¡No tengas miedo!
Un viaje de Adviento del temor a la esperanza
¡El Adviento está lleno de anticipación! Anticipamos la venida del Señor en Navidad cada vez que encendemos una vela en nuestra corona de Adviento. Esperamos las reuniones familiares, las hermosas celebraciones en la iglesia y todas las bendiciones que vienen durante este tiempo. Mientras esperamos, nuestra esperanza en el Señor puede aumentar y nuestra fe puede fortalecerse.
Pero a veces este tiempo festivo puede ser difícil para algunas personas. En lugar de anticipar las cosas buenas que Dios tiene reservadas para nosotros, podemos temer la enfermedad o la desgracia que podrían surgir en el futuro. Podríamos anticipar la tensión familiar o pasar Navidad aislados de nuestros seres queridos. Incluso nos podemos sentir distantes de Dios y con miedo a acercarnos a él.
Pero sin importar cómo nos sintamos, podemos experimentar la bondad y el amor de Dios durante el Adviento. Incluso nuestras luchas pueden ser una oportunidad para que Dios actúe en nuestra vida. Jesús desea calmar nuestros temores y llenarnos con esperanza, con una confianza segura y certera de sus promesas. El Señor desea que escuchemos su voz consoladora que nos dice: “No tengas miedo.”
Entonces, ¡escuchemos con atención! Comencemos este viaje de Adviento del temor a la esperanza, primero con Zacarías e Isabel y luego con María y José. Y en nuestro tercer artículo, hablaremos tanto de los pastores que cuidaban sus rebaños como de San Juan Diego, que escuchó el mensaje de Dios a través de la Virgen María.
“No tengas miedo.” Esta es una de las frases que más frecuentemente se utiliza en la Escritura. Desde Abraham hasta la iglesia de Esmirna, Dios repetidamente exhorta a su pueblo a no tener miedo (Génesis 15, 1; Apocalipsis 2, 10). A menudo él pronuncia estas palabras cuando alguien enfrenta una situación difícil o se encuentra a un mensajero angelical o a Dios mismo.
Desde luego, el miedo puede ser un don cuando es una respuesta saludable al peligro. Pero el miedo también puede superarnos. Puede magnificar los objetos de nuestro temor hasta el punto de hacernos dudar de que Dios tenga la voluntad o la capacidad de ayudarnos. El miedo incluso puede robarnos una relación segura y de confianza con Dios.
Cuando Dios nos dice que no temamos, él desea llenar nuestro corazón con la esperanza de que está con nosotros, de que está actuando y de que nos ama y nuestra vida está segura en sus manos. Dios quiere hacer por nosotros lo que él hizo por Zacarías, cuando Dios prometió que su esposa, Isabel, daría a luz a un hijo.
Siervo fiel del Señor. Encontramos a Zacarías, un sacerdote, dentro del templo en Jerusalén. San Lucas nos dice que él e Isabel eran ambos descendientes de las tribus sacerdotales, eran ancianos y vivían con honradez y rectitud (1, 5-6). También sabemos que Zacarías había sido elegido por medio de una rifa para entrar al santuario y quemar el incienso de la ofrenda, un honor que se recibía una vez en la vida (1, 8). Pero bajo el distinguido linaje de este matrimonio, su vida santa y la honrosa función de Zacarías, había un dolor en su corazón: No tenían hijos (1, 7).
Probablemente Zacarías cargaba con esta decepción cuando comenzó a hacer la ofrenda. También podría haber cargado con el aguijón de la vergüenza que la infertilidad producía a las parejas sin hijos en el mundo antiguo. Quizá él e Isabel —y todos los demás— se preguntaban cuál pecado podían haber cometido que mereciera este “castigo” de parte del Señor. Pero a pesar de lo que Zacarías podría haber esperado, probablemente nunca se imaginó lo que Dios tenía en mente.
Un mensajero de esperanza. Mientras Zacarías rezaba, vio al ángel Gabriel de pie al lado del altar del incienso. Imagina el miedo que debe haber sentido al ver a este poderoso mensajero, el mismo ángel que se le había aparecido al profeta Daniel (9, 20-25). ¡No hay duda de que Zacarías estaba aterrorizado! Quizá temía que sería castigado por algún pecado desconocido. Pero Gabriel saludó a Zacarías con un mensaje de paz: “Zacarías, no tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración, y tu esposa Isabel te va a dar un hijo, al que pondrás por nombre Juan” (Lucas 1, 13).
A través de Gabriel, las palabras de Dios traspasaron el miedo de Zacarías y hablaron de esperanza para las oraciones no contestadas de él y su esposa. Dios conocía su decepción y el temor de que su petición de tener un hijo nunca hubiera sido escuchada. Y también sabía lo tentador que era para ellos dudar de la fidelidad de Dios.
Así que Gabriel le aseguró a Zacarías que Dios no se había olvidado de ellos y realmente había escuchado sus súplicas. Dios les daría un hijo que prepararía a su pueblo para la llegada del Mesías. Todo ese tiempo, Dios había estado actuando para cumplir el deseo de esta pareja a través de su plan de salvación. Zacarías ya no debía temer el juicio de Dios o estar decepcionado; Dios había atendido ambas cosas. El Señor había sido fiel con ellos dos aún en su dolor e incertidumbre, aun cuando ellos no podían entender lo que él estaba haciendo.
