La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2018 Edición

Solemnidad de Corpus Christi

El verdadero significado de la Solemnidad

Por: el Cardenal Joseph Ratzinger

Solemnidad de Corpus Christi: El verdadero significado de la Solemnidad by el Cardenal Joseph Ratzinger

¿Por qué hay realmente tanta hambre en el mundo? ¿Por qué hay niños que tienen que morir de hambre, mientras otros se ahogan en un exceso de abundancia?

¿Por qué siempre el pobre y olvidado Lázaro tiene que esperar ansiosamente para recoger las migajas del rico indolente, sin poder atravesar el umbral? Ciertamente no por el hecho de que la tierra no pueda producir pan para todos.

Las razones de la pobreza y la guerra. En los países de Occidente se calculan cuotas para la destrucción de los frutos de la tierra a fin de mantener los precios, mientras en otros lugares hay mucha gente que muere de hambre. La razón humana siempre es más creativa para descubrir medios de destrucción que para explorar nuevos caminos para fomentar la vida; es más creativa para hacer presente en los rincones más apartados del mundo y en forma cada vez más variada las armas de destrucción, que para ofrecer pan en esos lugares. ¿Por qué todo esto? Porque tenemos un alma raquítica, porque el corazón lo tenemos enceguecido y endurecido y no nos muestra el camino al entendimiento. El mundo está desordenado porque nuestro corazón está desordenado, porque le falta el amor que podría mostrar el camino hacia la justicia.

Si reflexionamos en todo esto, podremos entender las palabras con que el Señor rechazó a Satanás, cuando éste le exigía que transformase las piedras en pan: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4, 4). Para que haya pan para todos, primero tiene que ser alimentado el corazón del hombre. Para que haya justicia entre los hombres, la justicia tiene que crecer en los corazones, pero ella no crece sin Dios y sin el alimento fundamental de su Palabra. Y esta Palabra se ha hecho carne, se ha hecho hombre, para que podamos recibirla, para que nos sirva de alimento. Por eso el hombre tiene que hacerse pequeño, para que pueda llegar a Dios. Dios mismo se ha hecho pequeño, para que él sea nuestro alimento y para que recibamos su amor y el mundo se convierta en su Reino.

El contexto de Corpus Christi. Por las calles de nuestras ciudades y pueblos llevamos en procesión al Señor, al Señor hecho carne, al Señor convertido en pan. Lo llevamos en la vida cotidiana de nuestra vida. Estas calles tienen que ser su camino, ya que él no tiene que vivir encerrado en los sagrarios junto a nosotros, sino en medio de nosotros, en nuestra vida diaria. Él tiene que ir a donde nosotros vamos, tiene que vivir donde vivimos. El mundo y la vida cotidiana tienen que ser su templo.

Corpus Christi nos indica lo que significa comulgar: tomarlo, recibirlo en todo nuestro ser. No se puede comer simplemente el Cuerpo del Señor, como se come un trozo de pan. Sólo se lo puede recibir, en tanto abrimos para él toda nuestra vida, en tanto el corazón se abre para él: “Mira, yo estoy llamando a la puerta”, dice el Señor en el Apocalipsis, “si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Apocalipsis 3, 20).

Corpus Christi quiere hacer audible esta llamada del Señor a pesar de nuestra sordera. Mediante la procesión él golpea con fuerza a la puerta de nuestra vida cotidiana y ruega: “¡Abre tu corazón, déjame entrar! ¡Comienza a vivir por mí!” Esto no acontece en un momento, rápidamente, durante la Misa para luego desaparecer. Este es un proceso que traspasa toda época y todos los lugares. “Abre tu corazón —dice el Señor— así como yo he abierto el mío para ti. Abre tu mundo para mí, para que yo pueda entrar, para que yo pueda hacer radiante tu razón oculta, para que pueda ablandar la dureza de tu corazón. Abre tu corazón, así como yo he abierto mi corazón para ti. Déjame entrar.” El Señor nos dice esto a cada uno de nosotros, y lo dice a toda nuestra comunidad: déjame entrar en tu vida, en tu mundo. Vive para mí, para que tu vida se haga realmente viviente. Pero vivir significa siempre entregarse una y otra vez.

