Un sueño hecho realidad
Una semblanza de la vida de San Juan Bosco
En abril de 2009 se inició en Italia la peregrinación mundial de una reliquia de San Juan Bosco contenida en una urna, en la que también se ve la figura del santo hecha de cera, que recorrerá todos los países del mundo en los que están presentes los salesianos.
La peregrinación se realiza porque en 2009 se celebró el 150 aniversario de la fundación de la Congregación Salesiana y como preparación para la celebración, en 2015, del bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco, ocurrido en Turín, Italia, el 16 de agosto de 1815. Con este motivo, La Palabra Entre Nosotros se une a esta digna conmemoración incluyendo en esta edición una breve reseña de la vida del santo.
En 1824, en una pequeña aldea del norte de Italia, un niño campesino y sin educación de nueve años llamado Juan soñó que estaba en un campo en medio de un grupo grande de otros niños, que jugaban alegres. Más allá, vio a otro grupo de muchachos que se peleaban y se insultaban con violencia.
Se dirigió a este segundo grupo y les gritó que no riñeran más. Como no le hicieron caso, trató de imponerse a golpes, pero naturalmente los muchachos se volvieron contra él y le dieron de puñetazos. De repente vio que se acercaba un hombre de porte noble y muy alto, vestido de blanco, que le dijo: “Nunca podrás ayudar a estos jóvenes golpeándoles. Muéstrate amable y bondadoso. Condúcelos por el camino recto y enséñales que el pecado es malo y que lo que deben buscar es la virtud, y todos ellos llegarán a ser amigos tuyos.”
Completamente confundido, Juan le preguntó: “¿Quién es usted? ¿Por qué me pide que haga cosas imposibles?” Pero el hombre le dio una respuesta incomprensible para él y desapareció. Los niños que lo rodeaban se convirtieron de repente en una manada de lobos que aullaban y gruñían encolerizados.
Luego apareció una señora vestida con una túnica dorada y brillante, que tomó a Juan de la mano y le dijo: “No temas. Lo que yo voy a hacer ahora por estos animales, tú lo harás por todos mis hijos.” Inmediatamente los lobos se convirtieron en corderos y se pusieron a brincar y jugar en torno a la señora. “Pero sólo lo lograrás si aprendes a ser humilde y fuerte.” Absolutamente intrigado y atemorizado, entre sollozos Juan se quejaba: “No entiendo.” “No te preocupes — le aseguró la señora— lo entenderás a su debido tiempo.” Tras estas palabras, el muchacho despertó, bañado en sudor y con las manos doloridas por haberlas tenido empuñadas tanto rato.
Una gran determinación. Esta fue la primera de numerosas visiones y sueños proféticos que tuvo San Juan Bosco. Este sueño se le repitió una y otra vez durante su vida, instándolo a seguir por la senda que Dios le había marcado: que por su trabajo los muchachos rudos y violentos se transformarían en corderos.
Poco después de este sueño, Juan decidió que efectivamente estaba llamado a trabajar con los jóvenes, para cuidarlos y llevarlos a Cristo. Con su determinación característica, hizo todo lo que fue necesario para cumplirla cabalmente, porque entendía que el sueño era de inmensa importancia.
Durante los 17 años siguientes, estudió y se preparó para el sacerdocio. En cada etapa de su vida encontraba dificultades, principalmente debido a su pobreza, la oposición a veces violenta de su hermanastro y la burla de sus profesores por la edad que tenía.
Pero siempre mantuvo viva la visión de Dios, y reconoció que cada paso era una oportunidad para practicar la lección de su sueño: que su misión no se cumpliría recurriendo a la fuerza y la violencia, sino a la fe y la confianza en Dios. Así pues, Juan perseveró, mantuvo fija la mirada en el plan de Dios y guardó en su corazón las palabras que se le habían comunicado.
Un amigo mío. Un día, después de su ordenación en junio de 1841, se preparaba para celebrar la Misa, cuando escuchó una conmoción en la sacristía: el sacristán vociferaba amenazando con una vara a un muchacho desgarbado.