El anuncio celestial de Gabriel debió haberle producido a Zacarías mucha alegría y restaurado su esperanza en el Señor, pero eso requirió algo de tiempo. Zacarías no respondió con mucha fe, al menos al principio. En su lugar, cuestionó al ángel y se concentró en su propia incapacidad, en lugar de confiar en el poder de Dios. “¿Cómo puedo estar seguro de esto?”, preguntó, “porque yo soy muy anciano y mi esposa también” (Lucas 1, 18). Debido a su incredulidad, el ángel le dijo que no sería capaz de hablar hasta que viera cumplidas las promesas del Señor.
Zacarías salió del santuario como un hombre humilde. No podía explicar el increíble encuentro que había tenido con el Señor y permaneció en silencio por meses. Pero en ese silencio, Dios lo estaba instruyendo y estaba transformando su corazón. Y de una forma similar, Dios puede actuar en nosotros durante la quietud del tiempo de Adviento.
Escuchar al Señor. Si queremos escuchar a Dios decirnos: “No tengas miedo”, es posible que necesitemos aprender a hacer silencio. Zacarías perdió su capacidad de hablar, él no tuvo otra opción que estar en silencio; en cambio nosotros tenemos que decidirlo. El Adviento nos ofrece una oportunidad para sentarnos en silencio delante del Señor y escuchar su voz.
Desde luego, podríamos necesitar ser creativos en nuestra búsqueda del silencio. Podríamos encontrar un momento de quietud frente al pesebre que hemos puesto en nuestra casa. Podríamos asistir diariamente a Misa o buscar una capilla de adoración. Quizá podemos leer nuestra Biblia en un rincón pacible antes de que nuestra familia se levante por la mañana. El lugar de estar en silencio podría ser cualquiera; lo importante es aquietar nuestra voz y nuestra mente.
En esos momentos, Dios puede abrir nuestros ojos a su bondad e inflamar nuestro corazón con gratitud mientras nos sentamos delante suyo. Si escuchamos, podemos descubrir que nuestra ansiedad y preocupación sobre el futuro disminuyen. Es posible que nuestra mente comience a llenarse de pensamientos de esperanza respecto al futuro. Incluso podríamos experimentar al Espíritu Santo inspirándonos una frase de la Escritura o un villancico. De estas formas y de muchas otras, Dios nos hablará diciendo: “¡No temas! Yo estoy contigo.” Y al igual que sucedió con Zacarías e Isabel, nuestra esperanza aumentará.
Después de su encuentro con el ángel Gabriel, Zacarías e Isabel milagrosamente concibieron un hijo, tal como el ángel lo había prometido. ¡Qué alegría deben haber experimentado cuando Isabel dio a luz a un hijo! Pero a pesar de su alegría, Zacarías todavía no podía hablar. No fue hasta que escribió “Su nombre es Juan”, en obediencia a lo que le había dicho el ángel, que volvió a hablar. La fe de Zacarías lo hizo proclamar exultante: “¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a rescatar a su pueblo! (Lucas 1, 68). El miedo del juicio y del abandono por parte de Dios dio paso a la confianza y a la esperanza porque el Señor no había abandonado a su pueblo.
Esperanza para nosotros. El encuentro de Zacarías con el Señor puede animarnos durante el Adviento. Al igual que él, nosotros también estamos esperando al Señor. Estos últimos años nos han ofrecido oportunidades para sufrir y nosotros podríamos temer un futuro similar. Quizá nuestra esperanza se ha desvanecido.
Quizá, al igual que Zacarías, tú te sientes decepcionado o dolido; podrías estar cansado de esperar un alivio o una respuesta a tus oraciones. Quizá te sientes oprimido por el caos y la tragedia que hay en el mundo y el temor a lo que deparará el futuro. Incluso podrías sentir que Dios te está castigando debido a tus pecados. Pero Jesús desea acercarse a ti en este Adviento. El Señor quiere calmar tus miedos y llenarte de esperanza.
El Señor ve tus temores y decepciones y cómo ellas pueden hacerte dudar de su bondad. También ve tu fe y la forma en que has intentado hacer tu mejor esfuerzo para seguirlo. Dios no desea que tengas miedo de él o que evites su presencia. Es más, desea acercarte más que nunca a él durante este tiempo de Adviento y llenarte con la confianza que Zacarías obtuvo durante sus nueve meses de silencio. Mientras no podía hablar, Zacarías escuchó a Dios y comenzó a comprender sus caminos y a ver los signos de su fidelidad cada día. Ese es el regalo que Dios desea darte en este Adviento.
Así que en estas siguientes cuatro semanas abre un espacio en tu agenda para el silencio para que así puedas escuchar al Señor. Preséntale tus cargas y temores a él junto con tu semilla de fe y esperanza. Luego permítele que haga crecer esa semilla. Pronto, no habrá más espacio para el miedo, y recibirás a Jesús el día de Navidad diciendo: “¡Bendito sea el Señor, porque ha venido a rescatar a su pueblo!”
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