Por tu fe has sido sanado
Queridos hermanos:
El tema de la edición de este mes es la sanación. Ciertamente puede ser un tema difícil para muchas personas. Posiblemente cuando pensamos en milagros de sanación vienen a nuestra mente imágenes descritas en los Evangelios, como el paralítico cuyos amigos lo bajaron por el techo de una casa para poder acercarlo a Jesús y que salió de allí caminando y cargando su propia camilla. O la mujer que padeció flujos de sangre durante doce años hasta que tocó el borde del manto de Jesús. ¡Incluso la hija de Jairo a quien el Señor devolvió la vida!
Podemos tener la impresión de que estos son relatos históricos que quedaron en el pasado. Al fin y al cabo, Señor, todos los días te pido que sanes a esta persona que tanto quiero o que me cures de esta enfermedad, pero todo parece seguir igual.
Yo misma he experimientado su sanación y he visto a otras personas muy cercanas curarse de la enfermedad, incluso levantarse del lecho de muerte, después de mucha oración continua. Pero luego he suplicado de rodillas al Señor que sane a otras personas a las que quiero y ver que la enfermedad sigue estando ahí, me ha llevado a preguntarme si mis oraciones están siendo escuchadas.
Pero, como veremos en los artículos de este mes, a menudo el Señor está actuando en el plano espiritual, derramando su sanación en áreas que nuestros ojos no son capaces de ver. El Señor siempre está actuando y respondiendo a nuestras oraciones, según su voluntad. Nuestro Señor desea que tengamos una fe expectante y recordemos que si tuviéramos “fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza, le dirían a este cerro: ‘Quítate de aquí y vete a otro lugar’, y el cerro se quitaría” (Mateo 17, 20).
En esta edición, hemos invitado a Mary Healy, quien es profesora de Escritura en el Seminario Mayor del Sagrado Corazón en Detroit, Michigan, y miembro de la Comisión Pontificia Bíblica del Vaticano para que nos comparta su convicción de que el Señor verdaderamente quiere sanar a sus hijos, tanto física como espiritualmente.
Confío en que estos artículos los invitarán a buscar el poder sanador del Señor Jesucristo con una fe más profunda. Ciertamente, a veces podemos sentirnos como la mujer cananea que suplicó a Jesús que sanara a su hija que estaba poseída por un demonio (Mt 15, 21-28). Pero como nos dice la Dra. Healy: “Esta mujer no se dio por vencida. Siguió suplicando con tanta insistencia… Ella solo contaba con la bondad y el poder de Jesús para que liberara a su hija. ¡Jesús no pudo resistirse a una fe tan grande!”
Hermanos, confiemos nuestra vida al Señor y pidámosle con fe expectante que realice milagros poderosos en situaciones que parecen imposibles. ¡Las promesas del Señor nunca dejan de cumplirse!
María Vargas
Directora Editorial
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