Don Bosco (en Italia llaman “Don” a los sacerdotes en señal de respeto) se interpuso. —¿Qué es lo que sucede? preguntó, pero el muchacho aprovechó la distracción y huyó. El sacristán respondió airado: —Lo encontré en mi sacristía y cuando le dije que viniera a servir en la Misa, me dijo que no sabía cómo, y yo no quiero tener a pillos callejeros en la Misa. Pero el sacerdote le ordenó: —Vaya a traerlo de regreso; es un amigo mío. —¿Ese granuja? —Sí, replicó Don Bosco. —Cualquier muchacho que se encuentre en problemas es amigo mío.
De mala gana, el sacristán fue a buscar al joven y el sacerdote lo interrogó produciéndose el siguiente diálogo.
—¿Cómo te llamas, hijo?
—Bartolomé Garelli.
—¿En qué trabajas?
—Soy albañil.
—Y tus padres, ¿están vivos?
—No, ya murieron los dos.
—¿Qué edad tienes?
—Dieciséis años.
—¿Sabe leer o escribir?
—No.
—Dime Bartolo, ¿recibiste ya tu primera comunión?
—No, no todavía.
—¿Te has confesado alguna vez?
—Sólo una vez, hace mucho tiempo, cuando era pequeño.
—¿Y tú rezas?
—No sé rezar.
—¿Vas a clases de catecismo?
—No; me da vergüenza. Todos los otros niños son menores y saben mucho más que yo.
—Bueno, y ¿qué dirías si yo te enseñara el catecismo? ¿Vendrías?
—Claro, me gustaría.
—¿Cuándo quieres empezar?
—Cuando usted diga.
—¿Qué tal esta noche?
—Bueno, está bien.
—Y ¿por qué no ahora mismo, después de la misa?
—Claro, si usted quiere.
Después de la misa, Don Bosco le dio a Bartolomé su primera lección. Le dijo que volviera a la semana siguiente, lo cual el muchacho hizo, sólo que acompañado de ocho amigos; se veía que todos eran también adolescentes sufridos y rudos. El sacerdote los aceptó con alegría y a partir de este humilde comienzo, el grupo fue creciendo rápidamente. Al cabo de un año, ya tenía más de 100 jóvenes que venían a aprender a rezar y conocer a Jesús. También, para ofrecerles una vía segura y constructiva para descargar sus energías, Don Bosco decidió organizar juegos y competencias deportivas, en las cuales él también participaba.
Del sueño a la realidad. La mayoría de los niños y jóvenes eran huérfanos o habían abandonado sus hogares en las montañas para buscar trabajo en la ciudad; todos eran pobres, buscaban empleo y muchos ni siquiera tenían dónde vivir. La mayoría subsistía en condiciones horribles, hacinados en un sótano o durmiendo en algún callejón o en solares abandonados. Mientras más se iba enterando Don Bosco de las miserables condiciones en que vivían estos jóvenes, más compasión e interés sentía por ellos y trabajaba con mayor ahínco para atender a tantos cuanto fuera posible.
Prácticamente todos los muchachos que llegaban veían que este robusto y alegre sacerdote siempre los recibía con una gran sonrisa y alguna palabra bondadosa y de aliento, incluso cuando los amonestaba, y eso les inspiraba amor y respeto.
El número de jóvenes fue creciendo constantemente y para 1847, ya eran más de 600. Cada domingo los congregaba para rezar, confesarse, participar en la Misa y jugar. Durante la semana, se reunía con ellos en grupos más pequeños y les hablaba de Jesús, les enseñaba a leer y escribir y los preparaba para algún oficio, a fin de que luego pudieran ganarse la vida.
Don Bosco quería que su trabajo llegara a ser un instrumento deconversión y formación para los jóvenes, una institución educacional completa, que mereciera el reconocimiento y la aprobación del gobierno secular y fuera bendecido por la Iglesia. Y eso fue lo que sucedió. Muchos adolescentes marcados por la violencia, los abusos, la miseria y otros males sociales, se convertían a Cristo viendo el testimonio de humildad, fortaleza y fe de este sacerdote alegre, pero de gran vitalidad espiritual. Más tarde, muchos de ellos llegaron a ser maestros, sacerdotes y funcionarios públicos.
