Un constante banquete para el alma
El don de la conversión continua
Imagínate que has sido invitado a una cena elegante. Halagado por la perspectiva, te vistes con tus mejores galas y te diriges al banquete.
Cuando entras al salón del comedor ves que hay dos grandes mesas servidas. En una hay gran variedad de manjares sabrosos y exquisiteces muy elaboradas y bellamente presentadas en fina vajilla de porcelana. La otra mesa contiene pedazos de pizza fría de varios días, cortes rancios de mortadela, frituras grasosas y verduras ya marchitas, todo eso en platos de cartón. ¿A qué mesa irías para servirte la comida?
Esta escena imaginaria nos ayuda a entender lo que es la conversión continua. El banquete indica dos opciones diferentes que hay para la vida cristiana: alimentarnos de manjares frescos, deliciosos y saludables, o conformarnos con comer cosas que no solo saben mal, sino que pueden ser nocivas para la salud.
Despojarse de lo antiguo. Como ya lo hemos dicho, la conversión inicial se produce cuando uno conoce a Jesús y experimenta las bendiciones de ser miembro de su Cuerpo, la Iglesia. Mediante la conversión y el Bautismo, podemos entrar en el Reino de Dios y saber que las puertas del cielo se abren para nosotros. Sin embargo, cada persona lleva en su interior hábitos de conducta que son contrarios a Dios y deben ser eliminados o, como dice San Pablo, “hay que darles muerte” (Colosenses 3, 5). Estas formas de conducta negativa tienen la malsana facultad de encadenarnos, llevarnos a cometer otros pecados y separarnos de Dios y del prójimo.
La conversión continua es el proceso mediante el cual uno procura adoptar hábitos positivos y conducentes a una vida de santidad y decide despojarse de todo aquello que lo separe de Dios. En el primer artículo presentamos el concepto de la conversión continua utilizando el ejemplo del hermano mayor del hijo pródigo. Ahora reflexionaremos un poco más sobre este joven, a fin de llegar a un mejor entendimiento de lo que implica la conversión continua.
Cuando el hermano menor abandonó la casa del padre y derrochó su dinero llevando una vida disoluta y cometiendo todo tipo de pecados, el mayor permaneció en casa con su padre. Era un hijo bueno y honesto, muy trabajador y no causaba problemas. Pero, al mismo tiempo, era propenso a la cólera, la envidia y el egoísmo, todo lo cual afloró cuando vio cómo su padre recibía a su hermano cuando éste volvió a casa.
Supongamos por un momento que las palabras del padre hubieran tenido buen efecto y que la gracia hubiera actuado en el hijo mayor y le hubiera ayudado a abrir los ojos. Tal vez el joven le habría dicho a su padre algo como: “Papá, ya sé que todo lo que tú tienes es mío. Vi lo que hiciste con mi hermano y reconozco que lo amas. Por favor, perdóname por la manera en que yo reaccioné cuando él volvió a casa. Me dejé llevar por la arrogancia y por creerme mejor que él, y lo reconozco, pero no quiero volver a actuar de esa manera.”
Si este hijo hubiera tenido expresiones como éstas, eso habría sido una señal de que iba creciendo espiritualmente, que su conversión iba avanzando, y eso habría sido una victoria más sobre su “antigua” forma de pensar y actuar, y habría recibido más bendiciones aún por el hecho de vivir en casa de su padre.
Cómo resolver las “zonas grises”. Idealmente, nos gustaría que todas las decisiones que tomamos fueran guiadas por el Espíritu Santo, las verdades de la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. En la práctica, hay ocasiones en que es fácil tomar decisiones, pero también hay veces en que las situaciones que nos toca dilucidar son complejas y no tan obvias y tal vez no estemos seguros de cuál es la mejor opción. Además, hay veces en que nuestro propio egocentrismo se alza en oposición al Espíritu Santo, y conscientemente actuamos por egoísmo y en contra de los impulsos de la gracia.
En la primera situación, la conversión continua se produce casi naturalmente. En la segunda situación, que implica asuntos más complejos, se requiere algo más. Se necesita recibir una nueva luz, una nueva revelación o quizás el consejo de una persona crecida espiritualmente, algo que nos ayude a entender por qué una determinada acción es buena o mala.
A San Pedro le sucedieron algunos de estos episodios en la vida, y uno de ellos es una ilustración clásica de aquellas “zonas grises”. Cuando Jesús les dijo a los apóstoles que tenía que ir a Jerusalén, donde lo arrestarían y le darían muerte, Pedro lo reprendió diciéndole: “¡Dios no lo quiera, Señor! ¡Esto no te puede pasar!” (Mateo 16, 22). Pedro quería proteger a su maestro y tratar de convencerlo de que no siguiera por un camino que lo llevaría a la muerte, pero Jesús, molesto por las palabras de Pedro, le responde abruptamente: “¡Apártate de mí, Satanás!” (16, 23).
