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Julio/Agosto 2024 Edición

Los mártires de la Florida

Con su muerte han glorificado a Cristo

Por: Carlos Alonso Vargas

Los mártires de la Florida: Con su muerte han glorificado a Cristo by Carlos Alonso Vargas

¿Sabía usted que en el sudeste de los Estados Unidos, entre los siglos XVI y XVIII, hubo numerosos católicos, tanto españoles como indígenas, que entregaron su vida dando un glorioso testimonio de la fe en Cristo? Es muy probable que, como para la mayoría de los católicos en los Estados Unidos, esto sea para usted una información nueva y sorprendente. Por diversas circunstancias históricas, el glorioso martirio de todas esas personas quedó en cierta medida olvidado. Pero por iniciativa de un grupo de laicos, desde los inicios del presente siglo XXI se han retomado los esfuerzos por recoger la historia de los llamados “mártires de la Florida”, a fin de darlos a conocer, promover su devoción y de solicitar a la Iglesia su beatificación.

Desde que Juan Ponce de León tocó tierra en la península de Florida en 1513, varios exploradores españoles llegaron a las costas del sudeste estadounidense, tanto de la actual Florida como de lo que hoy son los estados de Georgia, las Carolinas y Virginia. Todas esas tierras, que desde el principio fueron reclamadas por la Corona española, se conocían entonces con la designación general de “la Florida”, y formaron parte de las posesiones españolas en el Nuevo Mundo.

La evangelización del Nuevo Mundo. Además de los exploradores, muy pronto empezaron a llegar también los misioneros, que con gran celo y entusiasmo querían anunciar el Evangelio de Cristo a los pueblos indígenas del Nuevo Mundo. Estos misioneros pertenecían a diversas órdenes religiosas, especialmente dominicos, jesuitas y franciscanos. Y aunque es cierto que muchos militares españoles hicieron grandes violencias a los indígenas, los misioneros guardaban distancia respecto a esos militares y se dedicaban a anunciar a los indígenas la fe cristiana, que muchísimos de ellos aceptaban de muy buen grado. Fue así como esos misioneros fueron estableciendo centros de misión cerca de los poblados indígenas. En estos centros, llamados “doctrinas” o “misiones” según la disponibilidad de misioneros, los indígenas eran catequizados, recibían los sacramentos, y luego vivían, trabajaban la tierra y participaban de la vida de la Iglesia. Allí los indígenas vivían como hombres y mujeres libres: poseían tierras, trabajaban en diversos oficios, podían elegir a sus líderes locales según sus propias tradiciones y hablaban sus propios idiomas. Al mismo tiempo, aprendieron de los europeos destrezas agrícolas y comenzaron a usar herramientas más sofisticadas que los españoles les habían proporcionado.

A partir de los viajes de Colón entre 1492 y 1504, los españoles se asentaron primeramente en las islas más grandes del Caribe, como La Española, Cuba y Puerto Rico, y en tierra firme en varios puntos de Venezuela, Centroamérica y México. Cuando empezaron a establecerse en la Florida, muchos indígenas que allí habitaban ya se habían enterado de las tropelías que algunos españoles habían cometido en otros lugares. Además habían oído acerca de los misioneros que, aunque defendían los derechos de los indígenas, representaban una nueva religión que podía perturbar sus costumbres, y eso hizo que algunos misioneros fueran recibidos con gran hostilidad. Tal fue el caso del Padre Luis Cáncer, dominico, quien en 1549 desembarcó cerca de Tampa, en la costa occidental de Florida. Allí los indígenas tocobagas, que sabían que los misioneros venían a predicarles la fe, mediante una serie de estratagemas engañaron a Cáncer y a sus dos compañeros dominicos; primero mataron a dos de ellos, el padre Fray Diego de Tolosa y un hermano lego de apellido Fuentes, y unos días después, cuando Fray Luis de Cáncer volvió a tocar tierra en otro sitio de los mismos tocobagas, lo mataron a él. Estos tres dominicos son los “protomártires” (primeros mártires) del numeroso grupo que ahora conocemos como los mártires de la Florida.

Los gloriosos martirios. En 1566 el Padre Pedro Martínez, jesuita, que llegó a la costa de la actual Georgia y fue recorriendo el litoral hasta las cercanías de lo que es hoy Jacksonville, Florida, sufrió el martirio a manos de un grupo de indígenas que eran leales a los hugonotes (protestantes) franceses que se habían asentado cerca de aquellas regiones. En 1571, los sacerdotes jesuitas Luis Francisco de Quirós y Juan Bautista de Segura, junto con otros seis hermanos jesuitas, fueron martirizados por un grupo de indígenas en la región llamada Ajacán, en la actual Virginia.

Los mártires arriba mencionados fueron víctimas de grupos de indígenas que de primera entrada reaccionaron en contra de los intentos de evangelización. Pero ya desde mediados del siglo XVI los misioneros franciscanos habían logrado establecer varias “misiones” en algunos lugares de la Florida, de las cuales la principal era San Agustín, donde hoy se ubica la ciudad del mismo nombre. Numerosos caciques y poblaciones de las naciones apalache y timucua —que en ese tiempo habitaban la región— aceptaron la fe cristiana, recibieron el bautismo, y expresaban su fe en torno a las sencillas iglesias y escuelas de catequesis dirigidas por los misioneros. Podría decirse que casi toda la zona del norte de Florida, y luego la del interior, había sido ganada para la fe cristiana.

