Señor, enséñanos a orar
Aprende del Maestro
Imagina cómo sería estar sentado junto con Pedro, Juan y los demás discípulos y escuchar a Jesús enseñarles a ellos a rezar. O cómo sería si pasaras caminando cerca de él y escucharas al Señor conversando con su Padre celestial en oración.
Eso es precisamente lo que haremos durante esta Cuaresma. La oración es una de las prácticas tradicionales del tiempo de Cuaresma que nos ayuda a crecer en nuestro amor por Dios y el prójimo y nos prepara para la alegría de la Pascua. Una forma en que podemos profundizar en nuestra vida de oración durante este tiempo es reflexionar en las enseñanzas y oraciones de nuestro Maestro, Jesús. ¿Cómo nos enseñó él a orar? ¿Cómo le oraba él a su Padre celestial? Y, ¿cómo puede su oración cambiar la forma en que rezamos a nuestro Padre celestial?
En esta edición, nos sentaremos a los pies de Jesús y aprenderemos del Maestro mismo. En nuestro primer artículo, lo escucharemos mientras nos enseña el Padre Nuestro (Mateo 6, 9-13). En el segundo, imaginaremos que escuchamos a Jesús en su propio tiempo de oración hablando personalmente con su Padre (Juan 17). Y en el artículo final, echaremos una mirada a la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní mientras se esforzaba por aceptar el plan del Padre de que ofreciera su vida en la cruz por la salvación del mundo.
Aprende del Maestro. ¡Comencemos! Imagina que tú eres uno de los primeros discípulos de Jesús y que viajas con él de un pueblo a otro. Observas su rutina diaria: Se levanta de madrugada y se aleja a un lugar tranquilo donde pueda estar a solas con su Padre. Tú y los otros discípulos también han comenzado a rezar de la misma manera.
Jesús ha sido muy buen maestro, todos los días les dice a ti y a los otros discípulos: “¿Qué preguntas tienen hoy para mí?” Una mañana tú decides hablar. “Señor, vemos lo mucho que amas a Dios y lo mucho que confías en él. Vemos que te apartas para orar temprano cada mañana. ¿Nos enseñarías a orar como tú lo haces?” Y esto es lo que Jesús te responde.
Dios es tu Padre. “¡Oh, he estado esperando que me lo pidieran! Y cuánto me deleita enseñarles a orar a mi Padre que también es Padre de ustedes.
“Primero recuerden que Dios no es solamente mi Padre. Nuestro Dios, el Creador del universo es también el Padre de ustedes, y ustedes son sus hijos. Por eso les enseñé a decir ‘Padre nuestro’. Y debido a que es nuestro Padre, somos una sola familia y hermanos entre nosotros. Esta es la razón por la cual los he invitado a seguirme juntos. Y es la razón por la cual les enseñé a amarse y servirse unos a otros, porque somos una familia.
“Cuando inicies tu oración, recuerda que tu Padre no es alguien distante que vive lejos de ti. Sí, él habita en el cielo, pero también está cerca de ti. Dios sabe cuándo te sientas o cuándo te levantas (Salmo 139 (138), 2). El Padre conoce tus alegrías y tus tristezas, él conoce el bien qué haces y también sabe cuándo te equivocas. Incluso te invita a llamarlo Abbá, Padre. Habla con él como lo harías con tu propio padre humano.
“Cuando acudes a tu Padre en oración, comienza diciéndole: Santificado sea tu nombre, Padre. Alabar su nombre te eleva a su presencia y te hace consciente de lo santo y poderoso que él es. Desde luego, cuando consideras lo santo que es tu Padre, puedes sentirte débil y pecador en comparación con él, pero estás en buena compañía. ¿No se sintió indigno el profeta Isaías cuando se encontró con la santidad de nuestro Padre? ‘¡Ay de mí, me voy a morir!’, dijo (Isaías 6, 5). Sí, nuestro Padre es santo, pero recuerda que, al igual que Isaías, él te recibe en su presencia con alegría.
Que venga el Reino de Dios. “Durante estos últimos meses, hemos viajado de pueblo en pueblo proclamando el reino de Dios. Gracias por dedicar tanto tiempo y energía a ayudarme a proclamar este mensaje. Tú sabes que todos están invitados al reino de nuestro Padre. Es un reino de perdón y misericordia, de curación y restauración.
