Sacerdotes en el Único Sacerdote
Un vistazo al Sacramento del Orden Sacerdotal
Por: el Rev. Víctor Salomón
Para mí constituye una bendición muy especial de parte Dios poder escribir este artículo sobre el sacerdocio ministerial, justamente cuando estamos celebrando el Año Sacerdotal convocado por Su Santidad Benedicto XVI.
En las religiones, incluso en las más primitivas, suele existir la figura del sacerdote o una casta sacerdotal. Los sacerdotes son aquellos mediadores entre Dios y los hombres. Son los que sirven de "puente" entre la divinidad y la humanidad. El sacerdote es la mediación para la santificación de los hombres, entendiendo fundamentalmente la santificación como la unión de Dios y el hombre.
En este caso nos vamos a referir específicamente al sacerdocio cristiano de rito católico, y lo vamos a hacer recorriendo el siguiente itinerario. Primero indicaremos algunas características del sacerdocio de la Antigua Alianza (antes del Señor Jesús), comparándolo con el sacerdocio de la Nueva Alianza (el del Señor Jesús). En segundo lugar, presentaremos las dos dimensiones del único sacerdocio de Jesús. Y terminaremos señalando algunas consecuencias prácticas pastorales derivadas de los puntos anteriores.
Sacerdocio de la Antigua y de la Nueva Alianza
En el Antiguo Testamento es una casta sacerdotal la que ejerce el sacerdocio. Es la tribu de Leví la encargada de oficiar los servicios sacerdotales. Es, pues, en primer lugar, un sacerdocio reservado para los miembros de un grupo muy bien diferenciado y, además, es un sacerdocio ejercido por muchas personas. En el sacerdocio de la Nueva Alianza nos encontramos que solamente existe un Sacerdote, Jesús de Nazaret, y que todos los bautizados participamos de ese Único Sacerdocio de Jesús. Los bautizados pueden ser de cualquier raza y cultura. El sacerdocio deja de estar reservado a una "casta por nacimiento" y ahora es ejercido en Jesús por todos los bautizados como pueblo sacerdotal.
En el sacerdocio de la Antigua Alianza está presente el concepto de sacerdote como "puente" entre Dios y la Humanidad. En Jesús, el sacerdocio ya no es un "puente", porque no es necesario dado que por el Bautismo nuestro ser humano participa del ser de Dios, así como un pedazo de hierro (el bautizado) adquiere las propiedades del fuego cuando es introducido en un horno de altas temperaturas (Dios) sin dejar de ser hierro. Dicho en otras palabras, por el bautismo ya estamos unidos a Dios y lo que necesitamos es desplegar todas las potencialidades, como una semilla se "despliega" cuando crece y se convierte en un árbol frondoso. En la semilla de alguna manera podemos afirmar que ya está el árbol.
En el sacerdocio de la Antigua Alianza se ofrece una multitud de sacrificios en muchos altares que no logran borrar los pecados. En las grandes festividades en el Templo de Jerusalén podían estar celebrándose simultáneamente miles de ritos de animales sacrificados. En el Sacerdocio de la Nueva Alianza solamente existe una Víctima, Jesús de Nazaret, quien es al mismo tiempo el único Altar donde se ofrece el Sacrificio que sí quita los pecados del mundo. El sacerdocio de la Antigua Alianza no une la Divinidad con la humanidad. El Sacerdocio de Jesús, por el hecho de ser Él Dios Encarnado, Él mismo une a los bautizados con Dios. Pero es una unión que Dios quiso hacer que su desarrollo dependiera de la acción libre del hombre, respondiendo a su gracia, en cuanto a "desplegar" todas las potencialidades contenidas en el Bautismo.
El único Sacerdote es Jesús. Siguiendo nuestro itinerario, ahora pasamos a explicar las dos formas de ser sacerdote. El Concilio Vaticano II acuñó dos expresiones sobre el sacerdocio del Pueblo de Dios: "el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial", que explicamos a continuación. Vamos a introducir el tema del sacerdocio común de los fieles con los siguientes textos (énfasis añadido):
"Pero vosotros sois ‘linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido’ para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 Pedro 2,9).
"Cristo, Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (Hebreos 5, 1-5), a su nuevo pueblo ‘lo hizo reino y sacerdotes para Dios, su Padre’ (Apocalipsis 1, 6; 5, 9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (1 Pedro 2, 4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Hechos 2, 42-47), han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (Romanos 12, 1); han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y, a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (1 Pedro 3, 15)" (Lumen Gentium, n. 10/a)
Un pueblo sacerdotal. Todos los bautizados somos un pueblo sacerdotal en nuestro Único Sacerdote Jesús. De esta manera, cada uno de los bautizados, ofrenda su existencia en todos los detalles de su cotidianidad y, desde el amor de Dios, se convierte en el sacrificio agradable a Él. De modo que toda nuestra vida, desde lo simple del descanso y la recreación, pasando por el trabajo profesional, la vida familiar y la oración, hasta la participación en los sacramentos y ritos litúrgicos de la Iglesia, todo —lo repito— todo ello se convierte en el sacrificio agradable a Dios. Dios ya no quiere el sacrificio de animales; Dios desea el sacrificio de nuestros corazones amorosos unidos al Corazón Misericordioso de su Hijo, hasta estar dispuestos a dar la vida por amor a nuestros prójimos. El nuevo sacerdocio es una ofrenda de amor en el Hijo a Dios Padre.
