Una joven limeña elevada a los altares
La vida de santa Rosa de Lima
En 1615 embarcaciones de corsarios holandeses, al mando del Almirante Joris van Spilbergen, se aproximaron al Puerto del Callao, ubicado cerca de Lima, Perú.
Ante la amenaza de un posible ataque, la población se alarmó mucho porque se corrió la voz de que desembarcarían para un saqueo.
La joven Rosa reunió a mujeres de Lima en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para orar ante el Santísimo por la salvación de Lima. En un momento dado, Rosa, sin dejar de orar, se levantó y con gran decisión subió al altar y abriendo sus brazos se puso de pie frente al sagrario, como en un acto demostrativo de defensa de Jesús presente en la Hostia consagrada. Poco después se supo que los buques se habían retirado del puerto sin haber atacado ni desembarcado. Por ello, en Lima atribuyeron este hecho a un milagro de Rosa.
¿Quién era Rosa? En la ciudad de Lima, del entonces Virreinato del Perú, nació el 30 de abril de 1586 una hermosa niña, hija de Gaspar Flores, natural de San Juan de Puerto Rico, de ascendencia española, y María de Oliva, limeña, ambos católicos. Los padres de la niña decidieron bautizarla con el nombre de Isabel Flores de Oliva. El Sacramento del Bautismo fue administrado por el padre Antonio Polanco, el mismo que más tarde bautizaría al que llegaría a ser san Martin de Porres, amigo de Santa Rosa de Lima.
La familia de Isabel había crecido bastante, ocupando Isabel el décimo lugar entre los trece hijos del matrimonio Flores de Oliva. Como las necesidades de la familia aumentaban, decidieron trasladarse al pueblo de Quives, a unos 30 kilómetros de Lima, donde Gaspar había conseguido el puesto de administrador de una refinería de plata. En ese lugar, Isabel pudo apreciar con tristeza cómo se explotaba a los indios en el trabajo de las minas y ello fue calando muy fuerte en su interior y despertando en ella el dulce sentimiento de amor y ayuda al prójimo.
En 1597, el Arzobispo de Lima, Mons. Toribio Alonso de Mogrovejo, más tarde declarado santo, viajó en visita pastoral al pueblo de Quives, donde impartió el Sacramento de la Confirmación, ocasión en que Isabel Flores de Oliva fue confirmada con el nombre de Rosa; posteriormente, ella decidió llamarse Rosa de Santa María.
Viviendo en Quives, Rosa presentó algunos problemas de salud con fuertes dolores reumáticos, que ella los disimulaba muy bien para no causarle preocupación a su familia, en especial a su madre. Un tiempo después, el padre de Rosa tuvo problemas en su trabajo, por lo que se vio obligado a retornar a la ciudad de Lima, pero los problemas económicos se hicieron presentes en el hogar y Rosa tuvo que dedicarse a trabajar en el huerto de su casa cultivando flores, en especial margaritas, claveles y rosas, las que luego ofrecía en venta. Por la noche se abocaba a la tarea de costura, contribuyendo de esa manera a la economía familiar.
Rosa era una joven muy hermosa y no le gustaba que la elogiaran por su belleza. También detestaba la vanidad, rechazaba el orgullo y se refugiaba en la humildad, combatiendo el amor propio. Sus padres viendo la edad y belleza de su hija, insistían en que tuviera novio y contrajera matrimonio religioso, pero ella, a pesar de ser una hija obediente, por varios años declinó estos deseos de sus padres y fue así que un día, postrada ante el Señor, se consagró a él e hizo voto de virginidad, para confirmar de esa manera su decisión de no contraer matrimonio, decisión que fue reconocida y aceptada por sus padres. Cabe recordar que en ese entonces, en el siglo XVI, se vivía un ambiente de gran efervescencia religiosa, llevada por religiosos católicos españoles de varias órdenes, que se asentaron en el virreinato del Perú.
