San Pablo, un santo muy “humano”
Incluso él tuvo sus altibajos
Por: Joe Difato
Viajemos en el tiempo a Roma en julio del año 64 d.C. Ahí encontraremos al apóstol Pablo en una prisión romana. Está esperando un juicio por cargos inventados, por el emperador Nerón, de que Pablo y otros cristianos habían iniciado un incendio que devastó la ciudad.
Fue en medio de esta situación que Pablo escribió su segunda carta a Timoteo. San Pablo sabía que el final de su vida estaba cerca (2 Timoteo 4, 6), y por eso esta carta sobresale por encima de las otras que escribió. No tiene ninguna perspectiva teológica ni enseñanza doctrinal. No hay cápsulas nuevas de sabiduría en ella para una iglesia, tan solo una sentida despedida y algunos consejos finales a uno de sus discípulos más leales.
Probablemente Timoteo había escuchado algunos de los consejos de Pablo muchas veces: “Te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te dio” (2 Timoteo 1, 6). “No te avergüences… de dar testimonio a favor de nuestro Señor” (1, 8). “Toma tu parte en los sufrimientos como un buen soldado de Cristo” (2, 3). “Sigue firme en todo aquello que aprendiste, de lo cual estás convencido” (3, 15).
Pero Pablo también dedica una parte de su carta a hablar sobre lo que está haciendo en la prisión y de la tensión que ha experimentado con otros cristianos (2 Timoteo 4, 8). Habla sobre las personas a las que ha hecho daño en el pasado (1, 15). Hace un recuento de algunos de los sufrimientos y de las persecuciones que ha tenido que soportar (3, 11-12). En resumen, Pablo abre su corazón a Timoteo como a un hijo o a su hermano menor.
En esta edición, queremos estudiar esta última carta de San Pablo y concentrarnos en lo que nos dice sobre sus relaciones con otras personas. Queremos analizar cómo enfrentó Pablo su propia soledad en prisión, los ataques personales en contra de su reputación y la invitación a pasar la estafeta a la generación más joven; y preguntarle al Espíritu Santo qué quiere enseñarnos a través del testimonio de San Pablo. Queremos ver cómo, al igual que Pablo, podemos seguir viviendo en amor, aun cuando nuestras relaciones personales sean puestas a prueba. Y ver cómo, al igual que él, podemos ser “insistentes” en seguir al Señor y edificar su Iglesia “cuando sea oportuno y aun cuando no lo sea” (2 Timoteo 4, 2).
Una separación dolorosa. Todos sabemos que San Pablo fue uno de los grandes héroes de la Iglesia primitiva. Su conversión a Cristo fue impactante, viajó a muchos lugares predicando el evangelio y escribió una cuarta parte del Nuevo Testamento. Pero a pesar de todas sus acciones heroicas y toda su santidad, Pablo seguía siendo un ser humano como el resto de nosotros. Tenía sus propias imperfecciones, debilidades y pecados al igual que el resto de nosotros. Y, al igual que nosotros, sus imperfecciones eran más evidentes en la forma en que se relacionaba con algunas de las personas que formaban parte de su vida. Hay dos nombres en particular que aparecen en 2 Timoteo: Demas y Alejandro (4, 10. 14-15).
Demas era un colaborador en el trabajo por el Señor junto con Pablo, Lucas y Marcos (Filemón 24). Pero en algún momento, Demas comenzó a amar “más las cosas de esta vida” y abandonó la vida misionera (2 Timoteo 4, 10). Los estudiosos no están seguros de la razón por la que Demas se fue. También es posible que Demas abandonara su fe y que escogiera “esta vida” antes que el Reino de Dios. Sea cual sea el caso, la decisión de Demas de abandonar el trabajo por el Señor le dolió profundamente a Pablo. “Me ha abandonado”, escribió Pablo, demostrando lo personal que se tomó la acción de Demas.
Muchos de nosotros podemos relacionarnos con la forma en la que Pablo se sintió. Es doloroso cuando un ser querido abandona la Iglesia. Las encuestas recientes nos muestran que un alto porcentaje de los católicos no asisten a Misa todas las semanas. Desde luego, existen muchas razones por las cuales una persona puede dejar de practicar su fe: Una crisis de fe, noticias de un escándalo o la seducción del mundo. Pero sin importar cuál sea la razón, aquellos de nosotros que permanecemos fieles extrañamos a nuestros hermanos y hermanas en el Señor y anhelamos su regreso.
Los detractores de Pablo. Alejandro el herrero le provocó a San Pablo un dolor distinto. A diferencia de Demas, que parecía haberse alejado, Alejandro se puso “muy en contra” de Pablo y de su mensaje (2 Timoteo 4, 15). Debe haberle causado un gran daño porque Pablo se sintió en la necesidad de advertirle a Timoteo que se cuidara de él y le dijo que Alejandro se había “portado muy mal” (4, 14). Muchos creen que este es el mismo Alejandro que había “fracasado en su fe” y se había puesto a decir “cosas ofensivas contra Dios” un tiempo antes (1 Timoteo 1, 20).
