Noticias de gran alegría
El mensaje de Adviento de San Lucas
Por: el padre Michael Patella, OSB
Si hicieras una lista de los pasajes más apreciados del Evangelio de San Lucas, los “relatos de la infancia” definitivamente estarían en el primer lugar. Puedes encontrarlos en los primeros dos capítulos del Evangelio, en los que leemos sobre la concepción y nacimiento de Juan el Bautista y de Jesús. También es donde conocemos a los pastores y somos llevados al pesebre.
Estos dos primeros capítulos nos ofrecen una imagen de cómo San Lucas ve el mundo. Para Lucas, es un lugar lleno de la gracia de Jesús, la Palabra hecha carne. Es un lugar en el que nuestra existencia terrenal está intrínsecamente conectada con el mundo venidero. Y el sello de esa conexión es la alegría.
Para él, la alegría y el gozo siempre son un signo de la presencia de Dios en el mundo y por eso, usa estos términos intencional y cuidadosamente. Los usa no solo para marcar los momentos alegres como el nacimiento de Jesús o de Juan el Bautista, sino para señalar la transformación de alguien que experimenta la gracia salvadora de Dios.
Es esta alegría de la salvación la que se desarrolla como un hilo dorado a través de los escritos de Lucas. Comienza con el nacimiento de Jesús, pero el evangelista presenta el nacimiento y la resurrección como dos mitades de la buena noticia de la salvación. Sin la encarnación del Señor, no podía haber resurrección. Y sin la resurrección, su encarnación no habría tenido mucho significado.
La alegría supera al miedo. Comencemos con el capítulo 1. Cuando el ángel Gabriel le anuncia a Zacarías que su anciana esposa Isabel dará a luz a Juan, también le dice a Zacarías: “Tú te llenarás de gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento” (1, 14). Pero el ángel dice esto solo después de que, según leemos, Zacarías se llenó de “miedo” por la presencia de Gabriel (1, 12).
En la aparición de Gabriel a María —la Anunciación— vemos muchas similitudes con la historia de Zacarías. Mientras María no dudó del ángel como lo hizo Zacarías, sí se “sorprendió” un poco (1, 29). Ella sabía muy bien lo que les pasaba a las mujeres jóvenes que tenían un hijo de alguien que no fuera su esposo. En realidad, podemos ver su visita a Isabel en Judea como una forma de María de escapar de la hostilidad y la condenación que su embarazo “fuera del matrimonio” podía provocar en el pueblo de Nazaret. Así una nube oscura apareció y pendió sobre el fíat de María (1, 38).
Cuando María entró en la casa de Isabel, Juan, el bebé que Isabel llevaba en su vientre, saltó de alegría. Lucas nos dice que en ese momento Isabel también estaba llena del Espíritu Santo. Y finalmente, a través del Magníficat de María, San Lucas nos demuestra que el temor que sintió en la Anunciación se desvaneció frente al gozo que produce el Espíritu Santo.
El punto culminante de la narrativa de la infancia que hace San Lucas viene con el nacimiento de Cristo. Una vez más, la alegría surge con el anuncio de los ángeles, esta vez, a los desprevenidos pastores. Pero en este caso no está limitada a dos personas, más bien es proclamada públicamente a algunas de las personas más pobres del país. Y si eso no es suficiente, todo un coro angelical anuncia el mensaje gozoso desde el cielo mismo: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (2, 14).
La alegría del Evangelio. Conforme se adentra en su relato sobre el ministerio público de Jesús, Lucas continúa proclamando su mensaje lleno de alegría. En el Sermón de la llanura, Jesús promete alegría para aquellos que son perseguidos por su causa (6, 23). En la parábola del sembrador y la semilla, vemos a las personas recibiendo la enseñanza de Jesús con alegría pero luego renuncian a esa alegría al enfrentar la persecución (8, 13). La parábola de la oveja perdida no solo describe la alegría de un pastor al encontrar la oveja que se le perdió, sino que invita a otros a regocijarse con él por ese rescate (15, 4-6). Y, desde luego, el padre del hijo pródigo convoca a una celebración grande y alegre cuando su hijo perdido y arrepentido regresa al hogar (15, 32).
No es difícil observar que para San Lucas, la alegría se aleja de una respuesta individual hacia un regocijo compartido y comunitario de las buenas noticias de la salvación. Por ejemplo, Zaqueo recibe la alegría de la misericordia de Dios en el contexto de una comida con Jesús, su familia y sus invitados (19, 1-10). De cierto modo, el relato de este pecador redimido es una prefiguración de la alegría de la celebración compartida de la Eucaristía.
