Un viaje hacia el alma de otra persona
La vida de Elisabeth Leseur
Por: Lorene Hanley Duquin
A menudo pensamos que los santos y los héroes cristianos fueron mártires valientes, evangelistas audaces o incansables fundadores de órdenes religiosas.Pero esa no es la historia de Elisabeth Leseur. Ella es conocida y amada por la forma silenciosa en la que estableció un hábito disciplinado de oración y meditación diaria, por su devoción a los sacramentos y por sus reflexiones minuciosas. El suyo fue un heroísmo interior que nos muestra la forma en que Dios llama y capacita a su pueblo a vivir una vida santa que marque la diferencia.
Elisabeth era tan callada y reservada que no fue hasta después de su muerte en 1914 que su esposo, Félix, un ateo confeso, descubrió sus diarios espirituales y comenzó un profundo viaje espiritual hacía el alma de ella. Las anotaciones hechas a mano detallaban su relación íntima con Dios y su extraordinaria promesa de ofrecerle todos sus sufrimientos por la conversión de Félix.
“Mi amada esposa, Elisabeth, rezó incesantemente para que yo regresara a la fe y a la práctica de la religión,” admitió Félix más adelante. “Día tras días ella aceptó y ofreció toda clase de privaciones, sacrificios, pruebas y sufrimientos por esta intención, y al final, incluso la muerte. Pero ella hizo esto en secreto, porque nunca discutió conmigo y nunca habló conmigo del lado sobrenatural de su vida, excepto por su ejemplo.”
Una católica ordinaria. Elisabeth Leseur nació en París el 16 de octubre de 1866, era la mayor de cinco hijos de una próspera familia francesa. Era inteligente y hermosa. Su educación incluyó el estudio de idiomas extranjeros así como literatura, arte y formación en la fe católica.
Los amigos de Elisabeth le presentaron a Félix Leseur, y la joven pareja se casó el 31 de julio de 1889. Poco antes de su boda, Elisabeth descubrió que Félix había negado la existencia de Dios. Sin embargo, él le prometió que respetaría el deseo de ella de practicar su fe católica.
No mucho después de casarse, Elisabeth sufrió de un absceso intestinal que requirió de varios meses de recuperación. Este fue el primero de muchos problemas de salud que ella tendría que soportar esporádicamente durante su vida. Además, la incapacidad de la pareja para concebir hijos arrojó una sombra sobre ellos. Pero a pesar de la frágil salud de Elisabeth, el matrimonio viajó extensamente por Europa y construyó una casa de verano en el campo. Sus amigos y conocidos incluían a académicos, políticos, artistas, músicos, periodistas y médicos —la crema de la sociedad parisina— y la mayoría de ellos, al igual que Félix, eran ateos.
Durante este tiempo, Félix se convirtió en el editor de un periódico ateo y comenzó a escribir artículos anticlericales. También rompió su promesa de respetar los puntos de vista religiosos de Elisabeth. Comenzó a burlarse de ella y le dio panfletos ateos para que los leyera. En 1897, Elisabeth abandonó la práctica de su fe católica pero no así su creencia en Dios.
Al año siguiente, en un intento por destruir su fe, Félix le dio a Elisabeth un libro que negaba la divinidad de Cristo. Pero conforme Elisabeth lo leía, las preguntas surgían en su mente y se sintió inspirada por el Espíritu Santo a acudir al Nuevo Testamento. Leer los Evangelios despertó una creciente hambre espiritual que la condujo a leer libros sobre filosofía, teología y la vida de los santos. Gradualmente, comenzó a sentir la presencia profunda de Dios en su alma.
Un diario espiritual. El 11 de septiembre de 1899, Elisabeth escribió la primera entrada en su diario espiritual: “Durante un año he estado pensando y rezando mucho; he intentado incesantemente iluminarme a mí misma, y en esta labor perpetua mi mente ha madurado, mis convicciones se han hecho más profundas y también ha aumentado mi amor por las almas.”
Conforme profundizaba en su relación con Dios, Elisabeth anhelaba que sus familiares, amigos y especialmente Félix, experimentaran una transformación espiritual. Sin embargo, aprendió de la forma más difícil, que tratar de hablarles de Dios solo producía críticas, incomprensión y ridículo.
“A mi alrededor se encuentran muchas almas a las que amo profundamente, y tengo una gran tarea que realizar respecto a ellas”, escribió el 29 de mayo de 1900. “Muchos de ellos no conocen a Dios o lo conocen solo imperfectamente. No es discutiendo o aleccionando que podré lograr que ellos sepan lo que Dios significa para el alma humana. Pero al luchar conmigo misma, en ser, con su ayuda, más cristiana y más valiente, daré testimonio de aquel de quien soy su humilde discípula.”
Enfrentar las dificultades. Elisabeth también se sintió devastada porque anhelaba hablar sobre su vida espiritual, pero su familia, amigos y especialmente Félix no la comprendían. Esto le produjo una intensa soledad interna, la cual ella llamaba “un sufrimiento profundo y secreto”. El Señor respondió a su necesidad en 1903, cuando conoció al Padre R. P. Herbert, OP, quien se convirtió en su director espiritual.
