Una carta de Cristo
Tú eres un testimonio vivo del amor fiel y comprometido de Dios
¿Cuándo fue la última vez que fuiste a ver una obra de teatro profesional o en una escuela secundaria? ¿No es cierto que no hay nada como presenciar la actuación en vivo, especialmente si se compara con limitarse a leer el guión y nada más? Las expresiones del autor cobran vida propia cuando quienes las interpretan en el escenario son actores experimentados.
San Pablo hizo un comentario parecido cuando dijo que los creyentes de Corinto eran “una carta escrita por Cristo mismo… que no ha sido escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente; una carta que no ha sido grabada en tablas de piedra, sino en corazones humanos” (2 Corintios 3, 2-3). Así como una obra de teatro cobra vida cuando se ejecuta sobre el escenario, los corintios habían logrado que las enseñanzas de Pablo cobraran vida en su conducta diaria. La verdades teológicas y doctrinales tomaban carne y sangre cuando los fieles se congregaban para rendir culto de adoración al Señor y conforme crecían en humildad, amor y generosidad con sus hermanos en Cristo.
De esta manera, calificando a los fieles de Corinto como “una carta de Cristo”, Pablo estaba diciendo que la Nueva Alianza en Cristo había transformado a los corintios en un testimonio viviente para el mundo de su época.
Dos mil años después, el Espíritu Santo sigue escribiendo la Nueva Alianza sobre el corazón de su pueblo y haciendo de nosotros testimonios vivos de su amor. Por eso, ahora exploraremos lo que esto significa para nosotros el día de hoy. Veremos cómo Dios nos cambia mediante la gracia de este nuevo pacto, para que lleguemos a ser testimonios vivos, o cartas vivas escritas por la propia mano de Dios, para todos aquellos con quienes tengamos contacto cada día.
La gracia a la vista. San Pablo mismo es probablemente uno de los mejores ejemplos de lo que es una carta viviente de Dios. Cuando actuaba según la antigua alianza, Pablo trataba de cumplir la ley judaica al pie de la letra, pues el observar la Ley de Moisés era la forma en que cada judío fiel esperaba cumplir el pacto de Dios con Israel en su propia vida. Tan apegado estaba Pablo al cumplimiento de la ley que llegó incluso a perseguir, detener y castigar severamente a sus connacionales que entendían el pacto de manera diferente, y esto afectaba especialmente a los seguidores de Jesús. Como le parecía que ellos hacían caso omiso de la Ley de Moisés y declaraban que había un hombre que era igual a Dios, Pablo entendió que estos primeros discípulos eran una amenaza para el judaísmo que él tanto amaba.
Pero una vez que Pablo tuvo su encuentro con Cristo, entendió que la ley que había atesorado por años era una preparación para la Nueva Alianza que Dios estaba estableciendo con su pueblo, por medio de Jesús, y que la nueva alianza era un pacto de gracia, que le llegaba al corazón y le hacía una nueva creación.
Reflexionando sobre su conversión, Pablo escribió: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”, es decir, que la gracia fue la que lo hizo una nueva creación en Cristo, y que esa “gracia para mí no fue en vano” (1 Corintios 15, 10). ¡La gracia de Dios ciertamente fue eficaz, porque Pablo se convirtió en una dramática carta de Dios a cuantos encontraba por el camino, y dedicó el resto de su vida a recorrer toda el Asia Menor y Europa compartiendo la buena noticia de esta nueva alianza. Además, soportó persecuciones, azotes, privaciones de comida y sueño, naufragios y años de calabozo simplemente por afirmar una y otra vez que la gracia de Dios está ahora disponible para cuantos quieran recibirla gracias a la muerte y la resurrección de Jesucristo.
El amor de un corazón nuevo. San Pablo nos enseña que la gracia de la nueva alianza en Cristo no es una teoría abstracta, sino algo que podemos experimentar en la vida práctica. Esto se debe a que la nueva alianza no es un mero acuerdo formal entre dos partes; sino una exclusiva y poderosa efusión de la gracia divina. Es la gracia de Dios la que imprime su forma de actuar en el corazón de los creyentes y que nos va formando poco a poco para parecernos más a él en nuestra conducta. He aquí una historia que ilustra este punto.
Marta y Javier llevaban quince años de casados, pero la tensión entre ambos había crecido tanto que habían pensado “tirar la toalla”. Cuando Marta le confesó a su amiga Susy que su matrimonio estaba en problemas, ésta le escuchó atentamente y luego le dijo que la oración le había ayudado mucho a ella en su propio matrimonio. “Cuanto más creo y confío en el amor de Dios —le dijo Susy— se me hace más fácil demostrarle amor a Pepe.
