Orar sin cesar
La persistencia allana el camino
Había una vez una señora que oraba constantemente por su marido y sus tres hijos. Ella era la única creyente en la familia y tenía el profundo deseo de que todos los demás se convirtieran también. Uno de los hijos era el que más le angustiaba. Era muy inteligente y él lo sabía.
Había estudiado las tendencias filosóficas más aceptadas de su época y adoptado una vida de búsqueda de la satisfacción propia y el placer, al punto de que había tenido un hijo sin haberse casado. Su madre sabía que no podía competir con él intelectualmente, por lo que adoptó otra estrategia. Empezó a rezar por él sin cesar, con toda persistencia, sin cansarse.
Con el tiempo, la señora encontró un nuevo consejero espiritual que le animó a seguir orando. “No creo que un hijo de tantas lágrimas vaya a perecer,” le dijo su confesor. Luego, este consejero trabó amistad con el hijo de la señora, pero a diferencia de otros que habían intentado lo mismo, éste sí podía competir con él en términos intelectuales. Finalmente, gracias al ejemplo, las enseñanzas y los argumentos que le presentaba el consejero espiritual, el joven aceptó al Señor y se convirtió al catolicismo.
Claro, bien se podría decir que la sabiduría y el testimonio personal del consejero fueron los que consiguieron el resultado, pero no debemos olvidar nunca las oraciones de su madre, porque fue la perseverancia de ella la que finalmente dio sus frutos.
Si todavía no has adivinado, querido lector, de quiénes se trata esta historia, la madre era Santa Mónica, el consejero espiritual fue San Ambrosio y el hijo fue el que más tarde llegó a ser el gran San Agustín.
La perseverancia funciona. La historia de Mónica nos enseña que la oración de intercesión no depende solamente del grado de santidad, sino de la humildad y la persistencia que uno tenga. Analicemos dos de las parábolas de Jesús: la del vecino importuno y la de la viuda persistente (Lucas 11, 5-8; 18, 1-8).
En la parábola del vecino importuno, Jesús habla de un hombre que toca a la puerta de su amigo vecino ya tarde en la noche para pedirle algo de pan; pero como el vecino se niega a atenderlo, el hombre sigue golpeando la puerta con insistencia, pese a las protestas del vecino. Finalmente, éste se levanta y le da todo lo que quiere, no tanto porque sean amigos, sino porque quiere volver a dormir.
La parábola de la viuda persistente es parecida. Se trata de una viuda pobre que le pide justicia a un juez corrupto y como éste no la atiende, ella vuelve reiteradamente a pedirle y exigirle con insistencia. Ya molesto porque día tras día la mujer llega a su casa con la misma petición, el juez finalmente decide acceder y dictar fallo, no tanto por el derecho de ella, sino para que lo deje tranquilo.
Toca a la puerta. Pero hay que dejar algo en claro. Jesús no está diciendo que nuestro Padre celestial sea un juez corrupto ni un vecino desentendido. El punto de estas parábolas es enfatizar la actitud de quienes hacen las peticiones, lo cual queda perfectamente claro cuando el Señor prosigue su parábola del vecino importuno con sus conocidas palabras “pidan, busquen, toquen a la puerta.” También lo aclara cuando termina la parábola de la viuda persistente preguntando: “¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?” (Lucas 18, 7). Lo que el Señor nos enseña en ambas parábolas es que debemos ser perseverantes, obstinados y nos dice: “No duden en seguirle pidiendo sin cesar a su Padre celestial. ¡Háganlo, porque él no se molesta!”
Estas parábolas nos dicen que nuestro Padre celestial es amantísimo, bondadoso y compasivo en extremo; que es todopoderoso y sin duda nos ayudará. Dios no duerme y nunca se molesta cuando acudimos a él con nuestras peticiones. De hecho, quiere que le pidamos, y nos da con abundancia lo que necesitamos. ¡Dios es sumamente bueno!
Al mismo tiempo, estas parábolas nos dejan entrever que Dios quiere que le presentemos nuestras peticiones con toda claridad y honestidad. Quiere que pidamos, busquemos y toquemos a la puerta, y que sigamos insistiendo una y otra vez, no porque quiera hacerse el difícil de encontrar, sino porque sabe que mientras pidamos con más insistencia, más profundamente se asentarán en nuestro corazón las necesidades e inquietudes de aquellos por quienes intercedamos. Sabe que si nos limitamos a pronunciar una oración rápida y luego pasamos a otra cosa, no le damos al Espíritu Santo la oportunidad de actuar en nuestro corazón para hacernos más compasivos.
La persistencia: Ligada a la Segunda Venida. Es interesante observar que San Lucas coloca estas dos parábolas sobre la oración perseverante justo después de dos de las enseñanzas más importantes de Jesús. La parábola de la viuda viene justo a continuación de cuando Jesús explica cómo será la vida antes de su regreso al final de los tiempos (Lucas 17, 20-37), acontecimiento glorioso, pero repentino, “como el relámpago que fulgura e ilumina el cielo de uno a otro extremo” (17, 24) y que algunas personas entrarán en el Reino de Dios y otras quedarán atrás. Luego, resumiendo la parábola, preguntó: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lucas 18, 8). Esto hace pensar que, al parecer, el Señor hizo un nexo entre su enseñanza sobre la perseverancia en la oración y sus advertencias sobre el juicio final.
