Hace más de un año, estaba celebrando una Confirmación en una parroquia local cuando una abuela se me acercó y me dijo: “Monseñor, mi nieta tiene una pregunta para usted.”

Así que le pregunté a la niña: “¿Cuál es tu pregunta?” Y ella me dijo: “Monseñor, ¿por qué mi hermano nació con autismo?”

“Sabes”, le respondí, “realmente no puedo contestar esa pregunta, es un misterio. Pero cuando tú y yo vayamos al cielo, si Dios quiere, le vamos a hacer a él muchas preguntas como esa. Pero permíteme hacerte una pregunta, ¿tú amas a tu hermano?”

“Por supuesto que sí”, dijo ella. “Bueno”, le dije, “sí puedo decirte esto: Tu vida será infinitamente bendecida porque amas a tu hermano, y la vida de tu hermano será infinitamente bendecida por el amor que tienes por él.”

Vivir con misterios como estos —y ver el don que es parte de estos misterios— es, quizá, más importante para nuestra vida que cualquier trabajo que tengamos o cualquier otra cosa que obtengamos. Lo que deseo explorar contigo es ese llamado a aceptar los misterios y los regalos de la vida en este mundo.