Una infinidad de dones
Nuevas luces sobre el Sacramento de la Confirmación
Los apóstoles permanecieron tres años escuchando a Cristo Jesús, recibiendo sus enseñanzas y observando los milagros y prodigios que él realizaba: calmar la tempestad, resucitar a muertos, expulsar demonios, multiplicar los panes… Luego salieron de dos en dos a anunciar la llegada del Señor y realizar milagros y curaciones en su nombre.
Es cierto que hicieron todo esto pero, si leemos los relatos de la pasión de Cristo, vemos que aún les faltaba mucho. Entonces, ¿cómo fue que estos hombres bien preparados pero frágiles, llegaron a ser los heroicos discípulos que se destacan en el libro de los Hechos de los Apóstoles? ¿De dónde sacaron el valor para predicar el Evangelio y construir la Iglesia en medio de una terrible oposición y persecución? La respuesta es doble: primero, que aquel primer Domingo de Pascua vieron con sus propios ojos a Jesucristo resucitado; segundo, que unos días más tarde, en la fiesta de Pentecostés, recibieron la fuerza impetuosa del Espíritu Santo que los transformó por completo.
“Algo más.” Esta doble respuesta nos ayudará a entender mejor el sentido y el efecto del Sacramento de la Confirmación. Lo más probable es que nosotros, los fieles de hoy, también hayamos conocido a Cristo y aprendido muchas cosas sobre él; seguramente fuimos bautizados en la Iglesia y tal vez hayamos tenido experiencias de su gran amor. Pero, pese a todo esto, todavía necesitamos que el poder de su Espíritu Santo se reavive en nuestra propia vida y así podamos experimentar el gozo, la esperanza y el poder que Jesús prometió dar a todos sus seguidores.
Esta fuerza del Espíritu Santo transformó la vida de los apóstoles y les infundió poder y valor. Y no sólo a los doce, porque mucha gente también recibió ese mismo día la fuerza venida de lo alto. De hecho, los apóstoles consideraron que esa efusión de gracia divina era tan importante que la incluyeron como elemento básico de su predicación. Por ejemplo, en el libro de los Hechos, el evangelista Lucas dice que hubo creyentes en Samaria que se convirtieron y fueron bautizados, porque habían aceptado a Jesucristo y comenzaron a vivir en comunidad como iglesia. Pero cuando los apóstoles se enteraron de esto, enviaron a Pedro y Juan a esa ciudad para que oraran por los nuevos conversos a fin de que éstos recibieran el Espíritu Santo (Hechos 8, 14-17).
Años más tarde, cuando Pablo se trasladó a la ciudad de Éfeso encontró a unos creyentes que habían escuchado de la predicación de Juan el Bautista, pero que todavía no sabían nada acerca de Jesucristo. Pablo les presentó la historia, las obras y las enseñanzas de Cristo, y Lucas dice que Pablo los bautizó “en el nombre del Señor Jesús… y cuando Pablo les impuso las manos, descendió el Espíritu Santo y comenzaron a hablar lenguas desconocidas y a profetizar” (Hechos 19, 6).
Así pues, desde los primeros días de la Iglesia, se empiezan a ver las raíces del Sacramento de la Confirmación como un rito distinto del Bautismo. Desde el principio, los apóstoles y sus sucesores asumieron el deber de orar por los nuevos conversos a fin de que éstos recibieran el don del Espíritu Santo.
Signos externos y cambios internos. La Iglesia enseña que el Bautismo es el sacramento de la regeneración espiritual (Tito 3, 5), porque con él se borra la marcha del pecado original y nacemos de nuevo como una nueva creación (2 Corintios 5, 17). Pero la Iglesia también enseña que el Bautismo es apenas el principio, y que se necesita la Confirmación para recibir “la plenitud de la gracia bautismal” (Catecismo de la Iglesia Católica 1285). Es a través del Sacramento de la Confirmación que las virtudes y los dones recibidos en el Bautismo empiezan a actuar en la vida del creyente.
Como sucede con todos los demás sacramentos, la Confirmación comprende señales externas que a la vez lleva a cabo una transformación interna concreta. ¿Cuáles son las señales externas? Ya hemos mencionado la imposición de manos y la oración, que son gestos de solidaridad y unión con el obispo local y la Iglesia en su totalidad. Pero antes de que esto suceda, se pide que los candidatos renueven sus votos bautismales, y hagan su propia profesión de fe en Jesucristo, clara y voluntariamente, y en todo lo que el Señor hizo y enseñó. Un signo final es la unción con el óleo, o santo crisma, mientras el obispo pronuncia la plegaria pidiendo que el confirmando quede sellado con el Espíritu Santo, sello que, juntamente con el don del Espíritu, lo configura más perfectamente a Cristo.
