Sorprendido por la fraternidad
Un ministro bautista me ayudó a ser un mejor sacerdote en la Marina
Por: el padre Lucas Dundon
Cuando yo estaba en el seminario, mis profesores solían decirme que yo aprendería valiosas lecciones de otros sacerdotes durante toda mi vida.
Yo suponía que eso era verdad, y en efecto lo era. Pero lo que no esperaba era que serían ministros de otras confesiones cristianas quienes me enseñarían muchas lecciones. Cuando ingresé al Cuerpo de Capellanes de la Marina de los Estados Unidos ya no seguí trabajando junto a otros sacerdotes. Me encontré en un barco donde había marineros y capellanes de varias otras religiones. Algunos amigos me habían advertido que probablemente yo tendría que defender mi fe católica ante los demás capellanes, pero lo que descubrí fue justamente lo contrario.
Mis lecciones comenzaron con la primera misión a la que fui asignado, la de ser subalterno de dos capellanes en un barco fondeado frente a la costa de Japón. Mi capellán superior era un ministro de la Iglesia Bautista del Sur de nombre Curtis Price, y su testimonio, su calidez y su sabiduría me ayudaron mucho a ser un mejor católico y un mejor sacerdote. Desde el principio mismo de nuestro ministerio juntos, el Capellán Price me trató como un hermano en Cristo y un aliado en el servicio a los marineros e infantes de marina de nuestro barco.
Aprender a escuchar. A lo largo de sus 32 años de servicio en las fuerzas armadas, el Capellán Price había recibido a miles de jóvenes marineros en su despacho para darles orientación, rezar con ellos y ofrecerles amistad. Pronto descubrí que él también estaba bien dispuesto a escucharme a mí, un colega capellán, cada vez que yo le pedía algún consejo.
Una vez, le conté que yo había tratado de aconsejar a un marinero que tenía frecuentes pesadillas después del fallecimiento de su padre. Cuando le fui contando acerca de las conversaciones que había tenido con el joven, vi obviamente que yo me había precipitado a interponer mis propios comentarios procurando imponer mi fe y sin darle al joven la posibilidad de terminar sus frases. “A mí me gusta escuchar sin ideas preconcebidas,” me aclaró el Capellán Price.
Conforme este principio fue echando raíces en mi conciencia, cambié mi táctica. Así, en lugar de tratar de ayudar a un marinero en seguida, me concentré en tratar de entender lo que él me decía. ¡Este método de tener una mente abierta resultó mucho mejor! Pronto comencé a aplicarlo a mi propia vida de oración.
Le pedí al Señor que me ayudara a ser más receptivo ante Dios, como la Virgen María había sido receptiva a lo que le dijo el ángel Gabriel. María dejó que el plan de Dios se desplegara, y yo podía hacer lo mismo. En vez de decir “Esto es lo que yo pienso, Señor,” fui aprendiendo a rezar “Que se haga en mí según tu palabra.” ¿Cuál es tu palabra, Señor? Elevando mi atención hacia Dios y hacia otras personas sin condiciones ni prejuicios, como me había enseñado el Capellán Price, aprendí a atender a los marineros más personalmente, con amor cristiano.
La paciencia en los encuentros. Mi creciente apertura a la voluntad de Dios también me tenía reservadas algunas sorpresas. Se me ocurrió que Dios quería que yo pasara la hora de almuerzo con los marineros regulares en los comedores y lugares de estar, en lugar de hacerlo con los oficiales. Un par de marineros se mostraron bastante indiferentes, y al menos uno me dio a entender claramente que yo no era bienvenido allí.
Me asaltó la tentación de desistir de la idea, pero el Capellán Price me animó a seguir y no frustrar la posibilidad de entablar amistad con los marineros. Yo había observado cómo él recibía a quienes venían a consultarlo, incluso aquellos que habían pasado a su lado cien veces antes sin siquiera saludarlo. Pero cuando ellos tenían interés en hablar con él, el entusiasmo del Capellán Price en cuanto a lo que Dios podría hacer era siempre palpable. La paciente esperanza —como la misma anticipación con que Dios esperaba el regreso del hijo pródigo— me ayudó a no desistir de hacerme presente en los comedores y lugares de estar. Yo sabía, con lo difícil que era, que Dios quería que yo estuviera allí con los marineros.
Un par de meses más tarde, el plan de Dios se aclaró un poco. El mismo marinero al que una vez le había molestado mi presencia, apareció en la puerta de mi oficina. “Capellán —dijo— usted está siempre fastidiándonos en las cubiertas de comedores y supuse que no habría problema en venir a hablar con usted. ¿Puedo entrar?” Traté de ocultar mi gran sorpresa y recordé que el Capellán Price me había dicho que fuera receptivo ante las posibilidades que se presentaran, ¡pero nunca pensé que este marinero sería una de ellas!
No tengas miedo. Un día, me pidieron que hiciera una oración en una ceremonia de apreciación a la tripulación femenina del barco. Angustiado ante la posibilidad de decir algo incorrecto en un entorno de tanta diversidad, le consulté al Capellán Price. Se sonrió, se encogió de hombros, y dijo: “¿Por qué no citas a la Madre Teresa?” Era una sugerencia magnífica, y aquella cita fue decisiva para que un par de católicos volvieran a la Misa. Pero todavía tenía yo que aprender más.
Cada día, al atardecer, a uno de los capellanes le tocaba hacer una breve oración por el sistema de altavoces para todo el barco. Cuando me tocó a mí, lo que hice fue imitar los estilos de otros capellanes que había escuchado, incluso de un sacerdote que había venido de visita; pero no me pareció que quedó bien, y de hecho creo que no causó mucho efecto. El Capellán Price me aconsejó que hablara con mi propio estilo.
Le pedí ayuda al Espíritu Santo, y recordé que algunas de mis oraciones favoritas estaban escritas en forma de himno, como la oración de Santo Tomás de Aquino delante del Santísimo Sacramento denominada Pangue Linge. Ya que las cosas sagradas podían expresarse en forma de poema o himno, ¿por qué no podrían —pensé yo— elevarse al Señor las tareas diarias como sagradas? Decidí tomar aquello que eran las tareas de los marineros en un día cualquiera y ofrecí su trabajo en la oración de la tarde en la forma de un poema.
Fue un éxito inmediato. Mis oraciones vespertinas suscitaron numerosas conversaciones y preguntas acerca del discipulado católico con los marineros y los infantes de marina. Y gracias al Capellán Price, encontré una vez más el coraje que necesitaba para usar mi propia tradición católica en mi ministerio en el barco.
El regalo de la fraternidad. Ahora ya no estoy más en el barco frente a Japón, y en realidad nunca me habría imaginado que iba a aprender tanto sobre mi fe católica de un capellán bautista. Ahora sirvo con la Tercera Ala de Aviación de Infantería de Marina en California. Mi capellán superior es un rabino judío ortodoxo, que ya me ha enseñado bastante. ¡Hasta ahora, sólo hay otro rabino que me ha enseñado más a ser un sacerdote santo, y ese es mi Señor Jesucristo!
El Teniente Lucas Dundon es un sacerdote católico que sirve como capellán del personal del Grupo 16 de Aviación de Infantes de Marina.
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