Un brinco hacia la gracia
El Señor nos invita a dar un paso de fe
¡Feliz Año Nuevo! ¿Se ha propuesto ya alguna actividad para el año nuevo?
¿Tal vez bajar de peso, ordenar mejor sus finanzas, hacer más ejercicio o dejar un mal hábito? Mucha gente se hace propósitos como éstos porque ve que hay algo en su vida que necesita mejorar, ya sea eliminar un mal hábito o perfeccionar algo bueno que ya está haciendo. Todos estos planes o resoluciones implican hacer ciertos cambios para mejorar la conducta.
Y el hecho de adoptar estos propósitos al principio de un año nuevo indica que queremos cerrar una página y abrir una nueva. El cambio de calendario nos invita a hacer lo necesario para emprender un nuevo camino, fijando un comienzo y un fin determinados, y esto nos ayuda a tener un claro sentido de lo que queremos conseguir o hacer en la vida.
Este año, ¿por qué no añadir algunas “resoluciones de fe” entre los planes que nos hacemos, es decir, acciones que nos ayuden a acercarnos más a Cristo? Pero estas resoluciones de fe no han de limitarse a la promesa de asistir fielmente a Misa todos los domingos o a rezar más tiempo en el día. Se trata de proponerse resoluciones “interiores”, o sea promesas de que, cualesquiera sean las prácticas espirituales que realicemos, durante el nuevo año trataremos de abrirnos más a la gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo.
Para ayudarle a aclarar el sentido de estas resoluciones y comprometerse a cumplirlas, reflexionaremos sobre cómo se combinan la fe y la gracia de Dios para forjar un cambio en la vida, cambios que darán fruto a lo largo de todo el año nuevo.
Un brinco a la gracia. Pues por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios. (Efesios 2, 8)
Imagínese que usted está atrapado en el cuarto piso de un edificio en llamas. Mira por la ventana y ve abajo a los bomberos que despliegan una red y le urgen a que salte: “¡Vamos, salte! ¡No tenga miedo, aquí lo recibiremos!” le dicen a viva voz. Usted respira hondo, y tras una breve vacilación, brinca al aire y cae en la lona, sin peligro. ¡Dios santo! Se acaba de salvar de las llamas. Pero, ¿se salvó sólo porque se atrevió a brincar? No exactamente. Si la red no hubiera estado allí abajo, usted se habría muerto. La que lo salvó fue la red. Sí, pero al mismo tiempo, usted tuvo que decidirse a brincar; tuvo que dar ese salto de fe, esperando que los bomberos le recibieran.
Algo así es como actúan juntas la gracia y la fe. La gracia de Dios es como la red, y su decisión de saltar es un acto de fe. Usted brinca porque confía en los bomberos y cree que la red lo sostendrá.
Del mismo modo, dar un salto de fe hacia los brazos de Cristo es el único modo de saber que estaremos seguros. Simplemente no hay otro camino. La fe es una decisión de vida o muerte y una decisión que tenemos que reafirmar cada día. Es una decisión cotidiana de encontrar la seguridad, el hogar y el refugio que necesitamos en el Señor. Es también una decisión diaria que nos dispone para recibir una abundancia inagotable de gracia y bendiciones.
¿Por qué quiere Jesús darnos tanta gracia? Porque no quiere limitarse a salvarnos sólo del pecado. ¡Quiere darnos una vida nueva! San Pablo dijo una vez: “Pero soy lo que soy porque Dios fue bueno conmigo; y su bondad para conmigo no ha resultado en vano” (1 Corintios 15, 10). Pablo vio que la gracia de Dios tenía un efecto en su persona, porque le hizo ser la persona que ahora era. Sabía que sin esta gracia, no sería ni con mucho tan humilde, apacible ni productivo como era.
La gracia y la fe. ¡Las dos van estrechamente entrelazadas! Sin nuestros actos de fe, la gracia de Dios tiene muy poca posibilidad de cambiarnos. Y al mismo tiempo, por muy fieles y disciplinados que seamos, nuestros esfuerzos simplemente no tendrán mucho impacto si no estamos dispuestos a ser un conducto abierto para el flujo de la gracia que Dios está siempre derramando desde el cielo.
Veamos cómo describen las Escrituras esta interacción entre la gracia de Dios y los actos de fe que nosotros realizamos. Antes que nada, Jesús explica que una semilla plantada (la gracia de Dios) en un terreno apto (nuestra fe) puede producir una cosecha del 30, el 60 o el 100 por uno (Mateo 13, 3-8).
Luego, San Pedro nos exhorta diciéndonos: “Busquen con ansia la leche espiritual pura, para que por medio de ella crezcan y tengan salvación” (1 Pedro 2, 2), y también nos aconseja que renunciemos a “toda clase de maldad, todo engaño, hipocresía y envidia, y toda clase de chismes” (2:1). Esto es bueno, pero ¡requiere esfuerzo!
