La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Noviembre 2014 Edición

Todo lo soporto por mi amado

La historia de San Juan de la Cruz.

Todo lo soporto por mi amado: La historia de San Juan de la Cruz.

En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh, dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

Estas son las palabras de un joven sacerdote carmelita que estuvo prisionero en 1577 en un calabozo de un monasterio de Toledo en la España del Rey Felipe II.

Había sido confinado allí por su superior, por tratar de reformar la vida de su respetadísima orden religiosa, pero ni siquiera la prisión pudo impedir que él le entregara su corazón al Señor.

Al amanecer, se empinaba sobre el taburete para alcanzar un rayito de luz que se filtraba por una rendija del calabozo y así poder leer el breviario. Como alimento, le dejaban pan y agua en el suelo, y no salía de la celda excepto cuando lo sacaban para azotarlo y maltratarlo “para edificación” de otros monjes.

Amor apasionado a Cristo. Durante muchos meses soportó esta vida de abuso físico y privación emocional, pero el sufrimiento y el maltrato no hicieron más que avivar el ardor de su inquebrantable amor a Dios, como lo expresó poéticamente en el siguiente pasaje de su Cántico Espiritual:

Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado
ni ya tengo otro oficio,
que ya solo en amar es mi ejercicio.

Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que, andando enamorada,
me hice perdidiza y fui ganada.

Llegaría el día en que Juan sería declarado Doctor de la Iglesia, por la profundidad de sus obras de misticismo, pero la clave de su personalidad yace en realidad en el amor apasionado que emana de su poesía. Para entenderlo mejor hay que remontarse a la época de los caballeros andantes, de Romeo y Julieta y de otras historias similares, porque en lo profundo de su corazón, Juan era un hombre cálido y vehemente, que estuvo dispuesto a entregar todo lo que tenía para adquirir la perla de gran precio.

Para Juan era imposible llegar a un compromiso viable entre llevar una vida cómoda en el mundo y cumplir “lo mínimo” para llegar al cielo. ¡Qué clase de amor sería el preguntarse “¿qué es lo menos que puedo ofrecerle a mi amada?”! Esto lo entenderían los caballeros del romanticismo, que salían a realizar hazañas difíciles hasta lo absurdo para conquistar el corazón de las doncellas de sus sueños. Mientras más grande sea el amor, mayor es la disposición al sacrificio, aun cuando ello signifique incluso privarse de la presencia del ser amado.

Una voluntad firme. Desde pequeño, Juan demostró estar dotado de un intelecto brillante, una gran devoción a Dios y una firme dedicación a alcanzar sus propósitos. Cuando decidió hacerse sacerdote, entró al seminario y comenzó a ascender por la larga escalera de la preparación para la vida religiosa.

Algunos santos han tenido conversiones dramáticas después de años de vida mundana; otros van avanzando en la vida sin rumbo fijo, arrastrados primero por los atractivos del mundo, luego por el amor a Dios, hasta que finalmente un empujón inequívoco los hace zambullirse en las aguas del Altísimo de una vez por todas. Y también están los santos, como Juan de la Cruz, que desde la niñez parecen dotados de una inclinación “natural” a la santidad, así como algunos nacen con talentos especiales para el arte, la música o las matemáticas. San Juan ciertamente no llegó al cielo volando en las alas de un águila, pero a pesar de sus deseos humanos de comodidad y satisfacciones terrenales, mantuvo la firme voluntad de no desviarse del camino que lo llevaría directamente a Dios.

Decidido a reformar. La intensidad del deseo de Juan de llegar a la unión con Dios lo condujo a los carmelitas, orden religiosa que se identificaba con el Monte Carmelo de los tiempos bíblicos, allí donde Dios había visitado al profeta Elías. La orden fue fundada a mediados del siglo XII; para la época de San Juan, los carmelitas se habían dispersado por toda Europa. La regla original de la orden exigía una vida de gran austeridad y sencillez, con ayunos frecuentes y muchas horas de soledad y silencio; pero con el tiempo la orden se había adaptado al mundo; tanto así que, en muchos conventos, las monjas y los sacerdotes podían vivir con más relajación y seguridad que la que lograba conseguir mucha gente fuera de sus muros.

Pero Juan no iba a buscar el camino más fácil. Prefería la estrictez de los carmelitas anteriores, y no comulgaba con la relativa comodidad de la vida de muchos de sus contemporáneos. Por un tiempo, consideró la idea de pasarse a una orden más estricta; pero en 1567, recién ordenado sacerdote, conoció a Teresa de Ávila, que ya había comenzado a establecer conventos carmelitas reformados en España. Las monjas de estos conventos reformados eran conocidas como “carmelitas descalzas”, lo que las distinguía de las “calzadas” que eran menos estrictas. Juan se propuso hacer con los hombres lo mismo que Teresa había logrado con las mujeres.

