Una introducción al Evangelio según San Lucas
Un retrato de Jesús a través de las palabras
Por: Padre Joseph A. Mindling, O.F.M. CAP.
Nuestra curiosidad por los autores del Nuevo Testamento siempre parece superar la escasa información que sobrevivió a los primeros años de dispersión y persecución en la Iglesia. No obstante, tenemos una corta descripción del hombre detrás del tercer Evangelio en un manuscrito anónimo que data de alrededor del año 160 d.C.
Lucas, un sirio de Antioquía, médico de oficio, era discípulo de los Apóstoles. Más adelante fue discípulo de San Pablo hasta la muerte de este. Habiendo servido al Señor de forma intachable, permaneció célibe y sin hijos, murió, lleno del Espíritu Santo en Boecia [actualmente el noreste de Grecia] a la edad de 84 años. Al igual que los evangelios que ya habían sido escritos por San Mateo en Judea y San Marcos en Italia, Lucas, bajo el impulso del mismo Espíritu Santo, escribió su Evangelio en la región de Acaya [Grecia central]. En su prólogo, en que reconoce que ya se habían escritos otros evangelios antes que el suyo, explica que era necesario presentar a los fieles convertidos del paganismo un relato exacto de la salvación, para que no se desviaran de la verdad por los engaños de los herejes.
El prólogo al que se refiere el texto, Lucas 1, 1-4, nos introduce “ordenadamente” a lo que sucedió con la vida terrenal de Jesús. Luego, Lucas se refiere a “los hechos que Dios ha llevado a cabo entre nosotros”, llevándonos a pensar sobre la forma en que las palabras y acciones de Jesús establecen un patrón que tiene una influencia profunda en sus seguidores “desde el comienzo”. Al escribir un relato de dos partes, Lucas fue capaz de demostrar cómo los éxitos y sufrimientos primeros que la Iglesia estaba experimentado en los Hechos de los Apóstoles eran un eco de aquellos que sufrió el Maestro del cual habló en su Evangelio.
El mensaje central y más poderoso de Lucas es que Jesús aceptó su muerte en la cruz para nuestra salvación y que el Padre confirmó este acto de amor al resucitarlo de entre los muertos. Esta proclamación está en completa armonía con el testimonio del resto de la Iglesia apostólica, pero cada uno de los escritos del Nuevo Testamento presenta la buena nueva en una forma particular, y el Evangelio de San Lucas es especialmente rico en contribuciones únicas. Antes de estudiar su trabajo, identifiquemos algunas de las características que conceden una perspectiva especial del retrato de Jesús que nos presenta Lucas.
Un retrato hecho con palabras. Una tradición antigua asegura que San Lucas no era solamente un escritor de historia talentoso sino también un habilidoso artista. Aunque no tenemos cuadros del primer siglo que puedan verificar esta leyenda, la habilidad de Lucas para captar la imaginación humana es una muestra bastante literal en los incontables libros y museos que contienen representaciones que son, en realidad, ilustraciones gráficas de su Evangelio. ¿Cuántos pintores habrán tratado de ilustrar el saludo del ángel Gabriel a la Madre del Mesías, o capturar los coros angélicos entonando “¡Gloria a Dios en las alturas!” a los pastores asombrados? Solamente Lucas registra estos momentos, y otros de similar renombre: Zaqueo, el jefe de los cobradores de impuestos de baja estatura, subido en un árbol (Lucas 19, 1-10); las palabras consoladoras de Jesús a un criminal que aceptó su propia crucifixión (23, 39-43); e incluso el camino a Emaús con el hombre desconocido que se reveló al partir el pan (24, 13-55).
Algunas de las escenas memorables de este libro están ilustradas por las palabras del propio Jesús en sus parábolas: El jardinero que le concedió un año más a la higuera para dar fruto (Lucas 13, 6-9); el recaudador de impuestos arrepentido que supera con su plegaria al fariseo autocomplaciente (18, 9-14); y el padre que recibe con los brazos abiertos al hijo perdido por tanto tiempo, aquel que tocó fondo pero que se salvó y regresó a su hogar (15, 11-32). El mensaje en todas estas parábolas no es nuevo respecto a otros Evangelios, pero cada uno de estos cuadros en el de Lucas resalta la convicción de que Jesús buscaba proclamar a su Padre: Él está listo para mostrar su compasión mucho antes de que el ofensor pueda siquiera pensar en pedir disculpa.
Un Evangelio para rezar. Lucas no solamente registra las instrucciones de Jesús sobre la oración, sino que nos muestra cómo Jesús mismo mantenía un ritmo de oración que acompañaba todas sus decisiones y actividades. También debemos a Lucas que los textos que contenían los cánticos de Zacarías, Simeón y la Bienaventurada Virgen María (Lucas 1, 68-79; 2, 29-32; 1, 46-55) fueran preservados. Aquellos que rezan la Liturgia de las Horas continúan haciéndolos parte de la voz de alabanza y de acción de gracias de la Iglesia.
