Por qué soy sacerdote
Testimonio vocacional del padre Jesús Guadalupe Soto Zazueta
En el año de 1976, mamá vivía afligida y triste, ya que sus embarazos eran muy riesgosos debido a problemas de salud que ella tenía, y terminaba por abortar involuntariamente.
Esto la llevaba a encomendarse a la Virgen María de Guadalupe e implorarle su intercesión, para que el Señor le concediera tener un hijo.
El día 25 de diciembre de 1977, Dios en su infinita bondad, le concede este milagro y mamá a su vez, con un corazón agradecido, me consagra a Nuestra Señora del Cielo en un templo de la ciudad conocido como “La Lomita”.
Los años de la infancia. Pasa el tiempo y crecí como muchos niños, en situaciones precarias, pero donde papá y mamá daban todo de sí para que no faltara lo necesario en el hogar. Mi infancia no fue en modo alguno cercana a las cosas de Dios. No conocí a sacerdotes ni a religiosas. Era muy grande mi ignorancia y no existía ambiente religioso en mi familia.
Por distintas circunstancias, empiezo a trabajar desde muy niño, vendiendo frituras y empanadas por las calles. Incluso trabajé de paquetero en un supermercado, entre otros trabajos que hacía para apoyar a la familia. Confieso que, en ocasiones sólo por ganar dinero, tapaba hoyos con tierra en una de las carreteras para que los automovilistas me dieran propina.
En la colonia en que vivía estaba expuesto a falsas doctrinas religiosas, pero aun así unos niños me invitan al catecismo y es cuando conozco la parroquia de mi colonia, en la cual hice mi Primera Comunión. Pero reconozco que no tuve una buena preparación, pues no seguí con mi formación catequética; la abandoné y desaparecí de la parroquia por algunos años.
Llega un momento en el cual mamá toca mi orgullo, poniéndome de ejemplo a un monaguillo que vivía cerca de mi casa, pues él tenía problemas familiares y aun así servía en el templo. Esto provoca el que yo empiece ir a la Misa dominical. Lamentablemente, este monaguillo muere ahogado en los días que yo empiezo a reiniciar mi vida en Dios y no tuve el privilegio de saludarlo, lo cual provoca en mí una profunda impresión.
Pero no fui perseverante en la Misa dominical. Me alejé nuevamente y llegando la adolescencia, me tragó la televisión. Sin embargo, a los 14 años llegan a mi casa dos jovencitas que le pidieron a mamá que yo las acompañara a la parroquia pues ya había oscurecido e iban a pie. Sin dudarlo, las acompañé, como todo un hombrecito.
Primeros vislumbres de vocación. Estando ahí, se acerca el párroco y nos dice que tiene la intención de formar un grupo juvenil. Desde entonces estuve participando en varias actividades eclesiales, como ir a evangelizar, pese a mi ignorancia (en algún momento unos protestantes me dieron una buena “pela”), participar en los Vía Crucis, pastorelas, kermeses…Me había involucrado tanto en la comunidad que de vez en cuando algunas personas me decían que yo tenía aspecto de sacerdote (esto de alguna forma me cuestionaba).
Pero yo evadía la posibilidad de ser sacerdote, y sentía lejana la mirada de Dios en mí. Yo estaba interesado más bien en ser un buen deportista y un buen ingeniero o algo que proyectara mi vida al éxito, por lo que esperaba una oportunidad para sobresalir. Entre los 14 y 17 años, practicaba mucho el atletismo. Entrenaba bastante para alcanzar un buen nivel y así triunfar en las competencias, ya que aspiraba a la fama.
Llegó una oportunidad de sobresalir a un mejor nivel cuando yo quería representar a mi estado, Sinaloa. Un día, cuando iba corriendo por una calle de la ciudad, un señor en su vehículo me alcanzó a golpear en una pierna y eso ocasionó que perdiera la oportunidad de competir. Tiempo después seguí entrenando, con la esperanza de alcanzar un buen rendimiento físico. Gané algunos lugares en competencias, pero no me sentía que rendía a toda mi capacidad.
Encontrándome en tal situación, unos monaguillos me invitan a una experiencia de pre-seminario, la cual duraba alrededor de cinco días, invitación a la cual antes me había rehusado, pero esta vez decidí tener esa experiencia.
Desde que puse un pie en el seminario, sentí algo muy especial. Aquel ambiente estaba por descubrir en mí algo indescriptible. Durante mi estancia ahí, en una hora santa, me abrí a la gracia de Dios, por todo lo que él me iba presentando en la vida, su llamada, por todo lo que había pasado. Tenía que ver su voluntad en todos los medios que puso para que yo estuviera ahí con él, en ese momento tan especial.
Habían transcurrido 17 años de mi vida, y estando allí, frente al Santísimo Sacramento, le entrego mi vida al Señor. Él me la dio y le dije: “Aquí estoy para hacer tu voluntad. Si en algo puedo servirte, Señor, tú te encargarás de mí.” Fue en ese momento cuando el plan divino que Dios tenía preparado para mí y que yo de manera providencial había aceptado, se hizo realidad. Tengo que decirlo: Fui el último al que le dieron la carta de aceptación en el pre-seminario, y una noche antes de salir, decidieron aceptarme como candidato a esa gran institución.
Mi aspecto no era el de un joven con futuro, educado o de buena apariencia. Tenía más bien aspecto de vándalo, por la forma en que vestía. Pero yo estaba feliz, porque iba a ingresar al seminario. Dios había puesto su mirada en este pecador, este joven de poca elocuencia y muchos defectos.
Mamá no había aceptado muy bien mi decisión, y rompió en lágrimas, quizás porque no sabía a lo que su hijo se enfrentaba. Papá no dijo nada, pero al final los dos me dieron su apoyo. Otros familiares, compañeros y amigos no aprobaban el que yo quisiera ser sacerdote, incluso mi abuelo—a quien Dios tenga en su gloria— le comentó a mamá que era mejor que me colgara de un ciruelo, pero la gracia de Nuestro Señor hizo su obra en él.
Amor consagrado. No mucho tiempo después, mamá recordó que, al nacer yo, ella me había entregado y consagrado a Dios por medio de la Virgen María de Guadalupe, y nuestro Señor me dio a conocer su plan de salvación, su proyecto de vida para mí, a través de muchos medios. Mamá me había regalado a Dios, con todo lo que pasé por mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, por lo que había algo muy especial para mí que yo no lograba ver. Por eso es muy importante entender las palabras de San Pablo, cuando dice que “todo es gracia”.
Finalmente, fui ordenado presbítero el 4 de agosto de 2011 en la Prelatura de El Salto, Pueblo Nuevo, Durango. Mi experiencia sacerdotal en la Sierra Madre Occidental de Durango, me ha hecho ver la grandeza de Dios en mi existencia, en la cual estoy llamado a abrirme a la gracia y dar fruto para su gloria. Por eso, me encomiendo a sus oraciones para que yo pueda corresponder día a día a los designios salvíficos de Dios y sea instrumento de su paz y su perdón.
Que Nuestra Señora la Virgen María nos conceda, a través de su intercesión, abundantes vocaciones para la vida sacerdotal y nos muestre siempre el camino que conduce al Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. Así sea.
El padre Jesús Guadalupe Soto Zazueta, originario de Culiacán, Sinaloa (México), es sacerdote diocesano. Actualmente cumple su misión en el Seminario Menor de El Salto, Durango.
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