Nuestra esperanza está en la resurrección
Los cristianos tenemos la promesa segura de la vida eterna
Todos los viernes, José acostumbra a ir al supermercado de la esquina y comprar un billete de lotería. Y cada semana, cuando los números ganadores son anunciados, él los compara con su propio tiquete. Él siempre espera ganar, y siempre termina sintiéndose decepcionado. Pero eso no le ha impedido seguir comprando otro billete semana tras semana. Él siempre alimenta la esperanza de ganar algún día, aun cuando las probabilidades estén en su contra.
Todos alimentamos esperanzas de diversos tipos. Esperamos vivir una vida larga y productiva. Esperamos que nuestros hijos y nietos crezcan y lleguen a ser personas que contribuyan a la sociedad. Esperamos la paz del mundo y la prosperidad. Todas estas son cosas buenas, pero no necesariamente podemos asumir que van a suceder, pues también podrían no hacerlo.
Entonces, ¿qué esperanza podemos tener que no nos decepcione? San Agustín una vez escribió: “La resurrección del Señor es nuestra esperanza” (Sermón 261: 1). Poner nuestra esperanza en la resurrección de Jesús es una apuesta segura. De hecho, podemos apostar nuestra propia vida. La razón es que la esperanza de la que habla San Agustín es diferente a la que José tiene de ganarse la lotería. Mientras que José no sabe si alguna vez ganará, nosotros sabemos que todos los que creen en que Jesús ha resucitado de entre los muertos se salvarán (Romanos 10, 9). Por lo tanto, nosotros no estamos simplemente deseando que algo bueno suceda; ¡estamos seguros de que sucederá!
En esta edición de Pascua, queremos reflexionar en la esperanza que tenemos en la resurrección de Jesús, tanto la esperanza que nos produce personalmente como la que produce para el mundo. También queremos ver de qué manera podemos crecer en la virtud de la esperanza y cómo podemos volvernos modelos de fe para las personas que nos rodean.
En este artículo, analicemos la evidencia de que la resurrección de Jesús realmente sucedió, la cual nos demostrará la razón por la cual podemos tener esta esperanza de Pascua.
Recuentos de los testigos oculares. Los dos discípulos que iban por el camino a Emaús sentían como si el suelo bajo sus pies acabara de ceder. Ellos habían puesto su esperanza y sueños en Jesús, este hombre de Nazaret que realizaba milagros, pero que había sido brutalmente ejecutado por las autoridades romanas. “Nosotros teníamos la esperanza de que él sería el que había de libertar a la nación de Israel”, le dijo uno de ellos a un extraño que se les había unido por el camino desde Jerusalén hacia Emaús (Lucas 24, 21). Desde luego, ellos no se dieron cuenta de que aquel extraño que caminaba junto a ellos era Jesús, el Cristo resucitado.
Cuando ellos le contaron lo que turbaba su corazón, Jesús comenzó a hablar de todos los pasajes en la Escritura que se referían a él. Al acercarse al pueblo, le pidieron a Jesús que se quedara con ellos, y al bendecir y partir el pan durante la cena, ellos se dieron cuenta de repente de quién era él (Lucas 24, 31). Al repasar lo que acababa de suceder, comprendieron que “el corazón nos ardía” cuando él les explicó las Escrituras (24, 32).
De repente, comprendieron que su esperanza se había cumplido, y que iba mucho más allá de sus sueños más descabellados. Jesús estaba vivo; había conquistado a la muerte y ellos mismos lo habían presenciado.
Aunque no nos hemos encontrado con Cristo resucitado en la carne como lo hicieron estos dos discípulos, tenemos los recuentos de los testigos presenciales, muchos de sus primeros discípulos. Además de estos dos, María Magdalena se lo encontró junto al sepulcro (Marcos 16, 9-10; Mateo 28, 1-10; Lucas 24, 1-9; Juan 20, 11-18). Luego se le apareció a los once discípulos mientras estaban escondidos de las autoridades; incluso comió algo de pescado frente a ellos (Lucas 24, 43). La semana siguiente, Jesús se apareció de nuevo (Juan 20, 24-29). Finalmente, se le apareció a Pedro y a algunos de los discípulos en la orilla del mar de Galilea, mientras ellos pescaban, y les preparó el desayuno (Juan 21).
El apóstol Pablo también se encontró con Jesús resucitado en el camino a Damasco (Hechos 9, 3-9). Más adelante, él relata cómo Jesús también “se apareció a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Corintios 15, 6).
Lo importante es que, nuestra esperanza en la resurrección no es solo una esperanza abstracta. Está basada en un evento real que transformó la vida de personas reales. Y lo que sucedió hace dos mil años sigue siendo verdad hoy: ¡Jesús está vivo y habita entre nosotros!