La “noche oscura”. Las notables tribulaciones de San Juan parecen salidas de una novela de aventuras, pero para él más terribles que las mazmorras de Toledo eran las privaciones interiores de su alma, que buscaba con ansias la unión con Dios. Esta es la “noche oscura del alma”, en la que Dios parece totalmente ausente y se esfuman todas las consolaciones espirituales y el sentimiento de amor a Dios.

¡Qué importante fue la noche en la vida de San Juan! Cuando joven se escapó a medianoche de la casa de su madre para entrar al monasterio y privar así a todos de una desgarradora despedida. Años más tarde, también a medianoche, se fugó del monasterio de Toledo. En las dificultades de la noche oscura del alma, cuando desaparecía todo sentido de consolación emocional y espiritual, Juan mantenía la fe en Dios; así, solamente por fe, podía seguir adelante con las imperceptibles acciones de la gracia. Con todo, no daba importancia alguna al miserable vacío interior que sentía cuando lo comparaba con el espléndido regalo de sí mismo que Dios le estaba preparando en lo secreto.

En los años posteriores al tiempo que pasó como cautivo, Juan escribió varios libros sobre misticismo, que son la base de su renombre como uno de los más extraordinarios teólogos místicos. El más famoso de estos libros, Subida al Monte Carmelo, contiene su conocido relato de la noche oscura del alma, además de las descripciones de las etapas anteriores y posteriores del ascenso del alma hacia una completa unión con Dios. Además, sus obras Cántico espiritual y Llama de amor viva lo consagraron como uno de los más entendidos y perceptivos directores espirituales de la historia.

Sufrir por el bien amado. Cuando Juan escapó de la celda del convento, acababa de cumplir 36 años de edad. Le quedaban 13 años y medio de vida. En ese tiempo, su orden reformada fue varias veces motivo de controversia, mientras él se dedicaba a enseñar, pasar unos años como prior de un monasterio y fundar otros cinco monasterios.

En los últimos años de su vida, volvieron a surgir grandes problemas. El provincial de los carmelitas españoles, fray Graciano, que sentía simpatía por Juan, fue expulsado de la orden el mismo año en que murió Santa Teresa (1582) y el provincial que lo sustituyó, fray Doria, era rígido y tiránico. Fray Doria atacó los escritos de San Juan y los de la ya difunta Santa Teresa. Juan se dedicó a defender con vehemencia la obra de Teresa y de fray Graciano, pero como resultado no encontró más que adversidad y maltrato, que aceptó con gran humildad. Lo despojaron de toda autoridad y fue reducido a la condición de simple fraile. En su lugar nombraron a un tal fray Diego, que el mismo Juan había reprendido una vez y que no demoró en comenzar a difundir rumores en contra de Juan.

Posteriormente, lo enviaron a un solitario monasterio entre las montañas; desde allí, enfermo y sufriendo intensos dolores, lo llevaron a lomo de mula a otro monasterio para buscar atención médica; pero el superior consideró que Juan era una molestia y le dio un trato inhumano por varias semanas. Finalmente, el deseo del santo de unir sus sufrimientos a los de Cristo ablandó el corazón de su superior, que en medio de sollozos se arrepintió al pie del rústico lecho donde yacía Juan.

El 14 de diciembre de 1591, a los 49 años de edad, murió San Juan de la Cruz. La Iglesia reconoció su santidad con rapidez, según las normas de la época. Fue beatificado en 1675 y declarado santo en 1726. Dos siglos más tarde fue pronunciado Doctor de la Iglesia.

El poder del amor. Posiblemente ahora nos cueste entender cómo fue capaz San Juan de reprimir el dolor de sus propios sufrimientos, el resentimiento y el amor propio tan dolorosamente herido. Lo cierto es que solamente pudo hacerlo gracias a la magnitud y al poder de su amor a Dios, aquel Ser tan inmensamente superior y perfecto que, por contraste, él mismo se veía como insignificante. En todo lo que sufrió, San Juan encontró el mayor consuelo en su comunión personal con Cristo Jesús. Hoy, en sus escritos, todos podemos encontrar también la misma consolación:

Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

En el libro No temas a la noche, que versa sobre la espiritualidad de San Juan, se extractan algunos de los pensamientos y experiencias místicas de quien es considerado por excelencia el gran místico del siglo XVI. San Juan de la Cruz jamás será entendido por quienes apenas inician su caminar hacia el monte espiritual; sin embargo, dicho libro puede ser muy útil para quienes desean avanzar en la vida espiritual.

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