Cuando leemos una sección de la Escritura como el Evangelio de Lucas, sabemos por fe que esta es la Palabra de Dios; a través de ella, él se comunica con nosotros. Pero la fe necesita afilar nuestra expectativa de que el Señor tiene algo que compartirnos que está relacionado con las circunstancias específicas de la vida, el “aquí y ahora” de nuestra historia personal. Y con la ayuda de la propia Escritura, encontramos las palabras para hablarle a Dios.
El interés universal de Jesús. Uno de los temas frecuentemente repasados en Lucas es la impactante apertura de Jesús hacia todo grupo de personas que necesitaba su atención y el poder de su amor para restaurar a su pueblo. Lucas tiene una manera fresca de señalar esta sensibilidad de Jesús con detalles pequeños pero significativos, o a veces presentando episodios o incidentes completamente nuevos. Es especialmente evidente en la forma en que Jesús muestra interés por los miembros marginados de la sociedad, como los pobres, las viudas y los huérfanos, aquellos afectados por la lepra o las víctimas del prejuicio como los samaritanos.
En una vía similar, Lucas reporta diferentes ocasiones en las que Jesús interactuó con las mujeres. Para los lectores modernos esto no parece sorprendente, pero para los palestinos del siglo I, tales iniciativas habrían sido inconcebibles. Todos los evangelistas informan que María Magdalena y las otras mujeres que la acompañaban fueron escogidas para ser las primeras personas en anunciar la resurrección de Jesús, actuando como apóstoles de los apóstoles. Pero la narración de Lucas va más allá al describir el número real de mujeres que menciona y la información que ofrece de algunas formas en que ellas fueron protagonistas del ministerio de Jesús. Incluso nos proporciona nombres específicos de algunas de ellas que de otra manera no tendríamos: Isabel, Ana, Juana, Susana y María, la madre de Santiago (Lucas 8, 1-3; 24, 1-11). Aunque no sepamos nada más de estas personas, todos comprendemos el significado de ser reconocidos y apreciados como individuos, y de ser recordados por nombre.
El relato cuidadoso de Lucas contempla desde el material precioso que guarda sobre la Virgen María hasta las mujeres que acompañaron a Jesús en sus viajes de predicación o la admiradora sin nombre y poco convencional que ungió los pies del Maestro y los secó con sus cabellos (Lucas 7, 36-50). ¿Y dónde más podríamos esperar encontrar una parábola en la cual el personaje que representa a Dios es una campesina que reúne a sus amigas para celebrar que han encontrado una sola moneda muy valiosa para ella (15, 8-10)?
El interés especial de Jesús por los pobres. Un segundo aspecto se refiere al valor del desprendimiento de las posesiones materiales. Mateo, Marcos y Juan presentan a Jesús como alguien desapegado de las posesiones físicas, que instruye a sus discípulos a conducir sus misiones de una forma austera similar y demostrando una preocupación constante por los pobres. Pero Lucas agudiza su mensaje al incluir diversas enseñanzas de Jesús que no se registran en otros Evangelios:
En la parábola de Lázaro y el hombre rico, Jesús advierte que hay consecuencias graves en la otra vida para aquellos que son habitualmente insensibles con los pobres que se encuentran a su puerta (Lucas 16, 19-23). En la parábola del hombre rico, que piensa en acumular riquezas para sí mismo, Jesús nos recuerda la naturaleza pasajera de los bienes terrenales y la precariedad de la vida terrenal (12, 16-21). Finalmente, al asistir a un banquete ofrecido por un prominente jefe religioso, Jesús exhorta a su anfitrión a invitar a los pobres y discapacitados a sus celebraciones, precisamente porque ellos no podrán invitarlo de vuelta (14, 12-14). Una y otra vez, Lucas recuerda a sus lectores que la limosna y la renuncia a las posesiones personales son requisitos ordinarios de aquellos que desean seguir a Jesús.
Abierto al espíritu del Evangelio. Al escuchar este Evangelio y rezar con él, podemos apreciar la riqueza de un texto más profundo si continuamos leyendo los pasajes donde Lucas muestra a Jesús, no solo como una figura noble que despierta asombro, sino como un modelo que inspira imitación. ¿Parece imposible? ¿Dónde encontramos la capacidad de entender y el valor para adoptar los ideales que Lucas ha preservado en estas páginas? No es sorprendente que él haya anticipado esta pregunta y haya entretejido en su Evangelio un elemento importante, un hilo teológico que une a otros de una manera significativa. Este, por supuesto, es el interés silencioso pero perseverante de Lucas en la función que desempeña el Espíritu Santo.
Como sucede en el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo es el poder de Dios, responsable de la concepción de Jesús y de su unción en el bautismo. El Espíritu lo guía por el desierto y le da el poder para su misión y milagros. Lucas nos dice que, después de la ascensión de Jesús, el mismo Espíritu descendió sobre los discípulos; derramando sobre ellos el entendimiento, los talentos y la confianza que necesitaban para seguir a Jesús, enseñándoles a someter su corazón y mente a él.
El Padre Mindling colabora regularmente con La Palabra Entre Nosotros.
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