La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2012 Edición

Tú eres imagen viva de Cristo: “Levántate y no peques más.”

Por el Padre Diego Suárez

Tú eres imagen viva de Cristo: “Levántate y no peques más.”: Por el Padre Diego Suárez

Les hablaré de algo muy especial. Cuando miro la televisión y leo los periódicos, veo que entre los católicos hay muchos que son borrachos, que maltratan a su mujer, son delincuentes, son esclavos del vicio, y yo les quiero decir que me duele recordarles continuamente su pecado y su debilidad. Me duele decirles que si no se arrepienten y cambian, se van a condenar. Me duele en el alma, porque en el fondo sé que tú no eres un borracho ni un sinvergüenza: tú eres un hijo de Dios y de ahí tenemos que partir para la enseñanza.

Querido amigo, tú eres imagen y semejanza de Dios. Cuando Jesús vio que la gente estaba entusiasmada con la multiplicación de los panes, dijo: “Siento lástima de esta gente. Están como ovejas sin pastor, van y vienen. Están escuchando con tanta hambre que me tengo que subir a la barca de Pedro, para predicar, porque los veo con hambre, los veo con ganas de cambiar, los veo con ganas de tener un corazón nuevo, con esperanza de ser un hombre distinto, los veo con ganas de recuperar la imagen de Dios que hay en tu corazón y siento lástima de ti.” Pero la palabra “lástima” no como humillación, sino como “ternura”.

Siento ternura por vosotros.

Cuando ustedes van temprano a un retiro, porque se sienten necesitados, van buscando al Pastor, y Jesús siente lástima, ternura, cariño por ti, que­rido amigo. Ya has hecho lo suficiente, porque te dice: “No me buscarías si ya me hubieras encontrado. Yo ya estoy en tu corazón y siento ternura por ti. Dios te ama y conoce tu debilidad y tus vicios.” Jesús siente lástima de los que están perdidos y que andan como ovejas sin Pastor.

Me dirijo a los que están en una situación de debilidad. Pablo decía: “No entiendo mi proceder: quiero hacer el bien y me sale el mal. No puedo conmigo y mi vida es contradictoria. Mi cuerpo está en pecado y mi corazón está en Dios. Señor, tengo una espina clavada en mi carne y no me la puedo quitar. ¿Qué tengo que hacer? No me puedo superar” (v. Romanos 7,14). Solo con el amor una persona puede cambiar y transformar su vida. Dile al Señor: Yo sé como soy. Perdóname, porque yo mismo no puedo conmigo. Tú eres Señor quien me ayuda y me levanta, y con tu amor yo puedo ser un hom­bre nuevo.

Una mañana muy temprano, Jesús se levantó para orar y escoger a sus apóstoles. Cuando va hacia Jerusalén, en las afueras del Templo, escucha un griterío y ve un montón de gente, con piedras en las manos y actitudes ame­nazantes, que arrastran a una mujer. Esta mujer es una sinvergüenza, una prostituta, una mala mujer. La Ley de Moisés dice que hay que apedrearla: “Hemos sorprendido a esta mujer ahí, en un rincón, medio desnuda, con un hombre. El hombre se nos escapó, pero la adúltera está aquí. Hay que matarla, apedrearla, porque eso nos manda la Ley.”

Dice Cristo: “Vamos a aplicar las dos leyes: la ley de Moisés y la ley del amor. Yo vengo a interpretar la Ley, a darle su plenitud. Los Mandamientos son plenos exclusivamente cuando se cumplen desde la perspectiva del amor. Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio y vamos a apedrearla, como manda la Ley de Moisés, pero lo haremos por orden.” “¿Qué orden, Señor?” “Pues bien, que comiencen aquellos que pueden hacerlo, los que no tienen ningún tipo de pecado.”

Los hipócritas y los fariseos que condenan y juzgan, no aman a nadie; los hipócritas y los fariseos son per­fectos cumplidores de todas las leyes y los mandamientos, menos uno: no aman a nadie. Si eres sober­bio de corazón, vas por la plaza de tu pueblo diciendo: “¿Te enteraste de lo que hizo aquella muchacha?” Y sigues señalando y señalando. Tú has tenido la suerte de que nadie te ha descubierto tus pecados. Esa es tu ventaja, pero ¡sácate primero la viga de tu ojo!

Levántate y no peques más. Y ¿qué hizo Cristo cuando todos se fueron? Llega la mujer humillada y avergonzada, porque hay una sola per­sona que puede apedrearnos a todos, una sola persona que puede condenar­nos a todos (aunque también hay otra, la Santísima Virgen). Cristo se puso a escribir en el suelo y la mujer estaba muerta de miedo. Jesús se levanta y le pregunta: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?” “Nadie me ha con­denado, Señor.” Dice Cristo: “Mujer, tampoco yo te condeno. Levántate y no peques más.”

