No hay nada más valioso
San Juan Crisóstomo y la belleza del amor conyugal
Cuando los obispos de los Estados Unidos emitieron en 2009 su Carta Pastoral titulada “El matrimonio: El amor y la vida en el plan divino”, presentaron un modelo de matrimonio cuyo propósito era animar e inspirar a las parejas casadas en todas las etapas de la vida. Uno de los temas principales de este documento fue la llamada a cada familia a ser una “mini-iglesia”, un entorno de amor y santidad en el que todos los integrantes de la familia experimenten el amor de Jesús y se esfuercen por tratarse mutuamente con ese amor.
San Juan Crisóstomo, un arzobispo de Constantinopla del siglo IV, predicó extensamente sobre el matrimonio y la vida familiar. Durante su vida como sacerdote y obispo pudo apreciar las alegrías y las dificultades que diariamente experimentaban las familias de diversas condiciones. Reflexionando en sus observaciones y valiéndose de su gran amor y conocimiento de la Sagrada Escritura, obtuvo algunos principios fundamentales para el matrimonio. A continuación presentamos algunas de sus enseñanzas, para ver qué podemos hacer para que nuestros hogares lleguen a ser mini-iglesias.
Amor conyugal: un regalo valiosísimo. Para San Juan Crisóstomo, todo comienza con el plan de Dios para la salvación del hombre. Tenía gran estima por el matrimonio, porque lo consideraba como una situación en la cual la mayoría de las personas aceptan la llamada a la santidad, y lo hacen de una manera que también lleva a su cónyuge y sus hijos a la santidad, y el punto medular de ese plan es el regalo del amor conyugal, un regalo “que ninguna posesión puede igualar; porque no hay nada en absoluto que sea más valioso que ser amado por una esposa y amarla a ella” (Homilía XLIX sobre Hechos). El amor conyugal, según Juan, no es sólo un sentimiento romántico; sino que está lleno de la gracia sacramental, que eleva a la pareja por encima de las limitaciones de sus razonamientos humanos, imperfectos y egoístas.
Para el santo, esta clase de amor ilimitado es posible porque Jesús prometió: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20). “Y no sólo Jesús está presente en el matrimonio —escribió Juan— sino también muchos ángeles, arcángeles y otras potencias divinas.”
La presencia de Cristo en un matrimonio trae consigo numerosas bendiciones. Así como Jesús elogió a la mujer que lo ungió con un perfume costoso, también elogiará a nuestros matrimonios si el marido le da lo más valioso de su ser a su esposa y viceversa; así como Cristo elogió la fe del centurión, también elogiará nuestra fe si recurrimos a Él para saber qué hacer en nuestro matrimonio. Y tal como enseñó y animó a sus discípulos cuando recorrían el territorio de Israel, siempre buscará la forma de enseñarnos y animarnos como personas y como familias.
El amor y la presencia de Jesús en el hogar cristiano son los regalos más valiosos que podemos darle a nuestra esposa o marido, por lo cual, invitamos a los matrimonios a reafirmar juntos en oración cada día que Jesús está presente en su hogar y va dirigiendo su vida conyugal y familiar hacia el cielo.
Recibir a Jesús en su hogar. San Juan Crisóstomo enseñaba que las parejas casadas, por llevar una vida tan llena de compromisos y responsabilidades cotidianas, tenían que buscar con más ahínco al Señor que los monjes que viven aislados en sus monasterios. Ellos no necesitan “el consuelo y la ayuda de las Sagradas Escrituras tanto como aquellas parejas casadas que viven en el torbellino de una existencia llena de distracciones” porque “están en el frente de la batalla” (Homilía III sobre Lázaro).
Para contrarrestar estas distracciones, Juan animaba a las parejas casadas “a rezar juntos en casa e ir a la iglesia” y les decía: “Me gustaría que ustedes rezaran siempre; y si no siempre, al menos muy a menudo; y si no muy a menudo, por lo menos de vez en cuando, por la mañana o por la tarde.” (Homilía XXII sobre Hebreos).
Vivimos en un mundo que gira a una velocidad vertiginosa. Nos llenamos de tantas actividades que a veces nos olvidamos del Señor. Hay un sinnúmero de imágenes e ideas que nos asaltan por la televisión y la Internet, desde anuncios de comida rápida hasta grandes liquidaciones en las tiendas, y todas ellas nos empujan a ir a comprar, ir a comprar. Por supuesto, estas cosas en sí mismas no tienen nada de incorrecto, pero es preciso mantenerlas en su debida perspectiva. Cuando nos dejamos arrastrar por el frenesí mercantilista y no guardamos tiempo para la familia ni para nuestra relación con Jesús, Crisóstomo diría que nuestra vida se ha estropeado.
El santo quería ver equilibrio y orden en la vida espiritual, y subrayaba el valor de los horarios y el examen de conciencia diario, semanal y mensual principalmente para evaluar el equilibrio. Para Juan, el equilibrio significaba que cada familia, cada mini-iglesia, tenía que proteger “la atmósfera centrada en Cristo”, para que no se “desbarrancara”, y la oración es la mejor forma de proteger esa atmósfera.
