La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio/Agosto 2023 Edición

Todo acabará bien

Juliana de Norwich nos enseña a enfrentar las dificultades

Por: Laura Loker

Todo acabará bien: Juliana de Norwich nos enseña a enfrentar las dificultades by Laura Loker

Todos tenemos nuestras propias historias de los primeros meses de la pandemia del covid-19.

La mía se parece mucho a la de otros padres con niños pequeños. Sin las clases de preescolar ni mis padres para que nos ayudaran con los niños, mi esposo y yo hacíamos lo mejor que podíamos mientras tratábamos de cumplir con nuestras responsabilidades en el trabajo y el hogar. El descanso era imposible; y las frustraciones florecieron rápidamente. Y aun cuando el caos en nuestra casa parecía inmanejable, el mundo fuera de la puerta de nuestra casa vivía en una angustia aún mayor. En medio de las desastrosas noticias y la infinita incertidumbre sobre lo que nos esperaba, yo me sentía desesperanzada. ¿Cuánto tiempo permitiría Dios que el mundo sufriera, desde la enfermedad y la muerte hasta la falta de trabajo, la soledad y el agotamiento?

Quizá parecería proco probable que ningún santo de la época medieval pudiera identificarse con nuestro sufrimiento. Pero, aunque vivió hace más de seiscientos años, Juliana de Norwich experimentó dificultades similares. Nacida en Inglaterra en 1342, ella también vivió una pandemia: La devastadora peste negra, que mató aproximadamente a un tercio de la población de Europa. Más adelante en su vida, se hizo monja, llevando una vida de oración contemplativa recluida en una celda. Aunque la suya fue una vocación elegida, ¡ciertamente ella estaba familiarizada con el aislamiento que resulta del distanciamiento social!

Lo que es más importante, sin embargo, es que la forma en que Juliana entendía a Dios nos ofrece una luz de esperanza para los tiempos más desesperados. A la edad de treinta años, Juliana experimentó una serie de visiones místicas, sobre la naturaleza del amor de Dios. Afortunadamente para nosotros, las escribió todas con detalle. El libro, Revelaciones del Amor Divino, ofrece una imagen íntima del Señor que es tan conmovedora ahora como lo fue entonces.

Envuelta por Dios. En el tiempo en que vivió Juliana, la Iglesia estaba experimentando una serie de crisis. Las luchas políticas y de poder corrompieron a la jerarquía de la Iglesia y confundieron a los fieles; aún muchos párrocos parecían más interesados en la riqueza y el poder que en el llamado a la santidad. Y aunque se había comenzado a arraigar una imagen más personal en la Iglesia, era común que la gente siguiera viendo a Dios a través del lente restrictivo de la autoridad y el castigo, y veían a Jesús simplemente como un guerrero distante que había vencido a Satanás.

Eso es lo que hace que la historia de Juliana sea más radical. Siendo una mujer laica en el momento en que tuvo las visiones, tenía poca posición dentro de la Iglesia o en el mundo. Aunque era relativamente poco educada, escribió —o quizá dictó— Revelaciones del Amor Divino en inglés conversacional en lugar del latín eclesial. Es más, este se convirtió en el primer libro publicado en inglés que se sepa que fue escrito por una mujer.

Pero lo que es más radical de todo es el contenido de sus revelaciones. Después de rezar para tener una mayor comprensión de Dios y del sufrimiento que había a su alrededor, Juliana cayó gravemente enferma y luego experimentó una recuperación milagrosa y completa. Inmediatamente después, mientras todavía seguía en cama, comenzaron las visiones. Cada una enfatizaba algo distinto sobre Dios y su amor, mucho de lo cual era contrario a las percepciones comunes de Dios en aquella época. Lejos de ser distante o juicioso, él se le manifestó a Juliana como una Persona íntima y amorosa que estaba “más cerca de nosotros que nuestra propia alma”.

En una de las visiones, Juliana vio su alma “como si fuera una ciudadela infinita, un reino bienaventurado. En el centro de esa ciudad se encuentra nuestro Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, obispo supremo, rey solemne, señor honorable… Jesús no abandonará nunca el lugar que ocupa en nuestra alma, pues en nosotros está su hogar más íntimo y su morada eterna.”

Imagina: ¡Jesús ocupa un lugar en nuestra gloriosa alma!