Querido amigo, levántate y no peques más. Cuando uno se va a con­fesar, lo que el sacerdote te dice es: “Yo no te condeno, yo te perdono.” Es lo máximo que puede decirte el sacerdote en Confesión: “No te con­deno”. Aprende tú a no condenar, a emplear la ternura; es el método de Dios; el nuestro es señalar, criticar y condenar.

La única ley es la del amor. El pecado más grave es la falta de amor. Quiero que te perdones a ti mismo, quiero que te disculpes a ti mismo. Al que más le cuesta perdonar tus peca­dos es a ti mismo, porque dices: “No me perdono, no puedo olvidar lo que hice.” Sin embargo, yo quiero que tú te perdones tus pecados. Acepta que eres un hombre que tiene esas características: eres gordo, guapo, feo; hombre o mujer, con ese cuerpo tienes que vivir, con esta debilidad vives. No te la aplaudo, pero rectifica todo lo que puedas; levántate, arre­piéntete y no peques más.

Porque tú eres un hijo de Dios, eres un buen hombre, una buena mujer; perdónate, porque Dios ya te ha perdonado. Cuando caes en tu propia debilidad y reconoces que eres una imagen sucia de Dios, cuando te acercas a Dios y te duele tu pecado, no peques más. Dios te ama a pesar de tu debilidad, porque Dios es puro amor. Pero el amor de Dios es muy distinto al nuestro, es otro estilo de amor. Se parece un poquito al amor de una madre, porque la ternura de la madre hace lo imposible para que su hijo esté bien.

Imagen y semejanza de Dios. Cuando Dios creó al hombre, sopló al barro y le dio aliento de vida. Cuando uno no vive el soplo de Dios, es barro, sencillamente barro. El hombre sin Dios es un muñeco de barro.

Pero tú eres imagen y semejanza de Dios. Cuando amas, te pareces a Dios; cuando sonríes, te pareces a Dios. El día en que Dios deje de soplar sobre ti, no serás más que un pobre hombre, y ¿qué es lo que te hace un pobre hombre? Tus debilida­des. Entonces, ¡lucha para no ser un pobre hombre! Porque tú eres ima­gen y semejanza de Dios. Cuando tú eres bueno, coincides con Dios y demuestras los sentimientos de Dios.

Jesús no vino por los sanos, sino por los enfermos, los lastimados, doloridos, arrepentidos, avergonza­dos; es decir, vino por ti. ¿Cuántas veces tengo que perdonar, siete veces? El corazón que cuenta los pecados aje­nos no conocerá nunca la felicidad. Son bienaventurados los que sufren, los que lloran, las madres de los drogadictos, las esposas de los delin­cuentes y de los borrachos.

La nuestra es la religión de la gente que quiere ser buena, gente de hijos pródigos, gente arrepentida, gente humilde que le dice al Señor: “Esto es lo que tengo.” Y Cristo está allí para salvarte, y tú lo vas a seguir, porque ya te has comprometido con Él.

Jesús escogió a doce hombres y les dio la misión de propagar la reli­gión de la salvación, la religión de la Eucaristía, la religión del amor. No todas las religiones hablan del amor. La nuestra exige el amor, porque el fundamento de la Iglesia es exclusi­vamente el amor.

Desde que Cristo vino al mundo, serán santos los que coinciden con las bienaventuranzas y, sobre todo, serán los que den la vida por los demás. Hay que ser perfectos, no en la postura, no en los ojos, no en un espiritualismo falso; hay que ser perfectos en el amor. Y tú tienes que ser un hombre que da la vida por amor.

Cuando Cristo estaba con los once apóstoles, les dijo: “Me voy a marchar, pero estaré presente en medio de ustedes; no les dejaré huérfanos.” Entonces empezó a soplar sobre los apóstoles y les dijo: “Reciban mi Espíritu Santo. Ahora ya tienen mi poder, son hombres nuevos por mi Espíritu.” Y cuando tú comulgas y cuando rezas, ya no eres tú; eres mucho más que una imagen y semejanza de Dios: tú eres una imagen viva de Cristo, con tus debilidades y pequeñeces, tú eres el hombre nuevo, tú eres la imagen del Señor. ¡Qué alegría! ¦

Adaptado de una charla pronun­ciada por el padre Diego Suárez en un Congreso organizado por el Apostolado El Sembrador en Los Ángeles, California.

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