Probablemente, Pedro entendió más tarde por qué Jesús le había contestado con dureza y aprendió que, aun cuando sus intenciones eran buenas, su entendimiento de lo que el Señor tenía que hacer era imperfecto. También sería razonable pensar que cuando Jesús le explicó a Pedro por qué su razonamiento era “de Satanás”, éste entendió y cambió. Todo el episodio probablemente llevó a Pedro a una conversión más profunda, porque más tarde llegó a reconocer que sus palabras y sus intenciones no eran compatibles con el plan de Dios para la salvación del género humano.
Un ejemplo de la tercera situación, la de saber qué es lo correcto pero no hacerlo, se aprecia en la Última Cena. Jesús se estaba despidiendo de sus amigos más cercanos y preparándolos para su muerte en la cruz. Pero en lugar de llenarse de tristeza o inseguridad, como sería posible esperar, los apóstoles se pusieron a discutir acerca de cuál de ellos era el más importante (Lucas 22, 21-24). Sabían qué era lo correcto que debían hacer, pero el orgullo y el egocentrismo les pusieron una trampa. Cabría suponer que, con el tiempo, ellos también llegaron a ver por qué ese proceder era contrario a Dios.
La Sagrada Escritura está llena de relatos emocionantes y conmovedores de conversión continua. Por ejemplo, a Tomás se le resolvieron sus dudas; a Pedro se le restableció la fe después de haber traicionado tres veces a Jesús. Santiago y Juan, los hijos del trueno, se enteraron de que su deseo de ocupar lugares de honor en el Reino de Dios se debía a su orgullo; Marta aprendió a superar sus frustraciones con su hermana María. Todas estas historias nos muestran que Jesús quiere abrir nuestros ojos para que nos libremos de todo lo que es contrario a su verdad y así nos entreguemos más a él.
Reconocer y actuar. Estos ejemplos del texto bíblico son convincentes, pero ¿cómo podemos nosotros profundizar nuestra conversión? El proceso comienza con el reconocimiento. El Espíritu Santo quiere enseñarnos a reconocer los aspectos positivos de nuestra forma de pensar y de nuestras acciones, para que los profundicemos. También quiere ayudarnos a reconocer los elementos negativos, para que veamos que nos separan de Jesús y que debemos aprender a rechazarlos.
A veces el Espíritu nos muestra qué aspectos de nuestra vida tienen que cambiar, y eso puede ocurrir en la santa Misa, en la oración personal o cuando leemos la Biblia. Pero también puede suceder en las primeras horas de la mañana, cuando despertamos, o durante un día normal. Hay momentos en que el Espíritu Santo se vale de otras personas para ayudarnos en algo, o bien cuando nos encontramos en una situación determinada, y él nos ayuda a abrir los ojos.
El Espíritu Santo actúa en cualquier circunstancia para hacernos cambiar, pero es más probable que la conversión continua se vaya produciendo cuando uno se detiene a reflexionar y reconocer por qué hacemos lo que hacemos. ¿Qué situaciones nos llevan a actuar de acuerdo con Jesús y qué otras a actuar en contra de él? Hoy día, trata de dejar un tiempo para reflexionar en tu conducta usual, y ver si lo que haces complace al Señor o lo ofende.
Cuando veas que tu conducta ha sido buena, dale gracias a Jesús y haz lo necesario para adoptar esa conducta como un hábito. Si ves algo negativo, pídele al Señor la gracia de renunciar a ese comportamiento y actuar siempre de una forma que agrade a Dios.
Luego, cuídate de proteger tu futuro. Recuerda que Satanás está siempre al acecho (1 Pedro 5, 8) buscando cómo convencerte de que no analices tu comportamiento y de que retomes los aspectos negativos que ya hayas eliminado de tu conducta. Por esta razón, le pedimos al Padre que nos dé el pan nuestro de cada día, que no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal.
La escuela de Cristo. A veces parece que nunca vamos a graduarnos de la escuela del Espíritu. Siempre hay algún otro aspecto de la vida que se nos desvía y al que hemos de darle atención. Pero no debemos nunca desalentarnos, ni dejar que la vida se nos reduzca a luchar contra el pecado y tratar de ser perfectos. Aunque a veces parece difícil ser cristiano, cada vez que damos otro paso más para acercarnos a Jesús, él da cinco pasos para acercarse a nosotros.
Comentarios