San Marcos el revolucionario
¿Qué tiene de especial este hombre?
Por: Leo Zanchettin
Siempre me han fascinado los revolucionarios. No del tipo de los que inician guerras, sino de los que abren nuevos caminos para transformar el mundo. Siempre me sentiré maravillado por la forma en que Walt Disney reinventó el arte de la animación. O la forma en que los fundadores de los Estados Unidos de América crearon un sistema de gobierno completamente nuevo en 1789. O la manera en que Steve Jobs cambió al mundo con su computadora Apple y su iPhone.
Un narrador de historias revolucionario. Pero de todos los revolucionarios que admiro, ninguno se acerca a San Marcos, el autor del primer Evangelio. Bajo la guía y la inspiración del Espíritu Santo, Marcos creó una forma completamente nueva de hablar sobre Jesús y la salvación que obtuvo para nosotros. Y esa nueva forma ha cambiado el curso de la historia.
Antes de que Marcos llegara, la Iglesia había difundido relatos sobre Jesús —tanto orales como escritos— que habían sido contados por los apóstoles y los primeros cristianos. Fue Marcos quien primero tomó estos relatos y los unió en un gran arco argumental que comienza con el bautismo de Jesús y termina con su resurrección.
¡Y qué gran historia es esta! El Evangelio de San Marcos puede ser el más corto, pero cada relato que narra está lleno de detalles vívidos. Marcos es el que nos cuenta que los amigos de un hombre paralítico quitaron una parte del techo de la casa en la que se encontraba Jesús para acercarle a su amigo (2, 1-4). Es Marcos el que nos dice que el endemoniado de Gerasa era tan fuerte que rompía las cadenas que las personas usaban para tratar de contenerlo (5, 4-5). ¡También nos ofrece la inolvidable imagen de una piara de cerdos lanzándose al mar para morir ahogados (5, 13)!
San Marcos también nos presenta con tanto lujo de detalles a los personajes que prácticamente saltan de la página. Por ejemplo, nos dice que la mujer que padecía de hemorragias “temblaba de miedo” cuando le informó a Jesús de su curación milagrosa (5, 33). Cuando hace un recuento de la conversación de Jesús con el endemoniado de Gerasa, nos dice que el hombre se puso a sí mismo un apodo aterrador —“Legión”—que reflejaba su situación desesperada (5, 7-9). Y describe al padre del muchacho poseído por un espíritu impuro como un hombre destrozado por el dolor de lo que le sucedía a su hijo (9, 14-25).
Marcos también sabía cómo crear una tensión dramática. Piensa en la forma en que describió el creciente conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas en Jerusalén (Marcos 11, 27—12, 37). O piensa en cómo transmitió el entusiasmo y la alegría que sintieron las personas que fueron curadas por Jesús (5, 18-20. 42; 6, 53-56). O la manera en que mostró a Jesús como un Mesías poderoso pero compasivo cuya autoridad era absoluta y cuyo amor nunca falló (6, 34-43; 10, 23-31).
Un discipulado revolucionario. Desde luego, todos sabían que los relatos de Marcos no eran solamente producto de su propia imaginación. Como dijimos, estos relatos ya habían estado circulando —junto con otros que él decidió no incluir— entre los cristianos por algún tiempo. Pero al escoger estos en particular y contarlos de una forma única, Marcos presentó un mensaje revolucionario sobre el costo y el desafío del discipulado.
San Marcos tenía una razón específica para centrarse en el llamado de Jesús al discipulado: Él estaba escribiendo durante un tiempo crítico para la Iglesia en Roma. El emperador, Nerón, había iniciado una persecución feroz contra los cristianos en la ciudad alrededor del año 64 d. C. En lugar de asumir la responsabilidad por su pobre liderazgo durante el devastador incendio que destruyó la ciudad, Nerón culpó a los cristianos que habitaban en ella. Los acusó de “odio por la raza humana” y realizó una serie de ejecuciones públicas de creyentes para distraer la atención de su incompetencia (Tácito, Anales, 15.44).
La muerte de estos mártires conmovió a los creyentes hasta la médula. Quizá, pensaron muchos, era mejor abandonar a Jesús y sus enseñanzas. Quizá, para salvarse a sí mismos y a sus familias, necesitaban abandonar su conexión con el Señor.
Viendo a los creyentes vacilar en su compromiso con Cristo de esta manera, Marcos los animó a mantenerse firmes. Recordó la advertencia de Jesús de que sus seguidores serían entregados “a las autoridades” y tendrían que “comparecer ante gobernadores y reyes” por su causa, pero que el Espíritu Santo los ayudaría (13, 9. 11). Él les mostró cómo Jesús continuó al lado de sus discípulos, aun cuando la fe de ellos vacilara (10, 23-31). Y tal vez lo que es más memorable, recordó estas palabras cruciales de Jesús: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía y por aceptar el evangelio, la salvará” (8, 35).
Un Evangelio revolucionario. No estoy completamente seguro de por qué la invitación de San Marcos a un discipulado radical me atrae tanto. No pretendo pensar de mí mismo como un héroe de ninguna manera. Yo soy muy egoísta, estoy demasiado aferrado a este mundo. Soy muy propenso a minimizar el llamado al discipulado. Pero la descripción que hace Marcos de la relación de Jesús con su Padre —el propio discipulado de Jesús— me llena de admiración. Jesús tenía una mente única. Encontraba mucha alegría y significado en servir a su Padre, y eso me impulsa a seguir intentado. Sé que él quiere darme ese mismo sentido de alegría y propósito.
Así que celebremos a San Marcos: Un maestro de la narración, pionero revolucionario y discípulo inquebrantable. Y celebremos el Evangelio que lleva su nombre y el relato que lo cambió todo.
Leo Zanchettin es director editorial para The Word Among Us, la edición en inglés de La Palabra Entre Nosotros.
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