Pero no todos los apalaches dieron esa respuesta tan positiva. Algunos caciques se aliaron con la vecina nación de los chiscas para oponerse activamente a la presencia católica. Una de sus correrías tuvo lugar en febrero de 1647 en la aldea de San Antonio de Bacuqua, al noreste de la actual Tallahassee. Toda la población estaba haciendo preparativos para una gran festividad religiosa, y hasta el Teniente Gobernador, Claudio Luis de Florencia, había llegado desde la misión San Luis acompañado de su esposa Juana y dos hijas: Antonia, de catorce años, y María, que estaba embarazada y traía también a su hijo de dos años. El teniente gobernador y su familia eran descendientes de españoles pero todos nacidos en Florida. De repente una banda de indígenas apalaches y chiscas atacó la misión de San Antonio. Destruyeron la iglesia, y torturaron y mataron a nueve personas que se consideran mártires: tres sacerdotes franciscanos y el Gobernador Florencia junto con su esposa, sus hijas Antonia y María, y los dos hijos de María, uno de ellos no nacido a quien arrancaron cruelmente del vientre de su madre. Como Antonia, la adolescente, se puso a predicar a Cristo en medio de los tormentos, se ensañaron especialmente contra ella y le infligieron espantosas torturas.

Otros eventos similares, en que grupos indígenas que se oponían a la evangelización atacaron las misiones españolas, tuvieron lugar en octubre y noviembre de 1696 en la provincia de Jororo, cerca de la actual Orlando. En el primero de ellos sufrió el martirio el P. Fray Luis Sánchez, franciscano (español nacido en La Habana) y dos indígenas que le ayudaban en la celebración de la misa, uno de ellos cacique. Aunque no se conocen los nombres de estos indígenas, ellos son los primeros nativos de América que murieron por su fe. En el ataque de noviembre también sufrieron el martirio otros dos indígenas, ambos sacristanes.

Entretanto, durante el siglo XVII, los ingleses habían colonizado los territorios de las Carolinas y Virginia, y tomaron posesión de ellos en nombre de la Corona inglesa. Para principios del siglo XVIII uno de los líderes ingleses, el coronel James Moore, se alió con indígenas creeks para hacer correrías contra otras naciones indígenas, especialmente los apalaches católicos, con el fin de cautivar esclavos indígenas para sus plantaciones. El resultado final de estas campañas de los ingleses, que arrasaban las aldeas de misión que los españoles habían establecido, fue la casi completa eliminación de toda presencia católica y española en la Florida. Las violentas incursiones de los ingleses aliados con los creeks dieron lugar al martirio de numerosos católicos, tanto españoles como indígenas.

En 1704, el propio coronel Moore dirigió un ataque junto con los creeks contra la misión de Concepción de Ayubale, en las cercanías de Tallahassee. Mataron al franciscano Fray Juan de Parga, y a numerosos indígenas los ataron a unas cruces del Viacrucis que había en la plaza del pueblo, y allí los torturaron con fuego durante todo el día hasta que murieron. Entre los mártires indígenas de ese día se destaca Antonio Inija, que ocupaba un puesto importante en el pueblo (“inija” designa, en su lengua apalache, al segundo en autoridad en la aldea). Antonio estuvo todo el día animando a sus hermanos a que resistieran el suplicio sin negar su fe, y advirtiendo a sus verdugos de la necesidad de volverse a Dios. Poco antes de morir dijo claramente que estaba viendo junto a él a la Virgen María, que lo consolaba y le infundía ánimo. Antonio Inija es el mártir que da nombre a todo este grupo cuya beatificación se está pidiendo a la Iglesia.

Ese mismo año hubo otro evento de martirio cerca de ahí, en la misión de Patale, donde murió Fray Manuel de Mendoza, franciscano, junto con un sacristán y una mujer y un niño indígenas; otro en que murieron dos españoles y quince indígenas apalaches, y otro en que sufrieron el martirio dos caciques de la nación timucua. En los años que siguieron, 1705 y 1706, se dio el martirio de dos franciscanos (uno cerca de San Agustín, el otro más al norte) y allí cerca el de don Patricio Hinachuba, cacique de Ivitachuco y de gran importancia entre los apalaches. Don Patricio era un hombre de profunda convicción cristiana, que sabía leer y escribir en español y que sostuvo correspondencia con el rey de España. Los últimos dos eventos de martirio que se han registrado (de un total de catorce) tuvieron lugar en 1712 y 1715.

La causa de beatificación. Después de varios años de preparación en la primera década del presente siglo, la iniciativa laical The Martyrs of La Florida Missions obtuvo reconocimiento oficial en la diócesis de Pensacola-Tallahassee, y en 2015 se dio inicio formal a la fase diocesana de la causa de beatificación de los siervos de Dios Antonio Inija y cincuenta y siete compañeros, grupo en el cual hay treinta y seis laicos, veintiocho de ellos indígenas. Para estos casos la Iglesia exige evidencia histórica de que a esas personas las mataron por odio a la fe, y de que desde un principio tuvieron fama de mártires. Por ello, aunque hay indicios de que los mártires españoles e indígenas en la Florida fueron muchos más, por ahora la solicitud se ha limitado a esas cincuenta y ocho personas. La fase diocesana de la causa de beatificación concluyó formalmente en octubre de 2023, y en este momento la causa está en manos de la Santa Sede.

Con su muerte, estos mártires han glorificado a Cristo. El obispo Jean Pierre Verot, primer obispo de San Agustín, escribió así en su carta pastoral en 1858: “¡La Florida, que ha sido rociada por el este y el oeste, por el norte y por el sur con la sangre purísima de los mártires!”

Carlos Alonso Vargas, filólogo y traductor y por muchos años líder en una comunidad cristiana de alianza, es casado, padre de tres hijos y con cinco nietos, y vive con su esposa en San José, Costa Rica.

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