendo es Cristo, y morir, una ganancia” (Filipenses 1, 21), ella había comprendido su llamado a una vida de sacrificio. En un memento mori (“recuerda que morirás”) perfectamente compuesto, se aferró a la frase que había repetido constantemente a lo largo de su vida: “Solo los muertos han hecho lo suficiente.”
El 13 de noviembre, Irena caminó hacia el paredón de fusilamiento. Pero en el último momento, los soldados recibieron un soborno de una red clandestina que Irena había ayudado a fundar. El soborno fue tan generoso que la liberaron de sus cadenas y la dejaron “escapar”.
Sendler salvó a más de dos mil quinientos niños del Gueto de Varsovia. Y después de que la guerra terminó, utilizó las listas detalladas que había escondido para trabajar incansablemente en reunir a los niños con cualquier familiar que hubiera sobrevivido.
Un legado de amor. Durante la ocupación nazi de Polonia, mientras una oscura sombra se extendía por el Gueto de Varsovia, la comunidad judía levantó sus manos en oración. “¿Qué comeremos?”, le preguntaban al Señor. “¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?” Irena Sendler ayudó a responder estas oraciones al contrabandear alimentos, agua y ropa. Ella se convirtió en una luz para su oscuridad.
Irena pasó la mayor parte de los años posguerra trabajando como subdirectora en distintas escuelas médicas y más tarde como maestra y bibliotecaria. Se pensionó oficialmente en 1983 y pasó sus últimos años ayudando al movimiento Solidaridad, que contribuyó a dar forma al cambio social para los trabajadores polacos en los años siguientes.
En octubre de 2003, el Papa Juan Pablo II envió a Irena una carta personal para agradecerle sus esfuerzos durante la guerra. Escribió: “Por favor acepte mis sentidas felicitaciones y mi respeto por sus actos, extraordinariamente valientes, durante la ocupación alemana cuando, sin tener en cuenta su propia seguridad, salvó a muchos niños de morir y ofreció asistencia humanitaria a seres humanos que necesitaban ayuda espiritual y material.”
Sendler murió el 12 de mayo de 2008, a la edad de noventa y ocho años. Doblada en su cama se encontraba una postal de la Divina Misericordia que decía “Jesús, en ti confío.”
El legado de Irena Sendler es de amor intenso. Su pasión y valentía estuvieron balanceadas por su humilde visión de servir a los oprimidos, los abandonados, los enfermos y los que pasaban necesidad. Hasta su muerte, continuó preguntándose si había hecho suficiente. Irena nos recuerda a la única persona que realmente puede hacer la diferencia en la vida de otros. También ella nos invita a preguntarnos qué podemos hacer nosotros para marcar una diferencia. ¿La respuesta? Ser una luz donde sea que haya oscuridad en nuestro hogar o nuestra comunidad.
TJ Burdick escribe desde Míchigan y puede encontrar más información (en inglés) en tjburdick.com.
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