El sacerdocio ministerial. Veamos ahora la otra manera de participar del único sacerdocio de Jesús, según un texto del Concilio Vaticano II.
"El mismo Señor, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo, ‘en el que no todos los miembros tienen la misma función’ (Romanos 12, 4), de entre ellos a algunos los constituyó ministros, que en la sociedad de los fieles poseyeran la sagrada potestad del Orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y ejercieran públicamente el oficio sacerdotal en el nombre de Cristo en favor de los hombres" (Presbyterorum Ordinis, n. 2/b).
También Dios quiso elegir entre los fieles un grupo que participara de su sacrificio como cabeza del Cuerpo Sacerdotal. Así podríamos decir que el sacerdocio común de los fieles es como el Cuerpo de Jesús y el sacerdocio ministerial como la Cabeza del Cuerpo, pero no en cuanto a importancia o dignidad, ya que nuestra dignidad nos viene por el Bautismo, que nos hace a todos hijos en el Hijo, sino en cuanto a la presidencia en el amor de la comunidad. El sacerdocio ministerial es un don de Dios al servicio de todos los miembros de la Iglesia y podemos resumirlo en sus tres dimensiones o "tria munera", como tradicionalmente se le conoce: la función santificadora (munus santificandi); la enseñanza (munus docend), y la función de gobierno (munus regendi).
La dimensión santificadora consiste básicamente en la administración de los sacramentos y de la oración litúrgica, por medio de la cual el sacerdote es un instrumento para la santificación de sus hermanos. Esta dimensión del sacerdocio ministerial por muchos siglos prevaleció sobre las otras dimensiones sacerdotales y por ello se llegó a hablar del "sacerdote de sacristía", para calificar a los sacerdotes que, al estilo del Antiguo Testamento, básicamente vivían su sacerdocio en la dimensión santificadora en el templo. Pero el Concilio Vaticano II nos vino a recordar a todos, que el sacerdocio ministerial debe ser vivido y ejercido también en las otras dos dimensiones.
Finalmente la dimensión de gobierno, por la cual el sacerdote preside y acompaña a la comunidad en la caridad. Sabemos cuál fue el ejemplo que Jesús dio a sus discípulos cuando les habló del gobierno: el lavatorio de los pies. El gobierno de Jesús es el servicio humilde y lleno de amor. Esto no significa que el sacerdote renuncie a la corrección fraterna y oportuna de quienes están en el error, amonestando a quienes persisten en el pecado, pero todo ello hecho en y desde el amor de Dios.
La práctica pastoral. Si hemos dicho que participamos del único sacerdocio de Jesús y que somos un pueblo sacerdotal, esto implica que todos los bautizados estamos llamados a vivir en comunión con los miembros del sacerdocio ministerial. Nuestras estructuras de funcionamiento están llamadas a reflejar claramente esta comunión sacerdotal. Recuerdo que mi profesor de Eclesiología y Orden Sacerdotal solía repetir: "No basta que leamos los documentos del Vaticano II", se necesita una "conversión" al Vaticano II. Con esta idea quería subrayar que, en ocasiones, decimos que asumimos este sacerdocio en comunión, pero no lo vivimos.
Dos ejemplos claros que evidenciarían que una comunidad vive la comunión de los dos sacerdocios serían: Que el sacerdote párroco no sea un "hombre orquesta", pretendiendo hacerlo todo por sí mismo en la parroquia, sino el "director de la orquesta", haciendo que todos los instrumentos (dones recibidos por los miembros de la comunidad) se pongan al servicio de la evangelización, especialmente de los alejados y los más pobres. Otra característica de esa comunión sacerdotal sería el funcionamiento real de los consejos pastorales y económicos parroquiales. También, la asistencia periódica del párroco a los diversos grupos parroquiales y la disponibilidad de tiempo para atender a los fieles en la dirección espiritual o "acompañamiento espiritual", como algunos también le llaman.
El servicio. Una palabra final sobre el servicio a los "más pobres entre los pobres". Jesús Sacerdote vino a servir a todos, pero sin lugar a dudas tuvo una preferencia por los más pobres y marginados. La Beata Madre Teresa de Calcuta nos dijo que "los más pobres entre los pobres" son los bebés no nacidos. Por tanto, ¡que no haya ninguna parroquia, colegio, universidad ni organización católica en donde no se promueva ni se defienda la Vida humana desde la concepción hasta la muerte natural!
Encomendamos los frutos de la lectura de este artículo a la intercesión de nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, y al Santo Cura de Ars en este Año Sacerdotal.
El Padre Víctor Salomón es venezolano y pertenece a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. Actualmente es el Director de Apostolado Hispano de Sacerdotes por la Vida y reside en Washington, DC.
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