¡Qué derroche!
Un hombre entra en una tienda a comprar un perfume para su esposa. Se siente asombrado e inseguro al ver que hay más de 40 fragancias y marcas diferentes. Se demora casi un hora para decidir cuál va a comprar. Así y todo, ¡no está seguro si a su esposa le va a gustar!
En una situación como ésta se puede observar lo valioso y popular que es el perfume. También podemos deducir la gran importancia que se le puede atribuir a un sencillo frasco de fragancia. Pero esa es precisamente la mística del perfume: Es valioso porque tiene una singular capacidad de cambiar la manera en que los demás perciben a una persona: insinuante, inocente, provocativa. Usando una fragancia determinada, es posible proyectar alguna de estas actitudes. También puede decirse que si la esposa usa el mismo perfume todo el tiempo, el marido puede identificarla fácilmente con esa fragancia. Es como si el perfume adoptara la identidad o la personalidad de la esposa.
En el relato de San Lucas, leemos el pasaje de la mujer que derramó su perfume sobre los pies de Jesús, en cierta forma "derramándose" ella misma y ofreciéndole al Señor aquello que mejor representaba su propia persona.
¿Más de una unción? En los Evangelios leemos otros tres pasajes en que una mujer unge a Jesús con perfume. San Mateo y San Marcos comienzan a narrar la pasión de Jesús con la historia de una mujer no identificada que unge la cabeza de Jesús con un perfume muy costoso (Mateo 26,1-13; Marcos 14,3-9). San Juan también empieza con una historia similar, pero dice que la mujer es María, la hermana de Marta. Para San Juan, esto sucede en casa de Marta y María, y esta última derrama el perfume sobre los pies de Jesús, no sobre la cabeza (Juan 12,1-8). San Lucas dice que el dueño de casa es un fariseo llamado Simón, mientras que Marcos y Mateo lo llaman "el leproso".
Según el relato de Lucas, el encuentro entre Jesús y la pecadora se produce en un pueblo de Galilea, pero en los otros tres evangelios el lugar es Betania. Lucas también difiere de los otros evangelios en que, en su relato, nadie se queja del derroche del perfume, que supuestamente podía haberse vendido para ayudar a los pobres. Según Mateo, los discípulos fueron los que hicieron este comentario, mientras que para Juan el que lo hizo fue Judas Iscariote. Por su parte, Marcos dice simplemente que los que plantearon la queja fueron los presentes.
En la versión de San Lucas, la mujer derrama el perfume como acto de amor y arrepentimiento. En San Juan, Jesús ve la unción como un acto profético en anticipación a su muerte y sepultura. Y como lo dicen Marcos y Mateo, Jesús simplemente dice que la mujer hizo "una obra buena".
Ahora bien, ¿de qué sirven estas comparaciones entre los evangelios? Aunque nadie está del todo seguro, muchos estudiosos y teólogos creen que estos cuatro relatos se refieren más probablemente al mismo incidente, pero con diferentes detalles, y que su propósito es ilustrar diferentes verdades acerca de la persona de Jesús y de lo que vino a hacer al mundo. No obstante, lo que constituye el elemento común en los cuatro relatos es que Jesús fue ungido con perfume. También, en los cuatro casos se aprecia claramente que a Jesús le agradó este acto de amor, tanto como los demás lo consideraron un acto censurable. De una manera u otra, lo que podemos captar claramente es que "derrochar" la vida para amar y servir a Jesús no es un algo irrazonable, absurdo ni "zonzo".
¿Sentido común o amor? En la Escritura vemos que después de Pentecostés, los primeros cristianos se preocuparon de atender a los pobres de sus comunidades (Hechos 11,28-30; 1 Corintios 16,1-3; 2 Corintios 9,1-15). De esta forma, cumplían con la Ley de Moisés, que enfatizaba mucho el ser justos y no descuidar a "los extranjeros, los huérfanos y las viudas" (Deuteronomio 24,14-21). Aunque no eran acaudalados, todos los judíos consideraban que preocuparse del bien de la sociedad era algo que Dios les pedía para manifestar esta justicia. Con todo, estos relatos acerca de la mujer que ungió a Jesús nos muestran a una persona que buscó lo más valioso que tenía y lo derramó sobre Jesús.
Lo que hizo esta mujer causó un gran impacto, porque era contrario a lo que siempre se había enseñado. Pero lo extraordinario de su acción no se debió a desprecio por la ley de Dios, sino al simple deseo de demostrarle su amor a Jesús entregándole voluntariamente aquello que ella más apreciaba.
Así actúa el amor. No calcula el costo ni usa el sentido común. Por el contrario, el anhelo más profundo e intenso del amor es darse por entero, todo lo que uno es y todo lo que uno tiene. El amor no usa gestos superficiales ni comprende la entrega parcial. Para el amor, sólo vale lo absoluto, lo total.
