Matrimonio para toda la vida: Amor y fe: ingredientes indispensables
Por Oscar G. Gagliardi
Mi esposa y yo llevamos 47 años de feliz unión matrimonial. Al terminar el colegio, a los 17 años, ingresé a la aviación de mi país, el Perú, y me recibí después de cinco años. En 1960, fui enviado a la zona norte a prestar servicio. Fue en diciembre de ese mismo año que conocí a Zoila, la que hoy es mi esposa.
Una decisión para toda la vida. Desde que nos conocimos experimentamos una atracción que, sin ser aún amor, producía algo hermoso en cada uno de nosotros, porque experimentamos el acelerado latir del corazón y la llama del amor que empezaba a crecer, junto con nuestra fe y nuestra convicción de que si uníamos nuestras vidas lo haríamos con la bendición del Señor.
Transcurridos cuatro años y medio de noviazgo y viendo que nuestro amor era verdadero, rezamos para pedir la guía de Dios y decidimos unir nuestras vidas para siempre. Nos casamos sacramentalmente el 13 de marzo de 1965 en la Capilla del Colegio San Agustín. Para nosotros, el matrimonio católico era algo básico, de rigor, muy importante, porque sabíamos que así contaríamos con la bendición de Dios para siempre.
Los frutos del amor. Al año de casados tuvimos nuestro primer hijo. ¡Qué inmensa alegría la que ambos experimentamos! Pero también una gran responsabilidad la que asumíamos. Ella dejó de trabajar y se dedicó a procurarle a nuestro hijo la mayor atención posible, en razón de que yo, por motivos profesionales, tenía que ausentarme de nuestro hogar de lunes a viernes.
Poco más de dos años después llegó nuestro segundo hijo, un nuevo regalo del Señor, la familia crecía y el amor también. Los fines de semana procurábamos pasar el mayor tiempo disponible en familia. Por razones de trabajo, tuvimos que trasladarnos varias veces a distintas localidades e incluso fuera del país. Al retorno de una de estas destinaciones tuvimos a nuestra hija, un nuevo regalo del Señor que aumentó la felicidad del hogar.
Amor y fe en la adversidad. En 1983 se me presentó un problema de salud muy serio, siendo internado en la unidad de cuidados intensivos y recibiendo el Sacramento de la Unción de los Enfermos. Posteriormente, por la condición de mi salud, fui trasladado al St. Luke’s Hospital de Houston, Texas, acompañado de mi esposa y un médico. Allí, a los 44 años de edad, tuve una operación al corazón, luego de recibir nuevamente la Unción de los Enfermos.
La situación empeoró en 1986, porque el 4 de julio tuve un infarto al miocardio y por tercera vez recibí la Unción de los Enfermos. El doctor tratante nos dijo que la expectativa de vida se había reducido y que era necesario tomar las cosas con tranquilidad. La compañía, el cuidado y las oraciones de mi esposa jugaron un papel muy importante en mi recuperación. Nuestro amor y fe crecieron enormemente y se hicieron más fuertes, contrarrestando las situaciones adversas de salud.
Al servicio de la comunidad. A fines de diciembre de 1986, fui enviado a Washington, D.C. por motivos de trabajo, por lo que toda la familia se radicó en el Estado de Maryland. Allí nos hicimos feligreses de la parroquia local y también concurríamos a las charlas que se daban en el Seminario de la Sagrada Familia. Mientras nuestros hijos seguían sus estudios universitarios, mi esposa y yo participábamos en diversos servicios, apostolados y ministerios en la Parroquia de San Rafael, en Rockville, Maryland. Incluso, por el testimonio de vida matrimonial y fidelidad a la Iglesia que demostrábamos, nos escogieron para dar los cursos de preparación matrimonial, con la bendición de habérselos dado también al segundo de nuestros hijos y a nuestra hija.
A disfrutar de los nietos. Nuestros dos hijos, uno soltero y uno casado, se radicaron a la ciudad de Emmitsburg, Maryland, muy cerca del Santuario de Santa Ana Isabel Seton. Nuestra hija, ya casada, vivió con su familia en Washington, DC y luego se trasladaron a París, Francia. Así fue como, después de 20 años de servir al Señor y a la comunidad parroquial, nosotros nos mudamos también a Emmitsburg, para estar cerca de nuestros dos hijos varones y nietos.
Actualmente, mi esposa y yo llevamos más de 47 años de feliz unión matrimonial. Tenemos tres hijos, ya todos casados, y cuatro nietos. Mi esposa y yo estamos retirados y experimentamos con gran satisfacción que nuestro amor continúa en efervescencia y nuestra fe sigue imperturbable. Gracias a Dios, porque sus promesas son verdaderas.
Para concluir, podemos afirmar con plena convicción que el amor y la fe son dos elementos indispensables Oscar y su esposa Zoila en casa de su hija Jessica y sus dos nietecitas en París. y necesarios para una unión sacramental verdadera que dure para toda la vida. Eso lo hemos vivido nosotros personalmente y lo seguimos viviendo. Un matrimonio que pierde el amor o que no dispone de fe o la deja de lado, está encaminado al fracaso.
Tenemos que reconocer que Dios, que es amor y fuente de amor, dio al varón y a la mujer la capacidad de profesarse amor. Él bendijo nuestra unión en el Sacramento del Matrimonio, con la finalidad de que fuéramos participes de su obra creadora y recibiéramos con los brazos abiertos el fruto de nuestro amor, los hijos que Dios nos mandara, y nos convirtiéramos así en una familia, célula básica, no solo de la sociedad sino también de la Iglesia, que se ha dado en llamar “la iglesia doméstica” y que no es otra cosa que una comunidad de fe, esperanza y caridad, es decir, como señalaba el Beato Papa Juan Pablo II: “Las familias son las primeras escuelas en la fe.”
Oscar y Zoila Gagliardi están jubilados y viven en Emmitsburg, Maryland, muy cerca de sus dos hijos varones y sus respectivas familias.
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