La predicación de los apóstoles. Aquí hay otra razón para esperar en la resurrección de Jesús: Fue el fundamento de la predicación de los apóstoles. Sin ella, ellos no habrían tenido nada especial que proclamar. En Pentecostés, Pedro le dijo a la multitud que Dios había resucitado a Jesús “liberándolo de los dolores de la muerte, porque la muerte no podía tenerlo dominado” (Hechos 2, 23-24). Más adelante, después de que Pedro y Juan curaron al mendigo que se encontraba en la entrada del templo, Pedro le dijo a la multitud que se había reunido ahí: “Y así mataron ustedes al que nos lleva a la vida” (Hechos 3, 15-16). Fue Jesús, resucitado en gloria, quien había sanado a este hombre.
Pablo también basó su prédica en la resurrección de Jesús: “Si Cristo no resucitó”, escribió, “la fe de ustedes no vale para nada” (1 Corintios 15, 17). Él enfatizó en el hecho de que Jesús ha ganado el perdón para nosotros. Debido a que Cristo ha resucitado, nosotros también podemos tener la esperanza segura y certera de que vamos a resucitar con él, si ponemos nuestra fe en él y respondemos a su llamado en nuestra vida.
Pedro, Pablo y todos los apóstoles estaban tan convencidos de la resurrección de Jesús que estaban dispuestos a morir en lugar de renunciar a su fe en él. Pablo incluso preguntó a los corintios las razones por las qué él y los otros apóstoles pondrían su vida en peligro y se enfrentarían a la muerte si la resurrección no fuera verdadera (1 Corintios 15, 30)
En vista de todo esto, ¿cómo no pondríamos toda nuestra esperanza en la resurrección de Jesús?
Jesús es el primero, pero no el último. El “primer fruto” era la primera porción de la cosecha que los israelitas ofrecían a Dios en acción de gracias y como un signo de una gran cosecha que estaba por venir. Pablo llama a la resurrección de Jesús de entre los muertos “el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar” (1 Corintios 15, 20). Aunque él ha sido la primera persona en resucitar, no será el último. Y esa es una tercera razón para nuestra esperanza: ¡La resurrección de Jesús fue solamente el inicio!
El plan de nuestro Padre fue destruir la muerte para siempre. Jesús fue primero que nosotros, pero aquellos que hemos creído en él también tendremos parte en su resurrección en el último día. Si este no fuera el caso, ¿por qué Dios habría resucitado a Jesús? De manera que podemos poner nuestra esperanza en nuestra propia resurrección, porque Jesús nos ha mostrado —en su propio cuerpo— lo que Dios tiene destinado para nosotros.
Y esta es la razón final: Jesús, ahora resucitado en gloria, nos ha dado el Espíritu Santo como “el anticipo” de nuestra prometida resurrección (Efesios 1, 14). El Señor nos dio el Espíritu para guiarnos y consolarnos, para ayudarnos a reconocer nuestro pecado, y para capacitarnos para servir a su pueblo. Esto significa que el Cristo resucitado vive y actúa en nosotros a través del Espíritu, y no solo en nosotros. Si observamos con atención, ¡podemos ver la prueba de la resurrección de Jesús en la vida de nuestros hermanos en Cristo!
La razón de nuestra esperanza. El Papa Benedicto XVI dijo una vez: “Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay salida para el hombre, y toda su esperanza sería ilusoria.” Sin la resurrección de Jesús, nuestra vida no solo terminaría aquí en la tierra, sino que no tendría sentido o propósito eterno, moriríamos en pecado (Juan 8, 24). La resurrección de Jesús nos da mucha esperanza porque podemos vivir la vida abundante que él nos ha dado aquí en la tierra, y podemos mantenernos firmes en la promesa de la vida eterna con él para siempre en el cielo.
Muchas personas viven hoy en día sin esperanza. Nosotros también hemos experimentado momentos en los que nos sentimos así. Pero debido a que somos cristianos, nunca estamos realmente sin esperanza. Dios nos ama y nos redimió, sin importar cómo nos sintamos nosotros. El Señor tiene un plan para nuestra vida, sin importar las circunstancias que estemos pasando. Y debido a que él resucitó de entre los muertos, nosotros también resucitaremos un día y experimentaremos la unión con él.
San Pedro exhortó a los cristianos a estar “siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pedro 3, 15). Todos tenemos esperanzas y sueños que queremos que se cumplan. Pero nada puede compararse con la promesa cierta de la vida eterna que Dios nos ha hecho en Jesús. Independientemente de las luchas que experimentemos en esta vida, esa es nuestra esperanza sólida. Así que durante este tiempo de Pascua, dispongámonos a decirle a las personas cuál es el motivo por el cual hemos puesto nuestra esperanza en la resurrección de Jesucristo, nuestro salvador.
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