La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Diciembre 2013 Edición

“¡Sí, vengo pronto!”

El Señor nos invita a una comunión personal

“¡Sí, vengo pronto!”: El Señor nos invita a una comunión personal

¡Ah, la Navidad, qué época tan alegre y emocionante y la más maravillosa del año! Parece que todos, hasta los menos religiosos se sienten arrastrados por el entusiasmo de la temporada: la compra de regalos, las reuniones familiares, la decoración de las casas y tantas otras actividades.

¡Todos queremos que la Navidad llegue pronto!

Pero el Adviento tiene también otros elementos importantes. Si bien la mayoría nos disponemos a celebrar el nacimiento del Niño Jesús en Belén, hay otros dos acontecimientos de gran importancia a los que Dios quiere que también les prestemos mucha atención. El Adviento comienza invitándonos a elevar la mirada hacia aquel día esplendoroso en que Jesucristo, Señor de señores, vendrá de nuevo en toda su gloria como nuestro rey victorioso. Luego, hacia la mitad del Adviento empezamos a prepararnos para celebrar el jubiloso acontecimiento en que el Hijo de Dios vino al mundo como un bebé humano, pero en realidad durante toda la temporada estaremos experimentando la “otra venida” de Cristo, aquella venida intermedia en la que el Señor viene a nuestro corazón.

Estas tres venidas de Cristo son esenciales para la vida del creyente. De hecho, cada una de ellas nos dice algo diferente sobre la persona de Jesús, sobre nosotros mismos y sobre lo que el Señor quiere hacer en la vida de sus hijos. Por esto, en esta edición especial de Adviento de La Palabra Entre Nosotros, queremos reflexionar sobre estas tres venidas del Señor. También meditaremos sobre la invitación que Jesús nos hace a cada uno a creer en él e invitarlo a hacer su morada en nosotros.

La primera venida: Navidad. Cuando pensamos en la primera venida de Jesús, que nació como ser humano aquel primer día de Navidad, no podemos menos que llenarnos de alegría y felicidad. El solo hecho de pensar en la escena del pesebre de Belén nos hace pensar en lo mucho que Dios nos ama. Sentimos un impulso casi natural de celebrar la ocasión, reunirnos con nuestros seres queridos y pensar que Dios realmente quiere venir a compartir con sus hijos en el mundo, y celebrar el hecho casi increíble de que Jesucristo, el eterno Hijo de Dios, se haya hecho hombre a fin de redimirnos a todos.

La Encarnación del Verbo Divino es un misterio tan profundo que nadie puede comprender, pero tiene sin embargo una simplicidad que hasta los más pequeñitos pueden apreciar. Este misterio nos dice que Dios —que es todopoderoso, que todo lo sabe y que está en todas partes—hizo un gran sacrificio cuando quiso someterse a todas las limitaciones del tiempo y el espacio para vivir en un cuerpo humano. ¡Esto nos dice claramente que Dios nos ama tanto que estuvo dispuesto a abandonar la gloria del cielo y venir a nosotros como un niño indefenso precisamente para redimirnos!

Pero nuestra celebración no se limita al hecho de que Dios se haya hecho hombre. Jesús se sometió no sólo a las limitaciones de la vida humana, sino también a la muerte en una cruz para el perdón de nuestros pecados y nuestra salvación. Y así vemos que nunca se pueden separar la Navidad y la Pascua de Resurrección. Mientras más entendamos la conexión que existe entre dos de los acontecimientos más importantes de la historia humana, más claramente veremos que Jesús vino a redimirnos, y no sólo a decirnos cuánto nos amaba.

Cuando celebramos esta primera venida de Cristo, nos sentimos movidos a darle gracias a nuestro Padre celestial de corazón por nuestra redención y restauración, y alabarlo por cumplir fielmente su plan de rescatarnos del pecado, incluso a costa de la vida de su propio Hijo. Gracias a su muerte, Jesús nos ha reconciliado con nuestro Creador, nos ha librado y ahora podemos vivir para siempre en la paz y la gloria maravillosa del Reino de los cielos.

La Segunda Venida de Cristo: El final del tiempo. La primera venida de Cristo tuvo como propósito hacer realidad nuestra redención; su Segunda Venida tendrá el propósito de llevarnos al cielo. En el libro del Apocalipsis, el apóstol san Juan vio al Señor resucitado y sentado en el trono al lado de Dios Padre. Todos los santos y los ángeles rodeaban el trono y adoraban al “Cordero que fue sacrificado” (Apocalipsis 5, 12). Más tarde en la visión, Juan vio que Jesús conducía a su ejército a una victoria decisiva sobre el mal (19, 11-21), tras lo cual vio un cielo nuevo y una tierra nueva y escuchó que Jesús declaraba: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21, 5).

Cuando terminó la visión, Juan exclamó: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22, 20). Otros videntes, como los profetas Daniel e Isaías, también dejaron constancia de las visiones que ellos tuvieron del cielo (Isaías 6, 1-6; Daniel 7). En conjunto, estas visiones pintan un cuadro en el que se ve que el cielo es real, glorioso y más accesible de lo que generalmente pensamos; nos ayudan a confiar en la promesa de que Cristo regresará un día para darnos la bienvenida en su nuevo Reino. Tal vez no sepamos cuándo ni cómo sucederá esto, pero creemos que el Señor vendrá sin falta. Y cuando venga, acabará con toda enfermedad, división, pecado y muerte, y viviremos para siempre en su santa presencia.