La “gran alegría” de la Resurrección. Lucas comienza el relato de la Pascua cuando Jesús entra en Jerusalén el domingo de Ramos, un evento que está lleno de regocijo. Leemos que toda la multitud de sus discípulos “comenzaron a gritar de alegría y a alabar a Dios por todos los milagros que habían visto” (19, 37).
San Lucas hace un señalamiento crucial en este punto. Los discípulos de Jesús parecen estarlo recibiendo de la misma forma en que podríamos vitorear a un héroe militar hoy en día. Pero ellos no se estaban regocijando por ninguna conquista. Más bien, estaban llenos de alegría por las curaciones, los exorcismos, la restauración de la vida e incluso las enseñanzas de las cuales habían sido testigos. A pesar de que no comprendían completamente la clase de salvación que Jesús estaba ofreciendo, se regocijaban por la nueva vida que él estaba haciendo posible.
Finalmente, en el relato de Lucas, la alegría alcanza su punto máximo el domingo de Resurrección. El contraste entre el desánimo de los discípulos por la muerte de Jesús y su alegría cuando se encuentran con el Señor resucitado no podría ser mayor (24, 36-41). Aquí, Lucas regresa al patrón que vemos en los relatos de la infancia, en que aquellos que se encuentran con el Señor y sus ángeles, primero tienen miedo antes de llenarse de alegría. Sin embargo, para aquellos que se encontraban en el aposento alto, la aparición de Jesús produce más que simplemente miedo; Lucas nos dice que “se asustaron mucho” (Lucas 24, 37). Pero rápidamente el terror se convierte en alegría cuando comprenden que Jesús está vivo y no es simplemente un fantasma.
Esa alegría no terminó en la Pascua. Al concluir su Evangelio, San Lucas nos habla de la ascensión de Jesús. Y en sus últimos dos versículos, describe cómo, después de que el Señor es llevado al cielo, los discípulos regresan a Jerusalén “muy contentos” mientras continuamente alababan a Dios en el templo (24, 52-53). Su alegría permanece como un distintivo constante en su hermandad, y sus esfuerzos para predicar “la buena noticia que será motivo de gran alegría” de que Jesús, el Mesías, ha resucitado (2, 10).
Alegría para todo el mundo. Si estamos buscando una guía sobre cómo vivir la alegría que comienza con el nacimiento de Jesús, Lucas nos la da en los Hechos de los Apóstoles. Primero la vemos en el discurso de Pedro en Pentecostés (Hechos 2, 14-36). Citando el Salmo 16, Pedro le dice a la muchedumbre, y también nos dice a nosotros, que cuando estamos llenos con el Espíritu Santo, también estamos llenos de “alegría” en la “presencia” del Señor (Hechos 2, 28).
Nada puede silenciar la alegría de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Cuando San Pablo y Bernabé son expulsados de Antioquía en Pisidia por predicar el evangelio, simplemente se sacuden el polvo de los pies y siguen adelante. Y, al igual que ellos, los nuevos discípulos que dejaron atrás, estaban “llenos de alegría y del Espíritu Santo” (13, 52). Aun después de haber sido fuertemente golpeados por su fe, Pablo y su compañero Silas pasaron su tiempo en prisión, no lamentándose por su dolor y aparente fracaso, sino orando y cantando “himnos a Dios” (16, 25).
Comenzando con el relato de la Navidad, San Lucas entreteje las muchas formas en que el nacimiento de Jesús y su resurrección le han producido alegría al mundo. Para él, esa alegría pertenece tanto a los discípulos que conocieron a Jesús como a todos los que siguen sus huellas. Los relatos de Pedro, Pablo y todos los creyentes en los Hechos de los Apóstoles dejan esto claro. El nacimiento de Cristo continúa resonando a lo largo de los años y en todo lugar “hasta en las partes más lejanas de la tierra” (Hechos 1, 8). Incluso hoy, la hueste angelical proclama: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Lucas 2, 14).
¡Regocíjate en el Señor! Al contemplar al Niño acostado en el pesebre, recordemos este antiguo refrán: “La madera de la cuna se convierte en la madera de la cruz.” Y ya que la cruz lleva a la resurrección y al don del Espíritu, sabemos que podemos participar de la alegría de María, José, los apóstoles e incluso los ángeles. n
El padre Michael Patella, OSB, es un monje benedictino de la Abadía de San Juan en Collegeviell, Minnesota, donde es profesor del Nuevo Testamento en la Universidad de San Juan.
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