A salvo del sufrimiento y el pecado. Desde luego, los cristianos medievales no fueron los últimos en ilustrar a Dios como un juez distante. Aun si creemos en su amor y fidelidad incondicionales, los tiempos difíciles o las luchas contra el pecado pueden sembrar dudas y preocupaciones en nuestro corazón. Cada día en cuarentena en el que me quedé sin ideas para entretener a los niños, cada día en el que mi esposo y yo discutimos debido a nuestro agotamiento, cada día en el que me reprendí a mí misma por no enfrentar esta prueba con más gracia y fortaleza, parecía que Dios se alejaba más y más. Sin embargo, en realidad él estaba más cerca que nunca.

En una visión en particular, Juliana recibió un consuelo profundamente espiritual, el cual se desvaneció repentinamente. “Me sentía abandonada, oprimida y cansada de la vida y de mí misma, hasta el punto de que apenas soportaba el seguir viviendo,” escribió. “No había alivio ni consuelo para mí, excepto la fe, la esperanza y el amor, y realmente sentía muy poco de todo ello. Dios quiere que sepamos que nos mantiene a salvo todo el tiempo, en la tristeza y en la alegría.”

Cualesquiera que sean nuestros traspiés, cualquiera que sea nuestro estado emocional, Dios desea nuestra cercanía en oración. “Reza interiormente,” instó Dios a Juliana, “el provecho es grande aunque no sientas nada, aunque no veas nada, sí, aunque pienses que no puedes hacerlo.”

Esperanza para el futuro. Saber que Dios nos mantiene cerca suyo hoy, es un gran consuelo. Aún así, puede ser difícil no estar angustiados por el mañana. “Dicen que pueden ser meses”, escribí en mi diario en la primavera de 2020, mientras las noticias sobre el virus seguían desarrollándose. “No sé cómo haremos durante tanto tiempo.”

Precisamente, Dios le señaló a Juliana los peligros de esta actitud. “Dios me mostró que sufrimos dos clases de enfermedad,” escribió Juliana: “Una es la impaciencia o la indolencia, porque sobrellevamos con dificultad el esfuerzo y el sufrimiento. La otra es la desesperación o un temor impregnado de duda.”

Ella explicó que estas enfermedades son el resultado de la falta de fe en el amor de Dios. “Es acerca de este conocimiento de lo que estamos más ciegos, pues algunos de nosotros creemos que Dios es todopoderoso y puede hacerlo todo, y que es todo sabiduría y es capaz de hacerlo todo; pero creer que es todo amor y quiere hacerlo todo, ahí se falla.”

Y sin embargo la prueba del amor de Dios por nosotros la vemos en cada iglesia, y probablemente también en las paredes de nuestras casas: El crucifijo. En diversas visiones, Juliana fue testigo de distintos aspectos de la pasión: Sangre goteando desde la corona de espinas, el rostro de Jesús en la cruz, sangre fluyendo de sus heridas. Su sufrimiento la conmovió profundamente, y Jesús le dijo: “Es una alegría, una felicidad, un deleite eterno para mí haber sufrido mi Pasión por ti; y si pudiera sufrir más, sufriría más” (énfasis añadido).

Sean cuales sean nuestras dificultades, podemos tener la confianza de que la victoria real ya ha sido ganada para nosotros. Jesús venció el pecado; por lo tanto, como le dijo a Juliana: “Todo acabará bien, todo acabará bien, y sea lo que sea, acabará bien.”

Todo por amor. Sabemos poco de Juliana más allá de lo que ella misma registró. Poco tiempo después de sus visiones, se hizo anacoreta, viviendo una vida de contemplación y soledad y ofreciendo dirección espiritual a los visitantes. Sabemos que vivió hasta el año 1416 por lo menos, según las menciones de sus otros documentos históricos, pero no sabemos cómo o cuándo murió.

A pesar de la distancia en el tiempo y la historia, sus Revelaciones del Amor Divino son un libro que leeré en más de una ocasión. Aún si lo peor de la pandemia ya pasó, continúa habiendo un sentido de inestabilidad. Pero si hay algo que me ha enseñado a mí, es que siempre puedo confiar en el amor de Dios.

Jesús le preguntó a Juliana si comprendía por qué había tenido estas visiones: “¿Y bien, deseas saber lo que nuestro Señor ha querido decir con esto? Sábelo bien, amor era su significado. ¿Quién te lo revela? Amor. ¿Qué te reveló? Amor. ¿Por qué te lo reveló? Por amor.”

Nuestro Dios nos ama más allá de toda comprensión, y es en su amor que podemos confiar nuestra seguridad. Y sin duda, todo acabará bien.

Laura Loker escribe desde el norte de Virginia.

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