Todo para Dios
Carta del editor
Hace poco más de treinta años, tuve el privilegio de acudir a Misa en la capilla del hogar de las Hermanas de la Caridad en Coronado, San José, Costa Rica. Aquella no era una Misa ordinaria, pues entre los asistentes se encontraba una mujer albanesa, pequeña en estatura, pero con un corazón enorme que se entregaba diariamente a servir a los “más pobres entre los pobres”.
Nunca olvidaré el momento en que vi entrar por la puerta de la capilla a la Madre Teresa de Calcuta. Recuerdo el entusiasmo que sentía por poder estar en el mismo lugar que ella y verla pasar junto a mí. Es una experiencia que Dios me regaló y que atesoraré en mi corazón siempre.
Desde el año 1948, la Madre Teresa, se dedicó a cuidar a los pobres y enfermos de la ciudad de Calcuta, India. Fundó la orden de las Misioneras de la Caridad cuya obra, al morir ella, se extendía en ciento veintitrés países. Su entrega a los marginados, el amor que le mostraba a aquellos más despreciados, tuvo un impacto en todo el mundo, valiéndole incluso el Premio Nobel de la Paz en 1979.
Por eso no fue extraño que su gran amigo, el Papa San Juan Pablo II, permitiera la apertura de su causa de beatificación antes de que se cumplieran los cinco años de su muerte y que él mismo la beatificara el 19 de octubre de 2003. La Madre Teresa de Calcuta fue canonizada el 4 de septiembre de 2016, por el Papa Francisco.
Amar la oscuridad. Luego de su muerte, el mundo se sorprendió al saber que aquella santa del siglo XX, a quien siempre habíamos visto tan entregada al Señor y a los demás, había vivido cerca de cincuenta años en un desierto espiritual. Al principio, parecía difícil de entender, pero luego descubrimos a través de sus propios escritos que ella había llegado a comprender que Jesús le había permitido experimentar la oscuridad y el dolor que él mismo sufrió mientras vivió en la tierra.
En los artículos de este mes, descubrimos la espiritualidad de Santa Teresa de Calcuta. Ella nunca dudó de la misión que Dios le había encomendado de salir del convento de las Hermanas de Loreto e irse a servir a los pobres, enfermos y moribundos en las calles de Calcuta. Fue lo que ella misma denominó “la llamada dentro de la llamada”. Y, aunque fue desde ese momento que empezó a sentir que Dios estaba lejos de ella, su deseo por el amor del Señor crecía cada día en su corazón.
Quizá, de vez en cuando, tú también te sientes lejos de Dios. Confío en que la experiencia de la Madre Teresa te ayude a recordar que él jamás te abandona y que espera que acudas a su presencia todos los días para derramar su amor en tu corazón.
María Vargas
Directora Editorial
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