La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Cuaresma 2015 Edición

Todos formamos una familia

Cuando nos arrepentimos, aprendemos a perdonar

Todos formamos una familia: Cuando nos arrepentimos, aprendemos a perdonar

Hasta ahora hemos considerado los pasos que conviene dar para prepararnos a perdonar a las personas que nos han causado grandes traumas y dolores en la vida. Ahora veremos por qué Jesús nos pide perdonar.

También reflexionaremos sobre el Sacramento de la Reconciliación y el hecho de que hacerse un examen de conciencia y reconocer los pecados propios es sumamente útil para llegar a tener una mejor disposición para disculpar los errores de los demás y perdonarles.

Hijos a su imagen y semejanza. En el artículo anterior quedamos en que el padre Antonio le pedía a Eliana que tratara de perdonar a Rubén por todo lo que él le había hecho. Al principio, ella se resistió. ¿Cómo iba a perdonar al hombre que había arruinado su matrimonio, cometido adulterio y luego la había dejado sola con sus hijos? El padre Antonio le señaló dos razones esenciales por las cuales el perdón es tan importante.

Primero, le hizo recordar las palabras de Jesús, de que si no perdonamos de corazón, no seremos capaces de experimentar nosotros mismos el perdón de Dios (Mateo 6, 14). Luego, continuó diciéndole que todos debemos perdonar porque somos hijos del mimo Padre. Esto es sin duda difícil de aceptar, sobre todo cuando pensamos en alguien que deliberadamente nos ha causado un grave daño; pero para Dios, tiene sentido perfecto, porque, después de todo, él nos creó a todos y nos ama a todos por igual, porque él es nuestro Padre.

La Palabra de Dios dice que el Señor nos creó a su imagen y semejanza (Génesis 1, 26). Ninguna otra criatura en el mundo tiene este privilegio; ¡ni siquiera los ángeles son creados a imagen de Dios! Esto quiere decir que cada uno de los seres humanos ocupa un lugar especial en el plan de Dios y un lugar especial en su corazón. Somos sus hijos y él nos ama y nos aprecia a cada uno profundamente. El Catecismo de la Iglesia Católica declara que: “De todas las criaturas visibles sólo el hombre es ‘capaz de conocer y amar a su Creador’” (CIC 356). En efecto, todo ser humano tiene el espléndido privilegio de poder conversar con Dios y escuchar su voz.

Una misma familia. Así pues, cuando perdonamos a alguien, ejercemos este gran privilegio de conversar con Dios, porque encomendamos a la persona al cuidado de su Padre, con la esperanza de que algún día encuentre al Señor y se convierta de verdad. Además, afirmamos que vale la pena perdonar a esta persona simplemente porque el Padre la ama incondicionalmente.

El perdón de Dios está directamente relacionado con la palabra "gracia", que describe el favor inmerecido que recibimos de Dios. Es fundamental entender el significado real y el propósito del perdón y de la gracia de Dios.

En 1994 un monje trapense llamado Christian fue asesinado en Argelia junto a otros monjes que habían permanecido en su monasterio. Christian dejó una carta para que su familia la leyera después de su muerte. En ella daba gracias a todos los que había conocido y señalaba: “En estas gracias por supuesto los incluyo a ustedes, amigos de ayer y de hoy... Y también a ti, amigo de última hora, que tal vez no sabías lo que hiciste. Sí, también por ti doy esas gracias y ese adiós cara a cara contigo. Que podamos volver a vernos en el paraíso, si le place a Dios nuestro Padre.”

¿Le parece posible reconocer que todos somos miembros de la familia de Dios? ¿Puede dar un paso más para librarse de los resentimientos y de la negativa a perdonar simplemente porque todos somos hijos de Dios?

La decisión de perdonar. El padre Antonio citó a Eliana y le pidió que calmara sus pensamientos y su corazón y tratara de imaginarse que Jesús estaba allí sentado a su lado. Después de unos momentos, ella dijo: “Veo que el Señor me sonríe y veo cuánto me ama, a pesar de mis imperfecciones. Me ama tanto porque él me creó.” El padre Antonio entonces le preguntó: “Y ¿qué pasa con Rubén? ¿Cómo lo ve Jesús?” Ella contestó: “Supongo que también lo ama de la misma manera. Creo que el Señor quiere mostrarle su amor tal como me lo muestra a mí.”

Ahí fue cuando las cosas comenzaron a cambiar. Eliana pudo ver la situación en su dimensión más amplia y esto le ayudó a renunciar a la cólera y buscar la sanación. Vio que a Dios sin duda no le gustaba lo que Rubén hizo, pero que el Señor todavía lo amaba y quería ayudarle en su vida, de la misma manera como la amaba a ella y quería ayudarle a ella.

Al final de cuentas, el perdón es una decisión que hay que tomar; es un acto de la voluntad, no de las emociones. Es una decisión que te permite decir: “Te perdono por el daño que me hiciste y por ser injusto conmigo.” A veces, esto es todo lo que hace falta y uno queda libre. En otras ocasiones, sobre todo cuando se trata de las heridas más profundas de la vida, se necesita más tiempo, más paciencia y más confianza en el Señor. En aquellos casos, hay que seguir declarando: “Te perdono” aunque usted no tenga realmente el deseo de perdonar. Lo que sucede es que cada vez que usted lo hace, da un paso más hacia la libertad y al mismo tiempo invita al Señor a dar un paso más para acercarse a usted.