Finalmente, el Apóstol Santiago nos dice: “Despójense ustedes de toda impureza y de la maldad que tanto abunda, y acepten humildemente el mensaje que ha sido sembrado; pues ese mensaje [la gracia de Dios] tiene poder para salvarlos” (Santiago 1, 21).
Estos pasos, y muchos otros, nos muestran lo que puede pasar cuando tomamos la decisión de “brincar” hacia los brazos fuertes y compasivos de nuestro Señor.
Gracia barata y gracia costosa. En su libro “El Costo del Discipulado”, el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer habla de la diferencia entre la gracia “barata” y la gracia “costosa”. La gracia barata, dice, “es la predicación del perdón sin exigir el arrepentimiento, el Bautismo sin la disciplina de la Iglesia, la Comunión sin la confesión.” Es “la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz.” Aquellos que confían en la gracia barata creen en Jesús, en la vida eterna y en el perdón de los pecados, pero no se esfuerzan “por llevar una vida bajo la gracia que sea diferente de la vida antigua bajo el pecado.”
Por contraste, la gracia costosa “es el llamado de Jesucristo en el cual el discípulo deja sus redes y lo sigue.” Esta gracia es costosa porque nos pide renunciar a nuestra antigua identidad y “seguir” a otro. Pero es gracia “porque nos llama a seguir a Jesucristo.” Es gracia porque Aquel a quien seguimos es todo amor, compasión y misericordia. Él está siempre con nosotros para ayudarnos y hacer realidad todo nuestro potencial.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la gracia “es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada” (CIC, 1996). Entonces la gracia es un regalo de Dios que nos inspira y nos autoriza a cambiar de vida. Pero el Catecismo continúa diciendo que esta gracia exige la “respuesta libre del hombre” (CIC, 2002). La gracia no es un hechizo que nos transforma de inmediato por arte de magia. Los hombres y mujeres tenemos una participación importante en este proceso, y esa participación implica ceder a la gracia de Dios, por mucho que nos cueste hacerlo.
Así pues, vemos esta gracia costosa que actuaba en personas como Abraham, Moisés y la Virgen María. Cuando sintieron que Dios actuaba profundamente en su espíritu, le entregaron su vida al Señor. Abraham dejó su casa en la ciudad de Ur para irse a una lejana tierra prometida de la cual nada sabía. Moisés arriesgó su vida exigiéndole al faraón que dejara libres a los esclavos israelitas. Y María dijo que sí a la invitación del ángel a ser la Madre de Dios. La gracia divina forjó en ellos una profunda obra interior, y ellos aceptaron de buena gana el llamado de Dios y la responsabilidad que eso representaba.
Queridos hermanos, Dios está siempre derramando su gracia sobre sus hijos. Aceptarla puede ser costoso o difícil, pero no es algo agobiante; es más bien una gracia que inspira, que anima y nos mueve a hacer lo que es necesario para acercarnos más a Dios. La gracia es una generosa invitación a tomar una decisión, una decisión que será portadora de indecibles bendiciones para nosotros y para quienes tenemos cerca.
Fe persistente, gracia abundante. Alrededor del año 1900, cuando recién se estaban haciendo las primeras instalaciones de electricidad en las casas particulares, una familia le pagó a un electricista para conectarlos a la red eléctrica. Durante el año siguiente, la compañía de electricidad observó que esta familia usaba muy poca energía, por lo que enviaron a un representante a examinar el asunto. “Ustedes tienen corriente eléctrica para todo lo que necesiten” les dijo el representante y preguntó: “Pero, ¿por qué no la están usando?” El padre contestó: “Oh, sí, la estamos usando. Nos encanta la electricidad y cada noche encendemos las bombillas por unos minutos y así podemos ver bien las velas para encenderlas.” Esta familia no lograba darse cuenta de lo mucho mejor que sería su vida si usaran la energía eléctrica todo el tiempo.
No seamos como esa familia. No nos contentemos con apenas un mínimo de gracia. Más bien, ejercitemos nuestra fe, confiados en que la gracia de Dios —la energía divina— siempre está allí, disponible para los creyentes. La gracia de Dios nos ofrece orientación, aliento y paz para vivir con alegría como discípulos de Jesús. La gracia es un suministro interminable de energía sobrenatural. Si podemos aprender a permanecer conectados con esa fuente de gracia, como lo hicieron Moisés, Abraham y María, seremos capaces de salir al mundo y hacer grandes cosas para el Señor y para nuestros semejantes, especialmente en la comunidad cristiana.
Por eso, mientras comienza este año nuevo, decida cultivar más su fe. No se conforme con la gracia barata; decídase a mantenerse conectado con la gracia de Dios, aun cuando a veces le parezca costoso o difícil hacerlo. Sea persistente y si usted falla y cae, incorpórese y comience de nuevo. Tenga fe en Dios y así usted se llenará de gracia.
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