Vida religiosa. Rosa, siendo laica, ingresó a la Tercera Orden de Santo Domingo, a imitación de santa Catalina de Siena. Por ser laica, sin tener que vivir en el convento, pudo vestir el hábito de las Dominicas, que consistía en una capa o manto negro que le cubría la cabeza y, bajo éste, una túnica blanca con mangas largas hasta las muñecas; además llevaba una correa de cuero bajo la túnica. Rosa, por tanto, vivía en su casa, por lo cual, con ayuda de su hermano Hernando, edificó en el huerto una ermita o pequeña cabaña, a modo de capilla, en donde pasaba varias horas al día descansando, ayunando, haciendo penitencia, orando y practicando contemplación frente a Jesús crucificado.
De esta ermita, Rosa salía para ir al templo de Nuestra Señora del Rosario y también para asistir a los indígenas y negros de la ciudad, que acudían a su casa, pues ella había la acondicionado como lugar de enfermería. Como el número de necesitados y enfermos que llegaban pidiendo ayuda fue en aumento, un día su madre la reprendió por traer y atender en su casa a tantos pobres y enfermos. Rosa escuchó con atención las palabras de su madre y con dulce voz le contestó: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús.” Su madre, al escucharla, recapacitó en lo dicho por Rosa y le pidió que continuara con su obra de caridad. Este hecho ha sido registrado en el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 2449.
En 1617, durante el Domingo de Ramos, Rosa se encontraba en la Capilla del Rosario en el Templo de Santo Domingo de Lima orando ante la Santísima Virgen María, de pronto sintió el llamado del Niño Jesús proveniente de la imagen y esa voz le dijo lo siguiente: “Rosa de mi corazón, yo te quiero por esposa”, a lo que ella, en estado de éxtasis, contesto: “Aquí tienes, Señor, a tu humilde esclava”, hecho que ha sido llamado “El Desposorio Místico de Santa Rosa de Lima”.
El fin se aproxima. Ese mismo año, a los 31 años de edad, Rosa enfermó de gravedad habiendo contraído tuberculosis pulmonar, enfermedad que, a los tres meses de declarada, le causó la muerte el 24 de agosto de 1617, día de la fiesta de san Bartolomé, fecha que ella había mencionado cuando ofrecía sus padecimientos a Jesús. Su entierro fue uno de los más notables que vivió la ciudad de Lima. La multitud que concurrió, tanto al velatorio como a los servicios fúnebres y sepultura, fue impresionante, teniendo que recurrirse a la guardia virreinal para mantener el orden.
Sus restos se encuentran en una cripta en el Convento de Santo Domingo ubicado en la ciudad de Lima, con una placa que reza: “Yo, Rosa, hago donación de mi cuerpo a mis hermanos dominicos.” El cráneo de santa Rosa de Lima se conserva en una urna de mármol enchapada en oro y plata en la misma Iglesia de Santo Domingo, conocida también como Nuestra Señora del Santísimo Rosario.
A pocos días de su muerte se reunieron numerosos testimonios sobre la vida y virtudes de Rosa de Santa María. En 1634, se presentó en Roma la causa de su beatificación, ceremonia que tuvo lugar el 15 de abril de 1668 en el Convento Dominico de santa Sabina en Roma. Pocos años más tarde, el 2 de abril de 1671 fue canonizada por el Papa Clemente X, proclamándose a Santa Rosa de Lima como Excelsa Patrona de Lima, Perú, y del Nuevo Mundo y Filipinas.
En las tradiciones recopiladas por el escritor peruano Don Ricardo Palma, figura el siguiente milagro de santa Rosa: “El Papa Clemente X al sentir una ligera desconfianza de que hubiera una santa limeña, murmuró lo siguiente: ‘¿Santa? ¿Limeña? ¡Hum, hum! Tanto daría yo por una lluvia de rosas.’ Y rosas perfumadas cayeron sobre su mesa.”
Se dice que Fray Martín de Porres, que era unos siete años mayor que Rosa, había sido su amigo y le había ayudado en las labores de atención a los enfermos y necesitados. Rosa de Lima fue canonizada en 1619 y Fray Martín de Porres lo fue en 1962, es decir, 291 años más tarde. Rosa y Martín fueron los dos primeros santos de América.
Oscar G. Gagliardi, de origen peruano, vive con su esposa Zoila en Emmitsburg, Maryland.
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