¿Por qué lo hizo? Una posible respuesta es que él sabe lo poderosa que es la oración de intercesión. En efecto, siguiendo el ejemplo de Santa Mónica, aquella viuda extremadamente persistente que nunca dejó de orar hasta que su hijo aceptó el cristianismo, nosotros también debemos orar y no dejar de hacerlo hasta que todos nuestros amigos, familiares y vecinos acepten la fe en Cristo. Jesús sabía claramente que se iba a producir su Segunda Venida, y que algunos se salvarían y otros no. Por eso, enseñó claramente que todos debemos perseverar en la intercesión para que el mayor número posible de personas se salve y entre en su Reino.
Algunas personas se dejan llevar por el pensamiento de que sus oraciones no son más que deseos ilusorios o una esperanza incierta, pero eso está muy lejos de ser verdad. Nuestras oraciones de intercesión, especialmente si son persistentes, llenas de fe y de gran amplitud pueden mover montañas; pueden tener consecuencias eternas y allanar el camino para aquellos que se mantienen lejos del Señor, para que encuentren la salvación. ¡Imagínate cómo será en el cielo, cuando veas a todas esas personas por las que tú rezaste! ¡Imagínate la alegría que sentirás al saber a cuántas personas ayudaste a salvarse, y la gratitud y el amor que ellas sentirán por ti!
La persistencia: Ligada a la oración del Padre Nuestro. La parábola del vecino importuno viene justo después de que Jesús enseña a sus discípulos la oración del Padre Nuestro (Lucas 11, 1-4). Este es también un punto importante. El Padre Nuestro describe una actitud determinada, una forma de vida, porque demuestra que todos los aspectos de la vida humana, el bienestar espiritual, la nutrición diaria, las relaciones personales y la batalla contra la tentación están basados en nuestra dependencia de Dios.
Al Señor lo necesitamos para poder entrar en su Reino y para que nos proporcione todo lo necesario para cada día, ya sean bienes materiales o espirituales; lo necesitamos para que nos ayude a tratar a los demás con amor y misericordia y para luchar contra las fuerzas destructivas del pecado. En resumen, necesitamos a Dios, que nos trata como un padre perfecto trataría a sus hijos.
Pero ¿qué tiene que ver esto con la oración de intercesión, porque el Padre Nuestro se refiere principalmente a lo que queremos pedirle a Dios no para otros sino para nosotros? Posiblemente en la parábola encontremos parte de la respuesta. Allí, lo que el vecino importuno necesita es pan, es decir, aquello que Jesús nos enseñó que le pidiéramos a nuestro Padre para cada día, e implora la ayuda no para sí mismo sino para un visitante inesperado.
De esto se trata la oración de intercesión: pedir, buscar y tocar a la puerta, en favor de aquellos que sabemos que de una forma u otra viven sin el “pan nuestro de cada día”. Aquí vemos que el Señor, al enseñarnos el Padre Nuestro y luego seguir inmediatamente con la parábola del vecino importuno, nos anima a rogar a Dios por nuestras propias necesidades y también por las de otras personas y hacerlo a menudo y con perseverancia; nos dice que, además de orar por otros, también hemos de suplicarle que nos conceda, no solamente el pan de cada día para nosotros, sino pan extra para darlo a otros que lo necesiten.
Una Iglesia persistente. Las dos parábolas que hemos citado, la de la viuda persistente y la del vecino importuno, nos exhortan que hay que “orar siempre sin desanimarse” (Lucas 18, 1) y nos enseñan a orar por nuestros familiares, amigos, vecinos, e incluso enemigos y gente que todavía no conocemos. Nos inspiran a contemplar el cielo y rezar pidiendo que todos estén preparados para la Segunda Venida del Señor, sin dejar de mirar a nuestro alrededor aquí en la tierra, e implorar al Señor que todos nuestros semejantes reciban la gracia que necesitan día a día para llevar una vida recta y en paz. Y finalmente nos enseñan a no dejar nunca de elevar nuestras plegarias a Dios.
Por eso, hermano, no dejes de orar, pedir y suplicar, por muy sombría que parezca la situación en el mundo o en tu vida. Recuerda que Moisés intercedió por su pueblo con tanta insistencia que Dios cambió de parecer (Éxodo 32, 7-14); recuerda a la mujer sirofenicia (es decir, pagana) cuya fe e insistencia impresionaron tanto a Jesús que le concedió lo que ella pedía (Marcos 7, 24-30). Por último, recuerda a Santa Mónica y la perseverancia de su oración. Estos héroes de la fe nos muestran que, a veces, para lograr lo que se pide, todo lo que se necesita es un corazón bien dispuesto, la fe que uno tenga y mucha perseverancia.
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