Multiplicadores de la paz
Entrevista con el padre José Eugenio Hoyos (Primera Parte)
En su oficina amplia pero sencilla del Obispado de Arlington (Virginia, Estados Unidos) nos recibe con una amable sonrisa el Padre José Eugenio Hoyos, que por muchos años se ha dedicado en forma incansable a trabajar en favor de los inmigrantes indocumentados y los enfermos, no sólo en los Estados Unidos, sino también en varios países latinoamericanos.
De origen colombiano y ahora naturalizado estadounidense, ha llegado a ser bien conocido, muy respetado y querido en toda la comunidad del área metropolitana de Washington, DC, Maryland y Virginia. Gentilmente accedió a responder todas nuestras preguntas. Dada la longitud del texto, la segunda mitad de esta entrevista aparecerá en la edición de Cuaresma 2008 de la revista. He aquí sus respuestas.?
LPEN: ¿Nos podría dar una breve reseña de su familia, su vida, sus orígenes?
Nací en la ciudad de Puga, en el Departamento del Valle en Colombia. Soy el octavo de 12 hermanos, vengo de una familia muy religiosa, de grandes tradiciones católicas. En mi familia también hay varios sacerdotes, religiosas y obispos. O sea que somos una familia bastante privilegiada y muy numerosa. Mi madre viene de una familia en que los hermanos fueron 22, 11 hombres y 11 mujeres, de una sola mamá y un solo papá, un solo matrimonio, que nos enseñaron mucho acerca de la unidad familiar, del valor del matrimonio, la defensa de la vida y la creencia de que cada hijo venía con un pan para la familia. Hemos sido una familia muy conservadora, en el sentido de guardar esos valores religiosos que nos inculcaron, una enseñanza recta y también el amor al prójimo.
Estudié filosofía y teología en el Seminario Mayor de Manizales y en la Universidad de Santo Tomás. Después vine aquí a los Estados Unidos para hacer el posgrado en teología en la Catholic Theological Union, de Chicago, de donde me gradué con un máster en teología, con especialización en sociología. Así conocí las dos culturas y aprendí a vivir las dos iglesias, que es tan importante, la iglesia norteamericana y la de los inmigrantes, y también mirar cómo se unían las comunidades latinas, centroamericanas y caribeñas en este país. Y esa creo que fue la mejor escuela que he tenido.
LPEN: ¿Por qué se vino a los Estados Unidos?
Principalmente, por situaciones adversas a lo que uno quiere. Estamos aquí porque Dios quiere, no porque nosotros queremos, y yo me he sentido también como una persona que Dios me puso aquí con una misión. Me tocó salir de Colombia, como también lo hicieron algunos de mis hermanos, por la violencia. Muchos de mis familiares han sido secuestrados por los grupos guerrilleros. Uno de mis hermanos era uno de los 12 diputados que se encontraban secuestrados por las fuerzas revolucionarias de Colombia (FARC) y que hace poco murieron víctimas de esa violencia. Todo eso me ha motivado para formar "grupos multiplicadores de paz" a todo nivel y tener foros internacionales y moverme en todas partes donde la violencia realmente es muy fuerte y donde, en nombre de Cristo y a través del Evangelio, podemos llevar un mensaje totalmente reconciliador. He sufrido en carne propia la experiencia de ser desplazado, de ser refugiado, de venir a un país escapando de la violencia.
Esto me ha ayudado a entender todo el éxodo centroamericano, la comunidad salvadoreña que vino después de la guerra, en la que hubo más de 75 mil muertos. Yo realmente me identifiqué mucho con ellos, porque en Colombia llevamos una guerra de casi 50 años donde no ha habido solución, en un país donde había una economía floreciente, además de ser un país tan católico.
LPEN: ¿Cómo encontró la situación de los católicos hispanos aquí en los Estados Unidos?
Cuando llegué a este país me di cuenta que había una gran sed de Dios, y por eso vimos que el Evangelio hay que ponerlo en acción, y en acción bien fuerte, especialmente para todos los pobres. En América del Norte los pobres son los inmigrantes, los indocumentados, la gente que más necesita. Estando yo en la Catedral de Santo Tomás Moro (en Arlington, Virginia), vino primero un niño chileno que necesitaba un trasplante de médula ósea. Así empezamos a ver que había mucha necesidad en nuestra comunidad, porque hay muchos que no tienen derecho a seguro social, derecho a una vivienda, derecho a tantas cosas necesarias que este país les puede dar.
Somos un país "tercermundista" dentro de una nación que es una potencia mundial. Pero a nosotros los sacerdotes el Evangelio nos llama a actuar de una forma pacífica: No seremos revolucionarios ni guerrilleros, ni comunistas, sino solamente seremos verdaderos católicos, auténticos católicos, y seremos sensibles a la necesidad que hoy en día tienen tantos seres humanos.