Demuestra tu amor. San Juan Crisóstomo, que era un hombre muy práctico, no se contentaba sólo con decir a sus seguidores que debían amar como Jesús los amaba; se preocupaba de que ellos supieran manifestar ese amor de una manera práctica. Para Juan, el amor desinteresado se demuestra en el deseo de ser “perfecto”, mientras uno sabe claramente que su cónyuge no es perfecto. Este esforzarse por alcanzar la perfección, junto con una sana dosis de realismo, es lo que impide que el matrimonio caiga en las trampas del resentimiento y de las expectativas exageradas.
Para reforzar su punto, Crisóstomo animaba a las parejas a expresarse el amor mutuo cada día: “Nunca llames a tu esposa simplemente por su nombre; llámala con palabras cariñosas, con respeto y con mucho amor... Siempre comienza diciéndole cuánto la amas... Dile que la amas más que a tu propia vida” (Homilía XX sobre Efesios).
Juan decía que los esposos debían estar dispuestos a morir el uno por el otro, “y hasta si fuera necesario... dejarse cortar en diez mil pedazos.” Para él no se trataba sólo de la muerte física, sino de la “muerte” que a veces implica vivir juntos. Juan sabía que las palabras muy hirientes pueden hacer mucho daño, cuando el marido o la esposa dice algo que no debería decir; pero por otro lado, a veces, el silencio corta más hondo que las palabras. En todos estos casos de “muerte”, Juan animaba a las parejas a perdonarse mutuamente y olvidar las ofensas; así como Jesús nos perdona a cada uno. Y si es preciso resolver algo, hacerlo con un deseo de unidad, siempre dejando que el amor cubra nuestros defectos y pecados (1 Pedro 4,8).
Algunas parejas olvidan que lo que mantiene vivo el matrimonio es el amor, no la rutina, ni las actividades ni los quehaceres, y caen fácilmente en la trampa de dar por supuesto que el otro siempre va a estar ahí para él o para ella. Por eso, Crisóstomo animaba a su congregación a expresar muestras de amor, verbales y no verbales, y les pedía que analizaran periódicamente cómo les iba, para que la rutina no desplazara el cariño. Por esta razón, también hablaba sobre el valor de la intimidad sexual en el matrimonio.
La clave de la armonía. Otra cosa de la que hablaba el santo era de la importancia de guardar la armonía en el hogar. En su entendimiento, la armonía significaba tener siempre centrada la atención en lo que era lo mejor para toda la familia, no sólo para una persona. Esto significaba remediar juntos las dificultades de la vida, resolviendo las diferencias sin comentarios hirientes, sin rencor ni cólera: “Cuando prevalece la armonía, los hijos salen bien criados, el hogar se mantiene ordenado, y los vecinos, los amigos y los parientes elogian el resultado.”
Entonces, ¿cómo es que las parejas casadas pueden vivir en armonía en un mundo que los empuja en tantas direcciones opuestas? ¿Cómo podemos traer a Jesús a nuestros hogares cuando ya se nos acaban las fuerzas? Crisóstomo dio dos respuestas claves a estas preguntas: Las parejas casadas deben rezar y leer la Escritura día a día, y evitar el pecado grave. Si un matrimonio se esfuerza para lograr estas dos cosas, recibirán consuelo y encontrarán la armonía.
“Si ordenamos la vida de esta manera y estudiamos asiduamente las Escrituras”—enseñaba Juan— encontraremos las lecciones necesarias para guiarnos en todo que necesitemos” (Homilía XX sobre Efesios). ¿Qué tipo de lecciones? Por una parte, aprenderemos a amar incondicionalmente, a perdonar y a tratarnos el uno al otro con paciencia y cariño. Por otra parte, aprenderemos a protegernos para no dejarnos dominar por el afán de dinero o reconocimiento, ni manipularnos el uno al otro y rechazar cualquier tendencia a hincharnos de orgullo o arrogancia.
Cuando una pareja comienza a rezar y leer la Escritura juntos, y procura mantenerse cerca de Jesús, empiezan a suceder cosas buenas: Descubren que el esfuerzo que han hecho para ser más considerados y armoniosos dan resultados mucho mejores que antes. San Juan Crisóstomo enseñó que el mismo Jesús, los ángeles y los arcángeles vienen a morar en un matrimonio que esté fundado en Cristo; que están todos ellos presentes en el matrimonio que se esfuerza por ser una mini-iglesia y todos ellos iluminan todo el hogar con una luz hermosa y brillante.
¿Hago el ridículo? Cuando Juan Crisóstomo hablaba de este concepto enaltecido del matrimonio, hubo muchos que se le opusieron: “Soy consciente de que muchas personas consideran ridículo que yo dé tales consejos —dijo y aclaró— Si alguien vive como yo digo y hace que su casa sea una mini-iglesia, su perfección rivalizará con la de los monjes más santos.”
Y tú, hermano, ¿qué dices? Nunca es demasiado tarde para comenzar. Piensa en cómo puedes traer a Cristo a tu hogar, tal vez rezando el rosario en familia o dedicando un momento para leer la Escritura justo antes de la cena. Hazte el firme propósito de que toda la familia vaya a Misa cada domingo. Reúnete con toda la familia para tratar de ponerse de acuerdo para aumentar la armonía y la alegría en el hogar. Y, sobre todo, no te desanimes si no sale todo bien la primera vez; cada paso que des será muy importante para que tu hogar se transforme en una auténtica mini-iglesia.
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