San Ignacio de Loyola expresa esta respuesta de amor a Jesús en una oración que incluye en sus Ejercicios Espirituales: "Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Tú me los diste, a Ti, Señor, te los devuelvo; dispón de ellos según tu voluntad. Dame tu amor y tu gracia, que con ella me basta". Con esta oración, Ignacio expresaba con palabras lo que aquella mujer sentía en su corazón. Es, al mismo tiempo, una verdad que se aplica a todos los que amamos al Señor: cuando tenemos un encuentro personal con Cristo, nos sentimos impulsados a ofrecerle todo, todo lo que somos y todo lo que hacemos.
En el mismo sentido, lo que constituye el corazón del Sacramento del Matrimonio no es el sentido común, sino el amor. A cada uno de los esposos se le pide cuidar y atender al otro como lo haría consigo mismo, y lo que hace posible cumplir este mandamiento es el amor. Igualmente lo que hace posible criar a los hijos no es el sentido común; es el amor. Considerando nada más que el valor monetario, cualquier consejero financiero diría que criar a los hijos es una pésima inversión. El costo que implica la crianza es enorme y ni siquiera incluye el valor del tiempo y la energía de los padres. No obstante, los esposos han venido criando a sus hijos desde el principio de la humanidad. ¿Por qué? Porque el amor engendra el amor. El amor no se preocupa del sentido común. Los matrimonios tienen hijos no porque les parezca aconsejable por sentido común, sino porque quieren compartir su amor con ellos.
Esto no quiere decir que el sentido común no sea valioso. Lo es, pero tiene sus límites. Derrochar un perfume sumamente costoso en Jesús demuestra esos límites. El sentido común está basado en la lógica y la prudencia, pero el amor está basado en los anhelos más profundos del corazón.
¿Quién es Jesús para usted? En tres de los cuatro relatos de la mujer que unge a Jesús (en Mateo, Marcos y Juan), Jesús dijo: "A los pobres los tendrán siempre entre ustedes, pero a mí no siempre me van a tener." Pero en el pasaje de Lucas, Jesús le pregunta a Simón si se da cuenta de la diferencia entre el trato que él le ofreció y el que le dio la mujer. En esto hay una diferencia de énfasis, pero el punto es similar: Los que buscan a Jesús son los que se entregan por entero, voluntariamente y con todo su amor.
Cuando analizamos nuestra propia vida espiritual, hay una cosa de la que podemos estar plenamente seguros: En diversas ocasiones en la vida todos recibiremos una gracia especial del cielo que nos ayudará a darnos cuenta de lo que Jesús ha hecho por nosotros. Nadie puede predecir cuándo sucederá esto, ni cómo ni dónde. Pero es algo que ciertamente sucederá. Y cuando se produzcan esas ocasiones, nuestra mejor respuesta será la que dicte el amor.
El fariseo Simón no pudo ver que había llegado la hora de su gracia, ni siquiera después de que Jesús se lo explicó en una parábola. Judas Iscariote tampoco pudo ver su momento de gracia, aunque Jesús trató de abrirle los ojos hasta el final (Juan 13,26.27). Por otra parte, la samaritana que encontró a Jesús en el pozo de Jacob sí abrió los ojos y el corazón y así pudo ver quién era el que le pedía de beber (Juan 4,10.39). La pecadora también vio quién era Jesús y su reacción fue de amor, humildad y entrega total.
En diversas ocasiones, todos encontraremos momentos de cercanía a Jesús y la manera en que reaccionemos dependerá en parte de lo que pensemos del Señor en la vida diaria. La Escritura nos promete que si buscamos a Dios de todo corazón, si creemos que es digno de que le entreguemos lo más profundo de nuestro ser, lo encontraremos (Jeremías 29,13-14). Por otro lado, si nos parece que basta con ir a Misa una vez a la semana y rezar de vez en cuando, estaremos en peligro de perder algo o mucho de lo que Él quiere hacer en nuestra vida.
Hasta derrochar la vida. Después de ser ungido, Jesús dijo que lo que la mujer había hecho era "una obra buena" y que ese acto de generosidad sería recordado en todas las generaciones (Marcos 14,9). Consideremos, pues, que nuestra vida es un frasco de perfume costoso, sobre todo teniendo en cuenta que se pagó un gran precio cuando fuimos creados y un gran precio cuando fuimos salvados. Jesús pagó un gran precio por ti, querido hermano o hermana, y lo hizo porque te ama mucho. Incluso llegó a derramar el perfume de su propia vida para salvarte.
No hay nada que sea más grato a Jesús que todos nosotros nos entreguemos hasta "derrocharnos" en adoración de su Persona y en servicio al prójimo. Nada hay que cause más júbilo y celebración en el reino de los cielos que un creyente trate cada día de darse por entero a Jesús.
El Señor sabe que dedicar todo el tiempo, la energía y los recursos que tengamos a amarlo, adorarlo y servirlo no es despilfarro alguno. Sabe que aquello que parece un derroche inútil para los que viven según los dictados del sentido común es, a sus ojos, un tesoro valiosísimo.
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