Servir a Cristo en las misiones
Testimonio personal de Paola Flores
Crecí en una familia católica e iba a Misa cada domingo, porque eso es lo que hacía la gente en mi país natal, Guatemala. Mis padres son católicos practicantes y fieles a la Iglesia. Sin embargo, para mí, ir a Misa era algo que yo hacía para no tener problemas.
Pero esto cambió a mis 14 años de edad, cuando toda mi familia se trasladó a los Estados Unidos, en agosto de 1998, y me vi privada de todo lo que me parecía esencial: popularidad, comodidad, amigos, fiestas, etc. Comenzamos a ir a Misa en la parroquia local. Un domingo, mi mamá me obligó a ir al grupo juvenil y eso me pareció muy mal. Pero, para sorpresa mía, el grupo juvenil en realidad me gustó y me gustó bastante.
Estos jóvenes parecían tener algo que yo necesitaba, algo que yo quería, pero que entonces no sabía cómo explicar. Más tarde vine a enterarme de que ese “algo” era una relación personal con Cristo Jesús, y yo no la tenía. Me había pasado 14 años sólo haciendo “lo que había que hacer” y siguiendo no muy bien las reglas de la Iglesia.
Después de un tiempo en el grupo de jóvenes, mis ojos se fueron abriendo a la realidad de que Dios es verdadero, y que él me amaba y quería establecer una relación de amistad conmigo. Finalmente, tuve la gracia de verme cara a cara con esta verdad a los 17 años, en un retiro espiritual en la Universidad Franciscana de Steubenville, en Ohio. Allí tomé la decisión de pedirle a Jesús que entrara en mi corazón.
Yo no sabía exactamente qué implicaría para mí aquella petición y sabía poco de teología, pero profundamente en mi interior yo estaba consciente de que necesitaba al Señor y que ya no podría vivir sin él, porque mi vida no sería completa. De allí en adelante todo fue cambiando. Supe que yo había sido creada por amor y para compartir aquel amor con los demás. Un día encontré libros que hablaban de la iglesia perseguida y del trabajo de los misioneros en el mundo. Esta lectura encendió una luz en mi corazón y supe que yo quería hacer esto.
La idea de salir a misionar. Fue Dios quien puso en mi corazón el deseo de la misión. Cuando comencé a rezar sobre esto, también busqué recursos para discernir si las misiones eran una vocación verdadera para mí. Encontré una organización llamada Life Teen Missions, donde fui aceptada. Sentí una profunda paz en mi corazón cuando decidí renunciar a mi trabajo de enfermera en Atlanta, Georgia, para ingresar a este programa de misiones.
Estudié un año en la “escuela de misioneros,” una época muy bendecida, en la que aprendí más sobre la espiritualidad del misionero y el Señor actuó en mi corazón, desafiándome, exigiéndome, fortaleciéndome y sanándome.
Después de mi primer año con Life Teen Missions sentí que Dios me llamaba a salir de esa organización y volver a trabajar como enfermera. Me ofrecieron un puesto en un hospital de niños en Dallas, Texas, y trabajé allí por unos tres años. Al cabo de ese tiempo, me pidieron de Life Teen que rezara sobre la posibilidad de ir a misionar a Haití, para ayudar a establecer un centro de misiones allí.
Recé mucho tiempo por esta posibilidad y me sentí con mucha paz para decir que sí. Así fue como me trasladé a Haití en enero de 2013, donde permanecí por un año y medio.
¿Qué significa ser misionera? Si pudiera decirlo en pocas palabras, yo diría que se resume en una frase en latín: Ad Majorem Dei Gloriam, o sea, “Para la mayor gloria de Dios”. Ser misionero significa hacer todo “para la mayor gloria de Dios”.
¿Cuál es el resultado de las misiones? Me parece que el fruto principal es la radical transformación de innumerables corazones. Muchas de las personas a las cuales tuvimos la bendición de servir en Haití estaban implicadas en el Vudú (culto a Satanás), y tuvimos la bendición de que un gran número de ellas renunciaran a esas prácticas diabólicas y le entregaran su vida a Jesucristo, nuestro Señor. El resultado es el cambio de vida de las personas y eso fue algo muy hermoso de presenciar.
Por esto me siento muy bendecida, porque Dios me enseñó mucho. Me pidió y me exigió bastante en los aspectos de fe, esperanza y amor de una manera que yo nunca lo había experimentado antes, pero también me bendijo permitiéndome ver los frutos de su obra, y eso me sirve de mucho estímulo en mi viaje personal de fe, y me sigue sirviendo.
Casos concretos. Puedo decir que durante el tiempo que pasé en Haití establecí amistad con una joven de 15 años, llamada Lucía. Cuando primero la conocí, ella era una muchacha tímida que no hablaba mucho. Sólo observándola me daba cuenta de que no tenía una buena imagen de sí misma, y por alguna razón nació en mí el deseo de ayudarle. Trabamos amistad en el primer mes que llegué a Haití.
Un día cuando me ayudaba a barrer el centro, sentí el impulso de preguntarle si tenía una Biblia, aunque para esa fecha yo apenas hablaba algo del idioma criollo haitiano. Ella me dijo que no. Más tarde, habiendo conseguido una Biblia en francés, una en inglés y un diccionario de criollo haitiano empezamos comunicarnos mejor. Así fue que durante un año y medio nos reunimos cada sábado para leer la Biblia y rezar.
Durante este tiempo, fui viendo cómo Lucía se iba transformando de una muchacha tímida y de mirada triste, en una joven despierta y confiada que se había enamorado de Dios y que deseaba conocerle cada vez más. Abandonó la vida de impureza, Vudú y fiestas mundanas y se decidió a seguir a Cristo. ¡Alabado sea el Señor!
Después de todo esto, entendí que el Señor me pedía regresar a Dallas, donde actualmente trabajo como enfermera en un hospital, y siento que Dios me ayuda a crecer de modos diferentes.
A la luz de todo esto, a los jóvenes, hombres o mujeres, que deseen explorar las misiones, yo les aconsejaría que recen, recen y recen. Si no tienes un director espiritual, te recomiendo que te busques uno, porque es muy conveniente tener el consejo y la sabiduría de un director espiritual. ¡Y también repetiría las palabras de San Juan Pablo II: “¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo!”
Si Dios te llama, él proveerá para todas tus necesidades. El Señor es fiel; él provee. Todos somos llamados a ser misioneros; pero no todos son llamados a llevar una vida de misionero pobre que debe dejarlo todo. Si sientes en el corazón un fuerte impulso de proseguir una vida de misión de esta forma, es tu deber discernirlo bien y ver en qué te pide el Señor que participes. ¡No tengas miedo!
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