LPEN: ¿Qué son las misas de sanación y qué le hizo interesarse en ese aspecto del ministerio?
Desde que yo estaba en Colombia trabajaba muy de cerca con el padre Rafael García Herreros, fundador de la gran obra benéfica "El Minuto de Dios" y pude conocer la Renovación Carismática naciente en aquellos años, 1975 a 1977. Me interesé mucho porque no hablar del Espíritu Santo es como no hablar de Dios, porque es lo mismo, es parte de la Santísima Trinidad.
Empezamos trabajando fuertemente y participé en muchas convocaciones que el padre Emiliano Tardif estaba haciendo en sus misas de sanación. Allí empecé a ver a un Dios vivo, que se manifestaba. Y es así como ingresé yo a las filas de la Renovación Carismática a nivel internacional. También participé en reuniones internacionales como enviado de esta diócesis y me fui dando cuenta de que el poder de sanación que Dios quiere dar a través de nosotros es potente, es muy fuerte. Allí vemos que la presencia de Jesús, en su compasión, está viva. Y cuando tenemos una fe grande, el Señor hace maravillas en nosotros. Cuando empecé a ver la cantidad de enfermos, incluso desahuciados, que se levantaban y quedaban sanados por medio de la oración, de la palabra, de la alabanza y a través de la Santa Eucaristía, supe que realmente el Señor tenía para mí una misión dentro de la Renovación.
LPEN: ¿Ha tenido alguna experiencia personal de sanación?
Sí. En 2003 sufrí de una meningitis aguda y los médicos me desahuciaron, me dieron solamente unos cuantos días de vida. Estuve bien mal. En una Misa perdí el conocimiento y quedé en estado de coma por cinco días. Ya había perdido todas mis facultades. No podía hablar ni caminar, estaba casi ciego. Pero un hermano médico que tengo aquí, que trabaja en el Hospital de la Providencia, cerca de la Universidad Católica, me dijo con lágrimas en los ojos: "Desafortunadamente tus días son contados. Creo que has sido una persona muy buena, pero pide un confesor y escribe, si puedes hacerlo todavía, porque vas a seguir perdiendo tus facultades. Pero tú eres un hombre de fe y quedas en las manos de Dios. Creo que es hora que te prepares."
Fue muy duro para mí, pero venían los grupos de oración desde Virginia a orar por mí, a darme esperanza a través de la oración. Yo sentía la sanación cuando empezaban las jornadas de oración. La gente me comentaba diciéndome: "Estamos rezando en Perú, estamos rezando en el Ecuador, en Panamá, en Honduras, en México, en Colombia."
Y a raíz de eso empecé a sentir el poder del Señor a través de la oración. Yo lo había predicado, pero no lo había experimentado. Y dije "Señor, estoy preparado para este momento, si es que tú me llamas en la enfermedad. Entiendo cómo están los enfermos, entiendo el ministerio que hacemos." Antes yo solamente oraba, pero no sentía esa fuerza. Y fue así como me fui recuperando. Los médicos bien aterrados me decían "No, usted no puede salir, porque de aquí no ha salido nadie vivo con el tipo de meningitis que usted tiene. Hay otros tipos de meningitis virales, pero el suyo es distinto, está relacionado con un tipo de leucemia." Fue así que buscaron dónde estaba depositado el virus y lo tenía aquí, en la columna. Me lo sacaron y de todas maneras me dijeron: "No te damos esperanza, porque aunque no hemos encontrado más virus, puedes tener una metástasis, una propagación del virus por todo tu organismo." Dije: "Bueno, está bien."
Me siguieron tratando por un mes y medio más y luego me enviaron a una casa de reposo. Mi doctora me dijo: "Mira, yo soy hindú; no soy cristiana, pero tu Dios es muy poderoso, porque lo que ha hecho tu fe no lo puede hacer la ciencia, no lo podemos hacer humanamente."
Yo soy el símbolo de un milagro, como lo es mucha gente. Somos una legión de personas agradecidas por la muestra de compasión que el Señor ha tenido con nosotros, por sus manos milagrosas, donde vemos el poder de la sanación. Por eso, no hay necesidad de ir a buscar las sectas evangélicas ni los grupos protestantes, ni pentecostales, porque hay sanación dentro de la Iglesia Católica.
Y eso es lo que estamos llevando nosotros como una verdadera llama de esperanza a tantos que a veces están agonizando con cáncer, con SIDA, con tuberculosis, malaria, lepra o lo que sea. Vemos que el Señor está actuando en nosotros de una forma tan hermosa, a veces misteriosa y desconocida, que no la merecemos nosotros los pecadores, pero que vemos que su poder es muy grande. El poder de la palabra de Dios es muy grande. Es una palabra encendida, que viene a nosotros a alimentarnos y empujarnos a llevar el mensaje a este mundo. n
La segunda parte de esta entrevista aparecerá en la edición de Cuaresma 2008 de La Palabra Entre Nosotros.
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