El llamado. En consecuencia, Corpus Christi es el Señor que nos llama, pero también nosotros que clamamos a él. Toda la festividad es como una gran oración: “Date a nosotros, Señor, danos tu pan verdadero.” Corpus Christi nos ayuda también a entender mejor la oración del Señor, es decir, el Padre Nuestro, como la oración de todas las oraciones. La cuarta petición, la petición del pan, es como la articulación que entrelaza las tres peticiones orientadas hacia el Reino de Dios y las tres últimas, que se aplican a nuestras necesidades.

Esa cuarta petición une ambos grupos de peticiones. ¿Qué es lo que pedimos en ella? Ciertamente, el pan cotidiano, el pan nuestro de cada día, el pan para hoy. Es la petición de los discípulos, quienes no viven de cálculos y capitales, sino de los bienes cotidianos del Señor y por eso tienen que vivir intercambiando con él, contemplándolo y confiando permanentemente en él. Es la petición de los hombres que no acumulan grandes posesiones ni pretenden darse seguridad a sí mismos, de los hombres que se satisfacen con lo necesario, para poder dedicar tiempo a lo verdaderamente importante. Es la oración de los sencillos, de los humildes, la oración de aquéllos que aman y viven la pobreza en el Espíritu Santo.

La petición. Pero la petición se dirige todavía hacia algo más profundo. En el Padre Nuestro, la palabra griega que traducimos por “de cada día” es epiousios, que también significa “el pan de mañana”, en realidad, el pan del mundo venidero. Estrictamente hablando, solamente la Eucaristía es la respuesta a aquello que significa esta misteriosa palabra epiousios: el pan del mundo venidero, pan que ya se nos da hoy, para que el mundo venidero comience ahora mismo entre nosotros. Así, gracias a esta petición, la oración de que el Reino de Dios venga a nosotros, tanto en la tierra como en el cielo, adquiere un sentido concreto y práctico, porque mediante la Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios viene hoy e introduce el mundo de mañana en el mundo de hoy.

Pero también están resumidas allí las peticiones en torno a la redención de todos los males, de nuestras culpas y del peso de la tentación: “Danos este pan, para que mi corazón esté despierto para resistir al mal, para que pueda distinguir entre el bien y el mal, para que aprenda a perdonar, para que se mantenga fuerte en la tentación.” Sólo si el mundo venidero se hace presente hoy, sólo si el mundo comienza ya hoy a hacerse divino es que se hace verdaderamente humano. Con la petición del pan vamos al encuentro del mañana de Dios, vamos al encuentro de la transformación del mundo. Con la Eucaristía vamos al encuentro del mañana de Dios, para que su Reino comience ya hoy entre nosotros. Todo esto está expresado en el estar en camino con el Señor, lo que en cierta manera es el signo particular del día de Corpus Christi.

Cuando el Señor concluyó su discurso eucarístico en la sinagoga de Cafarnaúm, muchos discípulos se alejaron de él, porque todo lo que había dicho allí era muy drástico, muy enigmático para ellos. Ellos querían simplemente una solución política, todo lo demás no era práctico para ellos. ¿No es así también hoy? ¿Cuántos se han alejado en el curso de los últimos cien años, porque Jesús no era práctico para ellos? Ya vimos lo que ellos han llevado a cabo posteriormente. Si el Señor nos preguntara hoy quién quiere también alejarse de él, en este día de Corpus Christi, queremos responder junto a Simón Pedro y con todo el corazón: “Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Juan 6, 68-69).

El Cardenal Joseplh Ratzinger fue posteriormente el Papa Benedicto XVI, cuyo título actual es Papa Emérito Benedicto XVI.

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