Muchas de las lecturas de la Misa que leemos en las dos primeras semanas del Adviento describen imágenes de la esperanza del cielo y de la promesa de Cristo de volver nuevamente; nos aconsejan mantenernos atentos a las señales de este nuevo Reino (Lucas 21, 25-28) y nos instan a congregarnos y subir “al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob”, donde Cristo gobernará con justicia (Isaías 2, 1-5). Nos hacen mirar hacia aquel tiempo en que los pobres y los necesitados recibirán todo que necesiten y de sobra (41, 17). Pensando en todo esto, querido hermano, permite que estas lecturas te llenen de esperanza y te infundan un anhelo de que estas promesas se hagan realidad. Este mundo no es nuestra residencia permanente, pero el Señor tiene un plan mucho más glorioso para ti y para todos.

La venida intermedia: Hoy. No hay duda alguna de que el cielo va a ser “un lugar” de una gloria inconcebiblemente maravillosa. Pero el Señor quiere que sepamos que él no nos ha dejado solos mientras esperamos el nuevo Reino. En efecto, podemos percibir su presencia cuando rezamos, leemos la Escritura y recibimos los sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía y también nos acompaña cuando estamos en el trabajo o en casa, cuando nos sentimos atribulados o estamos en paz, cuando dormimos y cuando despertamos (Salmo 139, 5-12).

Justo antes de ascender al cielo, Jesús dijo a sus apóstoles que estaría con ellos, y con nosotros, hasta el final del mundo (Mateo 28, 20), de modo que ¡Cristo está presente para ti hoy mismo! Si quieres experimentar su presencia, prueba dar estos tres simples pasos:

Primero, mantente despierto. Las lecturas de la Misa para los primeros días del Adviento nos exhortan a mantenernos alertas y poner atención. Jesús quiere venir a nosotros, pero tenemos que estar despiertos y vigilantes; de otro modo no lograremos percibir las señales de su presencia.

Segundo, recuerda que Jesús quiere venir a tu lado. Es muy fácil dejar que las actividades y exigencias de la temporada enturbien el recuerdo de las promesas de Jesús y de su amor. ¡No dejes que esto te pase a ti!

Tercero, dale la bienvenida al Señor cuando venga a ti en cualquier forma que lo haga: en la oración, la conversación con una persona, las palabras de la Sagrada Escritura o el rostro de alguien que necesite ayuda.

Esta venida intermedia es en realidad una invitación permanente. No tienes que ser un potentado ni erudito en la Escritura para recibirla, porque Jesús quiere venir al corazón de todos. Cristo no discrimina a nadie por ninguna razón y viene a cada uno simplemente porque nos ama.

Una perspectiva divina. Por lo general, vivimos sólo para el momento, con una visión muy miope de la vida, porque nos cuesta hacer planes para cinco o diez años, pero mirar hacia el futuro es muy provechoso para lograr un entendimiento equilibrado de la vida día a día.

Las tres venidas de Jesús nos ayudan a formarnos esta perspectiva para el futuro distante. Si podemos detenernos por un momento y analizar la vida que llevamos desde la perspectiva de estas tres venidas, será más fácil dirigir la atención hacia el objetivo final verdadero, que es nuestra vida eterna con Dios en el cielo.

Reflexionando sobre estas tres venidas de Cristo, recordemos que el plan de Dios todavía se está desplegando, lo cual nos ayuda a ver que cada uno de nosotros también tiene una participación activa en ese plan y que todos los santos nos acompañan, alentándonos a perseverar, esforzarnos y terminar la carrera. Esta gran “multitud de antepasados que dieron prueba de su fe” mira desde el cielo y nos alienta a dar la bienvenida al Señor en esta temporada de su “venida intermedia” y cumplir la parte que nos toque desempeñar en la Iglesia hasta que Jesús venga en gloria (Hebreos 12, 1). Los santos nos recuerdan que un día estaremos junto a ellos animando también a la siguiente generación, hasta que el Señor regrese a la tierra.

Por esto conviene dedicar algún tiempo en este Adviento para hacer un alto en el camino y dejar que la perspectiva celestial llene nuestro ser de una gran esperanza. Esta es una de las maneras más provechosas de entender nuestra vida verdadera —no según el empleo que tengamos, las dificultades que nos toque afrontar o la búsqueda de satisfacciones o placeres ilícitos—sino dentro del contexto del magnífico plan de Dios.

¡Ven, Señor Jesús! Dios vino al mundo en la persona del Niño Jesús para redimirnos, y vendrá otra vez en su gloria esplendorosa como Señor de señores y Rey del Universo para llevarnos al cielo; pero ahora mismo, él está deseoso de entrar en el corazón de sus hijos y ser el médico, guía, consejero y amigo de todos.

Te invitamos, pues, al comenzar este Adviento, a que juntos elevemos esta plegaria: “Jesús, mi Señor, te amo con todo mi corazón. Estoy tan agradecido de que hayas venido a nosotros como un bebé hace tanto tiempo, y deseo que regreses muy pronto como Señor del cielo y de la tierra. Por ahora, te pido que entres en mi corazón y me llenes de tu amor. Ven y permite que mi familia conozca tu presencia; ven y derrama grandes bendiciones sobre tu Iglesia; ven y danos a todos nosotros un profundo anhelo de conocerte personalmente. ¡Ven, Señor, y sé nuestro Príncipe de la Paz! Amén.”

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