La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Febrero 2017 Edición

¿Quién es Jesús?

Una brevísima síntesis sobre la Persona de nuestro Salvador

¿Quién es Jesús?: Una brevísima síntesis sobre la Persona de nuestro Salvador

En el Evangelio según San Marcos, un día Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le manifestaron las distintas opiniones de la gente sobre su persona. Pero, después, Jesús les hizo una segunda pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” (Marcos 8, 27-29).

Esta pregunta se sigue planteando hoy a todo hombre a quien llega la noticia de Jesús y su mensaje. Y hemos de advertir en seguida que se trata de una cuestión muy comprometedora, porque la respuesta que demos afectará necesariamente a nuestra vida.

La vida de Jesús. Su madre María era una joven de Nazaret que, según la costumbre de la época, debía tener alrededor de 15 años a la hora de casarse. El que todos consideraban su padre, José, era oriundo de Belén de Judea, patria del gran rey David. Cuando se casó debía de tener entre los 18 y los 25 años. Ejercía el oficio de artesano, que en aquella época abarcaba todas las tareas del ramo de la construcción: picapedrero, albañil, carpintero. . .

Jesús nació en Belén, el pueblo del que era natural su padre adoptivo. La circunstancia humana que motivó este hecho fue el censo que mandó hacer el emperador Augusto y que obligó a José a viajar a Belén con María su esposa, cuando ella estaba a punto de dar a luz.

Durante la mayor parte de su vida, Jesús vivió en Nazaret y trabajó en el mismo oficio de su padre. Cuando tenía aproximadamente unos 30 años se hizo bautizar por Juan el Bautista y comenzó lo que llamamos su “vida pública”, que duró de dos a tres años. A este período tan corto pertenecen la mayor parte de las noticias que conservamos sobre él. Recorrió casi toda Palestina predicando, con algunas incursiones a los países vecinos que hoy llamamos Líbano, Jordania y Siria.

Sabemos con certeza que Jesús murió crucificado la víspera de la Pascua judía del año 30 de nuestra era. También conocemos el lugar donde fue ejecutado: en una gran piedra situada fuera de las murallas de Jerusalén, que, quizás por su forma, la gente llamaba “La Calavera”.

La personalidad de Jesús. La lectura atenta de los Evangelios nos permite descubrir, no solo la trayectoria general de la vida de Jesús, sino también los rasgos fundamentales de su personalidad humana, tal como fueron percibidos por sus discípulos e incluso por sus enemigos.

Ya desde su adolescencia (Lucas 2, 41-52), Jesús se manifiesta como un joven libre frente a todos y a todo lo que pueda obstaculizar su misión. Es libre frente a su familia (Marcos 3, 21) y a sus amigos (Marcos 8, 31-33); libre frente al poder político de los romanos (Lucas 13, 31-33), y libre, sobre todo, frente a los ritos, los preceptos y las costumbres del judaísmo de su tiempo, cuando él creía que se convertían en obstáculos para cumplir la auténtica voluntad de Dios y servir al bien del hombre. Fue precisamente esta libertad la que irritó a todos los poderes constituidos, que decidieron acabar con él.

Hay un elemento fundamental en la vida de Jesús: su obediencia radical y su confianza total en Dios, a quien le llamaba “Abba” (“Papá”). Lo que alimentaba su vida y daba sentido a toda su actuación era hacer la voluntad del Padre (Juan 4, 34), y ésta era también la motivación y la fuerza que hacían posible su libertad: necesitaba ser libre para amar y obedecer al Padre.

No es de extrañar, pues, que fuera un gran hombre de oración: Dedicaba largas horas todos los días a dialogar con el Padre (Lucas 6, 12), y nos ha dejado oraciones de una profundidad y belleza inigualables (Mateo 11, 25-26; Lucas 11, 1-3; Juan 17; Marcos 14, 36). Y fue precisamente su rica y original experiencia de Dios lo que quiso transmitirnos.

El objetivo último de toda su vida fue manifestarnos a un Dios cercano, amigo de los hombres, liberador, que se preocupa de los últimos, que sabe acoger y perdonar y que nos convoca a todos a la gran fiesta de su Reino. En una palabra, un Dios que es “Buena Noticia” para el hombre.