Así ocurrió con Eliana. Ella encontró que decir “te perdono,” aunque su corazón realmente no estuviera de acuerdo, le ayudaba a sanar sus heridas y daba un paso más hacia una condición en la que podría perdonar a Rubén de una vez para siempre. Usted también debería decir estas palabras repetidas veces, día a día durante un tiempo, porque cada vez que lo haga, el Espíritu Santo derramará más gracia sobre usted y le ayudará a sanar y verse libre.

Padre, perdóname. El padre Antonio le aconsejó a Eliana que analizara su conciencia y le pidiera perdón a Dios por cualquier odio o resentimiento que tuviera contra Rubén. Al principio, le pareció extraño que el padre Antonio le pidiera que se arrepintiera, pero ella protestó diciendo: “Fue él quien pecó contra mí. Yo hice todo lo que pude en nuestro matrimonio. ¿Por qué debo ser yo la que tenga que arrepentirse?”

Pasó un poco de tiempo hasta que Eliana llegó a comprender que, considerando todo lo que el Señor había hecho a su favor, ella realmente no tenía derecho alguno a guardar cólera y resentimiento contra Rubén y supo que tenía que ir a confesarse porque vio que Dios la amaba tal como ella era y que comprendía su sufrimiento. Pero también llegó a reconocer que necesitaba que Dios la librara de las cadenas con que el resentimiento y la lástima de sí misma la tenían encadenada. Vio que guardando el rencor, todo lo que hacía era desearle mal a Rubén, queriendo que él sufriera tanto como ella había sufrido. Por eso fue a la Confesión: para librarse de esos sentimientos y no seguir deseándole mal a Rubén. Ahora estaba dispuesta a perdonarlo, de manera que ya no había razón para desearle mal.

Dios quiere que todos nos arrepintamos de cualquier resentimiento u odio que tengamos contra otras personas. Pensamientos como ésos son pecados reales, aun cuando se deban a que alguien nos haya hecho mal o nos haya causado un gran dolor. Estos pensamientos y emociones pueden ensombrecer nuestras relaciones, que en otros sentidos pueden ser saludables, y sobre nuestra relación con el Señor. Como lo dijo una vez Santa Teresa de Ávila, los rencores son como el alquitrán que alguien vierte sobre un cristal hermoso y transparente. El alquitrán de nuestros resentimientos bloquea los rayos del amor de Dios e impide que el cristal brille con la transparencia que Dios le dio.

Después de recibir el Sacramento de la Reconciliación, Eliana finalmente se sintió capaz de perdonar completamente a Rubén y avanzar en su vida, porque prefirió la misericordia antes que el juicio, y Dios la bendijo por eso. Hoy día, Eliana sigue estando sola con sus hijos y todavía le cuesta bastante cumplir sus obligaciones y vivir mes a mes con sus propios recursos; pero si uno le pregunta cómo se siente, ella dirá rotundamente: ¡Libre! Ha vuelto a ser la mujer desenvuelta y amistosa de antes y ya no está constantemente recordando el dolor sufrido en el pasado. Ahora está dedicada a trabajar para reconstruir su vida y proveer lo necesario para sus hijos. Dios la ha librado de la pesada carga que lleva todo el que se niega a perdonar, y lo mismo puede hacer el Señor por usted.

¡Padre, ayúdame a perdonar! S.S. el Papa Francisco ha adoptado el hábito de pedirles a los obispos y sacerdotes que actúen como verdaderos pastores y cuiden al pueblo que se les ha confiado. En esta Cuaresma, ¿por qué no le da a su párroco o sacerdote la oportunidad de hacer eso mismo para usted? Cuando se disponga a hacer su confesión cuaresmal, haga una lista de las personas a quienes tenga que perdonar: padres, marido o esposa, hijos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc. En la página 79 de esta revista hemos incluido un examen de conciencia que le puede servir para hacerlo.

Entonces, cuando vaya a confesarse, cuéntele al sacerdote lo sucedido con estas personas y pídale que le ayude a deshacerse del rencor y el dolor que le causaron para que pueda perdonarlas. Admita el odio, la cólera o el resentimiento que tenga contra ellos y pídale al sacerdote que rece con usted para que Dios le conceda la gracia de imitar a Jesús y decir: “Padre, perdónales.”

Es lamentable que vivamos en un mundo donde abunda el pecado y que en alguna ocasión nos causará heridas y dolor. También es lamentable que no todos se consideren parte de la familia de Dios. Sin embargo, aquellos que aprenden a afrontar sus heridas —por medio de la oración, la gracia de Dios, los sacramentos y la decisión de perdonar— pueden ser librados de las ataduras del rencor y el dolor. Quiera el Señor que todos decidamos aceptar la libertad que Jesús nos ofrece desde la cruz, especialmente en esta Cuaresma. ¡Y quiera Dios que lleguemos a la Pascua de Resurrección regocijándonos de un modo totalmente nuevo por la salvación que Dios nos ha concedido gratuita e inmerecidamente!

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