Dispuesta a intentar alguna solución, Marta aceptó lo que Susy le decía y comenzó a dejar tiempo cada mañana para orar, leer la Palabra de Dios en la Biblia e ir a Misa diaria cuando podía. Así comenzó a valorar este tiempo de silencio y oración meditada tomando precauciones para que nada la interrumpiera.
Un día, mientras leía la Carta del Apóstol Santiago llegó a un pasaje que habla de cuánto daño puede hacer la lengua a pesar de ser tan pequeña (3, 1-12) y las palabras le llegaron al corazón. Así se dio cuenta de que los comentarios negativos y de crítica que solía hacerle a su marido estaban dañando su matrimonio, por lo que le pidió al Espíritu Santo que le ayudara a dejar de criticar y ser irónica con Javier y no buscar la forma de desquitarse cuando él le hablara con aspereza. Además, decidió arrepentirse de estas faltas, confesarse y pedirle perdón a Dios para que le ayudara a superar el mal hábito.
Así, Marta fue cambiando, aunque no de repente sino poco a poco. No siempre fue fácil y naturalmente tuvo momentos de tropiezos y reveses, pero siguió tratando de cuidarse en sus expresiones. También se sintió muy agradecida por las palabras de aliento de Susy, lo cual fue muy reconfortante para ella, el saber que tenía una amiga que podía ayudarle y que oraba por ella.
Gradualmente Javier empezó a notar que Marta estaba cambiando y le dijo: “Te veo diferente. ¿Qué ha pasado?” Marta le contó que su nueva devoción a Dios le estaba cambiando el corazón y él se impresionó muchísimo. “¿Es cierto que Dios ha hecho todo esto contigo?” preguntó. “¡Yo también quiero lo mismo!” Esta fue una de las mejores conversaciones que habían tenido en años y su relación comenzó a cambiar para mejor.
Poco tiempo después, Marta y Javier empezaron a orar y asistir a Misa juntos, y las tensiones que surgían en su vida conyugal empezaron a disolverse. Poco a poco fueron dejando de lado los antiguos resentimientos y se esforzaron por perdonarse mutuamente. Marta había sido una “carta” de la gracia de Dios para Javier, y ahora los dos se estaban convirtiendo en cartas de gracia que se escribían recíprocamente.
Un recordatorio constante. Mientras vamos navegando por las aguas comúnmente agitadas de la vida, con frecuencia nos olvidamos de que somos herederos de una nueva alianza con Dios. Especialmente cuando estamos luchando con alguna dificultad, podemos perder de vista el hecho de que Jesús se ha unido irrevocablemente a nosotros y nos ha ungido con su Espíritu Santo, para que nos ayude a llevar una vida nueva.
Es por eso que Dios nos ofrece, en la santa Misa, un recordatorio constante de su alianza, por ejemplo, cuando el sacerdote pronuncia las mismas palabras de Jesús durante la última Cena: “Esto es mi cuerpo… Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna”. Cada Misa es una carta personal que Dios te envía a ti, querido lector, y un recordatorio para todos de que tenemos la oportunidad de experimentar la gracia y las bendiciones de nuestro nuevo pacto.
La Misa es también una ocasión en la que los fieles podemos ser cartas vivientes de Dios para los demás. Pensemos, por ejemplo, en unos esposos que fielmente asisten a Misa cada domingo con su hijo gravemente discapacitado. Lo llevan con mucho amor a recibir la comunión y luego lo traen de regreso a su asiento. Por el esmero y el cuidado que se aprecia en sus rostros, es obvio que esta pareja ha asumido sin reservas la vocación de amar y cuidar a su hijo, a pesar de todos los sacrificios que eso implica. También es obvio lo mucho que valoran su fe viniendo a recibir a Cristo cada semana en la santa Misa. Si tú vieras a esta familia domingo tras domingo, ¿no te sentirías agradecido de Dios por el testimonio que ellos dan? Esa familia es claramente una carta viva de Dios para cuantos los ven cada domingo.
La próxima vez que vayas a Misa, mira a tu alrededor y observa quién es un testimonio vivo de fe y amor para ti; quién es esa carta que Dios te envía. Están por todas partes; solo hace falta mirar con ojos de fe.
Tú eres una carta al mundo. Dios ha hecho una alianza con nosotros, en la que se ha comprometido a quitar nuestros pecados y llenarnos de su gracia. Si aceptamos la gracia y dejamos que cambie nuestra manera de pensar y actuar, nos convertimos en su carta de amor a la gente con quienes tenemos contacto.
Por lo tanto, creemos que Dios está actuando en tu vida, porque esa es parte de su promesa. Cada día, sea que te sientas diferente o no, dale gracias por este valioso regalo; exprésale tu gratitud por haberse comprometido con una alianza de amor contigo y por hacer que tú seas una carta que demuestra su amor y su misericordia a cuantos se crucen en tu camino.
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