Pareciera que Alejandro se había unido a otros dos hombres, Himineo y Fileto, para tratar de convencer a la gente de que el mensaje de Pablo sobre la promesa de la resurrección era falso. Según ellos, los creyentes no tenían que preocuparse por obedecer los mandamientos o evitar “la maldad” (2 Timoteo 2, 17-19). Ellos enseñaban que debido a que los cristianos bautizados ya compartían la resurrección de Jesús, estaban libres de toda condenación y podían hacer lo que quisieran.
Las palabras de San Pablo sobre Alejandro, Himineo y Fileto no sonaban muy amorosas. Y la razón de esto podría haber sido que estos dos hombres estaban difundiendo una enseñanza falsa, que ponía en peligro la verdad de la buena noticia. Pero estas palabras también muestran algo del enojo o del resentimiento que Pablo podría haber sentido en contra de ellos. En algún momento, los entregó a ambos “a Satanás” (1 Timoteo 1, 20). En otro momento, le pidió al Señor que le “pagara” a Alejandro el daño que le había hecho, en lugar de perdonarlo (2 Timoteo 4, 15).
Las afirmaciones severas como estas no deberían sorprendernos mucho. Para Pablo, la idea de poner la otra mejilla no siempre significaba alejarse y dejar ir el resentimiento. Debemos recordar que entre él y el apóstol Bernabé “fue tan serio el desacuerdo” que no pudieron seguir viajando juntos como misioneros (Hechos 15, 36-39). Pero a pesar de sus reacciones directas y furiosas, Pablo debe haber anhelado que estos hermanos regresaran al Señor.
Teoría y práctica. Un buen número de pasajes de la Escritura nos hablan sobre las relaciones rotas. El libro de los Proverbios nos dice que debemos devolver el bien por el mal (Proverbios 25, 21). Jesús nos dijo que nos pusiéramos “en paz” con cualquier persona que tuviera algo contra nosotros (Mateo 5, 23-24). Aun Pablo nos dijo que recemos pidiendo la gracia para vivir en armonía unos con otros (Romanos 15, 5-6).
Pero los pasajes como estos están basados en la teoría más que en la práctica. Presenta el ideal al cual debemos apuntar, aun cuando reconocen que a veces podemos perder el objetivo. Cuando tenemos un estado mental pacífico, tendemos a estar de acuerdo con estos mandamientos de amar a los demás, y no tenemos mucha dificultad para cumplirlos. Pero cuando sufrimos el daño que nos hace una persona a la que queremos podemos volvernos más resentidos o sentirnos motivados a lamentarnos por las faltas del pasado. Es más, los estudios nos dicen que se necesitan cinco afirmaciones positivas y edificantes para contrarrestar una negativa o divisiva. Así que cuando nos seguimos lamentando por nuestras heridas o continuamos guardando resentimientos, es difícil vivir la invitación que se nos hace en la Escritura a vivir en paz unos con otros.
Puedo imaginar lo mucho que Pablo debe haberse arrepentido por la forma en que contribuyó a las divisiones entre Pedro y Bernabé. Estoy seguro de que amaba a Demas. Y espero que incluso quisiera restaurar las relaciones con Alejandro, Himineo y Fileto ya fuera que ellos lo desearan o no.
El Señor está cerca de los corazones quebrantados. Todos hemos experimentado el dolor, el enojo y los resentimientos que se producen a causa de las relaciones rotas. No me refiero a las heridas menores que generalmente podemos superar. Estoy hablando de las que son realmente dolorosas: Ser injustamente despedidos de un trabajo; atravesar un divorcio doloroso; o ser rechazado, atacado o perjudicado por un antiguo amigo. Todas estas heridas pueden tener un efecto grave en nuestras relaciones con otras personas. Pueden volvernos más desconfiados, más suspicaces y menos dispuestos a abrir nuestro corazón a los demás.
San Pablo una vez escribió: “Vence con el bien el mal” (Romanos 12, 21). Es un sentimiento noble, pero cuando se sintió traicionado por Demas, Alejandro y otros, le dolió. El hombre que una vez les dijo a los corintios que soportaran “la injusticia” y dejaran “que les roben” difícilmente podía poner esto en práctica él mismo (1 Corintios 6, 7. 8). De la misma forma, puede ser difícil para nosotros conformarnos o vencer el mal con el bien cuando alguien que es cercano nos ha hecho daño.
Jesús sabía que a San Pablo le iba a resultar difícil cerrar algunas de sus heridas y pasar por alto el enojo y los resentimientos. De la misma manera, Jesús sabe lo difícil que puede ser para nosotros recuperarnos cuando nos han hecho daño. El Señor comprende que podríamos no ser capaces de simplemente olvidarnos de nuestras heridas. Y por eso permanece cercano a nosotros. Nos recuerda que todavía nos ama y que él “está cerca… [de] los que tienen el corazón hecho pedazos” (Salmo 34 (33), 19). Y promete que nos ayudará a encontrar la forma en que podemos enfrentar nuestro dolor.
Así que aun si te sientes herido o rechazado por alguien que es cercano a ti, recuerda que Jesús no te ha rechazado. El Señor no desea que experimentes dolor. Jesús está cerca de tu corazón quebrantado, y nunca te abandonará. Siempre puedes levantar tus ojos a él, sin importar lo que haya sucedido.
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