Por la fe conocemos el amor del Padre
Por: el padre Diego Suárez
¡Qué grande es el Señor, queridos amigos!
Me gustaría hacerles comprender y percibir la grandeza del amor de Dios. Yo sé que muchos tienen problemas, pecados, debilidades, vicios. Por eso no os voy a hablar de pecados ni debilidades ni de vicios. Ya tú los sabes.
El amor de Dios en la naturaleza. Tu Papá te ha regalado la creación entera. ¿Te has puesto alguna vez a mirar las estrellas por la noche? ¿Te has puesto alguna vez a escuchar los ruidos de la noche —no las sirenas ni la policía— el ruido del campo, los animalitos? Dios nos ha puesto en un jardín, ¡esto es una maravilla! ¿Que no te sientes contento? ¿Que te duele algo? ¡No dediques tanto tiempo a pensar en ti mismo! ¿Por qué no te fijas en los detalles que tiene Dios contigo cuando ve que te levantas por la mañana? El sol, el aire, tu esposa, tu esposo, tu niño, tu casa, el trabajo, los amigos. ¿Toda la vida te vas a llevar quejándote de dolores y atormentándote por tus pecados? Pues, ¡no vas a dejar de pecar! ¡Lo que debes hacer es dedicarte a amar!
Los cánones de la santidad, los puso Jesucristo en las Bienaventuranzas: Son santos los que saben sufrir sin blasfemar; los que pasan hambre y no le echan la culpa a Dios; los que se compadecen del hermano que está al lado y que tiene menos que tú; los que son perseguidos por causa de la justicia o por llamarse cristianos; los que hacen el ridículo dándose a los demás; los que en cualquier país son perseguidos por ser cristianos, y los matan, los ridiculizan, los atacan. ¡Son santos!
La comunión con Dios. A Dios se llega de dos maneras: Comulgando el cuerpo de Cristo auténticamente: “El que come de este pan come mi cuerpo”, en la Eucaristía. Y esto es imprescindible. Pero hay otra forma de comulgar: “Lo que hagáis con uno de éstos, mis hermanos, lo hacéis conmigo.” Y hay gente que solamente se ha aprendido la primera fórmula. ¿Para qué comulgan? Muchas veces nada más que para engrandecerse, para ensanchar su yo. Pero hay que comulgar para tener fuerzas; para no avergonzarse de su padre que tiene la cabeza perdida; para no avergonzarse de tener un niño deficiente mental; para no maltratar al niño pequeño; para darse a los demás y para repartir alimento y dinero. Esto es una forma de comulgar.
Segundo, tú tienes que ser santo, pero trabajando por los demás, sirviendo a los demás. Cada vez que hay una oportunidad de hacer el bien, hazlo; cada vez que tienes una oportunidad de sonreír, sonríe. No esperes que lo haga el otro. No nos acostumbremos a ir pidiendo por la calle: “Sonríeme, tenme en cuenta, llámame por teléfono, ¡felicítame! ¿Por qué no me llamaste, por qué no me dijiste algo?” Vamos mendigando amor. Ya es hora de que los cristianos digamos: “Dios es tan grande y me ama tanto, que yo voy ofreciendo amor: ¿Qué necesitas de mí? ¿En qué te puedo servir, en qué te puedo ayudar?”
Jesús vino a salvarte. Dios te ama porque ha puesto la creación a tus pies; pero Jesús, el Señor, se ha rendido a nuestros pies. Cristo ha apostado por ti; Cristo te ha defendido a ti; Cristo ha dicho: “Vengo a salvar al hombre y lo voy a salvar. ¡Y voy a salvar hasta al más despreciado, al más absurdo, al que menos sabe leer y escribir, al más pobre, al que más sufre!” Los cultos, ya organizaron su vida. Si tú eres una persona que sufre, necesitada, con problemas, con las circunstancias de tu vida, pero te sientes pobre hombre delante de Dios, el Señor vino a salvarte.
Cuando Jesucristo estaba en la cruz, unos se reían de él: “Si eres el Hijo de Dios ¡bájate de la cruz!” Pero Jesús pensaba: “¡Pobre hombre! Por eso no me bajo, porque soy el Hijo de Dios.” Es una enseñanza nueva: “Por eso no me bajo, porque soy el Hijo de Dios, y yo tengo que pensar en ese pobre hombre de 45 años que está en cama porque tiene cáncer y no se va a bajar del cáncer, como yo no me he bajado de la cruz. O en aquel padre de familia que tiene problemas más fuertes que su capacidad y no se puede bajar de la cruz. Ante tantas calumnias de personas que sufren, sacerdotes, religiosas, obispos que sufren, no me bajo de la cruz, porque hay muchas personas que no se pueden bajar de su cruz. Y si los que sufren, aguantan la cruz, ¡yo los voy a resucitar, porque yo voy a resucitar!”
Cristo no se va a bajar de la cruz. No te preocupes por tu cruz, querido amigo. Cuando te sientas mal, cuanto te sientas abandonado del Señor, cuando creas que ya no puedes más, piensa que alguien te está defendiendo. El Señor le dice al maligno: “¡A este no lo toques!” Y si es preciso morir por ti, Cristo está dispuesto a morir por ti continuamente.