¿Cuáles son los cambios internos? Como se dijo, la Confirmación pone en acción el don del Espíritu Santo en la vida del creyente y con la activación de esta fuerza viene la gracia para vivir cristianamente, ser testigos del Señor, proclamar el Evangelio y defender la fe.
Abrir el regalo. Una cosa es hablar de recibir el poder de Dios y tener el deseo de trabajar, pero otra es ver cómo actúa el Espíritu Santo para comunicar este poder y este deseo. El Espíritu es el amor de Dios, que actúa de un modo muy profundo e íntimo concediéndonos diversos dones que nos ayudan a desarrollar un carácter piadoso y que suscitan en el creyente el deseo de compartir la buena nueva del Evangelio con familiares, amigos y conocidos, e incluso desconocidos.
Entre estos dones, los principales son los llamados “de santificación” que se mencionan en Isaías 11, 2-3: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad y temor del Señor. Utilizando cuatro de estos dones —los de sabiduría, entendimiento, consejo y conocimiento— el Espíritu Santo nos enseña a pensar como Dios lo hace, es decir, nos ayuda a adoptar “el modo de pensar de Cristo” (1 Corintios 2, 16). Los otros tres —fortaleza, piedad y temor del Señor— nos ayudan a tomar decisiones conformes a la voluntad de Dios y a trabajar para la edificación de su Iglesia.
En todo el Libro de los Hechos vemos que los apóstoles y otros creyentes demostraban estos dones. Pedro y Juan, por ejemplo, sorprendieron a los ancianos de Jerusalén con su valerosa y apasionada predicación del Evangelio. Eran dos hombres “incultos” que hablaban claramente acerca de Jesús y curaban a los enfermos en su nombre (Hechos 4, 13).
Pablo, a su vez, demostraba los dones de sabiduría y conocimiento cada vez que visitaba una nueva ciudad, comenzaba a predicar en el nombre de Jesús y fundaba una nueva iglesia (Hechos 13, 14-49; 17, 10-12). Al parecer, los nuevos cristianos dejaban que estos dones del Espíritu orientaran sus razonamientos, iluminaran sus decisiones y les ayudaran a predicar el Evangelio.
Probablemente San Pablo fue quien lo resumió de la mejor manera cuando dijo a los creyentes de Corinto que es imposible crecer en la santidad o dar testimonio de Cristo si confiamos solamente en nuestra propia sabiduría y capacidad. Es preciso pensar como Dios lo hace y recibir la enseñanza de Jesús y los dones del Espíritu Santo para que adoptemos el modo de pensar de Cristo (1 Corintios 2, 9-16).
Abundancia de dones. En su Epístola a los Romanos, Pablo menciona, además, los dones de profecía, servicio, enseñanza, exhortación, generosidad y capacidad para presidir (Romanos 12, 6-8), y el autor de la Carta a los Hebreos dice que Dios confirma la predicación del Evangelio con “señales, maravillas y muchos milagros, y por medio del Espíritu Santo, que nos ha dado de diferentes maneras” (Hebreos 2, 4).
Aparte de estos dones, Pablo también señala otra serie de dones espirituales, que han venido a llamarse dones carismáticos, y explica que el Espíritu Santo concede estos dones específicamente para la edificación de la Iglesia y el bien común de todos. Aunque no es una lista exhaustiva, Pablo nombra nueve de estos dones: sabiduría, ciencia, fe, gracia para hacer curaciones, poder para hacer milagros, profecía, discernimiento de espíritus, lenguas e interpretación de lenguas (v. 1 Corintios 12, 4-11).
¡Qué generoso es el Espíritu Santo! Porque se complace en conceder todos estos dones a sus fieles, y lo hace principalmente para que comprendamos cada vez mejor la magnificencia de lo que Jesucristo hizo por nosotros en la cruz y compartamos la buena noticia con nuestros semejantes. Estos dones del Espíritu Santo tienen la facultad de actuar en la conciencia y el corazón del creyente, para que la gracia divina que recibimos en el Bautismo cobre vida en nosotros y nos enseñe a tener las actitudes de Jesucristo, experimentar así la vida cristiana como una nueva creación y ser capaces de compartir nuestra fe con quienes quieran escucharnos.
Un regalo que rebosa generosidad. Es cierto que la Confirmación es un acontecimiento que se experimenta una sola vez en la vida, una especie de rito de paso hacia la adultez. Pero los dones y la gracia que Dios nos da en este sacramento tienen como finalidad permanecer constantemente en nosotros y crecer en fortaleza y fidelidad. Mientras realizamos nuestras obligaciones cotidianas y aprendemos a escuchar y obedecer las inspiraciones del Espíritu Santo, descubrimos que los dones van creciendo y floreciendo más y más en nuestra propia vida, lo cual nos ayuda a madurar en la fe y nos capacita para contribuir a la edificación del Reino de Dios.
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