El padre Herbert guio a Elisabeth por el camino de la santidad forjado por tantos grandes santos. Ella estableció una regla de vida, la cual era esencialmente un horario diario, semanal y mensual de oración, lectura espiritual, asistir a Misa, recibir la Sagrada Comunión y confesarse. Ella también hizo resoluciones como la siguiente:
Reservar solamente para Dios las profundidades de mi alma y vida interior como cristiana. Ofrecer a otros serenidad, simpatía, bondad, palabras útiles y obras. Que a través de mí la verdad cristiana sea amada, pero hablar de ella solamente ante una exigencia explícita o frente a una necesidad tan evidente que se vea que es verdaderamente providencial. Predicar por medio de la oración, el sacrificio y el ejemplo. Ser austera conmigo misma y tan atractiva como sea posible para otros.
En 1908, los padecimientos intestinales de Elisabeth ocurrieron con más frecuencia, sin embargo ella nunca se quejó. Por el contrario, amablemente recibía a todas aquellas personas que, a pesar de todos los escépticos que la rodeaban, acudían cada vez más en busca de su consejo espiritual. También mantenía una extensa correspondencia con aquellas personas que no podían visitarla en persona. Nadie sospechaba de los profundos sufrimientos físicos, mentales o espirituales que ella estaba soportando.
Otro problema de salud. Tres años después, Elisabeth fue diagnosticada con cáncer de mama y tuvo que someterse a una mastectomía y a radioterapia. Antes de su cirugía, escribió: “Oh Señor, te ofrezco esta prueba por las intenciones que ya conoces. Permite que su fruto se multiplique por cien, y permíteme colocar mis sufrimientos, deseos e intenciones en tu corazón, para que sean dispuestos según te lo he pedido.”
Mientras Elisabeth reponía sus fuerzas, rezaba pidiendo ayuda para soportar sus padecimientos sin amargura ni egoísmo. Prometió darle sus lágrimas a Dios y a todos los demás solamente la sonrisa en sus ojos. El 8 de junio de 1911, escribió:
Resuelvo emplear mi vida—la que la Providencia disponga que me queda— en el servicio al Señor; a poner sus intereses y el bien de las almas primero que todo; a vivir una vida espiritual con más recogimiento y con más fuerza; ser un poco de todas las cosas para todas las personas y llenar mi existencia y mis días con oración, sufrimiento y caridad; a practicar la humildad y el silencio y a aceptar con un corazón alegre esta nueva “fealdad” física, de la cual Dios sacará belleza y luz sobrenatural para las almas que tanto amo.
Elisabeth quedó postrada en su cama en el verano de 1913. Le dijo a Félix: “Debo morir antes que tú. Y cuando yo me muera, tú te convertirás. Y cuando te conviertas, te harás religioso, serás el padre Leseur.” También le dijo que él la encontraría de nuevo en la eternidad. Félix, todavía muy enamorado de ella pero sin estar listo para seguir su camino, se mantuvo escéptico.
Elisabeth murió el 3 de mayo de 1914. Félix quedó impresionado con el desfile ininterrumpido de dolientes que asistieron al funeral. Venían a rendir homenaje a la mujer de fe silenciosa y profunda que parecía tener una reserva ilimitada de paciencia y buena voluntad.
Después de leer sus diarios, Félix sintió un deseo intenso de aprender más sobre la fe católica. Comenzó a leer los libros espirituales de la biblioteca personal de Elisabeth. Un amigo le presentó a un sacerdote que se convirtió en su guía espiritual, y Félix regresó a la fe católica en 1915.
En los siguientes dos años, Félix publicó los escritos de Elisabeth y en el otoño de 1919, se convirtió en novicio de la orden de los dominicos. Fue ordenado sacerdote en 1923. Dedicó los siguientes años de su vida a predicar sobre su viaje hacia el alma de Elisabeth y a promover su causa para la canonización. El padre Félix Lesuer, OP, murió en febrero de 1950.
La llamada a la santidad. Pocos de nosotros viviremos nuestra vida en este mundo de la forma en que lo hicieron Francisco de Asís o la Madre Teresa, y sin embargo, Elisabeth Leseur nos muestra que Dios nos llama a la santidad de la misma forma en que los llamó a ellos. El Señor también quiere capacitarnos para que vivamos este llamado de la misma manera en que los capacitó a ellos. Dios nos promete que si lo seguimos, haremos la diferencia. Elisabeth vivió una vida humilde y tranquila —al punto de que ni siquiera su esposo sabía de la profundidad de su devoción— pero Dios la vio y la bendijo grandemente. Así como puede hacerlo con nosotros.
Los extractos del diario de Elisabeth Leseur fueron tomados de El diario secreto de Elisabeth Leseur, publicado por Sophia Institute Press.
Lorene Hanley Duquin escribe desde Williamsville, Nueva York.
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