Dios te ama tanto que te respeta. Al final tú vas ir donde quieras ir. Les pongo un ejemplo. Cristo está en la cruz en medio de dos ladrones, dos delincuentes. Uno se ríe de él. “¿Tú eres el Hijo de Dios? ¡Sálvate a ti y a nosotros! ¡Haznos un milagrito! ¿Tú eres el Hijo de Dios?” Y blasfemaba. Respuesta de Cristo: El silencio, mientras pensaba: “Sigue por el camino del odio, sigue por el camino de la blasfemia, sigue en contra mía. Te respeto, eres libre hasta para blasfemar. Te voy a respetar pero caerá sobre ti la responsabilidad de tu blasfemia, de tu pecado, de tu vicio, de tu debilidad. No te voy a castigar, no.” El que bebe, termina en cirrosis; el que se droga, termina perdiendo la cabeza y arruinando su vida; el que roba termina en la cárcel. Dios no te castiga; Dios te respeta.
Por el contrario, había otro hombre a su derecha, se llamaba Dimas, y le decía: “¡Ten la bondad de callarte! Este hombre es bueno, no ha hecho nada malo. ¡Tú y yo sí! Este hombre no. Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.” Dice Cristo: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso. No un premio, sino tu decisión, que yo respeto. Vente conmigo al Paraíso.” Y Jesús se llevó a Dimas, el primer santo sin confesar, sin comulgar, sin bautizar. “Este es el primero que me llevo conmigo, ¿Por qué? ¡Porque me gusta, porque me quiere y porque me necesita!”
Y tú estás igual. Si decides estar con Cristo, si amas a Cristo, vas a estar con Él, porque tú decides lo que sea. Si blasfemas, si odias, si rechazas, si te apartas de Dios, Él te va a respetar toda tu vida. Y al que está sin Dios, que odia a Dios y se muere, Dios le dice, “¿A dónde vas?” “Yo iba en contra tuya.” Dios dice, “Está bien, sigue en contra mía.” Y ese estar sin Dios, estar privado de Dios, estar odiando a Dios, es lo que llamamos “infierno”.
Pero si le dices: “Señor, mantenme cerca de Ti; Señor, nunca te apartes de mí; Señor, perdona mis debilidades. Yo te quiero y te amo por encima de mis cosas, por encima de mi mundo, por encima de mis pecados. ¡Te amo entrañablemente!” Y te coge la muerte por el camino, Dios te dice: “Y tú, ¿a dónde vas? Dices: “Buscándote, Señor.” “¿A dónde vas?” “¡Amándote!” “¿A dónde vas?” “¡Detrás de Ti!” “¿Tú me venías buscando?” “¡Sí!” “Entonces, ven para acá, a heredar el reino preparado para ti. Porque me quieres, porque me gustas y porque me amas. ¡Quiero que te des cuenta de que te amo y tú búscame también a mí y yo te voy a amar entrañablemente para toda la vida!”
Nuestra respuesta. Entonces, si Dios te ama tanto, si Jesucristo apuesta por ti, si Dios te va a respetar el deseo de estar con él, si Dios te va a llevar a donde tú quieras, ¿cómo le respondes al amor de Dios? ¿Haciendo una novena al corazón de Jesús, una novena a “san no sé cuánto”?
Bueno, si Dios te ha regalado tantas cosas, la vida, los niños, el cielo, la tierra, el mar, las estrellas, la luna, el aire, el sol, las montañas, los amigos, el trabajo, el coche, todo eso es un regalo de Dios. ¿Cómo le respondes? Me dicen: “Yo rezo”, o “Yo comulgo.” Bien. Respuesta: “Si tú me amas tanto, no tengo más remedio yo que amarte.” “Señor, yo creo en Ti, creo en tu amor, creo que me amas, creo que me cuidas, creo que me proteges, creo que eres mi Papá y te respondo con la fe.” La fe es una respuesta al amor.
¿Por qué hay personas que no creen? Porque no se sientan amadas por Dios. Si a mí Jesús me ama, tengo que vivir para Él. Tener fe es pensar: “Si Dios ha enviado a Jesús para salvarme, me agarro de Jesús. Si Jesús me pide servir, sirvo en nombre de Jesús. Jesús es mi meta, Jesús es mi fundamento, Jesús es mi origen, Jesús es mi todo.”
La fe se demuestra con las obras. Y lo demuestro con la vida, con las obras, con la actitud, con la palabra, con el sentimiento, con la manera en que trato a los demás. Si tu fe no se demuestra en la calle, piénsatelo, porque a lo mejor no tienes fe y no te confundas a ti mismo. Y ahora tú tienes que ser testigo de Jesús. Qué significa ser testigo de Jesús? Que tu mujer se dé cuenta de cuánto amas a Dios; que tus hijos se den cuenta de que su padre ama de verdad a Dios.
Creer y amar a Dios es comprometerse con Cristo, mancharse la sotana, embarrarse los pies, meterse a fondo en el mundo para salvar a los demás. El cristiano demuestra en la calle lo que ha hecho y recibido en la iglesia. Querido hermano o hermana, entusiásmate con el Señor, cree en Cristo fuertemente, dale gracias a Dios Padre por el amor, dale gracias al Señor por el amor que te tiene y respóndele con todo el amor de tu corazón.
Extractado de una conferencia pronunciada por el padre Diego Suárez en uno de los “Congresos de Católicos Unidos en la Fe”, organizados por el Ministerio “El Sembrador”, en Los Ángeles, California.
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