Un contemplativo frustrado
Las luchas de San Gregorio Nacianceno preservaron a la Iglesia
Por: el Padre Michael Kueber
El siglo IV fue un tiempo en el cual se debatieron y aclararon las preguntas más profundas del cristianismo: ¿Era Jesús completamente Dios y completamente hombre, o completamente Dios y parcialmente hombre, o viceversa? ¿El Padre y el Hijo eran un solo ser o dos seres similares? ¿Qué pasaba con el Espíritu Santo, él también era Dios? Si lo era, ¿cómo era posible que hubiera un solo Dios? La naturaleza de la Trinidad era tan misteriosa en ese tiempo como lo es ahora, y solo las mentes filosóficas mejor entrenadas podían esperar ofrecer al mundo antiguo una comprensión coherente del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
San Gregorio Nacianceno fue un hombre que se dedicó a esta causa. Él nació alrededor del año 329 d. C. en el seno de una familia cristiana de la provincia romana de Capadocia en donde actualmente se encuentra Turquía. Al igual que Van Gogh, Bach y Mendel cuyas pinturas, obras musicales y descubrimientos genéticos pasaron desapercibidos por mucho tiempo mientras ellos vivían, Gregorio experimentó poco del impacto que su trabajo tuvo alrededor del mundo. Pero, es en gran medida, gracias a él, que todos los domingos podemos rezar: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.”
Hoy en día Gregorio es un santo del cristianismo occidental y oriental y doctor de la Iglesia católica romana. Pero durante su vida, Gregorio era un contemplativo en potencia que soportó muchas frustraciones y fracasos. Y sin embargo, a través de todas esas tormentas, el plan de Dios para la Iglesia se estaba llevando a cabo. Mientras Gregorio seguía volviéndose desesperadamente a Dios, se mantuvo en el camino de la salvación y trajo a muchos otros junto con él.
“Desesperado, me vuelvo a ti.” Desde su nacimiento, la madre de Gregorio, Nonna, lo dedicó al servicio de Dios. Pero los primeros años de Gregorio estuvieron enfocados en la educación clásica, no en su vida espiritual. Comenzó los estudios primarios en Nacianzo, su pueblo natal, y después continuó sus estudios en el centro educativo de Alejandría, Egipto. Luego, para su cumpleaños número veinte, decidió cruzar el mar Mediterráneo y asistir a la mundialmente famosa escuela de retórica avanzada en Atenas. Pero de camino, una tormenta feroz interrumpió el curso del barco, y también el de la vida de Gregorio.
Mientras las olas reventaban encima de ellos, los compañeros de Gregorio clamaban a sus dioses paganos por ayuda. Gregorio también clamó a su Dios, rogando ser salvado de la muerte porque aún no estaba bautizado. “Desesperado en este momento”, rezó, “me vuelvo a ti, mi vida, aliento, luz, fortaleza y salvación.” Gregorio hizo esta promesa a Dios si lo salvaba: “Viviré para ti.” Muy pronto un barco mercante pasó cerca y la tripulación logró estabilizar el barco en el que iba Gregorio y evitar que se hundiera.
Ese fue el principio de la profunda conversión de Gregorio. Comenzó sus estudios en Atenas con un nuevo fervor por la oración. Muy pronto otro cristiano originario de Capadocia, Basilio de Cesarea, llegó a la escuela. Con la ayuda de Gregorio, Basilio escapó por muy poco del ritual de iniciación al que trataron de someterlo sus compañeros. Después de eso, los dos se hicieron compañeros de habitación, asistían a clases juntos, estudiaban juntos y desarrollaron una amistad cercana libre de envidia y competencia.
Un hijo necesitado en su casa. Gregorio se fue de Atenas alrededor del año 350 y regresó a su pueblo. Ahí le resultó difícil balancear las necesidades de sus padres ancianos con su deseo continuo de una contemplación silenciosa. Se mudó temporalmente a Ponto, la propiedad de la familia de Basilio que había sido transformada en un monasterio. Gregorio disfrutó de la oportunidad de “escapar de este mundo” junto con sus angustias.
Podría haber llenado mi mente totalmente con Cristo. Podría haber vivido aparte de otras personas, elevando un espíritu puro solo a Dios... Pero me sentía abrumado por el afecto a mis queridos padres y abatido por ese peso. (Sobre la vida propia, 263-268)
Además de la disminución física de sus padres, el “peso” al que se refería Gregorio era el trabajo pastoral de su padre. Gregorio el Viejo había sido obispo en funciones de Nacianzo por mucho tiempo, según las costumbres de la iglesia en esa época. Y ahora necesitaba ayuda, así que le pidió a Gregorio que regresara a casa. Instado por el pueblo de Nacianzo y viendo en su hijo, dedicado a la oración, un candidato digno, lo presionó para que se ordenara sacerdote. Gregorio no se sentía capacitado, pero había una necesidad evidente. Así que aceptó con mucha reticencia y fue ordenado el día de Navidad del año 361.
Prepararse con oración. Gregorio deseaba ayudar a su padre, pero también necesitaba conciliar sus ideas respecto al sacerdocio. Así que regresó a Ponto de nuevo para hacer un retiro de varios meses. Ahí, sopesó las ventajas y desventajas de la vida activa en contraste con la vida contemplativa que tanto anhelaba. Gregorio sabía que podía caer presa de la ansiedad y el agotamiento si a veces no se apartaba en oración y soledad. Pero, por otro lado, si se privaba de oportunidades para llenar las necesidades de las personas a través del ministerio, su “camino a la caridad” sería angosto.
