La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Pascua 2019 Edición

Una celebración de esperanza

La Santa Misa: el “panorama completo” de la fe

Una celebración de esperanza: La Santa Misa: el “panorama completo” de la fe

Navidad y Pascua siempre fueron ocasiones especiales para Manuel y Juanita Montes. Desde los primeros años de su matrimonio decidieron que las cenas familiares de esos días especiales serían “días de celebración.” Cuando sus hijos eran pequeños, les contaban historias de cómo era la vida cuando ellos eran niños, antes de que existieran Internet y los teléfonos celulares. Pero conforme los hijos fueron creciendo, las historias dejaron de ser nada más que recuerdos de nostalgia y pasaron a ser una explicación de lo que fueron aprendiendo en esos años. Les contaban cómo se conocieron, se enamoraron y se casaron y las dificultades que habían tenido que afrontar para construir su hogar y su familia. A veces también les hablaban de sus propios padres y abuelos y compartían las cosas que habían sucedido en el pasado, y lo que ellos mismos habían ido aprendiendo gracias a ese compartir familiar.

Navidad y Pascua siempre fueron ocasiones especiales para Manuel y Juanita Montes. Desde los primeros años de su matrimonio decidieron que las cenas familiares de esos días especiales serían “días de celebración.” Cuando sus hijos eran pequeños, les contaban historias de cómo era la vida cuando ellos eran niños, antes de que existieran Internet y los teléfonos celulares. Pero conforme los hijos fueron creciendo, las historias dejaron de ser nada más que recuerdos de nostalgia y pasaron a ser una explicación de lo que fueron aprendiendo en esos años. Les contaban cómo se conocieron, se enamoraron y se casaron y las dificultades que habían tenido que afrontar para construir su hogar y su familia. A veces también les hablaban de sus propios padres y abuelos y compartían las cosas que habían sucedido en el pasado, y lo que ellos mismos habían ido aprendiendo gracias a ese compartir familiar.

Con el tiempo, los hijos de Manuel y Juanita crecieron y llegaron a apreciar esos relatos cada vez más, y pudieron ver que las experiencias que sus padres habían compartido con ellos les ayudaban a no quedarse encerrados en la rutina diaria, sino que les daban un mejor entendimiento de la vida personal y familiar. Cuando los hijos se independizaron, se fueron casando y tuvieron sus propios hijos, disfrutaban mucho de las cenas familiares y las valoraban por lo que en realidad son: oportunidades propicias para hacer un alto en el diario caminar y contemplar el “panorama” completo de su vida familiar, y no fijarse solamente en unos pocos temas de interés, como las finanzas, la escuela, los programas y las actividades de los niños.

El poder del relato. La breve historia que aquí hemos narrado es una buena forma de entender lo que es la cena más importante que podemos compartir: la Santa Misa. Cada domingo nos reunimos todos los que pertenecemos a “la familia extendida” de la parroquia y escuchamos, en la Liturgia de la Palabra, los relatos de nuestro propio pasado como Pueblo de Dios. Estas narraciones pueden ayudarnos a desviar la atención de los apremiantes detalles y constantes exigencias de la vida diaria y elevar la mirada hacia una visión panorámica de quiénes somos y hacia dónde vamos; nos dan la oportunidad de centrar la atención en el “panorama” amplio del amor de Dios, de cómo él nos ayuda hoy en día y lo que está haciendo para llevarnos finalmente al hogar celestial que nos tiene preparado. Cuando reflexionamos en cómo ha sido nuestro pasado, estas historias nos ayudan a ver quiénes somos y cómo quiere Dios que lleguemos a ser.

¿No es esto lo que ocurrió con los discípulos de Emaús? Ese día se sintieron totalmente desanimados al ver los dramáticos sucesos del arresto, la pasión y la crucifixión de Cristo. Probablemente repasaban una y otra vez en su mente todos los terribles detalles de lo acontecido.

Pero después de escuchar a Jesús que les explicaba el significado de las historias de sus antepasados y de compartir una cena con él, la fe renació y se fortaleció en ellos. Vieron que Dios cumplía fielmente todas sus promesas y el corazón les empezó a arder con una nueva y luminosa esperanza, porque pudieron ver el “panorama” más amplio de la vida de la fe.

Mensajes del cielo. Algo similar nos puede ocurrir a nosotros cuando nos reunimos para celebrar la Santa Misa. Llegamos a la iglesia llevando en la mente las cosas buenas y malas que sucedieron en la semana y allí, por una hora, podemos dejar de lado todo aquel lastre que no nos deja avanzar. En ese breve tiempo, podemos dejar que los antiguos relatos de la Biblia nos reanimen y nos ayuden a ampliar la visión.