Un hombre para los demás. Jesús dijo que “no había venido a ser servido, sino a servir” (Marcos 10, 45). En efecto, nunca buscó su propio interés, no buscó su propia fama (Mateo 8, 20), no buscó dinero ni seguridad alguna (Lucas 16, 3), tampoco buscó el poder (Juan 6, 15), no vivió para una esposa ni una familia y supo renunciar a sus proyectos para servir a los demás (Marcos 6, 32-37). Fue siempre un hombre disponible para los demás.

Y, sobre todo, estuvo siempre de parte de los que necesitaban ayuda para ser libres y encontrar la verdad de su vida: el pueblo humilde (Marcos 6, 34), la gente inculta (Juan 9, 34), las personas de mala reputación (Lucas 7, 36.50), los enfermos (Marcos 1, 23-28) y los niños (Marcos 10, 13- 16).

El misterio de Jesús. Los evangelistas Mateo y Lucas, dos fuentes independientes entre sí, afirman explícitamente un hecho desconcertante: Jesús nació sin intervención de varón (Mateo 1, 18-20; Lucas 1, 34-35). No hay precedentes de una afirmación similar ni en el mundo bíblico ni en el extrabíblico. Y concretamente en el ambiente judío la virginidad no tenía ningún sentido. Los cristianos, en cambio, hemos mantenido siempre este dato.

No era nada indigno que Jesús hubiera nacido del amor de un hombre y una mujer, como nacemos todos por disposición del Creador. La solución hay que buscarla en la explicación que da el ángel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios” (Lucas 1, 35).

Es decir, Dios ha querido manifestar, con la intervención del Espíritu creador, que con Jesús comienza algo nuevo; ha pegado un corte en la continuidad de la creación para indicar un nuevo inicio, una nueva creación. Y, sobre todo, ha querido subrayar que a Jesús no lo hemos producido nosotros, que viene desde arriba, que nos es regalado. Jesús no tiene más padre que Dios.

Superior a Moisés. Jesús se presentó como el único que podía interpretar legítimamente la Ley de Moisés (Mateo 19, 7-9). Más aún, tuvo la osadía de corregir esa Ley que, para el pueblo judío, era la manifestación suprema de la voluntad de Dios. En el Sermón de la Montaña afirma varias veces: “A sus antepasados se les dijo… pero yo les digo” (Mateo 5, 21-48), cambiando así el alcance y la significación de varios preceptos de esa Ley. Con ello se colocaba por encima de Moisés y se presentaba como el único que conoce la voluntad verdadera de Dios (Mateo 11, 27). ¿De dónde le viene esta autoridad y libertad para adoptar esta actitud tan inaudita?

Portador de la salvación. Jesús ofrece el perdón de los pecados a hombres y mujeres (Mateo 9, 1-8; Lucas 7, 36-50). Y lo hace de manera gratuita, sin exigirles una penitencia previa. Ante el escándalo de los judíos, que estaban convencidos de que esa autoridad solo la tenía Dios, Jesús explica que el Dios verdadero es amor y perdón (Lucas 15). Y, además, afirma que Dios perdona a través de él.

Pero la oferta del perdón es solo parte de una pretensión más inaudita: la suerte final de los hombres depende de la postura que ellos adopten ante él (Lucas 12, 8; Marcos 8, 35). Y esto es así porque está convencido de que, en su actuación y mensaje, Dios libera y salva definitivamente al hombre. ¿Cómo se puede colocar en un lugar tan decisivo entre Dios y la humanidad?

Hijo de Dios. Jesús se proclamó Hijo de Dios y explicó la afirmación diciendo: “El Padre y yo somos una misma cosa” (Juan 10, 30). Jesús es el Hijo de Dios vivo. Y esto es lo que predicaron por todo el mundo sus discípulos hasta dar la vida por ello. Lo que pasa es que, para dar esta respuesta, hace falta algo más que nuestra inteligencia y nuestro conocimiento de la historia: “Dichoso tú… porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo” (Mateo 16, 17). “Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre, que me ha enviado” (Juan 6, 44).

Si nosotros, como Pedro, somos capaces de responder que Jesús es el Hijo de Dios, es porque hemos recibido el mismo don de la fe.

Extractado de www.franciscanos.org. Usado con permiso.

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