Don Bosco estaba consciente de que también se necesitaba un trabajo similar para las niñas que no tenían casa o que vivían por cuenta propia, por lo que el 5 de agosto de 1872 se organizó la congregación de las Hijas de María Auxiliadora, que quedó a cargo de una antigua amiga suya, la Madre María Mazzarello.
Una obligación y un gozo. Don Bosco insistía en escuchar la confesión de cada muchacho al menos una vez al mes, y les ayudaba a experimentar la paz y la libertad del arrepentimiento, así como la seguridad de tener una persona mayor en quien confiar. Muchos fueron los que ingresaron a la orden religiosa que él fundó, la Sociedad de San Francisco de Sales, conocida como la Congregación Salesiana. Constantemente endeudado, se confiaba en la providencia de Dios. Por decisión propia, pero por amor a Dios, trabajaba hasta quedar agotado, queriendo siempre cumplir todo lo que el Señor le encomendara, sin quejarse jamás y siempre llevando una sonrisa.
Con mucha frecuencia lo acusaban de ser muy soñador y querer hacer demasiadas cosas sin tener recursos, pero él siempre respondía: “Si es la voluntad de Dios, ¿cómo voy a fracasar? Y si no es la voluntad de Dios, Él me lo dirá claramente. No necesito preocuparme de nada más.”
El sistema preventivo. Para Don Bosco, la manera correcta de formar a los jóvenes no era castigarlos ni aplicarles una disciplina dura; lo primero era ganarse su confianza. Valiéndose del deporte, un juego de cartas o el Sacramento de la Confesión, procuraba persuadirlos, a fin de que cada uno experimentara personalmente el amor de Dios y la nueva vida en Cristo.
No fue sólo un sueño lo que le permitió a Don Bosco transformar a los animales salvajes en mansos corderos. En su sueño había recurrido a los puñetazos, pero esto mismo le hizo entender que no debía actuar por cólera o impaciencia y más bien dejar que el Señor le enseñara a amar a los jóvenes tal como Dios los amaba.
Esta era la esencia de lo que Don Bosco llamaba “el sistema preventivo” de la educación: mantener a los jóvenes ocupados en forma sana y productiva, sin darles la oportunidad de caer en el ocio ni experimentar con la tentación. Les ayudaba a ver desde temprano que la naturaleza de los “pequeños pecados” que ellos cometían era destructiva y evitar así la posibilidad de maldades más graves. Valiéndose de juegos ingeniosos y de un trabajo arduo, les enseñaba a confiar en sus amigos. Decía que, por encima de todo, había que darles un testimonio atractivo de la vida que convenía que ellos adoptaran.
En medio de todo este trabajo, Don Bosco supervisó la composición y publicación de más de 150 libros, novelas y folletos sobre educación, juventud y la vida cristiana. Edificó magníficas iglesias en Turín y Roma; administró una orden religiosa y dirigió el trabajo misionero que se realizaba en todo el mundo, llegando a ser consejero de varios Papas y gobernantes. Entre 1875 y 1877 envió a sus primeros misioneros a Sudamérica, quienes avanzaron hasta la zona más sureña y primitiva de la Patagonia. Hoy, a 150 años de su fundación, la Congregación Salesiana está presente en 129 naciones y cuenta con 16.092 salesianos: 10.669 sacerdotes, 2.025 coadjutores, 2.765 seminaristas, 515 novicios y 118 obispos, entre ellos 5 cardenales.
Don Juan Bosco murió el 31 enero 1888, a los 72 años de edad, dejando un legado de miles de jóvenes convertidos a Cristo, muchos de los cuales llegaron a ser buenos predicadores y fieles misioneros. Su filosofía educativa fue reconocida y elogiada como innovadora y exitosa. El sueño de su juventud se hizo realidad. En paz, cerró los ojos y entró en el ámbito más real y glorioso que jamás pudo haber conocido. Don Bosco, padre para muchos, fue recibido como hijo amado en el reino de Cristo.
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