Ese tiempo en que estuvo alejado lo fortaleció de tal manera que para Pascua estaba de regreso en Nacianzo listo para trabajar. Desde sus primeros sermones, era claro que una de las mayores preocupaciones espirituales que Gregorio también meditaba era en la forma de instruir a la gente sobre la Trinidad:
“Esto implica un riesgo muy grande para aquellos a quienes se les encarga iluminar a otros… Puesto que tanto la unidad de la divinidad debe ser preservada, y las Personas de la Trinidad confesadas, cada una con su propiedad… qué difícil es hablar de cuestiones tan importantes, especialmente ante una gran audiencia compuesta por todas las edades y condiciones.” (En defensa de su lucha)
Enfrascado en la lucha. Gregorio tenía razón, las apuestas eran altas. Unos cuarenta años después de que el Concilio de Nicea había “acordado” el asunto de que el Padre y el Hijo eran consustanciales (un solo Dios), el debate público estaba dividido. Los arrianos se oponían a la posición de “un solo Dios”. Otro partido creía que Dios estaba “por encima del entendimiento humano”. Sin embargo, la mayoría de las personas sabían que la estabilidad política en el imperio y la paz en la Iglesia no podrían lograrse sin un acuerdo firme sobre algo tan importante como la Trinidad.
Durante los siguientes veinte años, Gregorio hizo su parte para promover el credo Niceno a través de su predicación y sus escritos. Incluso, de una forma algo profética, extendió la unidad del Padre y del Hijo para incluir al Espíritu Santo. Pero su predicación lo involucró en muchas disputas dentro de la Iglesia y discusiones no deseadas con líderes políticos. Frecuentemente Gregorio reaccionaba huyendo a un lugar solitario. Estando solo podía presentar sus frustraciones a Dios y componer cuidadosamente escritos que abordaban los asuntos complicados que se presentaban, cartas que siguen siendo valiosas para los estudiantes de teología en la actualidad.
Probablemente debido a que pasaba tanto tiempo alejado buscando claridad sobre las preguntas teológicas más importantes de su tiempo, Gregorio fue recomendado para convertirse en el obispo local. Con el tiempo, a pesar de sus esfuerzos por permanecer fuera del centro de atención, fue reconocido como el obispo principal del imperio para promover la “causa nicena”. El tiempo que pasó apartado no fue desperdiciado, porque el credo Niceno estaba a punto de ser seriamente revisado.
Catástrofe en Constantinopla. En el otoño del año 379, la esposa de un importante político le pidió a Gregorio que actuara como capellán de un grupo de cristianos que habían aceptado el Credo Niceno. Él aceptó y fue a Constantinopla para darles más instrucción, pero las cosas se volvieron violentas. Un grupo de monjes arrianos atacó la capilla un día mientras Gregorio estaba predicando y arrojó piedras contra él y quienes lo estaban escuchando.
El debate niceno se estaba volviendo tan divisivo que el emperador convocó a los obispos de todas las regiones para tomar una decisión final en el año 381. Uno de los obispos, Gregorio de Nisa, bromeó diciendo que nadie podía evitar las cuestiones trinitarias. Una persona podía empezar a hablar de dinero, el sabor de la comida, la higiene personal, ¡pero inevitablemente terminaría enfrascado en una discusión de si el Hijo fue engendrado o no!
En este ambiente cargado, un anciano y débil Gregorio Nacianceno fue elegido para presidir el Concilio de Constantinopla, como se le llamó luego. Desde su perspectiva, fue un desastre desde el momento en que los guardias armados lo introdujeron al salón de reuniones. Gregorio hubiera deseado ser como el director de una orquesta, procurando la unidad para los diferentes grupos, pero de aquel diálogo no emergió ninguna posición clara.
Desilusionado, y creyendo que él era la causa del disenso, Gregorio renunció y se fue a su casa en Nacianzo para pasar sus últimos años editando sus escritos en silenciosa reclusión. Inmediatamente antes de irse de Constantinopla, dio un apasionado discurso a los que apoyaban la causa nicena: Su última súplica por la fe.
Gregorio exhortó a sus oyentes a seguir promoviendo la visión nicena con mansedumbre, para no obtener el bien por medio del mal. Él profetizó que Dios les concedería el éxito, así como él había causado una improbable devoción a Cristo que se arraigó en un imperio pagano. “Tres que se reúnan en nombre del Señor cuentan más para Dios que decenas de miles de aquellos que niegan su divinidad”, les dijo con una confianza tal que, considerando las circunstancias, superaba a la razón.
El éxito velado por la decepción. Habiendo hecho todo lo que podía, Gregorio se fue de Constantinopla y dejó el destino de la Iglesia a la guía del Espíritu Santo. Aparentemente contra todos los pronósticos, el concilio sí adoptó la enseñanza nicena de la Trinidad, y esa sigue siendo la creencia de casi todos los cristianos actualmente. Probablemente Gregorio consideraba su propia vida un fracaso, y objetivamente, estuvo llena de decepciones y adversidades. Pero él era fiel a aquella promesa que había hecho en el mar de vivir para Dios, y su perseverancia produjo un fruto extraordinario en toda la Iglesia en los siglos por venir.
El Padre Michael Kueber es el párroco de la parroquia de la Asunción en Richfield, Minnesotta, y miembro de la Hermandad del Pueblo de Alabanza.
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