A veces cuesta dejar de pensar en las exigencias y obligaciones pendientes de la semana, pero no es imposible hacerlo. Al comenzar la Misa, tú puedes tratar de centrar la atención en la presencia de Dios. También puedes esforzarte para repetir mentalmente o en voz baja una oración simple, como “Señor, ayúdame a concentrarme en tu presencia ahora.” Luego, cuando se empiecen a leer las lecturas, pon atención para ver si captas un mensaje especial del Señor. Puede ser una simple frase o incluso una sola palabra que te llegue al corazón con un efecto específico; o quizás un pensamiento de la homilía o un verso de un canto que te emocione y te haga pensar.

Recuerda que Dios nos habla a menudo con una voz susurrante, así que ¡mantente atento! Si te resulta útil, cierra los ojos durante las lecturas e imagínate que Jesús está frente a ti y te habla. Pídele que él mismo te cuente esos relatos, o bien imagínate que estás en medio de lo que sucede y ve si hay algo nuevo que te impresione. Si lo ves, grábatelo en la memoria y repítelo en tu mente; guárdalo como un mensaje especial de Jesús para ti, porque él te está diciendo algo, y cada vez que eso suceda, es porque el Señor te quiere ayudar.

Revive la Última Cena. Las lecturas que escuchamos en Misa nos pueden ayudar en algo, pero no se trata solamente de escuchar los sucesos de la historia pasada del Pueblo de Dios o de nuestra propia vida; en realidad, la parte más significativa y eficaz llega cuando revivimos la historia más trascendental e impresionante de todas: la Última Cena.

Los discípulos de Emaús sentían que el corazón les ardía cuando el Señor les explicaba los acontecimientos pasados; pero no fue sino hasta que él bendijo el pan y lo partió delante de ellos que finalmente se les abrieron los ojos. Cuando se sentaron a la mesa con Jesús, finalmente entendieron por qué sentían que el corazón les ardía de entusiasmo y fe.

“Al sentarse a la mesa con ellos, Jesús tomó pan y lo bendijo; y partiéndolo, se lo dio” (Lucas 24, 30). Este simple gesto los transportó de nuevo a la Última Cena; los llevó de regreso a la multiplicación de los panes de los que comieron cinco mil hombres y al momento en que Jesús les dijo que él era el pan de vida. De repente, empezó a aclararse el panorama para ellos: Jesús tenía que ofrecer su vida en la cruz para que ellos pudieran recibir esa misma vida cada vez que partieran el pan “en memoria” de él (Lucas 22, 19).

Unos minutos valiosísimos. Lo bueno es que, así como Jesús hizo que, al celebrar la Misa, estos discípulos se sintieran transportados de regreso al cenáculo de la Última Cena, también lo quiere hacer para nosotros en cada Misa en la que participemos. El Señor quiere ayudarnos a saborear y palpar su amor cuando lo recibimos en su Cuerpo y su Sangre.

El momento de meditación después de la Comunión es probablemente el más valioso e íntimo de la Misa; tal vez no dure mucho, pero puede ser muy significativo y eficaz. ¿Por qué? Porque acabas de recibir el don más valioso de todos: el propio Jesús, y ahora tienes la oportunidad de pasar tiempo con él en forma individual. Pero como este momento suele ser muy corto, a menudo no pensamos en cómo sacar el máximo provecho de él. De todos modos, aquí hay algunas sugerencias:

• Le puedes hablar con plena confianza y sinceridad al Señor para expresarle adoración y gratitud por haber muerto por ti y haberte ofrecido la salvación. También puedes darle las gracias por ser fiel y misericordioso contigo y tus seres queridos.

• Además, puedes dedicar un momento a rezar por gente que tú sepas que lo necesita, los que sufren o están enfermos o tienen cualquier problema personal o familiar y le puedes pedir ayuda al Señor en beneficio de ellos. Imagínate que se los presentas a Cristo, para que él diga o haga algo por ellos.

• Puedes, asimismo, quedarte sentado tranquilamente con Jesús y dejar que la paz de su presencia llene todo tu ser. Puedes, por ejemplo, repetir mentalmente su santo Nombre una y otra vez; o bien, puedes decirle que lo amas, y seguramente te responderá que él también te ama.

Lo que hagas o digas en estos pocos minutos no es tan importante como la manera en que lo hagas: con plena fe, confianza y amor.

Una celebración de esperanza. Cada Misa es una celebración de esperanza. Cada vez que nos congregamos para celebrar la liturgia, Jesús nos levanta por encima de nuestras preocupaciones diarias y nos relata las historias de nuestro pasado, que nos permiten contemplar el “panorama amplio” de su plan para sus fieles. Cada vez que lo recibimos en la Comunión, él nos eleva por encima de las preocupaciones inmediatas y nos dice que está siempre con nosotros, dispuesto a socorrernos. Así, de esta forma, cada domingo podemos celebrar con más fe y devoción los misterios más grandes de nuestra fe: Que Cristo ha resucitado, ha ascendido al cielo y ahora está preparando un lugar para nosotros en nuestro hogar celestial.

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