“Pero no te olvides: Esta es verdaderamente la obra del Padre. El reino no vendrá solamente por el esfuerzo humano. Así que reza: Padre, que venga tu reino. Reza así al inicio de cada día: Cuando comiences un nuevo proyecto, cuando te sientes a comer con tu familia y cuando te vayas a dormir. Luego fíjate en qué formas el reino del Padre está avanzando en medio de ustedes.
“También puedes rezar así: Hágase tu voluntad. Cuando yo era joven mi madre me contó cómo un ángel se le apareció un día y le anunció mi nacimiento que estaba próximo. (¡Esa historia se las contaré otro día!) Sus palabras se quedaron conmigo toda mi vida. Ella dijo: ‘Que Dios haga conmigo como me has dicho’ (Lucas 1, 38). Así que haz de estas palabras parte de tu oración diaria. Esto es lo que puedes decir: ‘Hágase tu voluntad con mi tiempo, Padre. Hágase tu voluntad con nuestro dinero. Hágase tu voluntad con mi familia. Hágase tu voluntad en mis relaciones con mis hermanos y hermanas. Hágase tu voluntad en mis alegrías y mis tristezas.’
En la tierra como en el cielo. “Ten expectativa cuando reces. ¿Quién de ustedes le daría a su hijo un escorpión cuando les pide un huevo? (ver Lucas 11, 12). ¡Ninguno! Tu Padre, el Rey del cielo y de la tierra, es todo bondad, así que reza esperando que verás su voluntad realizarse en la tierra como en el cielo. Recuerda también que cuando rezas por alguien que todavía está en la tierra, tus oraciones pueden conectar a esa persona con el Padre que vive en el cielo. Tu oración tiene poder porque tu Padre, que es todopoderoso y todo amor, te escucha.
“Luego confía en que tu Padre proveerá para tus necesidades. Reza: Danos hoy el pan de cada día. Pídele que te conceda lo que necesitas hoy, ya sea sabiduría para resolver un problema o fortaleza para amar a otra persona. No tienes que pedir más de lo que necesitas más allá de ese día. Recuerda que cuando nuestros antepasados viajaron por el desierto, Dios los alimentó cada día con el maná del cielo. El Padre les dio suficiente para cada día para que pudieran confiar en que él fielmente iba a proveer para ellos. Yo voy a proveer para sus necesidades diarias también, porque después de que haya completado mi misión, los alimentaré conmigo mismo, el Pan de Vida.
La alegría del perdón. “Sé que muchas veces te sientes abrumado porque has pecado. Así que permíteme darte una lección sobre el perdón de Dios. Cuando te arrepientes de algo que hiciste mal, nuestro Padre se deleita en perdonarte. Dios quiere que sepas que ‘nuestros pecados ha alejado de nosotros, como ha alejado del oriente el occidente’ (Salmo 103 (102), 12). Así que reza así todos los días: Perdona nuestras ofensas.
“Y les digo que cuando pidan perdón, también deben imitar a su Padre diciendo: Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. ¿Recuerdan que les enseñé a perdonarse unos a otros hasta setenta veces siete (Mateo 18, 22)? ‘Pero, Señor’, podrías decir, ‘¡Pedro me hizo esto otra vez o Juan me ofendió con estas palabras! ¡Eso estuvo mal!’ Eso podría ser cierto, pero de cualquier manera, debes estar listo para perdonar y también para pedir perdón. Debes estar en paz con tus hermanos y hermanas tanto como te sea posible. Aun cuando no lo sientas, haz un acto de voluntad rezando: ‘Padre, perdono completamente a esta persona, porque mi perdón es una fracción de lo que me has dado.’
Líbranos del mal. “Este mundo está lleno de dificultades y tentaciones; lo sé, mis hermanos y hermanas. Pero yo los he puesto en este mundo para que puedan amarse unos a otros y cumplir con la misión que les he encomendado. Ustedes tienen una misión, al igual que la tenían Moisés y Abraham y todos los hombres y mujeres santos de antiguo. Al igual que ellos, ustedes no pertenecen a este mundo; ustedes pertenecen a su Padre. Así que recen: Padre, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Recen unos por otros de esta forma. Preséntense unos a otros al Padre y pídanle que los fortalezca para este camino. Al final, el maligno no saldrá victorioso.
“Les digo, mis discípulos, el reino pertenece no a este mundo, sino a nuestro Padre en el cielo y a todos sus hijos que lo sirven con humildad. Suyos son el reino y el poder y la gloria, ahora y por siempre. Así que confía en tu Padre celestial. Todos los días pídele su amor, misericordia y lo que sea que necesites para ir por la senda que él ha escogido para ti. ¡Nuestro Padre escucha todas las oraciones!”
Comentarios